MENDOZA > MONTAñISMO EN TEMPORADA
Entre las altas cumbres de la multifacética tierra mendocina está uno de los picos más desafiantes para los amantes del montañismo mundial. Desde hace unas semanas y hasta mediados de marzo, los 6962 metros de altura del imponente Aconcagua reciben la visita de escaladores de los rincones más lejanos del planeta. Cómo llegar al famoso gigante de América.
› Por Pablo Donadio
“La montaña termina abajo.” Esa es la frase menos dicha pero mejor aprendida por los montañistas, cuyo deseo (ardiente, solitario, irrefrenable) por alcanzar la cima, no nubla sin embargo su razón. Ese sentimiento roza de manera extraña con lo que a veces se piensa de ellos y su irreverencia conquistadora. “La montaña termina abajo” significa que, corazón y fortuna mediante, estar en la cima es apenas la mitad del camino para el montañista. Y ser montañista es sentir un profundo respeto por la Tierra y los códigos que ella imparte allá arriba, donde no caben los caprichos y donde la naturaleza en su máxima expresión da cuenta de nuestra pequeña existencia. Ese sentir, profundo y silencioso, se enciende de manera particular con algunos picos famosos; no ocurre con todos. En ese top del ranking aparece el “techo” del continente americano: el Aconcagua, el punto más alto del mundo occidental.
Sinónimo de respetuoso desafío para los amantes de las cimas, sus siete kilómetros extendidos al cielo invitan a develar los secretos de las nieves eternas, de las cuestas contra nivel, y del magnífico mundo de las alturas. Alcanzar su cumbre o realizar el trekking hasta alguno de sus campamentos base es una experiencia sencillamente inolvidable y muy recomendable.
El gigante andino Centinela de piedra. Eso significan las palabras quechuas Akon y Kahuak, que dieron origen al nombre del monte Aconcagua. Vigía absoluto de la región con sus 6962 metros sobre el nivel del mar, ha sido testigo del paso del tiempo y de la presencia, repetida año tras año, de los escaladores más avezados del mundo, que llegan a su base para emprender la travesía por su cuerpo. Se cuenta que en el pasado fueron los representantes del imperio incaico los primeros que se animaron a subir las empinadas laderas del cerro, superando algo más que los 5000 metros de altura.
Casi con los inicios de la escalada deportiva, Paul Güssfeldt encabezó el primer intento de cima en el monte. El alemán no logró hacer cumbre, pero llegó a marcar la ruta y alcanzar los 6560 metros, unas tres cuadras antes de la ventosa y escarpada cúspide. En enero de 1897 (catorce años más tarde del intento de Güssfeldt) la expedición europea a cargo del suizo Matthias Zurbriggen conseguiría llegar al famoso techo de América. Muchas escrituras relatan el viaje como una verdadera hazaña: no sólo debió realizarse con el rústico equipamiento de esos tiempos, sino además sin senderos marcados, mapas ni refugios como hoy existen de manera escalonada sobre el monte. Tal empresa requería la escalada, que hasta 1934 sólo ocho expediciones habían logrado para hacer cima. Ese año marcó, por un lado, el ascenso del teniente Nicolás Plantamura, el primer argentino en hacer cumbre en compañía de alpinistas italianos y el arriero chileno Mariano Pastén. Ese año fue clave además para las futuras travesías, ya que ofreció gracias al trabajo de un grupo polaco, una segunda ruta. Ese itinerario pasa a través del bellísimo glaciar Noroeste, y se la llamó la ruta del Glaciar de los Polacos. Desde entonces se han inaugurado muchas vías más sobre sus faldeos, tanto por viejos como por nuevos montañistas, que llegan especialmente a Mendoza cada nuevo año para transitar alguna de las treinta y pico de vías de acceso. Este furor hizo, entre otras cosas, que el Aconcagua se convirtiera en el centro de un parque provincial que abarca 71.000 hectáreas, dentro del departamento de General Las Heras.
