Domingo, 28 de septiembre de 2008 | Hoy
GRAN BRETAÑA > STONEHENGE
Stonehenge, en el sudoeste de Gran Bretaña, encierra uno de los grandes misterios de la historia de Europa: el origen y la finalidad de un monumento megalítico construido hace cuatro mil años, en los albores de nuestra civilización.
Por Graciela Cutuli
Cuesta creer que en este mundo en constante cambio algo pueda estar fijo durante más de cuatro mil años. Sin embargo, en el sudoeste de Gran Bretaña está la prueba: un imponente monumento prehistórico, que encierra en su círculo de piedra más interrogantes que respuestas, vigila desde hace siglos, con la inmovilidad del mineral, el discurrir de la historia humana y sus pasiones. Si las piedras hablaran, contarían de aquellos hombres primitivos empeñados en quién sabe qué ritos; del trabajo minucioso del bronce y la piedra en manos de los primeros artistas; de una vida signada por el ritmo de las estaciones y las inclemencias del tiempo. Pero su silencio obliga a los arqueólogos a convertirse en detectives de la historia, a rastrear hasta las menores señales e indicios que puedan revelar algunos de los secretos de este monumento que hoy es un mudo testigo del pasado entre las rápidas autopistas que unen Londres con el sudoeste de Inglaterra. El contraste no deja de impactar: hacia un lado, el siglo XXI, los autos veloces, la vida urbana cada vez más sumergida en las redes de la realidad virtual. Del otro, el monumento circular que parece remitir al hombre a lo más esencial y oculto de su propia historia. Es Stonehenge, el cerco de piedra, un interrogante aún sin respuesta.
UNA LARGA HISTORIA Las fotografías aéreas revelan que Stonehenge se levanta sobre un terreno triangular delimitado por dos autopistas, y también que es sólo el monumento principal de una zona rica en testimonios prehistóricos: en las colinas de los alrededores había numerosos túmulos funerarios, templos más pequeños y sitios ceremoniales siempre situados siguiendo los movimientos del sol, el gran regulador de la vida primitiva. Y aunque hoy parece haber atravesado los siglos impasible, el trabajo de los arqueólogos no sólo consiguió datarlo -–se cree que fue construido entre el 3000 y el 1600 a. C.– sino también seguir la evolución de su construcción y usos.
En un principio Stonehenge era sólo un recinto definido por un foso cavado en forma irregular, a fuerza de astas de ciervo utilizadas como palas. Dos eran las entradas, la principal hacia el nordeste y otra más pequeña hacia el sur: la primera, que se usó durante toda la “vida activa” de Stonehenge, estaba alineada con la salida del sol durante el solsticio de verano, y con la puesta de sol en el solsticio de invierno. En un principio, las estructuras del recinto no eran de piedra sino de madera: esta etapa, sin embargo, es de difícil estudio y seguimiento porque quedó prácticamente sepultada por la posterior colocación de las piedras. Piedras gigantes, imponentes, que hoy se ven apenas se cruza el túnel que pasa por debajo de la carretera para acceder al círculo y acercarse a pocos pasos de distancia del monumento: ¿cómo las movieron y trasladaron, con los escasos medios a disposición miles de años atrás? Cuidadosas reconstrucciones permiten imaginar que probablemente las piedras se hicieron deslizar con otras piedras sobre hoyos expresamente excavados, para luego empujarlas hasta la posición vertical. Más complicada todavía –digna solamente de un Obelix inglés– fue la colocación de los dinteles que todavía hoy coronan cinco de las estructuras del conjunto.
PIEDRAS Y DISTANCIAS Sin embargo, ésta no es la única hazaña: rastreando el origen de las piedras –algunas de las cuales pesan más de 40 toneladas– se descubre que fueron trasladadas desde el sitio de Marborough Downs, más de 30 kilómetros al norte de Stonehenge. En un tiempo en que no existía la rueda... Eso no es todo: las piedras más pequeñas –“pequeñas” es un término relativo, si se piensa que algunas pesan hasta cinco toneladas–, conocidas como “piedras azules”, proceden del oeste de Gales: la distancia es de 240 kilómetros hacia el oeste. Se cree que tal vez un sitio de piedras que existía en Gales fue desmantelado para ser llevado y reconstruido en Stonehenge, pero en realidad es sólo una hipótesis entre las muchas que intentan explicar esta curiosidad. Como es una hipótesis que el traslado de las piedras se haya hecho gracias a una suerte de trineo de madera deslizado sobre rieles también de madera: un procedimiento que para las piedras más cercanas demoraba unas dos semanas, y que en el caso de las más lejanas se supone combinado con el traslado por vía fluvial y marítima.
