SUIZA > TURISMO Y LITERATURA
Ochocientos años de historia se cuentan a través de las salas del castillo de Chillon, a orillas del lago Lemán. Hoy es el sitio más visitado de Suiza, gracias quizás al poema “El prisionero de Chillon” de Lord Byron, cuya publicación atrajo en el siglo XIX a gran cantidad de viajeros ingleses, precursores del turismo en la región.
› Por Graciela Cutuli
En Suiza todo parece ordenado a propósito, como para salir mejor en la foto. La mano del hombre y el paso del tiempo han redoblado sus esfuerzos para lograr esta minuciosa perfección suiza, que no existe –según dicen tanto quienes la aman como quienes la odian– en ninguna otra parte del mundo. Hasta los castillos parecen haber sido construidos con fines más románticos que bélicos. Las realidades de ayer fueron borradas por la próspera y laboriosa sociedad suiza de hoy, y así la historia se convirtió en una fábrica de postales: como en Gruyère, en Schaffhausen, en Tarasp, en Morten y en tantos otros lugares de Suiza donde hay castillos o fortificaciones. El caso de Chillon es el más emblemático de todos, y su reflejo rojizo en las aguas azules del lago, al atardecer, es de hecho la imagen preferida de muchos visitantes. Este castillo es el sitio más visitado del país, y los lugareños cuentan que gracias a él Suiza se convirtió en el siglo XIX en pionera del desarrollo del turismo en Europa. Es verdad que Chillon tiene un marco perfecto: el lago que refleja su silueta, los Alpes que forman un telón blanco en el horizonte y la montaña cubierta de pinos y de palacios Belle Epoque que lo rodean. Por eso, los guías cuentan que hace muy poco una turista norteamericana no pudo ocultar su sorpresa luego de terminar su visita a las salas del castillo, exclamando: “Pues, ¡es un castillo verdadero!..”.
EL POETA QUE INVENTO EL TURISMO Suiza le debe mucho al turismo, y también hay que reconocer que el turismo le debe bastante a Suiza. Pero en la región de Chillon se dice que en realidad todo se le debe a Lord Byron. El poeta romántico inglés fue uno de los enamorados de Chillon y su región, en tiempos muy distintos a los actuales. La brillante Riviera suiza, que rivaliza en lujos y glamour con la Costa Azul y los balnearios de Cerdeña, no era más que una costa bordeada de pueblitos de pescadores pobres. El castillo era apenas un recuerdo del dominio de los berneses sobre la región. Pero el éxito del poema narrativo que Lord Byron dedicó al castillo, “El prisionero de Chillon”, atrajo a la región a numerosos ingleses, que comenzaron hospedándose en casas de familia. La “pequeña historia” cuenta que así fue que esta zona de la Riviera suiza empezó a recibir visitantes, y que para ellos se construyeron los primeros hoteles. Con el tiempo se convirtieron en palacios y los pueblos se transformaron en elegantes y sofisticadas ciudades. Y las familias inglesas se transformaron en turistas, cada vez más numerosos. Gracias a Lord Byron, el castillo y su prisionero...
Hay varias maneras de llegar al castillo, distante unos kilómetros del centro de Montreux. Pero para hacer honor al poeta inglés, las más románticas son el barco o la larga caminata de casi una hora a orillas del agua, desde el centro de la ciudad (en barco, en cambio, es una cuestión de minutos: entre el muelle de Montreux y el de Chillon hay solamente otra parada). Al pasar bajo la imponente silueta de la fortaleza se pueden tomar fotos desde el agua, ya que para anclar en el muelle la embarcación tiene que pasar relativamente cerca del pie del castillo. Es también la única manera de poder ver desde afuera dos pequeños balcones de madera arrimados a la muralla de la fortaleza encima del agua, a varios metros de altura. Si se elige la caminata, sin embargo, tampoco faltan los panoramas para sacar fotos. Los habitantes de Montreux dicen que su ciudad es una de las que más gasta en jardinería y espacios públicos per cápita en todo el mundo: y sin duda al borde de este camino, donde se cruzan los peatones, los ciclistas, los rollers y los monopatines, cada rincón parece cuidado con lupa. No hay una flor marchita, no hay un pedazo de césped sin cortar, no hay un metro del asfalto sin ser barrido. Parte del precio de la fama y la exclusividad de Montreux y la Riviera reside en estos espacios públicos. En buena parte del camino, el castillo es como el broche de oro de este marco y se presta a todas las fotos. Y basta un rayo de sol, o las primeras luces encendidas del anochecer, para que sea aún más fotogénico.
EL CASTILLO DE LAS ARTES Recientemente las infraestructuras para visitar el castillo fueron totalmente renovadas. Desde el pasado marzo se puede seguir un “itinerario de descubrimiento”, con guías o con i-pods que llevan los comentarios de cada parte de la visita pregrabados en varios idiomas. En total son 40 salas, patios y subterráneos para visitar en la fortaleza, que mide 110 metros de largo, 50 de ancho y cuya torre principal se eleva a más de 25 metros sobre la superficie del lago. No se conoce con exactitud la fecha o la época de su construcción, pero el castillo fue mencionado en escritos por primera vez a mediados del siglo XII. Sus muros encierran 800 años de una historia que lo hizo pasar entre las manos de los saboyanos, los berneses y luego al cantón de Vaud, su actual dueño. El sitio, como muchas veces pasa en Europa, ya estaba ocupado en épocas romanas y aun antes de los romanos, durante la prehistoria: es que esta gran roca, fácil de defender y a poca distancia de la orilla del lago, era un lugar predestinado para convertirse en plaza fuerte.
