Domingo, 16 de marzo de 2008 | Hoy
SEMANA SANTA > EN JUJUY, PEREGRINACIóN DESDE TILCARA
Cada Lunes Santo parte desde las calles de Tilcara una peregrinación muy concurrida. Unas seis mil personas y medio centenar de bandas de sikuris suben en fila por los cerros hasta el santuario del Abra de Punta Corral, a 3480 metros de altura.
Por Julián Varsavsky
Son aproximadamente medio centenar de bandas de sikuris –de unos 40 integrantes cada una– que avanzan tocando su música por la montaña. El paisaje es desolado, con cerros de colores y arbustos ralos, y los peregrinos van a buscar la imagen de la Virgen de Copacabana para bajarla en andas, siguiendo así un rito originado en Bolivia que se extendió por casi toda Latinoamérica. La procesión llevará a la virgen desde el santuario hasta la iglesia de Tilcara en procesión.
EL ORIGEN Se supone que ya en el siglo XVII se adoraba a la virgen de Copacabana en la Quebrada de Humahuaca. Su santuario original es el de Punta Corral –no es el mismo que el del Abra de Punta Corral– y se levantó en las soledades de la montaña, en un lugar donde la virgen se habría aparecido a un poblador.
Según ciertos documentos, antes de 1920 los promesantes bajaban desde la montaña en procesión a Tilcara con la virgen a cuestas. Pero por una serie de diferencias con los vecinos del pueblo de Tumbaya, la celebración se dividió en dos hacia 1970. Por eso en el Abra de Punta Corral, a pocos kilómetros del santuario original, se levantó en 1971 otra capilla similar –con una nueva talla de la virgen–, pero dentro de la jurisdicción del departamento de Tilcara. A partir de ese momento existen las dos procesiones en la misma fecha, aunque la de Tilcara es mucho más masiva.
LA PROCESION La caminata de peregrinación al Santuario del Abra de Punta Corral es de 27 kilómetros, y la gente de la zona la cubre en unas cinco a siete horas. En el camino hay vendedores de todo tipo que llevan sus mercancías a lomo de caballo, burro y mula, y ofrecen carne de cordero y chivo, quesos, picantes de mondongo y de pollo, sopa de cabeza de cordero, locro y chicha de maíz y maní. También se venden bebidas alcohólicas y muchos toman el agua de las vertientes.
Además de la gente, los integrantes de las bandas de sikuris también ascienden la montaña. En realidad, son el eje de la celebración. Ser parte de una banda es un gran honor para los tilcareños –al menos un cuarto de todos ellos lo son– y según se dice en Tilcara, “subir al cerro por fuera de una banda es como no subir”. En la procesión marchan unas 6000 personas –muchas llegadas de otros lugares de la provincia y del país–, a las que se agregan unas 3000 más que reciben a la virgen en el pueblo.
La festividad comienza quince días antes de la Semana Santa, cuando se traslada a la virgen desde la iglesia de Tilcara –donde permanece todo el año– hasta el santuario del Abra de Punta Corral, acompañada por unas pocas bandas de sikuris.
El Domingo de Ramos se inicia con las bandas concentradas desde la mañana en las afueras del pueblo, donde aparece el cura de la iglesia a lomo de burro simbolizando así la entrada de Jesús en Jerusalén. A lo largo de todo el lunes los devotos comienzan la caminata hacia el santuario. En general van bastante cargados, ya que la mayoría se queda dos noches en el cerro, durmiendo en carpa. Antes de partir, las bandas de sikuris pasan por la iglesia a recibir la bendición. Primero se encolumnan frente al templo y tocan “dianas”, “boleros” y “piezas” en la plaza. Luego entran a la iglesia de rodillas tocando una “adoración”.
En los senderos de la montaña –abiertos hace siglos por los habitantes de la zona–, las bandas tocan sus repertorios a lo largo de toda la noche del lunes y la madrugada del martes. Además se oyen los bombazos de los fuegos artificiales que estallan cuando una banda llega a cada uno de los nueve calvarios. En estas estaciones de la peregrinación hay unos altares de piedra donde se apoya a la virgen y las bandas se detienen a ejecutar sus melodías cargadas de contrapuntos y disonancias. Aquí se realizan algunos de los relevos.
Entre el mediodía y las 15 horas del martes, las bandas llegan al santuario para ingresar de rodillas interpretando música y luego tocan o besan el cajón de la virgen. También se camina un trecho más hasta el Cerro de la Cruz, donde hay otro calvario a casi 4000 metros de altura. Esta nueva procesión lleva dos horas de ida, con la mayoría de los músicos sin dormir desde el día anterior. Y a las 4 de la tarde, ya de regreso al santuario, se hace la Misa de los Sikuris, donde las bandas tocan otra vez, cada cual a su turno. Pero después todo se descontrola y se desata una puja por colocarse delante de la virgen, entre empujones, gritos y un caos de armonías que, para muchos, es el momento más intenso de la celebración.
El mismo martes también se realiza el sorteo de los relevos y las bandas se presentan en la “plaza” del santuario, mostrando sus ritmos más elaborados: dianas, boleros, morenadas, ataques, tinkus, kullaguas, sikuriadas y huaynos. La noche es la hora de las “cuarteadas” frente a la iglesia, un baile de dos parejas que descuartizan un cabrito en cuatro cuartos, algo así como un sacrificio que, evidentemente, la Iglesia Católica no pudo suprimir.
El miércoles a las 5 de la mañana es la misa de despedida y la procesión parte del santuario con la virgen en andas. Al llegar al pueblo la recibe una “guardia romana”, unos hombres con casco dorado y capa violeta que portan lanzas de madera. Y finalmente, con gran pompa, fuegos artificiales y un esfuerzo tremendo de las bandas por imponer sus melodías por sobre las demás, se entroniza a la virgen en su altar. Y todos la miran muy bien, porque se dice que año tras año está un poquito más grande. La prueba sería que cada vez que se la va a vestir, hay que agregarle un talle más a la ropa.
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