Domingo, 4 de enero de 2009 | Hoy
PERU > LA ARQUITECTURA DEL CUSCO
En un recorrido por la ciudad de Cusco se siente el peso de la historia. Del esplendor prehispánico de sus edificios sólo han quedado cimientos y muros sobre los cuales los conquistadores españoles levantaron iglesias y casonas coloniales. Un paseo por la Plaza de Armas, la antigua Huacaypata, centro del Imperio Inca, y una visita al convento de Santo Domingo, construido sobre el palacio imperial llamado Coricancha.
Por Julián Varsavsky
Al acercarse al Cusco caracoleando por la carretera sobre el filo de los Andes, la ciudad aparece de repente tras una curva al fondo de un cerrado valle. De lejos su aspecto es uniforme, con casas bajas de color terracota fundido con el rojo gastado de las tejas. La ciudad es inmensa y se derrama por el valle subiendo laderas, pero su aspecto es el de un pueblo grande donde sobresalen apenas los dos campanarios de la catedral, levantada sobre el palacio del inca Wiracocha.
Junto a la ruta se suceden casas de adobe rodeadas por cuadrículas de cultivo muy verdes. Y aparecen las primeras “mamitas” de pollera larga y sombrero negro, sentadas en el piso vendiendo flores y verduras, friendo comida a la sartén o simplemente conversando entre ellas. Pero al desembocar en la colonial Plaza de Armas del Cusco, antigua plaza Huacaypata del Imperio Inca, es cuando todo el peso de la historia -–el desarrollo de un imperio, su ocaso y el dominio español– se siente sobre la espalda, con la sensación de llevar a cuestas una tumultuosa mochila que concentra desde siempre los fastos incaicos de un Inti Raymi en homenaje al sol, el ingreso de Pizarro al Cusco a pura descarga de pólvora y la decapitación de Tupac Amaru.
EL CENTRO DEL IMPERIO En todo el mundo las plazas son, por esencia, un espacio abierto sin mucho más. Por eso no cambian demasiado a lo largo de la historia; lo que va variando es su alrededor. En general se puede ocupar una plaza, pero difícilmente destruirla como a una ciudad. Y eso fue lo que pasó con el Cusco y su plaza. A cada uno de los 23 palacios incas se le superpuso una iglesia, pisoteando una arquitectura con la otra casi hasta anularla. Y a cada casa inca se le construyó encima una casa colonial, en las que de todas formas perduran los cimientos originales e incluso muros que hoy tienen más de 500 años en pie. A la plaza, en cambio, sólo se le demolió un “ushnu” circular y se le agregó una fuente en las últimas décadas. Pero su lugar no fue mudado –aunque esté subdividido ahora en tres plazas– y carga con el valor simbólico de un lugar que fue el centro mismo del poder político y religioso del vasto imperio del Tawantinsuyo.
De las esquinas de la plaza Huacaypata nacían cuatro caminos –que siguen estando en su mismo lugar–, dirigiéndose hacia los cuatro suyus o provincias del gran imperio: el Chinchaysuyu al norte, el Kollasuyu al sur, Antisuyu al este y Kontisuyu al oeste. Esos cuatro caminos troncales se ramificaban en una compleja red vial llamada Qhapaq Ñan, que se estima llegó a abarcar unos 23.000 kilómetros, extendiéndose por los actuales Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia y Perú.
Esos cuatro brazos por cuyas venas fluía el poder de un imperio con entre 30 y 40 millones de súbditos, todavía existen segmentados en centenares de fragmentos ya que, como las plazas, no es tan factible destruir caminos en la montaña, menos aún si el interés de los españoles era cuidarlos dada su utilidad. Por esa razón los caminos del Qhapaq Ñan a lo largo de sus seis países probablemente vayan a ser declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Alrededor del Cusco hay muchos restos de los empedrados del Qhapaq Ñan que surcaban los chasquis con sus mensajes grabados en la memoria, corriendo unos 10 kilómetros hasta la siguiente posta donde los esperaba otro mensajero. Por esos caminos transitaron también los ejércitos de la pax incaica y las caravanas de llamas que llevaban y traían oro, plata, maíz, coca, charqui y textiles. Muchas veces los caminos se abrían sobre la roca misma, llegaban hasta el mar y trepaban y bajaban los Andes. Y los ríos se sorteaban con puentes colgantes y de “arco falso”.
