PARQUES URBANOS > LOS PULMONES DE LAS CIUDADES
El asfalto, los edificios, el cemento, el ruido del tránsito y la velocidad marcan la identidad de las ciudades actuales. Pero por suerte, existen los parques. Esos oasis de sombra y frescura forman parte de la vida humana desde siempre, desde aquel Paraíso del que se supone fuimos expulsados.
› Por Maribel Herruzo
En las ciudades, sobre todo en las más caóticas, las más desordenadas o inabarcables, la mera presencia de un parque ya otorga calma y paz al espíritu. Pequeños y coquetos algunos, enormes otros, de diseños clásicos o atrevidos para su época, atravesados por avenidas o bulevares, los parques ejercen una función importantísima para el ciudadano que diariamente se ve rodeado de bloques altos y tubos de escape. Estos verdaderos pulmones de las ciudades llevan siglos proporcionando solaz a sus habitantes, aunque en el pasado fueran jardines privados y acotados por altas verjas de hierro, de los que sólo podían disfrutar las clases más acomodadas. Muchos de ellos se convirtieron con el tiempo en lugares públicos, y otros se proyectaron expresamente para el ocio ciudadano. Algunos, como el Güell de Barcelona, surgieron de proyectos fallidos y fantasiosos, y otros simplemente nacieron del empeño de políticos y paisajistas de hacer realidad la más elemental necesidad urbana de contemplar el color verde y oír el sonido del viento rebotar en las ramas de los árboles. Enormes, como el Central Park de Nueva York; eclécticos, como la isla Margarita de Budapest; botánicos como el de Edimburgo; coquetos como el Vila Borghese de Roma; imperiales como el Villa Katsura de Kyoto; sencillos como el Voldenpark de Amsterdam; divertidos como el Tivoli de Copenhague... Cada parque tiene una personalidad distinta, otorgada tanto por sus artífices como por sus visitantes, que hacen de ellos el espacio ideal para vivir en un paréntesis.
DE PARIS A BARCELONA Enclavados en el corazón del barrio latino de París, los Jardines de Luxemburgo quedan a pocos pasos de la Sorbona, del Panteón y de la iglesia de Saint-Sulpice, lo que hace que sus visitantes sean una curiosa mezcla de turistas, estudiantes y vecinos. El antiguo palacio de María de Medicis fue el embrión que entre 1615 y 1624 dio lugar a un parque de estilo neoclásico que ha sufrido no pocas modificaciones. El palacio es hoy sede de un museo y del Senado francés, que organiza periódicas exposiciones, mientras el resto de sus 29 hectáreas se reparten entre bulevares para correr o pasear, kioscos donde refrescarse, o rincones en los que es fácil concentrarse en la lectura, el ajedrez o el tenis. Los niños pueden montar en pony si lo desean, y los jubilados dedicarse al deporte nacional francés: la petanca.
Es uno de los parques más literarios del mundo, pues no solo está plagado de estatuas y bustos de famosos escritores como Flaubert, Baudelaire, Delacroix o George Sand, sino que es también escenario literario de múltiples historias de amor, en su mayoría adúlteras o secretas. La realidad, seguramente, superará la ficción, aunque hoy lo que se ve son novios inmortalizando el día de su boda. Las sillas de los Jardines de Luxemburgo, símbolo del descanso hasta el punto de dar la bienvenida en el aeropuerto de Charles de Gaulle, habrán acogido a multitud de personajes célebres y anónimos que buscaban la tranquilidad en el corazón de París.
Otro parque muy famoso gracias al arquitecto que lo diseñó es el Park Güell de Barcelona. Situado en el barrio del Carmelo, en una de las colinas de la ciudad, fue en sus inicios un proyecto de ciudad jardín o urbanización de lujo encargado por el conde Eusebi Güell. El proyecto –-realizado entre 1900 y 1914– se truncó por la falta de confianza de los potenciales compradores, pero las obras que Gaudí llegó a acometer fueron suficientes para que el parque (público desde 1922) se haya convertido no sólo en uno de los más bellos ejemplos de fusión entre naturaleza y arquitectura sino también en uno de los símbolos de la ciudad. Prueba de esa integración en la naturaleza, una de las máximas del modernismo catalán, son los diferentes elementos que se encuentran en el parque, como las columnas de piedra inclinadas que sugieren troncos de árbol o cuevas naturales. O el empeño de Gaudí en reforestar lo que entonces era la Montaña Pelada y hoy es el Turó del Carmel, con especies mediterráneas autóctonas. Por la afluencia de visitantes foráneos, éste es un ejemplo de parque poco disfrutado por los propios vecinos, pues su fama universal (es Patrimonio de la Humanidad) se ha impuesto por encima de otras consideraciones.
