SAN JUAN > JáCHAL, LA CUESTA DEL VIENTO Y RODEO
El norte de San Juan propone un circuito donde la aventura da paso a la historia. De localidad en localidad, al pie de una naturaleza imponente, pueblos silenciosos, termas, capillas blancas de adobe y un dique donde reina el viento sorprenden por su belleza y tradición.
› Por Graciela Cutuli
En el imaginario argentino, San Juan es el Valle de la Luna, y una higuera bajo la cual tejía en su telar doña Paula Albarracín, la madre de Sarmiento. Un paisaje imponente por un lado, representativo de la Argentina de naturaleza monumental, y una imagen histórica por otra, de los tiempos fundacionales del siglo XIX. Sin embargo, aquí en el corazón de Cuyo hay un mundo por descubrir: es un mundo hecho de pueblos pequeños, de capillas blancas que contrastan con un cielo eternamente celeste, de huellas de las culturas primitivas y vestigios de los primeros tiempos de la colonia, que conservan recuerdos de antiguos saberes y oficios. Saliendo desde San Juan hacia el norte, recorriendo un circuito que describe una suerte de lazo y vuelve a la capital provincial, es posible asomarse a estos lugares que tanto invitan al turismo activo –tienen para ellos paisajes privilegiados– como a la contemplación y el descanso.
El rumbo está puesto hacia el norte, por la ya mítica Ruta 40. ¡Qué lejos están los días en que para recorrer este tramo hacían falta dos días a caballo! Ahora alcanzan unas horas para atravesar el desierto, pero el paisaje arenoso y árido le sigue prestando sabor a aventura. Sólo al acercarse hacia Jáchal empiezan a verse plantaciones de olivares y cebollas que anuncian la llegada a una suerte de oasis precordillerano, cuyo núcleo colonial pereció en un terremoto pero que hoy recibe a los visitantes con toda la hospitalidad de sus casonas de adobe y la Iglesia de San José, declarada Monumento Histórico Nacional. Su principal tesoro es un Cristo Crucificado de tamaño natural oriundo de Potosí, traído a fines del siglo XVIII, y también conocido como “El Señor de la Agonía”.
Jáchal es el punto de partida para un circuito que recorre una serie de molinos harineros, que también son monumentos históricos y son mudos testigos de los momentos más prósperos de la economía regional. Los molinos fueron instalados gracias al cultivo de trigo en la región, desde los tiempos coloniales, gracias a los sistemas de regadío. En la zona de Tamberías se levanta el Molino de Sardiña, construido en torno de 1880 por un ingeniero español. A principios del siglo XX pasó a manos de la familia Sardiña, que hoy día mantiene su estructura original: planta baja, primer piso, sótanos, sala de limpieza y de usos múltiples, galpón y galerías. La maquinaria original, realizada en madera de algarrobo y quebracho, se conserva dentro del edificio principal de adobe. También se visita el Molino de Reyes, levantado en torno de 1845. Funcionaba (hasta 1970) con un sistema de cernido más rudimentario que el anterior, y conserva la maquinaria original, aunque no está en tan buenas condiciones como el Molino de Sardiña. Otro molino para visitar es el Del Alto o García, construido por un inglés y comprado en 1922 por Víctor Eleazar García, que fue agregando anexos hasta formar un amplio complejo industrial. Con noria de algarrobo y sistema de molienda a piedra, en 2005 se lo puso en funcionamiento nuevamente, con toda la maquinaria original. Finalmente, el circuito se completa con el Molino de Huaco, a 44 kilómetros de Jáchal; el Molino de Escobar, en Villa Iglesia; y el Molino de Bella Vista, sobre los terrenos donde acampó, en 1817, parte del Ejército de los Andes.
