turismo

Domingo, 9 de noviembre de 2008

NUEVA ZELANDA > VIAJE AL ARCHIPIéLAGO MAORí

El país de la larga nube blanca

Fueron uno de los últimos lugares de la tierra en ser habitados. Los maoríes llegaron a estas islas lejanas hace aproximadamente siete siglos y los europeos hace apenas trescientos años. Mark Twain ya dejó escrito que Nueva Zelanda “no está cerca de ningún lugar, sino que se yergue, independiente y aislada, en mitad de las aguas”.

 Por Maribel Herruzo

Podrá ser el último rincón del planeta, pero antes de que el director de cine Peter Jackson hiciera la mejor promoción turística del archipiélago con su trilogía del Anillo, Nueva Zelanda ya podía presumir de tener un departamento de turismo centenario. Pese a la lejanía, los kiwis (el nombre con el que se autodenominan los neocelandeses) siempre tuvieron claro el intenso atractivo de sus tierras –de las menos densamente pobladas del mundo– y sus variados y espectaculares paisajes.

Este archipiélago situado a unos 1600 km al sudeste de Australia está compuesto de dos islas mayores, la isla Norte y la isla Sur, y un conjunto de islas menores. La población es muy baja, apenas 4 millones para una extensión algo mayor a la de Gran Bretaña, la mayoría de la cual habita en las ciudades de la isla Norte, la original Aotearoa, el nombre dado por el navegante polinesio Kupe cuando llegó a las islas, en el año 950 d.C., por su forma de nube alargada.

Cada isla posee sus propias particularidades geográficas y geológicas, y si la parte norte es volcánica, con mesetas, géiseres y espectaculares playas de arena blanca, la parte sur está atravesada en casi su totalidad por una cordillera conocida como los Alpes del Sur, con más de 20 montañas que superan los 3000 metros de altitud, y en su territorio árido y seco, casi despoblado, se encuentran fiordos y glaciares de impactante belleza.

Pocos países del mundo ofrecen tanto en un territorio tan pequeño, compacto, variado y fácil de recorrer en solitario. Este país es válido tanto para quienes vienen buscando tranquilidad y soledad como para quienes la adrenalina forma parte indispensable de sus vacaciones.

Son muchos los visitantes que se acogen a la forma de viajar más popular entre los propios locales: las autocaravanas, la mochila al hombro o el alquiler de coches para recorrer, por cuenta propia, un país largo pero estrecho y de carreteras sin apenas tráfico. Hay alojamientos para todos los gustos y bolsillos, y existe la posibilidad de pernoctar en granjas donde compartir la cotidianidad con los lugareños, e infinidad de agencias en las que contratar excursiones para llegar a aquellos lugares donde el acceso es más complicado.

NATURALEZA Y CULTURA En un territorio de 1600 km de largo y donde apenas hay 200 km de costa a costa a lo ancho en la isla Sur, las posibilidades son infinitas: playas de arenas blanca y olas surferas, ensenadas, parques naturales, volcanes activos e inactivos, cuevas, montañas, glaciares, fiordos, lagos, islas recién nacidas, ciudades pequeñas pero cosmopolitas, deportes de todo tipo, cultura maorí y pakeha (la de los descendientes de los colonos británicos)... todo en un lugar que, por su ubicación e historia, apenas ha transformado su original naturaleza.

El 15 por ciento de la población es de origen maorí, cuyo idioma comparte oficialidad con el inglés, y sus tradiciones y costumbres pueden observarse en lugares como Rotorua, en el corazón de la isla Norte, un área de gran actividad termal en cuya ciudad puede visitarse el centro cultural Te Whakarewarewa. Allí se realizan representaciones de Haka, la conocida danza y canto guerrero maorí que la selección neocelandesa de rugby ha hecho famosa en sus encuentros internacionales.