OASIS DEL DESIERTO También en zonas más áridas podemos encontrar jardines que nada tienen que envidiar a los de latitudes más tropicales o húmedas. En Marruecos, por ejemplo, existen dos jardines que ningún viajero se resiste a visitar: los jardines de Bouknadel, muy cerca de Rabat, y los Jardines Majorelles, de Marruecos. Casualmente, en ambos casos los espacios fueron creados por ciudadanos franceses, entonces muy ligados a la vida cultural y económica del país magrebí. En el caso del jardín de Marruecos, fue el pintor Jacques Majorelles quien en los años ‘20 diseñó un precioso jardín subtropical repleto de cactus, palmeras y estanques con nenúfares rodeando una caseta estilo art déco. Más tarde, en el año 2000, serían el diseñador Yves Saint-Laurent y Pierre Bergé quienes se hicieran cargo de las mejoras del jardín.
En el parque de Bouknadel, otro francés loco por las plantas, Marcel François, convirtió un terreno árido y seco en un ecosistema donde recreó especies de todo el mundo, incluso marismas y estanques donde nadan peces tropicales. El jardín, a pocos kilómetros de Rabat, de camino hacia Kenitra, formaba parte de la casa del ingeniero hortícola y fue abandonado tras la muerte de su dueño, hasta que en 2002 una institución marroquí lo recuperó para el público, convirtiéndose desde entonces en un referente de los parques en Marruecos.
PARAISO DE JARDINES Otras zonas igual de áridas han dado al mundo, sin embargo, algunos de los jardines más bellos. La denominación de jardín persa proviene del estado hoy llamado Irán, y tal vez el más famoso jardín de este tipo sea el Taj Mahal, en la India. El sistema de riego conocido como qanawat (canales subterráneos para evitar la evaporación que llevaban agua desde las tierras altas) lo heredaron los países islámicos de Persia y los mongoles lo exportaron tras sus conquistas. El objetivo principal de esos jardines era, y aún se mantiene, procurar tranquilidad espiritual y recreativa a sus visitantes. Aunque hoy en día es difícil encontrar elementos originales del jardín persa en Irán, éstos pueden apreciarse en algunos parques como el Bagh-e-fin, en Kashan: un pabellón central, estanques o agua y vegetación. O el que se encuentra cerca de la ciudad de Shiraz, Bagh-e-Eram o el Jardín del Paraíso, un extenso parque del siglo XIX famoso por sus rosas, sus estanques y sus avenidas de cipreses. Un palacete de tres plantas del mismo período, usado por la realeza iraní y hoy convertido en museo, se alza en mitad del jardín. Sencillez extrema para intentar evocar el paraíso musulmán.
ESPACIOS MUY VERDES Parques o jardines dignos de ser visitados existen en casi todos los países del mundo: el Bosque de Chapultepec en México D.F., o la Casa de Campo de Madrid, dos de los más extensos del mundo, junto al Central Park de Nueva York. En Londres abundan los parques de distintos tamaños y diseños, y son famosos los jardines japoneses por su peculiar e inconfundible estilo. En Barcelona otro parque poco conocido merece una visita: el Parque del Laberinto, donde se rodaron algunas escenas de la película El perfume. En el norte de EE.UU., parques como el de Yellowstone son famosos por su sintonía con la naturaleza. Y en la Argentina, el parque Tres de Febrero de la ciudad de Buenos Aires es el gran pulmón de los porteños.
En realidad, sea cual sea la cultura, sea de un estilo u otro, el parque o jardín urbano busca siempre el mismo fin: procurar la tranquilidad de sus visitantes, ser punto de encuentro y esparcimiento, aislar de los problemas cotidianos y hacernos creer que, realmente, estamos disfrutando de nuestro particular edén terrenal.
Informe: Julián Varsavsky.
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