Domingo, 13 de enero de 2008 | Hoy
SANTA CRUZ > TRONCOS DE PIEDRA EN LA ESTEPA
A 135 kilómetros de las localidades de Jaramillo y Fitz Roy, en el nordeste de la provincia, se encuentra uno de los mayores bosques petrificados del mundo, con troncos de 30 metros de largo y 3 de diámetro, que en algunos casos permanecieron en pie por 150 millones de años.
Durante el período Jurásico –hace 150 millones de años–, casi toda la Patagonia estaba cubierta por densos bosques pantanosos rebosantes de vida, donde sobresalían helechos gigantes y árboles de 100 metros de altura emparentados con las actuales araucarias. Era la época de los dinosaurios, cuando por el cielo donde hoy planean los cóndores andaban los reptiles voladores.
La otra gran diferencia es que la Patagonia era una gran planicie donde todavía no se había levantado la Cordillera de los Andes. Y además, la actual América recién comenzaba a separarse del continente africano (y por lo tanto no existía el Océano Atlántico). Pero este idílico paraíso se diluyó hasta no quedar un solo rastro de él sobre la tierra. Por un lado, un gran avance del mar hace 40 millones de años –fruto de los desplazamientos continentales– cubrió de agua gran parte de la Patagonia. Y con “leves” intervalos de varios millones de años, los continentes se fueron separando mientras el desplazamiento de la placa submarina de Nazca provocaba el levantamiento de la cordillera. La muralla de los Andes frenó así el paso de los vientos húmedos que llegaban del Pacífico con su carga de agua. Casi sin lluvias, el vergel patagónico se transformó en la desolada estepa.
En los inicios del Cretácico, junto con la aparición de la cordillera, brotaron por doquier los volcanes que terminaron casi con todo vestigio de vida y tapizaron el suelo con una mortaja de cenizas y lava solidificada. Y por si fuese poco llegaron finalmente las glaciaciones, que cubrieron algunos sectores de la Patagonia con masas de hielo de hasta mil metros de altura.
A pesar de todo, aquellas inconmensurables fuerzas agotaron su energía: el mar retrocedió en la primera mitad del período terciario, los volcanes se apagaron y los hielos se retiraron por donde vinieron. Y al final de aquellos cataclismos los bosques renacieron junto a las montañas y apareció el hombre caminando tranquilamente por las planicies. Pero lo más curioso de todo esto es que, con el paso de los siglos, la lluvia y el viento se ocuparon de desenterrar los vestigios de aquel viejo paraíso que habían sepultado las colosales turbulencias de la naturaleza, trayéndolos al presente casi intactos (sólo que convertidos en piedra). Así salieron a la luz esqueletos completos de dinosaurios, organismos microscópicos y los famosos troncos petrificados, algunos incluso todavía en pie, que se pueden ver hoy en el Monumento de los Bosques Petrificados.
Esta reserva natural creada en 1954 abarca 61.228 hectáreas y es una muestra muy representativa de la estepa patagónica: vegetación achaparrada y espinosa, y pastos ralos como el coirón, que viven en la aridez absoluta, castigados constantemente por el viento. En ese desolado paisaje está uno de los mayores bosques petrificados del mundo, con troncos de treinta metros de largo y tres de ancho. La caminata por el sendero turístico de 2 mil metros entre esos testimonios de piedra del paraíso perdido despierta en el visitante la imaginación y la reflexión sobre una dimensión sobrehumana del tiempo: algunos de esos grandes troncos permanecieron erguidos bajo tierra durante 150 millones de años.
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