COLOMBIA > UNA VISITA A BOGOTá
De paso hacia Cartagena de Indias o las playas de San Andrés, un recorrido por la capital colombiana para conocer el deslumbrante Museo del Oro y las callejuelas coloniales del barrio La Candelaria.
› Por Julián Varsavsky
Al salir del aeropuerto de El Dorado rumbo a la ciudad de Bogotá, la mayoría de los viajeros que llegan por primera vez se sorprenden bastante. Se recorre una amplia y luminosa autopista mientras a los costados se extienden barrios enteros que responden al mismo patrón de elegantes edificios bajos con ladrillos a la vista y muchos espacios verdes alrededor. Quien se quede unos días descubrirá que el perfil urbanístico de Bogotá se repite bastante y que el agradable aspecto inicial de la ciudad no es exclusivo de un solo sector.
En segundo lugar a Bogotá se la percibe a simple vista mucho más segura de lo que uno suele imaginar. Aunque también es cierto que la presencia constante de la seguridad privada, según como se la mire, puede llegar a intimidar. En verdad Bogotá ya no es la que era, porque ha cambiado mucho en los últimos dos lustros resultado de dos gobiernos municipales de centroizquierda a los que se les ha reconocido, casi por unanimidad, el éxito en cambiarle la cara al espacio público, incluso en los barrios más pobres de los suburbios. Comparada con otras capitales latinoamericanas a Bogotá se la ve bastante más habitable y no se trata simplemente de la recolección de la basura sino que hubo también un cambio fundamental en el transporte público, gracias a la creación del Transmilenio. Esto implicó por un lado el reemplazo de viejos autobuses por otros de color rojo, espaciosos y bien ventilados, que van de a dos unidos por un fuelle como los que se ven en las calles de La Habana. Pero lo singular es que circulan sin atasco alguno por carriles exclusivos que van por las principales avenidas y calles de la ciudad. En ese sentido remiten un poco a los viejos tranvías que no se salían nunca del circuito preestablecido. Pero además los pasajeros esperan el Transmilenio sobre plataformas con puertas de vidrio automáticas donde hay paradas para las diferentes líneas. De alguna manera, suplen la ausencia de un metro en la ciudad.
Gracias al Transmilenio no sólo mejoró la circulación sino que se redujo a niveles asombrosos la polución (es más cómodo el Transmilenio que el auto común, sobre todo en el centro). Por otra parte en Bogotá no se vive la sensación de hacinamiento y falta de horizonte visual que ocasionan las hileras de rascacielos, ya que por estar en zona sísmica no se construyen muchos edificios altos. Además hay cantidad de espacios verdes en cada barrio y 200 kilómetros de ciclovías. Existe por supuesto un distrito moderno con altos edificios espejados y también barrios con marcada identidad, como el muy inglés La Merced o el colonial de La Candelaria. Este barrio es sin dudas el más interesante de la ciudad y un adelanto de lo que espera a los viajeros de paso hacia Cartagena de Indias. “Esta casa fue la última que albergó en Bogotá al Libertador; de aquí salió el 8 de mayo de 1830 para no volver jamás”, reza un letrero en una hermosa casona colonial color pastel con patio interno en la Calle 5. En La Candelaria todavía sobreviven los viejos techos de tejas rojas de las casonas de dos pisos con ventanas muy altas con hojas y rejas de madera torneada. También llaman la atención las veredas muy angostas y el deslumbrante frente de la catedral de la ciudad, frente a la gran Plaza Bolívar, donde también está el Palacio de Justicia, escenario de aquella famosa toma del M-19 en 1985.
Pero más allá de su impronta colonial, La Candelaria también tiene el espíritu propio de una zona bohemia y universitaria, con barcitos llenos de jóvenes que a la salida de clase, a pleno sol, se bailan una salsita o un vallenato entre cafés y almojábanas.
ORO PREHISPANICO En La Candelaria está el famoso Museo del Oro de Bogotá donde se exhiben 50.000 piezas de oro, cerámica y piedra, consideradas una de las colecciones de orfebrería prehispánica más completas del mundo.
En el segundo piso del museo se exponen las obras de las culturas Tumaco, Nariño, San Agustín, Tierradentro, Tolia, Quimbaya, Calima, Sinú, Tairona y Muisca. En el tercer piso están algunas de las piezas más deslumbrantes, verdaderas obras de arte con sello único de autores anónimos que abarcan 1500 años de producción artística. Pero la pieza emblemática del Museo del Oro es una balsa en miniatura de la cultura Muisca cuyo contenido simbólico encierra gran parte de la cosmogonía indígena de la región. Esta balsita de oro encontrada en Pasca en 1969 tiene una relación directa con la figura del chamán, quien en sus trances alucinatorios volaba hacia otras dimensiones y entraba en contacto directo con los espíritus. En sus rituales el chamán usaba máscaras, coronas de plumas, maracas y sonajeros que ahora se exhiben en el museo.
¿Cuál es la relación entre la balsa de oro y el rito chamánico? La respuesta la da el cronista español Juan Rodríguez Frayle en un relato de 1636: en aquella laguna se hacía una gran balsa de juncos. Desnudaban al “cacique en carnes vivas y lo espolvoreaban con oro molido de tal manera que la balsa iba cubierta toda de ese metal. Hacía el indio su dorado ofrecimiento echando todo el oro y las esmeraldas que llevaba en medio de la laguna”. Esta ceremonia de investidura de los caciques la celebraban las tribus Muiscas en la laguna de Guatavita, cerca de Bogotá. Bajo la mirada del pueblo congregado y con la supervisión de los chamanes, el ritual servía para ofrendar a las divinidades una serie de riquezas que en realidad estaban siendo devueltas a su dueño –la Madre Tierra– para conseguir a cambio cosas para la comunidad. Así se completaba también el ciclo vital: el oro se extrae, se lo trabaja, se usa y se ofrenda para volver a la tierra, lanzándolo al fondo del lago.
El punto culminante de la visita es la Sala de las Ofrendas ubicada al final del sector dedicado al Vuelo Chamánico. Allí los visitantes esperan turno para ingresar en grupo a una sala circular con una puerta automática que se cierra dejando al público a oscuras. La música comienza a crear un clima misterioso y las luces se encienden de a poco. En el centro de la sala circular, bajo el suelo, se ilumina un hoyo con un juego de espejos que simboliza la laguna de El Dorado. En el fondo de ella se ven tesoros de oro puro dispuestos en forma circular y que parecen infinitos gracias al reflejo de los espejos. Pero la iluminación sigue revelando secretos de a poco: en las paredes circulares de la sala se descubren millares de piezas de oro que parecen brillar con luz propia en la oscuridad, como suspendidas en el aire.
Un pasaje de avión por Avianca a Bogotá y Cartagena, ida y vuelta desde Buenos Aires cuesta U$S 981 con impuestos incluidos. Reservas en la calle C. Pellegrini 1163 P.4. Buenos Aires. Tel.: 4322-2731 Sitio web: www.avianca.com
Embajada de Colombia. C. Pellegrini 1363, p. 3, Buenos Aires. Tel.: 4325-0258.
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