La red de caminos incas también sirvió para promover el quechua como lengua unificadora y para transmitir toda clase de noticias oficiales que tardaban, por ejemplo, alrededor de una semana en llegar desde el Cusco a Quito.
En 1533, cuando Pizarro aprehendió al inca Atahualpa en Cajamarca luego de invitarlo a parlamentar, éste quiso comprar su libertad prometiéndole llenar dos habitaciones de plata y una de oro “hasta donde alcanzara su mano”. A los pocos días, por los caminos del Qhapaq Ñan llegó desde cada rincón del imperio tanto oro que aparentemente Atahualpa pudo cumplir su promesa. El que no cumplió, por supuesto, fue el conquistador, quien lo hizo ahorcar.
EL CUSCO HOY Para tener una idea clara de lo que es el Cusco hoy –al menos su enorme centro histórico, donde viven 200 mil personas– hay que hacerse a la idea de que en ese viejo casco hay dos ciudades superpuestas. Cada una de las casas –la mayoría de las cuales data de los siglos XVII y XVIII– ocupa el lugar exacto de una antigua casa inca, casi sin excepción, igual que las iglesias. En el punto neurálgico del Cusco histórico también hay dos plazas en una: la Huacaypata y la Plaza de Armas, que en ambas culturas cumplían una función similar, ya que a su alrededor se encontraban los edificios del poder.
Cuando un gobernante inca moría no dejaba su palacio al sucesor –quien se hacía construir el suyo propio–, y allí continuaban viviendo sus hijos no coronados, las esposas y la servidumbre. Esos palacios tenían una especie de patio interior cuadrado con un edificio en cada uno de los lados, formando una especie de cruz, llamado cancha. Y el Cusco estaba –y está, subyacentemente– lleno de esos palacios que simplemente han cambiado de forma. El más grande y emblemático de ellos fue el Coricancha, hoy Convento de Santo Domingo. De acuerdo con las crónicas de Garcilaso de la Vega, el Coricancha tenía en su interior numerosos templos y recintos, con sus paredes enchapadas en oro con láminas del grueso de un pulgar. También tenía “jardines” con plantas, piedras, frutas, caracoles, lagartijas y mariposas, todas piezas de orfebrería de oro puro. Pero la pieza más deslumbrante era un disco de oro macizo que en la repartija del botín le correspondió al español Mancio de Sierra i Leguizamo, quien se lo jugó a los dados y lo perdió.
El Coricancha resume la esencia cusqueña en términos arquitectónicos. En un lateral se ve un alto muro curvo de piedra negra de una perfección asombrosa, creado por los incas. Justo encima los españoles agregaron –herencia cultural de cuando ellos fueron conquistados por los moros– un balcón con arcos mudéjares. Y a un costado, la fachada del convento es puramente barroca. Los españoles levantaron este templo dominico sobre el templo anterior en 1534, aunque la parte nueva se vino abajo en 1650 por un terremoto, permaneciendo en pie la resistente estructura inca. Y en 1681 se lo volvió a construir.
