Domingo, 18 de noviembre de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
Algunas playas, como Cayo Largo o Cayo Santa María, están consideradas entre las más hermosas del planeta. Pero hay mucho más para elegir: desde las tradicionales Varadero, Guardalavaca y Santa Lucía, hasta islotes de arena blanca que surgen en medio del mar Caribe, un abanico de opciones para unas vacaciones de verano en los paraísos tropicales de Cuba. Una excursión de buceo en el famoso arrecife de María La Gorda, en Pinar del Río.
Por Julián Varsavsky
En una playa cubana –puede ser Varadero, Cayo Largo, Cayo Coco– se puede comer una langosta asada bajo las ondulantes palmeras mientras un pelícano rosado pasa a vuelo rasante sobre el mar turquesa, subrayando la línea del horizonte. Y unos metros más atrás –en el área de la piscina de cualquiera de los hoteles–, casi siempre habrá algún grupo de turistas extranjeros que intentan bailar los ritmos caribeños, siguiendo los cimbreantes cuerpos de los instructores cubanos.
Después del banquete de langosta y una siesta en una hamaca colgada entre dos palmeras, se puede tomar un velerito hasta apenas unos metros más allá de la costa, donde el mar parece una pacífica laguna de aguas cristalinas. Y allí, con unas simples anteojera de snork y patas de rana, sumergirse en la poco profunda barrera de coral para curiosear entre los cardúmenes de peces de increíbles colores que se deslizan como flechas en el mundo submarino del Caribe.
En Cuba hay 600 kilómetros de playa y unos 4 mil cayos donde se podría repetir cualquiera de las anteriores “escenas paradisíacas” (por alguna inexplicable razón se considera a la playa desierta como el ideal del paraíso en la tierra). Pero como todo el mundo sabe, “el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada” (la cita es de Carpentier). Así que a la hora de elegir a qué lugar de Cuba uno va a ir a rastrear sobre la arena las huellas de Adán y Eva, hay muchas opciones que no hacen muy sencilla la elección. Por eso, Turismo/12 ofrece a continuación un informe sobre playas cubanas con todos los precios y las alternativas para la próxima temporada de verano.
El archipiélago de Los Canarreos, cuya isla principal es Cayo Largo del Sur, es la quintaescencia de las playas cubanas. Ubicado a 40 minutos de vuelo desde La Habana o Varadero, tiene las aguas más transparentes y las arenas son tan finas que al agarrar un puñado se escurren entre los dedos hasta el último grano. Además, en algunos lugares las palmeras se asoman a la orilla rozando el mar con sus alargadas hojas. “¡Esto es el paraíso!”, dice cada uno de los que ponen un pie sobre estas blanquísimas arenas y caminan 300 metros mar adentro, con el agua tibia e inmóvil hasta las rodillas. Allí, para poder nadar, hay que irse bien lejos, atravesando los incontables tonos que van del azul al turquesa y varían minuto a minuto según la profundidad y la intensidad del sol.
Visto desde el aire este archipiélago se despliega en seiscientas islas casi desprovistas de vegetación. La mayoría de los cayos permanecen tan vírgenes como cuando llegaron los conquistadores –con su fauna intacta–, y los rodea una extraña aura silenciosa que acentúa la sensación de tranquilidad. Por eso no casualmente aterrizan allí todas las semanas aviones que llegan sin escalas desde las principales metrópolis europeas, trayendo ciudadanos del primer mundo que están desesperados por “escaparse” del mundo. Los argentinos, en cambio, eligen paquetes combinados que les permiten también conocer La Habana y otros lugares de Cuba.
Cayo Largo es un gran banco de arena alargado que emerge en el mar. En sus 25 kilómetros de largo y entre uno y seis de ancho, hay ocho hoteles de tres y cuatro estrellas cuya arquitectura no sobrepasa los dos pisos, mimetizándose bastante bien con el paisaje natural. Por lo general estos hoteles trabajan con el sistema “todo incluido” y están concentrados en la zona sur del cayo, mientras que el área norte se mantiene “inconquistada”. Además se visitan otros cayos más puros –sin servicios turísticos–, como el llamado Avalos, que mide apenas dos kilómetros cuadrados.
Ubicada en el noroccidente de la isla –en la península de Hicacos–, Varadero es la tradicional playa cubana para el turismo internacional. Se trata de una angosta lengua de tierra que avanza sobre el mar con 20 kilómetros ininterrumpidos de playas y una línea de hoteles detrás.
Desde Varadero se puede hacer un viaje en velero hasta el virginal Cayo Blanco, ideal para experimentar las primeras brazadas en los deportes del snork y el buceo. Una lancha arrima a los turistas hasta la zona de la barrera de coral, donde la profundidad del mar no supera los dos metros y el oleaje es una caricia. Allí abajo, el buceador puede encontrarse de repente en el centro de un cardumen con cientos de peces rojinegros que se acercan curiosos al vidrio de la máscara y nadar entre edificios de coral multicolor. Sus habitantes son el pez de cristal (con el cuerpo transparente que trasluce la columna vertebral); el pez mariposa –con aletas en forma de alas–, el pez papagayo, con la boca como un pico, y los simpáticos caballitos de mar.