El castillo en su forma actual es el resultado de varias construcciones y varios estilos. La casa de Saboya fue dueña y señora del lugar hasta 1536: gracias a esta ubicación privilegiada, controlaba una de las principales vías de comercio entre el norte y el sur de Europa. Por su parte, los berneses que conquistaron la región para integrarla a la Confederación Helvética ocuparon el castillo hasta 1798 y lo utilizaron como fortaleza, arsenal y cárcel. No pocas salas de Chillon conservan recuerdos de la época bernesa, empezando por el emblemático oso que representa al cantón de Berna. Luego de la Revolución Francesa y de las guerras napoleónicas en Europa, se creó el cantón de Vaud para agrupar las regiones francohablantes entre Berna y el Lemán: así el castillo pasó a ser propiedad cantonal en 1803, tal como lo es hoy día.
Durante buena parte de su historia, Chillon sirvió de depósito y de cárcel más que de plaza fuerte. Su prisionero más famoso es el que hizo revivir Lord Byron en su libro: se trata de François Bonivard, un sacerdote ginebrino del siglo XVI encarcelado en 1532 por oponerse a las tentativas del duque de Saboya Carlos III de ocupar Ginebra. Fue liberado en 1536, con la llegada de los berneses, y convertido en un héroe libertario y patriota suizo. Lord Byron, sin embargo, no fue el único artista atraído por Chillon. También el filósofo Rousseau conoció el sitio y lo insertó en un episodio de la Nueva Eloísa (donde hace referencia asimismo al pobre Bonivard, encerrado en las salas subterráneas). El pintor Gustave Courbet pintó el castillo durante una estadía en la región en torno a 1870, y el escritor Henry James también lo utilizó como marco de una de sus novelas, Daisy Miller, de 1878. En otro orden, se muestra en Chillon un libro de oro con las firmas de celebridades que estuvieron de paso: desde la reina Isabel de Inglaterra hasta Salvador Dalí y, naturalmente, muchos presidentes de la Confederación Helvética.
VISITAS A LA CARTE Una de las salas más esperadas en el recorrido de la visita es la del prisionero Bonivard, por supuesto. Con el i-pod en marcha sobre los oídos y el folleto que se da en la entrada como mapa y guía, la aventura comienza para quienes eligen una recorrida sin los servicios de las guiadas para grupos. Hay que tener en cuenta que son muchas salas, muchos pasillos y muchas escaleras, de modo que quien no esté bien atento a las flechas pierde el sentido de la visita y saltea etapas. Lo bueno del i-pod es que permite ajustar los comentarios a estos desajustes de circuito, y que al fin y al cabo cada uno puede armar su propio recorrido personalizado sin perderse nada del castillo, o dedicando más tiempo a los sectores favoritos.
La sala del prisionero está, por supuesto, en la parte más baja del castillo, donde los muros se levantan sobre la roca misma. Es un poco decepcionante ver sólo una placa sobre una columna para conmemorar la cautividad de Bonivard y la obra de Byron, pero el castillo compensa con las salas de las partes superiores, con muebles, adornos, paredes decoradas y ventanas con magnificas vistas al lago. Chillon tiene en total cuatro grandes salas, donde los señores de Saboya organizaban banquetes y fiestas cuando la corte estaba de paso en el castillo. Los berneses protestantes, más austeros, impartían justicia en las mismas salas. Una de las más lindas e impactante es la Camera Domini, la habitación del señor, con pinturas murales del siglo XIV: ésta era la habitación del duque de Saboya. Otra experiencia que vale la pena es subir por las angostas y empinadas escaleras de madera hasta la parte superior de la torre principal. Desde allí se logra una vista hermosa sobre el lago, los Alpes y la orilla francesa, el valle del Ródano que llega de los Alpes valesanos para desembocar en el lago. El reflejo del castillo en las aguas rebosa de historias de los tiempos de Bonivard, los Saboyas, los berneses, Byron y muchos otros. Entretanto, los comentarios de los guías virtuales o reales los hace revivir en el camino de ronda de madera que vigila el castillo frente a la orilla, en las salas y los pasillos que suben y bajan formando un laberinto de rocas y piedras. El comentario de la turista que se dejó engañar por la perfecta postal del castillo y del paisaje vuelve a la mente al cruzar de nuevo el puente para volver a Montreux: “Es un castillo de verdad”. Con todo lo que un castillo tiene que tener: tragedias, prisioneros, vencedores y vencidos, glorias y banquetes. Aunque parezca que esto no puede haber pasado en un mundo tan perfecto como es la Riviera Suiza de hoy.
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