Domingo, 9 de diciembre de 2007 | Hoy
AFRICA > EN LA REGIóN CENTRAL DEL CONTINENTE
Testimonios de una expedición de antropólogos por Níger y Chad. Tribus que viven como hace dos mil años. Pueblos anclados en el pasado. El desierto y la globalización avanzan y cercan a los últimos indígenas del Sahel.
Por Malen Aznarez *
Toc, toc, toc: el golpear del palo sobre el mortero de mijo resuena sin cesar en el atardecer del Sahel, entre las dunas y el matorral bajo. Toc, toc, toc. Es el sonido de fondo de una buena parte de Africa desde el amanecer hasta la puesta de sol. Una especie de tan-tan originado por el woyru (palo) al chocar contra el unndugal (mortero de madera) movido por las mujeres peul. Un fuerte movimiento de brazos y cintura, una gimnasia cotidiana que les proporciona, junto con el no menos enérgico ejercicio de sacar agua de los pozos, unas figuras esbeltas y brazos torneados que envidiaría cualquier mujer occidental. Toc, toc, toc. Las niñas, desde los cuatro años, comienzan a jugar a la molienda imitando a sus madres. Cuando apenas han dejado la primera infancia es ya una obligación. Igual que acarrear el agua.
Hemos llegado a Kougga Zhadyilinam, en el sur de Níger, un campamento nómada de la tribu peul, de típicas cabañas circulares de adobe y techo de paja, cuando empieza a caer el sol y los camellos, vacas, cabras y ovejas vuelven de los pastos. La imagen no puede ser más bíblica, posiblemente hace 2000 años no sería muy distinta. El tiempo parece detenido en la fantástica luz del breve atardecer. Los adolescentes conducen el ganado, y los hombres se acercan con curiosidad y saludan amistosos al grupo de tres hombres y dos mujeres blancas que bajan de dos vehículos todoterreno cargados hasta los topes de ruedas, bidones de gasolina y utensilios para sobrevivir por desiertos, estepas y bosques africanos.
Los peul son negros y practican el islamismo. Orgullosos de su piel poco oscura, origen y tradiciones –en el pasado fueron una sociedad de castas con nobles y esclavos–, son patriarcales, y el jefe de familia puede tener hasta tres esposas. Rostros finos, nariz ligeramente aguileña, espigados y de movimientos desmadejados, como gacelas cansinas, ellos. Guapas, alegres, llenas de abalorios y plata, ellas. Ropajes multicolores que dejan cara, brazos y escote al descubierto, y en la cabeza, llamativos tocados africanos por los que asoma el cabello recogido en trencitas.
De incierto origen oriental, situado en la zona del mar Rojo, los peul son uno de los más importantes grupos humanos del oeste africano, del Sahel a la zona tropical. (...)
El campamento de diez familias, unas ochenta personas, lleva más de 20 años levantando sus chozas en este lugar durante seis meses al año. Un alto en el nomadeo que pronto puede convertirse en estable. Ganaderos, pero también cultivadores de mijo, viven una etapa de rápida sedentarización que está modificando su ancestral cultura.
Por eso, la de los peul es una de las 60 tribus que el antropólogo y catedrático de la Universidad de Salamanca Francisco Giner Abati ha incluido en la investigación Los últimos indígenas, a la que lleva dedicado una parte de su vida, y origen de una expedición del mismo nombre que en estos momentos recorre Africa. ¿Objetivo? Comprobar los efectos de la globalización entre algunos de los pueblos “menos contaminados”. “Si quieres estudiar al hombre, tienes que cogerlo en su medio natural, en contacto con la naturaleza, donde se manifiesta espontáneamente. Lo ideal sería ver tribus que no hubieran tenido contactos exteriores, pero eso es ya casi imposible”, dice un Giner que se remonta a su adolescencia, cuando descubrió las diferentes culturas africanas, para hablar de una pasión que no le deja reposar. (...)