COMIENZA EL CAMINO Las semanas que van desde fines de noviembre hasta el fin del verano son claves para la visita al Aconcagua. Desde hace ya varios años estos meses ven llegar a cientos de escaladores nacionales y extranjeros (sumados triplican las cantidad de argentinos, que son unos 2000 por temporada) para iniciar el camino de aclimatación y “prepararse para atacar cumbre”, como dicen los hombres del palo. “Aquí llegan tipos de todos lados, de todas las regiones y culturas. En el refugio se han alojado desde ciegos hasta participantes de programas de TV. De todo realmente”, afirma uno de los responsables del refugio Plaza de Mulas, el paraje más alto del mundo en su tipo, a 4260 metros sobre el nivel del mar. Ubicado en el campamento base para ascender por la Ruta Normal (camino original del cerro sobre las laderas del noroeste), el área está destinada al asentamiento de los visitantes del parque, y sirve como resguardo del viento y las avalanchas. Allí hay agua potable, servicios médicos y algunos rincones calentitos junto al fuego pero, sobre todo, la experiencia de los hombres de montaña. Si bien nadie sale “de improviso” hacia semejante coloso, se sabe que los consejos de los montañistas y expertos en caminatas que habitan los refugios valen más que el oro de los ricos. En Plaza de Mulas se puede pernoctar, ya que posee capacidad para alojar hasta 80 personas, distribuidas en habitaciones dobles y cuádruples, y dormitorios comunitarios que incluyen una docena de camas, además de comer y disfrutar de las anécdotas de escaladores y senderistas de todo el planeta (Japón, Rusia o Israel, por ejemplo). Allí una conocida empresa brinda el servicio de guía de trekking y escalada, que incluye el transporte de equipos en mulas. Hay teléfonos públicos, servicios de wi-fi y la oficina del Correo Argentino más alta del país. Un sector permite cocinarse y adquirir algún menú rico en calorías en su comedor. “Tenemos recuerdos y banderas de todos lados, así la historia de los que pisaron esta montaña sigue viva y algún día será parte de un museo”, aseguran quienes se encuentran allí desde el comienzo, en 1992. Saltear etapas en el proceso de aclimatación es muy riesgoso, por eso la estadía en la altura de Plaza de Mulas es determinante para el éxito de la ascensión.
ALTERNATIVAS El Aconcagua no está reservado únicamente para los que ponen entre ceja y ceja la cima. Emprender algunas de las decenas de opciones de caminatas por sus faldeos suele ser lo más recomendado para los iniciantes, y casi con seguridad, el paso previo a un intento de ascenso completo. Esta experiencia no demanda un excelente estado físico, y tampoco tanto equipamiento. Para realizarla se suele llegar hasta Plaza de Mulas, aunque muchos sugieren combinar la caminata con el sendero que lleva a Plaza Francia, la base considerada el inicio para la ascensión a la complicada Pared Sur. Aquí se puede acampar cerca de arroyos que bajan por los contrafuertes. El camino está perfectamente marcado por las largas caminatas de los andinistas y por la pisada de los animales de carga. Hay que aclarar que para poder ingresar al Parque Provincial es necesario sacar un permiso, que debe ser gestionado de manera personal, aunque muchas empresas del rubro facilitan el trámite.
Si bien cada grupo lleva su ritmo, las caminatas como el intento de cumbre (que puede durar entre 10 y 20 días aproximadamente, contando la aclimatación, la subida y bajada) debe realizarse con guía. Un itinerario base para hacer cima y partiendo por ejemplo del Puente del Inca dice que es factible llegar a Confluencia entre las tres y seis horas, y allí emprender camino a Plaza de Mulas (siete a 10 horas) o Plaza Francia (tres a cinco horas). En ese punto comienzan los días de aclimatación, subiendo y bajando distintas distancias. Una vez cumplido el requisito, ha llegado la hora de emprender el ascenso. Hay muchas combinatorias, aunque la mayoría elige el camino Normal (que por algo lleva su nombre) para el sueño de cumbre. Además de la aclimatación, es indispensable contar con un gran estado físico y un guía confiable, que no sólo sepa el camino, sino además leer los cambios climáticos y entender los estados de ánimo por los que cada participante puede pasar. Otra opción es la del Glaciar de los Polacos, pero allí hay que enfrentar los casi 3000 metros de desnivel de la temible Pared Sur (conquistada recién en 1954 por una cordada francesa). Aquí hay largos tramos de enorme dificultad técnica, y bajo el peligro de las constantes avalanchas.
Como quiera que sea (y por el camino que se elija con la recomendación de los guías) pasar algunas horas en el punto más cercano al cielo que existe, fuera del Himalaya, vale todo esfuerzo. Alcanzar su cumbre es ya un regalo que pocos afortunados guardan como un tesoro en su memoria.
Partir con buena indumentaria y equipo es tan indispensable como el guía experto.
Para el trekking, hace falta una tienda de alta montaña, con bolsa de dormir que resista de 10ºC y -20ºc (generalmente de pluma o sintéticas). Además, una mochila de entre 50 y 70 litros, campera con membrana impermeable (Gore-tex), un polar, una remera interior, guantes de alpinismo y pantalón para caminatas. El calzado es clave: botas de trekking o zapatilla espaciales, con medias para tal caso. El equipo lo completan los bastones, una linterna frontal, lentes con protección UV 400, calentador a bencina o gas, un termo de acero, jarro térmico, un gorro y protección para el sol y un sistema de hidratación.
Si el desafío es la cumbre se debe conseguir una bolsa de dormir apta para temperaturas de -25ºC o -30ºC, una colchoneta autoinflable, una mochila con 10 litros más; una campera de duvet; otro pantalón interior y pasamontañas. Pera el equipo, unos grampones, piqueta de travesía; botas dobles, calcetines dobles, antiparras y un bolso porta equipo.
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