turismo

Domingo, 18 de noviembre de 2007

SAN PETERSBURGO > EL PALACIO DE INVIERNO

Noventa años después

En octubre de 1917, la toma del Palacio de Invierno de los zares en San Petersburgo signó la conquista del poder de parte de los bolcheviques. Casi un siglo después, el actual Museo del Hermitage abre sus puertas sobre el arte y el pasado ruso.

 Por Graciela Cutuli

Los diez días que estremecieron el mundo acaban de cumplir 90 años. Y si Rusia cambió como jamás lo hubieran soñado quienes vivieron bajo los inmutables siglos del zarismo, uno de los grandes testigos de la Revolución de Octubre sigue en pie, y proyecta a través del arte la grandeza de una historia milenaria. Es el antiguo Palacio de Invierno de San Petersburgo, residencia invernal de la familia imperial rusa, hoy convertido en el Museo del Hermitage, uno de los más grandes del mundo.

Vista nocturna del fastuoso Palacio de Invierno, a orillas del río Neva.

Ultimos dias como palacio

En 1917, San Petersburgo se llamaba todavía Petrogrado, y era la capital de Rusia, además de la más europea de sus ciudades, como lo sigue siendo todavía hoy. Fundada sobre una antigua fortaleza sueca por Pedro el Grande, la ciudad a orillas del Neva fue escenario y protagonista de la Revolución de Octubre, que desplazó al gobierno moderado establecido –con Kerenski a la cabeza– después de la Revolución de Febrero y la abdicación de Nicolás II. Con los Romanov fuera de la escena, el Palacio de Invierno se había convertido en la sede del gobierno provisional, y su toma por parte de las fuerzas bolcheviques signó el rumbo radical que tomaba la Revolución, que culminaría pocos años después con la conformación de la Unión Soviética.

Incluso para los habitués de los más aristocráticos salones de Europa el Palacio de Invierno –construido en el siglo XVIII por el arquitecto Bartolomeo Rastrelli– fue durante siglos fuente de admiración y asombro por el tamaño y el lujo de sus decoraciones, desde el blanco, verde y oro de la fachada hasta los espectaculares interiores barrocos y rococó. No podía ser menos para mostrar la grandeza de un imperio que se extendía desde Oriente hasta Europa bajo el reinado autocrático de los zares, que gobernaron sin concesiones hasta su caída estrepitosa, arrastrados por su propia ineptitud, la guerra y el cambio de los tiempos. Entretanto, su destino de museo había comenzado mucho antes, con la compra de una importante colección de arte europeo de parte de Catalina la Grande, que también tenía pasión por la arquitectura y rodeó el edificio principal de varios palacios y jardines que completan un conjunto monumental.

El arca rusa

Visto desde arriba, el palacio –cuya fachada norte da hacia el Neva, mientras la este mira hacia la calle Millionnaya, donde se levantaban las mansiones de la nobleza– tiene la forma de un enorme cuadrilátero, cuyas esquinas contenían la habitación del trono, la escalera principal, la iglesia y el teatro, como otros tantos corazones de la vida imperial, conectadas por una infinidad de salones y apartamentos para la familia real y su interminable séquito de sirvientes, damas de compañía y miembros de la corte. A lo largo de la historia, el palacio sufrió reconstrucciones (en particular después de un incendio en 1837, y tras de la destrucción por parte de las tropas alemanas en el siglo XX), además de modificaciones que lo adaptaban a los nuevos tiempos, incluyendo las que fueron necesarias para convertir sus habitaciones en salas de exhibición. Pero nada pudo alterar la magnificencia de su silueta barroca, ni la suntuosidad del salón del trono o la sala de malaquita, una de las más famosas de las más de mil habitaciones –con 1786 puertas y 1945 ventanas– que forman el conjunto del palacio.

Hace pocos años El arca rusa, una original película rodada en una única y extensa toma, recorrió sus pasillos evocando la historia de la que fueron mudos testigos los muros del palacio, no sólo para los acontecimientos que cambiaron el mundo, sino también para las escenas familiares que albergaron discretamente a lo largo de los siglos.

Las imponentes escalinatas de mármol, una muestra del boato imperial.

Visita al Museo

El Palacio de Invierno es hoy el edificio principal del Museo del Hermitage, que abarca seis magníficos edificios situados junto al Neva. Sus colecciones, con más de tres millones de piezas, representan una mirada a la historia del arte y de la cultura desde los comienzos de la civilización hasta el siglo XX. Incluyen pinturas, esculturas, obras de arte gráfico, monumentos arqueológicos, obras de artes aplicadas y piezas de numismática, así como objetos de arte y cultura del mundo antiguo, Europa occidental, Rusia y los países de Oriente. Las piezas se exhiben en el Palacio de Invierno, el Pequeño Hermitage, el Antiguo Hermitage y el Nuevo Hermitage.

Sólo la colección de arte europeo occidental ocupa 120 salas, con obras maestras de Italia, España, Holanda, Francia, Alemania y otros países. Sin embargo, para preservar las pinturas y dibujos de posibles deterioros, muchas de ellas se exhiben sólo en forma temporaria. De Leonardo a Rafael y Tiziano, del Greco a Velázquez, de Kandinski a Picasso y Matisse, el Hermitage es un auténtico catálogo de los más grandes artistas de la humanidad. Además, el museo tiene ramificaciones internacionales en Amsterdam, Londres, Las Vegas y Ferrara (Italia). Pero en la propia San Petersburgo se encuentran, entre otros objetos de incalculable valor, parte de los tesoros de Troya recuperados por Heinrich Schliemann, decenas de obras cubistas de Picasso, gran parte de la obra tardía de Gauguin, grandes obras maestras del Renacimiento italiano y los célebres huevos de pascua que el joyero Fabergé realizó para los zares de Rusia, en particular para Nicolás II y Alejandra. Claro que su historia está hecha de luces y sombras: así como pinturas centrales de la historia del arte fueron vendidas en los años de la Unión Soviética, otras se encuentran en el Hermitage porque fueron tomadas por la Armada Roja de los museos y coleccionistas de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, a modo de compensación por los daños sufridos por Rusia. Muchas de estas obras, que se creían perdidas, reaparecieron en una exhibición realizada en 1995, y no hay perspectiva de que dejen San Petersburgo alguna vez.

No hace falta decir que se trata de un museo prácticamente inabarcable: por eso, durante la visita lo mejor es elegir cuáles son las obras que más se desea ver (y asegurarse de que estén en exhibición en ese momento). Con ayuda de un buen catálogo, guía imprescindible en el laberinto del museo, hay que disfrutar también de la impresionante obra de arte que es el Hermitage en sí mismo, internándose en las más antiguas ramas de la historia de la Rusia imperial, la misma que concluyó definitivamente, hace 90 años, con la toma del entonces Palacio de Invierno.

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