Dejando atrás los molinos se llega a Rodeo, un centro de producción agrícola y artesanal que sirve de punto de acceso al Dique Cuesta del Viento. Este embalse de 3 mil hectáreas se destaca completamente del resto del paisaje, gracias a su espejo de aguas verdes que contrasta con las tonalidades, violáceas, sepia y oscuras de las montañas circundantes: es decir, algo así como un valle lunar inundado, que hace pensar antes que nada en que merecería ser más conocido en el mapa turístico argentino. Aquí y allá, algunos islotes solitarios asoman en las aguas del lago. Desde aquí se pueden tomar excursiones a caballo o emprender circuitos de trekking; pero quienes no quieran despegarse del agua preferirán animarse al rafting en el río Jáchal, o bien intentar el windsurf en las aguas del embalse. Sin duda, es un lugar ideal, como ya lo anuncia su nombre: aquí se forma una suerte de embudo, en el lugar preciso donde ingresan al valle las corrientes de aire, y se generan ráfagas de gran velocidad ideales para impulsar las velas sobre la superficie turquesa del lago.
No demasiado lejos de este lugar cautivador se descubren las Termas de Pismanta, que están entre las principales de la provincia. Se trata de aguas mesotermales, volcánicas y livianas, con temperaturas que oscilan entre los 38 y 45 grados: junto a Pismanta se construyó un hotel donde se pueden tomar baños en piletas individuales y grupales. La experiencia permite volver renovado, y a los primerizos en materias termales les revela las razones por las que tanta gente peregrina en busca de estas aguas regaladas por las entrañas de la tierra con propiedades relajantes y curativas.
Siempre oscilante entre naturaleza e historia, el camino sigue en Achango, apenas un puñado de casitas bajas dominadas por la blanca silueta de la capilla local. Aquí se desconciertan las crónicas: nadie sabe con exactitud cuándo fue levantada, pero se supone que es anterior a 1650. Durante muchos años fue el oratorio de un establecimiento rural: hoy es una de las grandes reliquias sanjuaninas, restaurada con cuidado para volver a brillar de blancura entre las montañas, con su techo de algarrobo y tiento, y sus paredes de treinta centímetros de espesor. Es difícil llevarse del viaje una imagen más bella que la de esta capilla austera y sencilla, pero resplandeciente, sobresaliendo en lo alto del paisaje a medida que el visitante vuelve a alejarse para regresar a la capital provincial.
Si siguiéramos hacia el oeste, llegaríamos hasta el paso internacional del Agua Negra, que cruza hacia Chile a la altura de La Serena; pero esta vez hay que quedarse dentro de las fronteras y retomar camino hacia el sur. A medida que se desciende por la Ruta 436, quedan atrás el pueblo de Las Flores, un centro de agricultura con sencillas casas de adobe, y hacia el oeste la Sierra del Tigre y de la Invernada. La última parada antes del fin del viaje es en las Termas de Talacasto, a cuyos piletones de entre 28 y 30 grados se puede bajar para tomar un baño (aunque no hay más servicios en el lugar). Entre los cerros es posible realizar aquí recorridos a pie, y quienes tengan la vista ágil tendrán sin duda la sorpresa de encontrarse con restos de antigua vida marina... Aquí, precisamente, donde el mar parece no pertenecer sino a las leyendas. Y ahora sí, cuando queda atrás Talacasto en el horizonte sólo espera San Juan, punto final de un recorrido que amplió en nuestros mapas la significación de este retazo de la provincia, y le puso a cada punto en el mapa todos sus colores, relieves e historia.
En estos días, San Juan está de fiesta: del 19 al 23 de febrero se realiza la Fiesta Nacional del Sol, que se desarrollará en tres escenarios: la Feria Gastronómica a realizarse entre el 19 y el 22 de febrero en el Predio Ferial; el Carrusel del Sol, desfile de carruajes simbólicos que tendrá lugar el viernes 22 en calles céntricas de la ciudad provincial; y el espectáculo final que se llevará a cabo la noche del 23, a partir de las 22, en el Autódromo El Zonda - Eduardo Copello, con un gran despliegue escenográfico y artístico denominado “Recuerdos de San Juan”. Uno de los eventos centrales es la elección de la Reina Nacional del Sol, con un impresionante show de fuegos artificiales.
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