Dom 22.09.2002
turismo

GRAN BRETAÑA PALACIOS Y CASTILLOS DE LA CORONA INGLESA

Un turismo muy real

Según una encuesta realizada en Londres, el mejor argumento para preservar la monarquía inglesa es su atractivo turístico. Quizá por eso, este año, en conmemoración del 50 aniversario del reinado de Isabel II, se organizó un relanzamiento turístico de palacios y castillos de la corona. De la milenaria fortaleza de la Torre de Londres, donde fueron decapitadas dos esposas de Enrique VIII, al majestuoso palacio de Hampton Court y el Castillo de Windsor.

Por Julián Varsavsky

Unos años atrás, el diario londinense Daily Express publicó una encuesta en la que consultaba a los lectores acerca de cuál era el mejor argumento para preservar la institución monárquica. Y la respuesta mayoritaria fue “el atractivo turístico”. Las razones no son menores, porque –por ejemplo– cada año 2 millones de personas visitan la Torre de Londres y unos 8 millones, el Palacio de Buckingham y el cambio de guardia.
No es que los extranjeros sientan una devoción especial por la corona británica, sino que tanto furor real se explica claramente por el incalculable valor histórico y arquitectónico de edificios como Hampton Court, Kensington y el Castillo de Windsor, entre muchos otros, en los cuales hay quienes encuentran allí una proyección de carácter inglés.

La Torre de Londres El castillo junto al Támesis llamado The Tower of London –la mayor atracción turística de la ciudad– ha estado asociado a la historia londinense desde la época de la conquista normanda en 1066. En ese mismo lugar Guillermo I El Conquistador ordenó construir una fortaleza de madera que luego fue suplantada por otra de piedra. Ese edificio original que le dio nombre al complejo aún mantiene sus líneas de estilo normando gracias a que ningún asedio pudo destruirlo. A su alrededor fue creciendo durante el Medioevo una pequeña ciudad amurallada dentro de otra ciudad, donde residieron los reyes británicos hasta la muerte de James I, en 1625. El edificio más antiguo de este complejo es la Torre Blanca, erigida por Guillermo I, que bien podría decirse que fue el corazón de todo el imperio británico y su larga y sangrienta historia. Sus muros resguardan una grandiosa colección de armaduras reales que incluye verdaderas joyas de la armería artesanal desde el siglo XVII en adelante. Las paredes están llenas hasta el techo con grandes rifles con incrustaciones de piedras preciosas, armaduras para caballos, hachas y lanzas de acero. En otros cuartos hay piezas de artillería de todo tipo, y balas de cañón que miden medio metro de diámetro.
A la salida de la Torre Blanca un cartel advierte: “cuidado, los cuervos muerden”. En el pasado las personas decapitadas eran exhibidas en público y los cadáveres quedaban a merced de los cuervos, que de esta forma pasaron a ser relacionados con la muerte. Los cuervos que habitan la Torre de Londres le dan al complejo el toque tenebroso que posee desde hace varios siglos. Estas aves terminaron por convertirse en verdaderas “intocables”, ya que están protegidas por decreto real. Se considera que si huyeran de la fortaleza, la corona británica se desmoronaría junto con los restos del imperio. Por las dudas, todos los cuervos tienen las alas cortadas, e incluso son cuidados por uno de los 40 guardas de honor que desde el siglo XIV tienen a cargo la seguridad del lugar, y que ahora combinan esa función con la de guías turísticos.
La presencia de los cuervos y su evocación de la muerte se combina a la perfección con los episodios históricos ocurridos en la Torre de Londres. La visita a la Torre Sangrienta incluye el ingreso al cuarto donde fueron asesinados los hermanitos Richard y Edward V, los príncipes herederos del fallecido Edward IV. Se cree que la orden provino del tío y “protector” de los niños, el Duque de Gloucester, quien en 1483 se hizo coronar como Ricardo III, el siniestro personaje que inmortalizó Shakespeare. Como es “lógico”, el fantasma de los niños mora en el castillo, junto con los de varios otros decapitados por orden del famoso Enrique VIII, entre ellos las dos esposas del rey, Ana Bolena y Catalina Howard. Para llegar al patíbulo donde ocurrieron estos hechos, se debe ingresar a la Torre Verde.

Hampton Court El palacio real de Hampton Court, al sudeste de Londres, es considerado por muchos como la expresión más acabada de la estética real inglesa. La fastuosa opulencia del palacio y el refinamiento artístico de la decoración interior se combinan de manera majestuosa. Y la pulcritud extrema de los jardines parece la proyección de la simetría milimétrica de la arquitectura del palacio. Hampton Court fue el centro de la vida política cortesana de la corona inglesa entre 1529 y 1737. Hasta allí llegaban los reyes navegando por el Támesis desde la Torre de Londres para instalarse largas temporadas. Generalmente se relaciona este palacio con Enrique VIII, quien en 1540 encargó la primera gran construcción de Hampton Court, en la cual gastó 62.000 libras, una verdadera fortuna para la época. El rey tenía 60 residencias en todo el reino y, como ésta era una de sus preferidas, la equipó con canchas de tenis, un parque de caza de 1100 acres y una cocina monumental de 36.000 pies cuadrados que aún hoy se pueden visitar.
Pese a las remodelaciones barrocas que se hicieron en el siglo XVII, en el interior del palacio queda bastante del aspecto que tenían algunos cuartos y la Capilla Real en la época de los Tudor.
Los Salones Wolsey de Hampton Court contienen una parte importante de la mayor colección privada de arte del mundo –La Royal Collection–, acumulada a lo largo de 500 años. Lo mejor de estas obras adquiridas por la corona en los siglos XVI, XVII y XVIII se exhibe en los salones del palacio, en el mismo lugar donde fueron instaladas originalmente. Allí pueden verse cuadros de grandes pintores como Van Dick, Rubens, Mantegna, Brueghel, Bronzino y Correggio. A diferencia de otros palacios europeos, semivacíos porque su decoración fue enviada a los museos, Hampton Court mantiene su decoración original, incluyendo valiosos tesoros de la mueblería real como sofisticados espejos, camas con un techo de 6 metros de alto y un cortinado, estatuillas, tronos, piezas de porcelana y grandes relojes de pie.

El Castillo de Windsor Este legendario castillo, ubicado 38 kilómetros al oeste de Londres, es el más grande de Inglaterra, y uno de los pocos en el mundo que sigue cumpliendo funciones de palacio desde hace más de 900 años, de manera ininterrumpida. Al salir de la estación de trenes del pueblo de Windsor y dirigir la mirada hacia la izquierda, aparecen en lo alto de una colina los descomunales muros de piedra gris del castillo. Estamos en una de las residencias oficiales de la reina, que originalmente fue construida por Guillermo I “El Conquistador” en 1080.
A lo largo de los siglos, Windsor se fue ampliando y hoy llega a cubrir un área de 5 hectáreas que alberga joyas arquitectónicas como la Capilla de San Jorge, una de las mejores muestras del gótico inglés, y las tumbas de una decena de monarcas.
En el interior del castillo se visitan los Departamentos de Estado, decorados con toda clase de tesoros, fruto de los años de colonialismo: un trono tallado en marfil traído de la India hace 250 años, una cabeza de tigre de oro, jarrones chinos, palanquines, mesitas nacaradas, espadas rebosantes de esmeraldas y rubíes, y estandartes reales colgando de trompetas a la altura del techo.

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