Domingo, 25 de noviembre de 2007 | Hoy
CHUBUT > CAPILLAS GALESAS
Un recorrido por el viejo camino de las capillas galesas, en pleno valle del río Chubut, evoca los avatares de los primeros colonos que llegaron desde la lejana Gales a la Patagonia en el siglo XIX. Pese a la aridez de la estepa, el clima, la soledad y los pocos recursos, hombres y mujeres que creían fervientemente en la idea de proteger su idioma y tradición hicieron todo por alcanzar su objetivo y lo lograron.
Por Mariana Lafont
Para comprender el significado de la inmigración galesa en la Patagonia es necesario remontarse a sus raíces celtas. Hacia el año 1000, este grupo nómada, de origen indoeuropeo, había ocupado gran parte de Europa y, a pesar de estar dispersos, lograron preservar tenazmente sus costumbres. Sin embargo, con la llegada de romanos y posteriores invasiones germánicas la movilidad y el avance de los celtas se detuvo hasta ser confinados a regiones como las Islas Británicas, donde finalmente quedaron establecidos. En el año 1066 sufrieron una invasión normanda pero supieron mantener su independencia, idioma y tradición. Sin embargo, la libertad no duró eternamente. Debido a problemas religiosos entre Enrique VIII y el Papa, el monarca temía que Gales fuera reclamada por la Iglesia ya que el dominio inglés sobre ese país (con idioma y tradiciones completamente diferentes) no era total. A fin de evitarlo, Inglaterra firmó, en 1536, un acta de anexión de Gales y trató de eliminar el idioma galés y convertir a sus habitantes en ingleses. Pero no pudo lograrlo pese a intentar someter a los galeses por todos los medios. Finalmente, ante el empeoramiento de las condiciones de vida por la opresión y la discriminación que ejercía la corona inglesa sobre el pueblo galés, la única salida fue emigrar. Entre 1814 y 1914 miles de galeses fueron a Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda e, incluso, Brasil, aunque la radicación en países de habla inglesa no resultó justamente por la influencia del idioma. Era preciso encontrar un lugar totalmente aislado para crear una colonia que no se “contaminara” por la influencia exterior y en la cual sólo se hablara galés. Lo ideal era un sitio deshabitado y sin gobierno propio para que no los terminara asimilando.
La idea de instalar una colonia en la lejana Patagonia se gestó alrededor de 1850, basándose en los detallados escritos de Darwin y Fitz Roy sobre la zona. Luego Lewis Jones y Love Jones Parry –impulsores del proyecto– contactaron al gobierno de Bartolomé Mitre (a través del ministro del Interior Guillermo Rawson) y se iniciaron las gestiones. Para el gobierno nacional era una excelente oportunidad de poblar y asegurar la soberanía en un territorio inhóspito y deshabitado pero, al mismo tiempo, codiciado por Chile. Mientras los delegados regresaban a Gales para dar el visto bueno y convocar gente que quisiera viajar en busca de oportunidades, el gobierno nacional debería proveer de tierras, víveres y herramientas para facilitar la empresa.
Finalmente el 28 de julio de 1865 la nave Mimosa arribó al Golfo Nuevo y ancló frente a donde hoy está Puerto Madryn (así llamada en honor al capitán Love Jones Parry del Castillo de Madryn), con poco más de 150 pioneros que desconocían absolutamente la región y el clima en el que iban a vivir. Debido a la falta de agua potable debieron recorrer 62 km para llegar al valle del río Chubut, donde se establecieron en un lugar al que llamaron TreRawson –Pueblo de Rawson en galés– en honor al ministro que tanto los había ayudado. En los años siguientes continuaron avanzando por el valle superior fundando Gaiman, Trelew y Dolavon. Y también cruzaron el desierto hasta llegar a la cordillera, donde fundaron la Colonia 16 de Octubre.
