PARIS > MARíA ANTONIETA, VERSAILLES Y LA CONSERJERíA
La reapertura del Petit Trianon reavivó la memoria de María Antonieta en Versailles y en el corazón de París, donde subsiste su sombría prisión de la Conserjería y la casa que fabricaba –y aún lo hace– sus chocolates favoritos.
› Por Graciela Cutuli
En París, la gloria y la tragedia están separadas por pocos kilómetros. Los que separan el fastuoso conjunto de Versailles –y dentro de él el Petit Trianon, dorado refugio de María Antonieta–, de la Conserjería, donde la detestada “austríaca” pasó sus últimos días antes de ser llevada a la guillotina. Revivida hace dos años por la polémica película de Sofia Coppola, y más tarde homenajeada por una imponente muestra retrospectiva en el Grand Palais de París, María Antonieta volvió a los titulares pocas semanas atrás gracias a la reciente reapertura del Petit Trianon, aquel pequeño palacio asociado para siempre con sus días de gloria, los últimos de la monarquía francesa.
LA ALDEA DE LA REINA “Usted ama las flores, Madame. Tengo un ramo para ofrecerle, es el Trianon.” Con esas palabras, Luis XVI le regaló a su esposa el conjunto palaciego que fuera creado por Luis XV para su amante, Madame de Pompadour, heredado por otra favorita, Madame Du Barry, y finalmente por María Antonieta. El conjunto del Petit Trianon, que la reina se encargó de remodelar y ampliar a su gusto a partir de 1774, indiferente a las crecientes dificultades y las protestas del pueblo, está formado por un castillo de inspiración palladiana, con las salas de recepción y los aposentos principales, un jardín inglés, un jardín francés y la “aldea de la reina”, en torno del lago. Allí, pequeñas casitas rústicas, un molino y una granja permitían soñar con una falsa vida bucólica alejada de los placeres y excesos de la corte. Con más pompa, en el primer piso del castillo –dominado por uno de los numerosos retratos de María Antonieta pintados por Elisabeth Vigée-Lebrun– se puede ver el espléndido comedor con sus vestigios de una “mesa móvil”, nunca concretada pero proyectada con la idea de servir las mesas abajo, en la cocina, para luego subirlas mecánicamente al piso superior sin “molestar” a los invitados con la presencia de la servidumbre. Al lado, la sala de música era el punto de reunión principal de la reina con su pequeña corte del Trianon, contigua al apartamento real con vista al jardín inglés y el Templo del Amor. Mientras tanto, el jardín francés alberga lo que fue el teatro querido por María Antonieta para sus representaciones privadas, y una capilla construida todavía en vida de Luis XV.
Todo el conjunto fue cuidadosamente restaurado durante más de un año, como parte de la rehabilitación del Gran Versailles impulsada por el Ministerio de Cultura: de este modo, se abrió al público en forma completa y por primera vez el área interna del Petit Trianon, que en parte puede visitarse libremente y en parte con guías. El objetivo de hacer visitar el Palacio como si estuviera habitado, como aprovechando alguna salida de la reina, se puede dar por bien logrado en este que es el epílogo de una historia agitada: el Petit Trianon pasó por los despojos posteriores a la Revolución, las reestructuraciones en tiempos de Napoleón y Paulina Borghese y las restauraciones de la emperatriz Eugenia, que por primera vez lo transformó en museo. Su antecesora María Antonieta lo había pisado por última vez el 5 de octubre de 1789, unos pocos meses después de la toma de la Bastilla, y un día antes de partir a París para no volver.
PRISION REAL Desde los puentes del Sena, la vista es idílica: un monumental edificio sobre las orillas de la Ile de la Cité, coronado por torres cónicas idénticas a las de la imagen medieval conservada en el célebre libro de horas Las muy ricas horas del duque de Berry. Adentro, sin embargo, las cosas no son tan románticas: construida como palacio de los reyes de Francia, a fines del siglo XIV la Conserjería se convirtió en prisión del Estado y en los años del Terror fue una casi segura antecámara de la muerte para la mayoría de los prisioneros que conocieron la oscuridad de sus celdas. Entre ellos, la otrora glamorosa María Antonieta, que fue encarcelada aquí en 1793. Pero antes de ella también el conde de Montgomery, que hirió accidentalmente a Enrique II en un torneo; Ravaillac, el asesino de Enrique IV; o el célebre Cartouche, todos custodiados por cerraduras del tamaño de libros y llaves de 25 centímetros de largo.
Si hoy día aún da ciertos escalofríos recorrer la Conserjería, no es difícil imaginar lo que habrá sido más de dos siglos atrás, cuando no había iluminación en las escaleras, barandas para caminar con paso firme o música que atenuara la sensación de frío y el ruido seco de las gruesas rejas al cerrarse. Aquí, en una de las salas, dos nombres –“Louis XV, dit Capet” y “Marie-Antoinette, dite Lorraine d’Autriche”– figuran sin sobresalir en la lista de 2780 condenados a muerte por la Revolución en París. La Conserjería, que era el nudo central de la organización de la justicia en la capital francesa, conserva la “salle de la toilette”, el lugar donde los condenados a la ejecución entregaban los últimos objetos en su poder antes de subir a la carreta que los llevaría al pie de la guillotina; la “salle des pailleux”, una celda pestilente donde los prisioneros dormían acostados sobre la paja; la pequeña oficina del “greffier”, en cuyos registros se anotaba el movimiento de los prisioneros; y el lugar donde estuvo alguna vez la celda de María Antonieta. La reina fue instalada primero en lo que había sido la sala de reunión de los carceleros, y luego en otra celda más segura que años más tarde fue convertida por Luis XVIII en una capilla expiatoria. Aunque el lugar no se parece hoy en nada a lo que fue la prisión de María Antonieta, se conserva así en cumplimiento a la ley francesa sobre monumentos históricos, que indica conservar estos lugares en el último estado importante que hayan tenido.
TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR... Tal vez lo haya pensado María Antonieta, desde su prisión en la Conserjería. Es que a poca distancia de allí, en plena Rive Gauche, se levanta sobre la Rue des Saints-Pères un negocio que parece intacto desde los tiempos de la Francia más regia. Sobre el frente, de un aterciopelado y discreto verde oscuro, se lee en letras doradas “Chocolats-Debauve et Gallais”. A un costado de las vidrieras, un cartel muestra más explícitamente un escudo azul con flores de lis doradas, que reza: “Casa fundada en 1800. Debauve et Gallais. Proveedores oficiales de los antiguos reyes de Francia”. Algo parece no coincidir: 1789, 1800... pero es así, y los responsables de la casa –en la persona de su director general, el extrovertido y amable Bernard Poussin, descendiente de los fundadores– están encantados de evocar la historia.
Esa historia empieza con Sulpice Debauve, farmacéutico certificado del rey Luis XVI en St. Cloud y Versailles. Se cuenta que un día, cuando visitó a la reina con una nueva preparación, María Antonieta se quejó de que la mayoría de los remedios que debía tragar no eran eficaces y resultaban particularmente desagradables al gusto. Poco después, elogió las virtudes del chocolate caliente que tenía por costumbre tomar todas las mañanas en Viena, desde hacía años... pero Debauve sabía que poner los remedios en chocolate caliente no solucionaría la cuestión: solo serviría para hacer más fuerte el aroma y el sabor del medicamento. Había que buscar una solución, y Sulpice Debauve la encontró incorporando el medicamento en chocolate sólido, no el mismo que hasta entonces se destinaba exclusivamente a consumir como bebida, sino una nueva variedad que podía morderse en barra: así nacieron los medallones de chocolate llamados “pistoles” (monedas), que poco a poco fueron relegando los remedios para privilegiar las flores de azahar, la leche de almendras, la crema de café o de vainilla según los gustos de la reina.
Después de la Revolución, Sulpice Debauve abrió en 1800 su primera boutique de chocolates junto a su sobrino, Jean-Baptiste Gallais, y escribió en el frente la célebre cita de Horacio “Utile Dulci”: lo útil y lo dulce, mezclado en el placer del chocolate... Debauve et Gallais (este último inventor de un novedoso procedimiento de deshidratación de la leche aplicable a la fabricación del chocolate) no tardaron en convertirse en proveedor de los reyes Luis XVIII, Carlos X y Luis Felipe, forjándose una reputación que se extendió a Alemania, Suiza, Italia e Inglaterra.
La vidriera de Debauve et Gallais hoy refleja esa antigua tradición: no sólo sobresalen las bandejas de “pistoles hygiéniques et de santé” (monedas higiénicas y de salud) de María Antonieta, sino un surtido de bombones hechos del más puro cacao, como le gusta subrayar a Bernard Poussin: “El chocolate francés es un ensamble de orígenes, algo que los chocolates industriales no pueden hacer. Recibimos el cacao sobre todo de Colombia, Venezuela, Guatemala, Costa Rica y las islas; luego entregamos los granos y nuestras mezclas para hacer fabricar la cobertura, que tiene grandes exigencias técnicas y sanitarias, y con ella elaboramos nuestros bombones”. Con el tiempo, los clientes célebres de Debauve et Gallais fueron inspirando algunas de las creaciones de la casa: los “Napolitains”, bombones de chocolate con imágenes de Nápoles encargados por María Carolina de Borbón para festejar el nacimiento de su hija Luisa en 1819; los “Quatre reines”, una caja para celebrar las acciones de María Leszczynska, María Antonieta, María Josefina de Saboya y María Teresa de Saboya, o las “Petites Madeleines”, en homenaje a Marcel Proust, uno de los más fieles clientes de la casa. Así, en su tradicional local de la rue des Saints-Pères, pero también en sus sucursales dispersas por el mundo, Debauve et Gallais sigue siendo uno de los más fieles lugares de memoria de María Antonieta. Uno de los que evocan los tiempos felices, como el Petit Trianon, mientras la sombría Conserjería y la basílica de Saint–Denis, tumba de los reyes de Francia al norte de la capital, son el recuerdo de su trágico final.
Palacio de Versailles y Petit Trianon: www.chateauversailles.fr
Debauve et Gallais: 30 Rue des Saints-Pères, París.
La Conserjería: 2 Boulevard du Palais, Paris 1. Abre diariamente de 9.30 a 18, la visita se puede combinar con la Sainte-Chapelle.
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