UN PAIS, UN PARQUE Nueva Zelanda es en realidad un gigantesco parque natural, ya que en su territorio existen veinte parques nacionales, veinte forestales y tres marítimos. Dos de sus parques fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: el parque nacional de Tongariro, en la isla Norte, y el parque nacional Te Waihipouna, en la isla Sur. La dificultad del viajero reside en escoger qué ver en el tiempo de su viaje. Nuestra recomendación para aprovechar mejor los días es viajar siempre en un solo sentido –de norte a sur o a la inversa–, reservar con antelación las excursiones y preguntar por las condiciones del clima, ya que en el invierno austral algunas actividades se cancelan por el mal tiempo. Un recorrido por la isla Norte no debe excluir la visita a la región de Auckland, donde se encuentra la mayor ciudad neocelandesa y la playa de Karekare, donde se rodaron escenas de la película El Piano, así como los bosques del árbol kauri, en Waipoua. No deben perderse, tampoco, la Bahía de las Islas, con sus más de 140 islotes; el área termal de Rotorua y las impresionantes cuevas subterráneas de Waitomo; la White Island, uno de los volcanes activos más impresionantes del país; el parque nacional Tongariro, con excursiones de diferentes dificultades y posibilidad de esquiar en invierno. Y si el tiempo lo permite, Eastland, la última frontera neocelandesa, tierra de maoríes, o la península de Coromandel, dos lugares aún poco conocidos por los turistas.

LA MONTAÑOSA ISLA DEL SUR Y si la isla Norte nos había dejado boquiabiertos con sus playas, sus volcanes y fumarolas, en esta parte poco nos recordará lo dejado atrás. Podemos iniciar nuestro recorrido en Picton, y seguir hasta Kaikoura, donde la atracción principal es el avistamiento de ballenas y cachalotes. Algo más al sur se encuentra la ciudad de influencia inglesa Christchurch, y siguiendo el itinerario de la costa alcanzar Dunedim, a pocos kilómetros de la cual se encuentran la reserva natural de la península de Otago. Al oeste de la isla se encuentra Fiordland Park, con 14 fiordos espectaculares para visitar por mar, tierra o aire, cuya parte más conocida es Milford Sounds. Desde aquí podemos desplazarnos hasta Queenstown y permanecer unos días si nos gustan los deportes de aventura. Más al norte quedan el monte Cook, el pico más alto de los Alpes del Sur, y los glaciares, como los populares Fox y Franz Josef.

El reino de la aventura La llaman la capital mundial del deporte extremo. Es Queenstown, una pintoresca y animada ciudad de la isla Sur, a orillas del lago Wakatipu y muy cerca de la cordillera The Remarkables. Tal vez por esta combinación de factores en este municipio y sus alrededores se dé la mayor concentración de diferentes deportes de aventura del planeta. Cualquier cosa que sea capaz de subir la adrenalina puede practicarse aquí: aladelta, saltos en paracaídas en solitario o en tándem, parapente, puenting (que aquí recibe el nombre de bungee jumping), rafting, snowboarding, escalada de rocas, montañas o edificios, rappel, canoa, kayac, etcétera.

Pese a la variedad infinita de deportes entre los que escoger, el verdadero rey de las islas sigue siendo el tramping, como se denomina aquí al senderismo. En Nueva Zelanda hay caminos para todos, tanto para quienes gustan de las rutas tranquilas como para quienes demandan sendas más intrincadas, en cualquiera de las regiones del país, sobre todo en parques nacionales y naturales, pero también fuera de ellos. La opinión de los viajeros es unánime: el Milford Track, en Fiorland, es el recorrido más bello del mundo.

DEPORTES ACUATICOS Con 15.800 kilómetros de línea costera, más una cantidad importante de lagos y ríos, no es de extrañar que se puedan practicar todo tipo de deportes acuáticos, desde la navegación en cualquier tipo de embarcación incluida la moto o el trineo acuático, a otros más arriesgados como el hydrosliding, el boogei boarding, el skydiving o el rafting. Algo de afición al mar deben tener los kiwis cuando en Auckland presumen de tener el mismo número de barcos que de habitantes en la ciudad. Para los aficionados al surf, en Ranglan, a unos 50 km de la pequeña ciudad de Hamilton, en la isla Norte, dicen los entendidos que se encuentran tres de los mejores puntos del mundo donde las olas abren de izquierda. Los aficionados a la pesca tienen aquí la oportunidad de conseguir una pieza record en cualquiera de sus ríos y lagos, como el de Rotoura o el Taipo, y quienes prefieran ver peces sin atraparlos, Jacques Cousteau declaró que la reserva de las islas Poor Knights era uno de los mejores lugares del mundo para practicar el submarinismo. z

Informe: Julián Varsavsky.

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