Para el ojo inexperto, las piedras son todas iguales y su disposición algo caprichosa. Pero hay que acercarse con la mirada de un arqueólogo para ir descubriendo algunos detalles: por ejemplo, el grupo de megalitos conocido como las “Piedras de Estación”, que fueron cuatro y de las que hoy sobreviven dos, marca los vértices de un rectángulo perfecto cuyo centro se corresponde con el centro del monumento. Luego, cerca de una valla al borde del camino, se levanta la Piedra del Talón, junto a la ruta de la Avenida, como se llama a una serie de terraplenes y fosos que servían como vía ceremonial de aproximación a Stonehenge. Y finalmente, la Piedra del Sacrificio –que ahora quedó horizontal, pero antiguamente estaba en posición vertical– muestra una pigmentación roja por el óxido de hierro que aparece al acumularse agua de lluvia. No hizo falta más para atribuirle una macabra función sacrificial, que en verdad sólo fue fruto de la imaginación victoriana y la necesidad de rodear al sitio de un aire aún más marcado de leyenda.
UN SITIO, UNA MISION El trabajo minucioso de los arqueólogos permitió reconstruir las distintas configuraciones de Stonehenge a lo largo de los siglos. Sin embargo, no hay reconstrucción que pueda precisar cuál fue exactamente la función de este monumento circular: la última versión, que data de esta semana, es de los arqueólogos británicos Timothy Darvill y Geoffrey Wainwright, según los cuales Stonehenge era una suerte de “Lourdes de la prehistoria”, un lugar de sagrado poder curativo al que acudían los enfermos y heridos en busca de ayuda. La teoría se reforzó durante las últimas excavaciones –las primeras realizadas en casi medio siglo–, que revelaron la presencia de sepulturas de personas muertas por enfermedad, con fragmentos de piedra azul que servían de talismán. Siglos atrás, prosperó otra teoría más romántica, que atribuía la construcción de Stonehenge a los druidas de la Edad de Hierro anteriores a la ocupación romana de Gran Bretaña. Esta asociación entre Stonehenge y los druidas se debe al estudioso William Stuckley, del siglo XVII, que reconoció al monumento como un templo, lo dató antes de la llegada de los romanos y lo imaginó habitado por druidas, aunque en verdad estos sacerdotes no aparecieron en la región hasta unos mil años después del abandono de Stonehenge.
Por otra parte, este monumento –que en los últimos años ganó enorme popularidad y ahora reúne cada comienzo del verano boreal a multitudes de turistas, cultores del new age y neohippies– no es el único relevante de esta parte de Gran Bretaña. En la cima de todas las colinas que pueden divisarse desde Stonehenge hay pequeños montículos de hierba, en algunos casos en el interior de campos abiertos y en otros sencillamente rodeados de árboles y cercos. Son túmulos redondos, erigidos para señalar la sepultura de algún personaje de elevada condición de la Edad de Bronce. Su sola ubicación, en lo alto, indicaba ya la riqueza y poder de la persona allí enterrada: y aunque hoy es difícil hacerse una idea de lo que fue miles de años atrás, lo cierto es que la zona en torno a Stonehenge -–actualmente alterada por rutas, automóviles y construcciones– contiene una de las mayores concentraciones de túmulos redondos de Gran Bretaña. Acompañando las sepulturas, se encontraron también numerosos objetos de cerámica, ámbar, bronce y oro, que hoy se ven en los museos de Wiltshire y Salisbury.
Los científicos han estudiado incluso los líquenes que cubren las distintas piedras de Stonehenge, dando a cada una de ellas una textura y un color característico. En 2003, una investigación reveló que había 77 especies diferentes de líquenes en las piedras de Stonehenge, algunos de ellos raros en todo el territorio británico: y aunque no se los puede fechar, ya que nuevos brotes reemplazan a los antiguos continuamente, sí se puede asegurar que hacen falta cientos de años para que se formen colonias como las que existen hoy. Su presencia suma un misterio biológico a los tantos que ofrece el monumento, ya que hay variedades que sólo crecen en zonas costeras desprotegidas, y los científicos no encontraron todavía una explicación convincente para su presencia en las piedras de Stonehenge.
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