Domingo, 27 de julio de 2008 | Hoy
USHUAIA > EN EL CABO SAN PABLO
Encallado en la playa del cabo San Pablo, el buque carguero “Desdémona” descansa en soledad. La historia de un gigante del océano convertido en una estatua de hierro rojizo sobre la brillante arena fueguina.
Por Pablo Donadio
Buque mercante argentino. Carguero, 12,50 de manga, 77,70 de eslora y 19’ 5’ de calado. Construido en 1952 en Hamburgo, Alemania. Gemelo del “Ofelia” y del “Cleopatra”. Una hélice, 11 nudos de velocidad promedio... ausente sin aviso.
Morir en las aguas es el destino de los buques. O en un viejo taller. O como piezas reencarnadas en otro barco moderno. El “Désdemona” carga con el dolor de sentir en su piel de hierro el frío viento del cabo San Pablo, en la austral Ushuaia, cada día. Encallado la mañana del 9 de septiembre de 1983 entre las desembocaduras de los ríos Ladrillero y San Pablo, en uno de los rincones más lindos de Tierra del Fuego, ve pasar las horas y las caras de asombro de los turistas que llegan a fotografiarlo. Ahora sobre la arena, añora aquellos sacudones de alta mar, las gloriosas entradas a puerto y los viejos tiempos de carga.
Dicen algunos que su errante final fue la consecuencia de una fuerte sudestada, seguida de una inmediata gran bajante, una combinación que metería miedo a cualquier navegante con años de experiencia. Otros desconfiados habitantes de la zona, sin embargo, aseguran que “fue su propia compañía naviera la que lo hizo encallar”, ordenando la maniobra al capitán Germán G. Prillwitz, en viaje que realizaba de Comodoro Rivadavia a Ushuaia, con el fin de poder cobrar posteriormente el seguro por accidentes.
Como quiera que fuere, enorme e inmóvil, el barco descansa acompañado apenas por la lluvia, el sol y el incansable viento sureño, como quien se niega a enfrentar finalmente su destino.
TIEMPO ATRAS Vendido a Cormorán Líneas Marítimas en 1962, el “Desdémona” surcó el Atlántico de ida y vuelta con la prestancia de un coloso, hasta que el 9 de julio de 1983 dio la primera señal de alerta: el buque varó frente a Mar de Ajó, Buenos Aires, después de haber perdido sus dos anclas y cadenas. Quedó a cien metros de la orilla, pero logró zafar por sus propios medios, para dirigirse luego a Mar del Plata a efectuar las reparaciones de aquel susto, donde permaneció casi diecisiete días con la carga en su bodega. Menos de un mes después sufrió otra varada en Río Grande, Tierra del Fuego, de la cual también salió airoso. La tercera vez, como en las mejores ficciones, fue la vencida. Aquel septiembre su historia sufrió un corte abrupto, desde el cual se lo recuerda por las crónicas de sus naufragios más que por esos viajes de incesantes cargas para las que nació. Ya asumido el costo del naufragio y desechada la posibilidad de ponerlo sobre el agua, el barco se vendió a chatarreros para que lo desguazaran, pero las crecientes del mar hicieron tan difícil aquella empresa que ningún camión pudo llegar para cargar los restos.
En su tiempo de esplendor transportaba todo tipo de cargamentos, prestando servicios habitualmente desde la costa de Campana hasta Tierra del Fuego, pasando por los puertos de Comodoro Rivadavia y Río Gallegos. Si bien cuentan que se consiguió salvar algunas, en su interior aún están parte de las 20.000 bolsas de cemento de aquella última partida, que una vez mojadas permanecen junto a él como momias fosilizadas.
Pero si todo tiene un porqué, el “Desdémona” no escapa a la regla: la palabra etimológicamente es de origen griego, y puede traducirse como “desdichada”. El mismo nombre utilizó William Shakespeare para bautizar a la bella protagonista de su drama Otelo, reflejo de una historia de amor y celos enloquecidos.
Zona de historias de riesgo si las hay, el cabo San Pablo muestra un viejo faro al pie de un morro cercano al buque. Cuentan que cuatro años después de su construcción, en 1945, un movimiento sísmico le provocó una peligrosa inclinación a su torre, y logró mantenerse de pie de casualidad, tras tambalearse un buen rato. La consecuencia fue que hubo que retirar el equipo luminoso y desactivar su señal, algo equivalente a mandarlo a retiro. Atendiendo a esa experiencia y a metros de allí, otro faro más joven se levanta firme con una gran base que asegura no repetir aquel riesgo.
ZONA MISTERIOSA Expectante está el cabo San Pablo, deseoso quizá de una nueva historia. Pavimento 59 kilómetros y ripio otros 81, la cercanía con Ushuaia lo convierte en una buena alternativa para quienes llegan a la ciudad con aires de reposo. “Ciudad nocturna” en esta época del año, Ushuaia recibe el sol como una bendición: hace unas semanas acaba de celebrar con una megafiesta en todos los rincones de su ciudad la noche más larga del año (o el día más corto), que vio llegar la luz cerca de las 10 de la mañana, y retirarse unos minutos antes de las 17.
Desde allí el camino al cabo ofrece uno de los senderos más atractivos y zigzagueantes de la provincia, en el que es normal cruzarse con guanacos o zorros, y ser perseguido desde las alturas por la magna sombra de un cóndor. Al llegar pueden contemplarse las barrancas acantiladas del cabo, declinando hacia una playa sedimentaria donde se ubica la hostería San Pablo, enmarcada en el fabuloso escenario de montañas, bosques, mar y río. Distante algo más de una hora y media de Río Grande, las orillas de los ríos Ladrillero y San Pablo son las elegidas por los aficionados a la pesca deportiva. La comarca y la cuenca hídrica de la zona es famosa por sus variedades de truchas y como a los dos ríos se suma el Océano Atlántico, la otra preciada recompensa de los pescadores es el róbalo. Más allá, las casitas miran la costa de lejos, interrumpida extrañamente por una figura de hierro, acaso el vigía de las playas del cabo.
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