En sus documentales han quedado grabados los nuba que cautivaran a la alemana Leni Riefenstahl, “hoy destrozados”; los afar de la líder tribal Evo Komando, con la que Giner compartió jornadas el año pasado: “Es un pueblo muy ingenioso que enfría el vapor que emana de las grietas volcánicas para obtener agua potable.” (...) “Lo que pretendo al documentar algunas de las más remotas y menos aculturadas sociedades de Africa, enfrentadas a los desafíos de la globalización, es ayudar a una reflexión que puede hacer nuestra sociedad, porque estos grupos primitivos tienen todavía algo que nosotros hemos perdido. No se trata de volver a las cavernas, sería absurdo, pero sí de aprender de los valores que conservan: la hospitalidad, la amistad, la familia o la relación armónica con la naturaleza.”
Como contrapartida, mantiene que los occidentales podemos enseñarles a no caer, en su tránsito inevitable a la civilización industrial o posindustrial, en los errores que nosotros hemos cometido. “En esas tendencias que afectan a nuestra salud física, social y psicológica, y que producen enfermedades modernas como la depresión, la obesidad o el estrés, que ellos desconocen. Mi propósito es comprender los aspectos universales del ser humano y su diversidad cultural, y todo esto no tiene sentido, al menos para mí, si no se divulga. No puede quedarse sólo en un trabajo científico para la universidad.”
Hausas y peul, el grupo étnico más grande de Africa Central y muy ligado al Islam (más de 4 millones en Níger), conviven y, en ocasiones, se mezclan. Sus poblados son parecidos, aunque los hausas, sedentarizados y tradicionalmente más comerciantes y activos, disfrutan de mejor nivel de vida. Siempre dentro de un orden. La mejoría supone más esposas o más burros y cabras, quizás alguna vaca, pero las cabañas de adobe de ambos son igual de míseras e insalubres; sus niños corretean entre la porquería sin poder ir a la escuela, y los insectos y parásitos les asedian por igual. Su alimentación se compone de mijo, algo de arroz, maíz y leche; y, en raras ocasiones, la carne de alguna cabra o cordero. Unos y otros sufren de malaria y tuberculosis. La mortalidad infantil es alta, y la esperanza de vida no llega a los 45 años.
Africa puede engañar en su apariencia. El continente negro regala unos paisajes tan impactantes y unas imágenes humanas tan fuertes y coloristas que, con frecuencia, escamotean la dura realidad: la miseria, la enfermedad, la falta de agua potable (cada segundo muere un niño por su ausencia), la explotación de mujeres y niños, el sida, la malaria (un millón de muertos al año, la mayoría en Africa), la desnutrición y el analfabetismo. Todo ello rodeado de suciedad y legiones de implacables moscas. Y Níger es, según la ONU, el país más pobre del mundo. (...)
Cruzamos lo que fuera el antiguo y poderoso reino de Bornu y pronto nos encontramos en las primitivas márgenes del lago Chad. Se puede imaginar, aunque ya no hay agua, lo que debieron de sentir Clapperton, Denham y Oudney, extasiados ante la vista de aquel enorme lago, un auténtico paraíso después de atravesar un desierto plagado de esqueletos humanos. “Pelícanos, grullas de cuatro y cinco pies de alto estaban a pocos pasos de mí, espátulas inmensas de un blanco de nieve, patos, cercetas, chorlitos de patas amarillas y un centenar de especies de aves acuáticas desconocidas”, escribió Denham. Corría 1823, y fueron los primeros europeos en llegar a sus orillas y contarlo.
Pero el paraíso ya no existe. La falta de lluvia y prolongadas sequías de la zona han reducido el que fuera, hasta los años ’60, uno de los lagos más grandes del mundo a poco más del 3 por ciento de su superficie. De 26 mil a 900 kilómetros cuadrados. Y se prevé que en unos años puede desaparecer. (...). z
* De El País Semanal.
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