CUBA > EN EL ORIENTE DE LA ISLA
Una ciudad con aires de pueblo y raíz campesina, desbordante de vegetación. Tierra de coco, cacao y café, fue fundada por Diego de Velázquez en el año 1511. A 1000 kilómetros del malecón habanero, otra Cuba de ritmo más pausado y montaraz.
› Por Julián Varsavsky
Desde su fundación en el año 1511, Baracoa estuvo casi aislada del resto de la isla por el casi infranqueable macizo de Nipe-Sagua, cubierto por la selva. La única forma de llegar era por mar o avión.
Con la llegada de la Revolución se terminó una carretera que unió a Baracoa con Santiago de Cuba. Pero gracias a su largo aislamiento Baracoa perduró como una especie de reservorio de la cultura cubana más antigua y de raíz campesina, con singularidades casi únicas, donde todavía se ven muchas personas con los rasgos casi puros de los indios tainos. Con la música ocurre algo similar. Generalmente se dice que el riquísimo patrimonio rítmico de la música cubana deriva del son. Y el dato es correcto, pero a su vez el son habría surgido de otros dos ritmos más primitivos y lejanos: el nengón y el kiribá, que ya sólo existen en Baracoa.
Y también es un pueblo “afrancesado”, ya que la mitad de su población tiene apellido francés. Esto se debe a que más de un centenar de familias francesas llegaron a Baracoa tras la revolución haitiana de 1791.
CALMA CARIBEÑA El promedio anual de temperatura en Baracoa es de tres grados más que en el resto de Cuba, lo cual es mucho para el trópico. Por eso el calor ralenta la vida, que avanza a un tiempo más pausado aunque no anula la esencia inquieta del “espíritu Caribe”. En la ciudad más antigua de la isla –la que fue vanguardia y se quedó después en la retaguardia–, alguna vez las cosas llegaron primero y por cinco siglos lo hicieron siempre después. Con el turismo pasó algo similar. De hecho, recién ahora comienza a desarrollarse. Por eso, esta ciudad con aires de pueblo ofrece un viaje a la Cuba más profunda y montaraz, a 1000 kilómetros del malecón habanero, como un remanso con exuberante vegetación tropical y lindas playas.
En Baracoa viven unas 80.000 personas. Las barriadas son bullangueras y parlanchinas, pero sin la contaminación ruidosa del exceso de autos. Hay muchas bicicletas y bicitaxis, e incluso uno de los medios de transporte público es el carro tirado por caballos. Aunque en general se puede llegar caminando a todas partes. Así que la gente camina sin cesar y la sociabilidad innata de los cubanos se manifiesta a toda hora. Como por ejemplo los grupos de amigos que sacan una mesa a la vereda y se pasan horas jugando al dominó, tan concentrados como en un juego de ajedrez. Y como buen pueblo a la antigua, tiene su banda municipal que ante cada evento corta la calle y ofrece un repertorio que va de Matamoros a Ravel. En la plaza frente a la iglesia se dan cita músicos más espontáneos, gente de cualquier edad que llega con sus guitarras de cuerdas viejas y también un “tres”, bongoes, algún tambor y hasta maracas, que tocan hasta cualquier hora –matizado con baile– y por puro placer. “Vendo ricos mangos de mamey / piñas qué deliciosas son / como labios de mujer.”
ECOTURISMO TROPICAL Baracoa es una Meca del ecoturismo de Cuba, ideal para aquellos que disfrutan de las caminatas por la espesura de la vegetación tropical. El trekking más espectacular es el que sube a la cima de El Yunque –una meseta solitaria invadida por la selva– por un sendero de 4 kilómetros de dificultad media. Al comienzo del trayecto se atraviesan cultivos de coco y cacao y se vadea el refrescante río Duaba con el agua hasta la rodillas. La vegetación es muy tropical, el ambiente sofocante y la biodiversidad maravillosa: pájaros carpinteros, tocororos y zunzunes. Y entre la vegetación sobresalen las palmeras real y la yuruguana.
El otro sitio de ecoturismo que se visita desde Baracoa es el Parque Nacional Alejandro de Humboldt, el más importante del país en lo que hace a biodiversidad y especies endémicas como las polimitas, un caracol de exóticos colores que se aparea sobre los árboles en cópulas de 4 horas. Y estando en Cuba, no podían faltar las playas. Al oeste de la ciudad, hay una sucesión de rincones vírgenes como las playas Duaba y Barigua. Y a 20 kilómetros de Baracoa está Villa Maguana, con arenas blancas y un pequeño complejo turístico frente al mar de aguas transparentes.
QUINTAESENCIA ORIENTAL A diferencia del famoso pueblo colonial de Trinidad, Baracoa no tiene su grandilocuencia arquitectónica. Si está, de todas formas, un poco sostenida en el tiempo. Las casas tienen grandes puertas y ventanas siempre abiertas para recibir los vientos alisios que llegan desde el mar. Predominan casas bajas de a lo sumo dos plantas, muchas de ellas de madera con teja francesa. Y aun sin los fastos habaneros, en las casas sencillas del siglo XIX se ven balaustradas de madera torneada y algunas mamparas antiguas con cristales. Otras son casas neoclásicas con espléndidos portales y mucho del eclecticismo reinante en la Cuba de la primera mitad del siglo XX. En los campos de alrededor sobreviven también muchos bohíos, casas campesinas con techo de palma a dos aguas y paredes de madera.
En 1652 Baracoa fue incendiada por piratas franceses y a mediados del siglo XVIII los españoles erigieron dos castillos para defender esta entrada a Cuba. Hoy, uno de ellos es el museo de la ciudad, y el otro fue convertido en el hotel El Castillo. Desde el impresionante mirador de ese hotel ubicado en lo alto de una colina se ve la ciudad desbordada por una vegetación tropical que sobresale entre los techos de las casas. Esa postal del trópico exuberante, es la quintaesencia oriental de Baracoa, casi un enclave donde todo adquiere otra dimensión, desde la música y la cadencia al caminar, hasta una gastronomía única en toda la isla. Y al decir de Alejandro Hartman –el respetado historiador oficial de la ciudad– Baracoa también tiene su propio viagra de receta indígena, hecho con ralladura de testículos de tortuga carey, “que convierte al hombre en una máquina; y ahí está para comprobarlo el caso de Daniel Ciclón, con 24 hijos de la misma mujer”.
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