A pesar de tanto tesón y bravura, los primeros años de los colonos fueron muy duros, con pésimas cosechas de trigo por su total desconocimiento del terreno y el clima. Aunque las grandes inundaciones y las continuas sequías los sorprendieron más de una vez, pudieron superar el hambre gracias a las buenas relaciones establecidas con los tehuelches (únicos habitantes de la zona antes de su llegada), que les enseñaron, además de montar a caballo, a cazar con boleadoras para proveerse de alimento. Así las cosas, los galeses fueron aprendiendo de sus errores, idearon excelentes sistemas de riego y redes de canales (en funcionamiento actualmente) hasta que lograron cosechar trigo de máxima calidad.
Cultura y tradición fueron, desde siempre, aspectos claves para los galeses. Las reuniones sociales, la literatura, la música (sobre todo el canto coral) y, en especial, la religión eran infaltables en su cotidianidad. Esa cultura y costumbres ancestrales que los pioneros trajeron a su nueva tierra fueron fundamentales para sobrellevar los momentos difíciles, desarrollar un enorme sentido de comunidad y sobrevivir en la inmensa soledad de la Patagonia. Como era imprescindible generar ámbitos donde realizar esas actividades, los primeros cultos se hicieron al aire libre. Sin embargo, el inclemente clima obligó a utilizar graneros y casas particulares hasta que finalmente se pudo construir la primera capilla.
Las capillas responden a una arquitectura típicamente galesa pero adaptada a los materiales disponibles en Patagonia. Los galeses eran hábiles constructores y supieron hacer edificaciones aptas para el clima de la región, con un estilo característico y homogéneo. Y debido a la magra situación económica inicial fueron los mismos pastores quienes dirigieron la obra y los fieles quienes aportaron el trabajo.
Los primeros templos eran de adobe, con techo de paja y barro hasta que se consiguieron ladrillos cocidos a la vista y chapa ondulada de cinc para los techos. Uno de los sellos inconfundibles de estas maravillosas construcciones son las áncoras metálicas (con forma de S o X) ubicadas en los laterales o el frente, utilizadas para fijar los muros, ya que no contaban con estructuras de hormigón armado. Las capillas tenían un salón principal rectangular, con púlpito al fondo, ventanas laterales y frontales alargadas, grandes bancos y dos pasillos que comunicaban a las puertas de entrada. El revestimiento interior y el mobiliario eran de madera de pinotea. No había ornamentos o imágenes religiosas y las lámparas colgantes eran de porcelana y funcionaban a kerosene. Algunas capillas contaban con un salón llamado “vestry”, que servía como lugar de reuniones, aula de clase o como cocina para preparar el tradicional té. Las capillas esparcidas a lo largo del valle del río Chubut (a una distancia no mayor a 10 km entre templo y templo para que los fieles pudieran llegar caminando desde sus chacras) son muy similares entre sí y sólo se diferencian por el estilo de algunas ventanas góticas. La única excepción es la Capilla Salem, hecha íntegramente en chapa de cinc.
A pesar de proceder de diferentes localidades de Gales (con credos religiosos diversos) los colonos, en Patagonia, prefirieron dejar de lado esas diferencias y unificar las congregaciones con un único pastor. Sólo cuando la situación comenzó a mejorar cada congregación construyó su propio templo. Por otro lado, al ser los galeses un pueblo muy pragmático, decidieron que las capillas también fueran una suerte de centro cultural de usos múltiples. Los domingos, además del servicio y los encuentros corales, funcionaba a la mañana la escuela dominical, donde los niños aprendían a leer y escribir el idioma galés, principal objetivo de los colonos para conservar su lengua y, con ella, su tradición. Los días de semana las capillas cumplían la función de escuela y ésa es la razón por la cual muchas de ellas se convirtieron en las primeras escuelas primarias de Chubut. Con el tiempo llegó el edificio propio y, en la actualidad, al lado de cada capilla puede verse una escuela. Para los galeses la educación era una tarea que involucraba a toda la comunidad e imprescindible para sacarlos adelante, junto al tesón y el trabajo. No se equivocaron y los resultados están a la vista: campos cultivados donde antes sólo había un desierto.
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