A lo largo de los 40 kilómetros de litoral de la provincia de Holguín –en la región oriental de la isla y de cara al Atlántico–, se alinean cuarenta y una playas entre las cuales Guardalavaca es la más famosa. Aquí también, cada semana arriban al aeropuerto Frank País de la ciudad de Holguín varios vuelos charter directamente desde Europa y Canadá con turistas que vienen a instalarse en alguno de los tres hoteles que están justo detrás de la playa. Pero para los argentinos la gracia está –además de ir a la playa– en conocer también la ciudad de Holguín.
Guardalavaca es la preferida de los canadienses, a quienes les gusta la pachanga tanto como a los cubanos. En la playa una tupida vegetación ofrece su generosa sombra a lo largo de 1300 metros de arenas inmaculadas que forman una “herradura”.
Hasta hace unos años la radiante playa Esmeralda –ubicada también en la provincia de Holguín– era conocida por el oscuro nombre de Estero Ciego. Pero ahora, a los efectos del turismo, fue rebautizada con un nombre más acorde con el paisaje y se ha convertido en una de las más visitadas gracias a la construcción de varios hoteles. Los árboles de una caleta cubren parte de los 900 metros de playa con arenas de oro, y los hoteles están ocultos tras una vegetación donde sobresale la esbelta palma real.
Es una de las playas más hermosas de Cuba, con diecinueve kilómetros de arena blanca que corren en paralelo a la segunda barrera de coral más larga del mundo. Allí, a sólo 200 metros de la costa, los corales insinúan su cresta con el vaivén de las olas y las detienen de lleno dando como resultado otros diecinueve kilómetros exactos de piscina natural color turquesa.
Ubicada a 96 kilómetros de Camagüey –casi en el centro de Cuba y frente al Atlántico–, Santa Lucía se distingue de otras playas por el aura más virgen que la rodea. Si bien en la villa balnearia hay cinco hoteles, el contorno está resguardado de las multitudes de turistas.
El mayor atractivo de Santa Lucía es la cercanía a sus costas de la barrera de coral que bordea el litoral norte de Cuba a lo largo de 165 kilómetros. En la gigantesca piscina natural de la playa se puede nadar a gusto, hacer windsurf, practicar snorkelling en zonas coralinas donde se puede hacer pie, y por sobre todo bucear sin peligro alguno. Este magnífico monumento natural alberga unas quinientas especies de peces tropicales, doscientas variedades de esponjas de todos los colores imaginables, y cincuenta clases de corales como el cuerno de ciervo y el ramillete de novia. Además hay estrellas de mar, erizos y enormes caracolas.
En la costa norte del país, en la provincia de Villa Clara, hay tres cayos que en los últimos años comenzaron a recibir turistas, separados de la isla de Cuba por 30 kilómetros, a la que de todas formas están unidas por un pedraplén. Esta ruta de 48 kilómetros –también conecta con 46 puentes los cayos entre sí–, ganó el premio Puente de Alcántara a la mejor obra civil iberoamericana por respetar el entorno natural y la biodiversidad de la Bahía de Buenavista, declarada Reserva Mundial de la Biosfera por la Unesco. Ya el viaje en sí hasta los cayos, desde el pueblito de pescadores de Caibarién, es un paseo increíble que atraviesa las aguas turquesa mientras toda clase de aves marinas revolotean alrededor. Y a lo lejos se ven varios de los Cayos de la Herradura, que suman más de 500 desperdigados en un área natural de 1300 kilómetros cuadrados, surcados por los canales de un laberinto de islotes cercanos a la ruta donde Ernest Hemingway persiguió submarinos nazis, otrora también refugio de corsarios y piratas.
El primero de los cayos en aparecer es Las Brujas, con su formidable playa de dos kilómetros que se extiende en el litoral norte y alberga un solo hotel, un complejo de veinticuatro cabañas de madera considerado entre los mejores de Cuba. Además de un descanso intimista, la playa del cayo Las Brujas es ideal para los amantes del buceo, la pesca y la navegación, aprovechando las instalaciones de la Marina Gaviota.
Siguiendo el curso del pedraplén se llega al cayo Ensenachos, un antiguo asentamiento indígena con forma de herradura y con las mejores playas del archipiélago, llamadas El Megano y Ensenachos, donde la arena es muy fina y tan blanca que al rayo del sol parece talco. En Ensenachos también hay un único hotel –y no se planea abrir otros para preservar el ambiente–, en este caso un cinco estrellas de 500 habitaciones con vista al mar y a los cocoteros, palmas de corojo y floridas buganvillas.
El tercer y último cayo que aparece al final de “la carretera de las aguas” es el Santa María, el mayor de todos, con 14 kilómetros de largo y dos de ancho. Es también el más visitado, ya que tiene tres hoteles y 10 kilómetros de playa para elegir, entre ellas las llamadas Perla Blanca, Las Caletas y Los Delfines. Ubicado 45 kilómetros mar adentro, sus playas tienen un poco más de oleaje que las de los otros cayos, y se practican en ellas toda clase de actividades acuáticas. Además hay veinticuatro sitios de inmersión para buceadores.
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