Domingo, 2 de diciembre de 2007 | Hoy
EE.UU. > VISITA A LA CIUDAD DE BENNINGTON
A sólo cinco horas de Nueva York, en el sudoeste de Vermont, entre los bosques coloridos de las Taconic y las Green Mountains, Bennington tiene una historia que mostrar, y un punto panorámico desde donde se divisan tres estados.
Por Graciela Cutuli
A pocas horas de viaje de Nueva York, donde todo es prisa, agitación, cosmopolitismo, tránsito y vértigo, existe un mundo de bosques, pueblos y arraigadas tradiciones que revelan la cara más conservadora de Estados Unidos. Basta salir de la Gran Manzana hacia el norte, atravesando parte del estado de Nueva York, para ingresar en Vermont, el único estado de Nueva Inglaterra que no tiene costa sobre el Atlántico, y también el segundo menos densamente poblado de Estados Unidos. No hace falta adentrarse demasiado para advertirlo: Nueva York y su diversidad quedaron más lejos de lo que marca el cuentakilómetros, y éste es otro mundo, muy distinto, que reivindica con orgullo el pasado de sus colonos británicos y franceses, aquellos que le dieron nombre: Vert-monts, las montañas verdes, es decir el color con que se las ve en el cálido verano boreal, ya que en invierno todo se cubre del blanco de la nieve, y en otoño el follaje se transforma en una fiesta de rojo, naranja y dorado.
Caminos rurales bordeados de manzanos, granjas productoras de sidra que recuerdan el ambiente de las novelas de John Irving y calabazas expuestas a ambos lados del camino cuando es época de cosecha, al principio del otoño, forman el marco que lleva hacia Bennington, un pueblo discreto sumergido entre los verdes del paisaje, pero famoso en la historia de Estados Unidos. Tiene sólo algo más de 15.000 habitantes, pero son suficientes para convertirlo en la tercera ciudad más grande del estado, aunque cueste creerlo a los ojos del visitante, que se encuentra con su aire apacible de suburbio y sus típicas manzanas bordeadas de césped como marco de las casas de madera que parecen salidas de alguna película ambientada en Nueva Inglaterra.
Basta pasear un poco para ver que la conformación demográfica está muy alejada de las de ciudades cosmopolitas que puedan encontrarse más al sur, de Nueva York en adelante: aquí, el 97 por ciento de la población es anglosajona, con un ínfimo porcentaje de afronorteamericanos e hispanos. De las tribus originarias, los abenakis y los iroquois, prácticamente no quedan rastros. Orgullosos, y muy conservadores, los habitantes de Vermont son sin embargo muy hospitalarios y receptivos con los visitantes, a quienes siempre están dispuestos a dar a conocer los encantos de su tierra y los vaivenes de su pasado: en esta parte del estado, que está a corta distancia de Nueva York, se encuentran sobre todo turistas neoyorquinos en busca de calma rural para el fin de semana, y muchos canadienses que están a un paso del otro lado de la frontera. La mayoría se aloja en los bed and breakfast que funcionan en encantadoras casas de la zona, y aprovechan la hora del almuerzo para probar la típica sidra de la región, un jugo de manzana intenso y sin alcohol que es compañía infaltable de otro clásico: los burger, con toda clase de acompañamientos y aderezos. Y para la hora del postre, nada mejor que el apple pie, la torta de manzana, que es objeto de culto de una punta a otra de Estados Unidos: en el país del delivery y las preparaciones precocinadas, sigue siendo cuestión de honor el pastel casero de manzanas, todo un símbolo de los valores familiares norteamericanos, que se juegan incluso (y sobre todo) durante las campañas electorales.
Bennington es un nombre conocido a todos los oídos norteamericanos por la batalla de Bennington, durante las guerras de independencia: en 1777, 1500 hombres dirigidos por el general John Stark se enfrentaron a una tropa de mercenarios alemanes, canadienses y realistas de la región, derrotándolos y consolidando la naciente independencia de Estados Unidos. El asentamiento original de la ciudad se conoce hoy visitando Old Bennington, el casco histórico, que data de 1761: con el tiempo, su prosperidad se fue asentando gracias a las industrias de procesamiento de la madera, la cerámica, el acero y los textiles.
El monumento más importante de la ciudad es el Bennington Battle Monument, un obelisco de piedra de 93 metros de altura inaugurado en 1891, que conmemora la célebre batalla (que tuvo lugar, en realidad, algo más hacia el oeste, en territorio de lo que hoy es el estado de Nueva York). El obelisco, que es la estructura más alta de Vermont, puede visitarse subiendo en ascensor hasta un mirador situado a 60 metros (las escaleras originales fueron cerradas); desde allí arriba, las respectivas ventanas permiten mirar hacia el estado de Vermont, hacia Nueva York y hacia Massachusetts, con sus bosques de follaje denso y colorido. Desde una de ellas, se divisa a pocas cuadras la iglesia de Bennington, la “Old First Church”, rodeada de un cementerio donde se encuentra la tumba del poeta Robert Frost, tal vez el más célebre residente de la ciudad, junto a Hiram Bingham (el explorador que descubrió las ruinas de Machu Picchu) y John Deere, fundador de la empresa de tractores que lleva su nombre.
Frost era nativo de California, pero se convirtió en un poeta representativo de Nueva Inglaterra, su vida rural y sus valores tradicionales, en poemas de temática sencilla pero de gran hondura, que le valieron cuatro veces el premio Pulitzer, y sobre todo un lugar de honor en el corazón de los lectores de lengua inglesa. De todos modos, la iglesia y el cementerio valen la visita incluso para los insensibles a los versos del poeta: recorriendo sus antiguos senderos, las placas de mármol blanco de las tumbas revelan su antigüedad, con muchas del siglo XVIII y XIX, incluyendo algunas señaladas con una placa y una bandera de barra y estrellas: son las de que quienes perdieron la vida en alguna de las guerras norteamericanas, desde la independencia en adelante.
Para completar la visita de Bennington, hay que conocer la más hermosa y mejor conservada de las mansiones victorianas de Nueva Inglaterra, la Park McCullough Historic House, una impresionante casa de 35 habitaciones ubicada en un terreno de 80 hectáreas, construida a mediados del siglo XIX por un rico empresario local. Aquí se alojó el presidente Benjamin Harrison, cuando acudió a Bennington para inaugurar el obelisco conmemorativo de la batalla. Finalmente, también merece un paseo el Museo de Grandma Moses, una artista folk norteamericana que comenzó su carrera cuando ya había pasado los 70 años, pintando sobre todo escenas de la vida rural que la hicieron popular en todo Estados Unidos, Europa y Japón. Algunas de ellas, coloridas y naïves, tienen un aire familiar, ya que fueron usadas como ilustración en las célebres tarjetas de Hallmark. Y en verdad, no sólo sus pinturas sino todo el paisaje que rodea Bennington podría haber sido la ilustración de una postal, sumergida en los tiempos en que Estados Unidos era una nación naciente, y el sueño americano una promesa posible.
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