Domingo, 9 de diciembre de 2007 | Hoy
CATAMARCA > VIAJE A ANTOFAGASTA DE LA SIERRA
Travesía de una semana hasta Antofagasta de la Sierra, en plena Puna catamarqueña, pasando por los pueblos de Belén y Londres y hermosas lagunas pobladas de flamencos. La aventura de recorrer por dentro el cráter de 40 kilómetros del volcán Galán. También, una visita a las ruinas incas de El Shincal.
Por Julián Varsavsky
Aunque la Puna argentina se visita generalmente desde Salta o Jujuy, también se puede hacer el viaje desde Catamarca, en una travesía que permite conocer el interior del cráter del volcán Galán, cuyos 40 kilómetros de diámetro lo convierten en el más grande de la Tierra, y visitar las ruinas incas de El Shincal, consideradas las más importantes de esa cultura andina en Argentina. En el camino por el paisaje catamarqueño aparecerán, entre otros atractivos, el Salar del Hombre Muerto, varias lagunas llenas de flamencos, laderas con centenares de vicuñas, las ruinas arqueológicas de un poblado preincaico y pueblitos coloniales con casas de adobe que poco ha crecido en cuatro siglos y medio, desde su fundación por los españoles.
El viaje a la puna catamarqueña parte desde la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca por la ruta provincial 38, en un minibús para veinte personas especialmente preparado para la altura. Antes de comenzar a subir a la Puna la ruta hace un rodeo por la ciudad de Aimogasta en La Rioja. Nuevamente en Catamarca, se empalma con la Ruta Nacional 60 y finalmente con la famosa 40 con rumbo norte, hacia el pueblito de Londres, cuya única calle asfaltada es la misma ruta que lo atraviesa por la mitad. En el trayecto a Londres se visitan también las ruinas de la ciudad de El Shincal, el sitio arqueológico inca más importante de la Argentina (ver recuadro).
El pueblo de Londres fue fundado por los españoles en 1558 y lo bautizaron con ese nombre en homenaje a los Tudor de Inglaterra, con quienes los borbones se aliaron gracias al casamiento entre Mary Tudor y Felipe II. A pesar de ser la segunda villa colonial más antigua de la Argentina –después de Santiago del Estero–, Londres ha cambiado muy poco a lo largo de los últimos 450 años, ya que casi todas sus casas siguen siendo de adobe. Sus 2600 habitantes viven en su mayoría del tejido de ponchos, mantas y ruanas y de la alfarería artesanal, además de la producción de nuez. De las dos iglesias del pueblo, la más antigua es la de la Inmaculada Concepción, construida hace 210 años.
A 15 kilómetros de Londres está la ciudad de Belén, equidistante unos 300 kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca y de Antofagasta de la Sierra. En Belén se duerme la primera noche y se hace una visita a unas famosas tejedoras especializadas en ponchos. A la mañana siguiente se sigue viaje hacia Antofagasta de la Sierra por un camino de ripio con algunos tramos de asfalto y en ascenso constante hasta el paraje Pasto Ventura (4200 metros de altura), donde comienza el descenso hacia Antofagasta (3400 m.s.n.m).
En el trayecto desde Belén, el minibús se detiene en la Quebrada de Randolfo, donde hay una duna gigante que permite lanzarse en tablas de sandboard y trineos sobre la arena. Más adelante, las vicuñas comienzan a multiplicarse por centenares, la vegetación se reduce a unos pastos ralos, y aparecen de a poco algunos de los 220 conos de volcán que pueblan esta región.
Antofagasta de la Sierra está en medio de una gran planicie rodeada de volcanes, campos de lava, salares y geoformas de todo tipo. Cerca del pueblo ya se ven sobresalir dos temibles custodios de piedra con la punta nevada: los volcanes La Lumbrera y Antofagasta. El pueblo, como todos en la Puna, es somnoliento y silencioso, mide tres cuadras de largo y tiene apenas tres calles (sólo la principal está asfaltada). Para dormir se puede elegir entre la Hostería Municipal, un hostal y varias casas de familia. Por la noche lo común en los restaurantes es comer carne de llama –la que más abunda en la zona– y también truchas y guisos de cordero.
Al tercer día de viaje se visita la reserva de flamencos Laguna Antofagasta y luego un sitio arqueológico llamado Peñas Coloradas, que tiene curiosos petroglifos.
Luego de almorzar en Antofagasta, el paseo sigue por el Campo Las Tobas –donde hay petroglifos grabados en el suelo– y continúa hacia Real Grande, un cañón rocoso con pinturas rupestres en las paredes, surcado por un arroyito.
El día cuatro, con los viajeros ya más aclimatados a la altura, quien tenga un mínimo estado físico puede optar por una salida de trekking temprano en la mañana, de baja dificultad, para subir por la ladera del volcán Antofagasta hasta el borde de su profundo cráter. Y a media mañana la travesía continúa hacia Paycuqui, un paraje con vistas espectaculares, y al pueblito de Los Nacimientos, donde se visita una escuelita aislada a la que los viajeros suelen llevar donaciones y comparten una merienda con los chicos.
El recorrido por el cráter del volcán Galán es la excursión más impactante de toda la zona. Y también la más larga y cansadora, ya que se requiere de camionetas 4x4, que hacen un recorrido circular de 340 kilómetros por una huella a veces en mal estado, en una traqueteada jornada de doce horas. Esta excursión se paga aparte –alrededor de 300 pesos– y no necesariamente todos la hacen, ya que algunos prefieren quedarse en Antofagasta.
La excursión al Galán pasa por el poblado de El Peñón, donde se abandona la ruta para continuar por una huella que se dirige directo al volcán. En el camino se ven los flamencos que pueblan la Laguna Grande, mientras se va ascendiendo por la ladera sur hasta el borde mismo del cráter, a 5000 metros de altura (el fondo del cráter está a 4000 metros). Desde lo alto se ve el inmenso cráter de 40 kilómetros de extensión y la laguna Diamante, con su llamativo color turquesa. Al descender al interior del cráter aparecen unos extraños “hervideros de lodo” que dan la sensación de que las entrañas del volcán todavía bullen.
Los vehículos atraviesan de punta a punta los 40 kilómetros de este cráter de 2,5 millones de años, que recién fue catalogado como tal por los geógrafos en 1970, cuando una foto satelital mostró su explosivo origen. En el trayecto de salida se bordea una altísima chimenea volcánica, mientras a lo lejos se divisa el radiante Salar del Hombre Muerto.
Antes de emprender el regreso a Antofagasta, se visitan las minas de oro abandonadas de Hincahuasi.
Una buena época para visitar Antofagasta es cuando se celebra el Carnaval junto con la Feria de la Puna. Esta feria agroganadera transcurre de día, mientras que el Carnaval estalla en la noche con carrozas, música de quenas, sikus y alboroto general a lo largo de la calle principal. En la feria se cocina bajo tierra un gran curanto, algunos se emborrachan, llega gente de pueblos vecinos como Antofalla, El Peñón y desde el no tan cercano San Antonio de los Cobres. En la Plaza 9 de Julio se arma un fogón alrededor del cual los vidaleros cantan y dialogan entre sí con estrofas punzantes.
Al sexto día de viaje se cargan los bolsos en el minibús para volver a pasar una última noche en Belén y visitar los restos del Pucará de La Lumbrera, una fortaleza inca construida con piedra volcánica. Así termina el viaje a la puna catamarqueña, uno de los lugares más deshabitados de la Argentina, con 1200 habitantes que viven en 28 mil kilómetros cuadrados.
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