El oro fue sin dudas la perdición del Cusco, el motivo principal de tanta avaricia y el objetivo de la dominación. La mayor parte del oro inca fue fundido para realizar nuevos tesoros (otra vez la superposición). Y esa materia prima fue la que usó en los siglos XVIII y XIX la escuela cusqueña de orfebrería que, por ejemplo, decoró los artesonados de los imponentes altares de las iglesias de el Cusco, recubriendo tallas de cedro con el llamado “pan de oro”. Además los orfebres fabricaban cálices y joyas en general, como lo ejemplifica la siguiente cita: “Juan Núñez de Gálvez, maestro orfebre con el capitán Andrés de Chevarría y Félix Antonio Zambrano, mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, fundada en el Convento de Santo Domingo, reciben lo siguiente: 88 diamantes, 5 rubíes, 5 zafiros, 3 jacintos, 616 esmeraldas, 3 amatistas, 921 diamantes de Bohemia, 8 calabazas de perlas y 200 castellanos de oro de Carabaya para engarzarlos en dos coronas para la Virgen del Rosario. Dicha obra será acabada y entregada a la perfección en el término de ocho meses de la fecha de este contrato, por la suma de 1500 pesos corrientes. Cusco, 12 de noviembre de 1707”.
El oro inca hecho tesoro otra vez se puede ver entonces en las diferentes iglesias cusqueñas, como por ejemplo en la catedral de la ciudad frente a la Plaza de Armas. Esta iglesia se levantó utilizando una piedra rojiza extraída de la fortaleza de Sacsayhuamán y su estilo no es barroco y plateresco como el del resto de las iglesias del Cusco, sino renacentista. Y sus interiores están decorados con cedro tallado revestido con cantidades increíbles de panes de oro y plata repujada.
EL MITO DE ORIGEN El origen mitológico del Cusco se remonta a la emigración de los legendarios Manco Cápac y Mama Ocllo, quienes habrían brotado de un capullo en el lago Titicaca. Para conocer en detalle la cotidianidad del mundo prehispánico existen las maravillosas crónicas del Inca Garcilaso de la Vega y los dibujos de Guamán Poma de Ayala. El presente, por supuesto, se capta caminando por las callecitas del Cusco, donde algo en el aire sugiere la presencia del mito. Pero ese ambiente produce sensaciones encontradas. Porque se percibe también la vieja tensión entre las culturas superpuestas, la fuerza de algo que está latente bajo los adoquines españoles que taparon las lajas incas, o en los cimientos de piedra casi invisibles que sostienen las iglesias católicas que fueron templos del sol. En la piedra de esa arquitectura se ve desde lo simbólico el aniquilamiento de un imperio, que también había sido cruel. Pero por las calles no circulan fantasmas sino la continuación viva de una cultura sincrética, que se reacomoda a los tiempos lo mejor que puede y en constante cambio, reafirmando una identidad a veces en conflicto consigo misma. Lo interesante más allá de la postal es que eso se ve todo el tiempo. Y en este detalle de observación radica la cuota extra de este viaje a la raíz profunda de la América andina.
Cómo llegar: La agencia de viajes Cusco Explorer ofrece un paquete con traslados y alojamiento para visitar el Cusco, los pueblos del Valle Sagrado y Machu Picchu en 7 días y 6 noches que cuesta 550 dólares (más el pasaje de avión). El trekking guiado por el Camino del Inca (4 días y 3 noche) cuesta 300 dólares. Más información al teléfono 4782-4167. Cabildo 2230 7A, CABA. www.incapoint.com
Dónde alojarse: El Hotel Koyllur Inn está ubicado en el casco histórico de el Cusco y ofrece habitaciones dobles muy confortables por 70 dólares. Todo el tiempo hay disponible té de coca para apaciguar los efectos de la altura y hay también habitaciones suite con hidromasaje. www.koyllurinn.com
El Koyllur Hostal es una excelente alternativa económica, en una hermosa casona de dos pisos con un patio interno techado, donde las habitaciones dobles con baño privado cuestan 45 dólares. www.koyllurhostal-peru.com
Más información: Embajada del Perú. Av. del Libertador 1720, de lunes a viernes de 9 a 13 y de 15 a 18. www.embajadadelperu.com.ar
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