turismo

Domingo, 11 de enero de 2009

BRASIL > EL áRBOL-SíMBOLO DE FLORIANóPOLIS

Gracias al Garapuvú

El mítico árbol, especie autóctona que habita los morros y la extensa mata atlántica, fue el mayor aliado de los primeros pobladores del litoral brasileño, ya que su maleable y liviana madera les permitió fabricar embarcaciones pequeñas para la pesca, su principal fuente de subsistencia.

 Por Pablo Donadio

Ya lo dijo alguien: desde el comienzo de los tiempos, y como característica distintiva del resto de las especies, el hombre modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Esencialmente pesquero, el pueblo que se desarrolló sobre las márgenes costeras del Brasil de siglos atrás tuvo como aliado fundamental al garapuvú. Conocido también como ficheira o guapuruvú, la madera de este árbol fue la materia prima indispensable para la vida y el comercio en tiempos donde pocas cosas podían comprarse hechas. Para los pobladores originarios y para los azorianos que llegaron a mediados del siglo XVIII desde las nueve islas del archipiélago cercano a Portugal, el garapuvú constituyó mucho más que una especie autóctona de la zona. Aún hoy (en algunos sitios bajo las formas y tradiciones de aquel tiempo) suele usarse en la construcción de embarcaciones pequeñas como canoas y kayaks por su ligereza y fácil tallado.

MIXTURAS Florianópolis, capital del Estado do Santa Catarina, tuvo como primeros pobladores a los indios tupí-guaraníes, que habitaban en varias tribus y aldeas del área litoraleña. Cuando Brasil fue “descubierta” por los portugueses por el año 1500, los primeros colonos comenzaron a establecerse junto a esos grupos indígenas, a los que llamaban carijós. Pero fueron los inmigrantes azorianos los que verdaderamente marcaron su impronta en gran parte de los 500 kilómetros de costa catarinense. A diferencia de los explotadores coloniales de los ingenios azucareros (hasta fines del siglo XVI, Brasil fue el mayor productor mundial de azúcar), y de enceguecidos buscadores de oro y otros tesoros que las minas del continente poseían, los primitivos azorianos llegaron en cambio por una mejor forma de vida.

“Como las nueve islas del Archipiélago de las Azores estaban muy pobladas, se hizo una lista con quienes querían viajar y se emprendió una travesía terrible que duraba unos tres meses. Así fueron arribando aproximadamente 6000 personas, entre las cuales se destacaban los grupos familiares”, cuenta Celia Cabezas Jaramillo, guía turística de Florianópolis. “De ellos hemos heredado las facciones físicas, la manera de comportarnos y un portugués muy cerrado.” Desde 1747, y durante los ocho años siguientes, los azorianos se establecieron en pequeñas villas a lo largo del litoral. Comenzaron a producir trigo, pero fundamentalmente se volvieron expertos pescadores, gracias a los frutos de las magníficas, cálidas y trasparentes aguas de la costa atlántica.

SOBRE LA MATA ATLANTICA La pesca fue para esa población costera un alimento básico e indispensable. Ese destino sigue su curso aún hoy, ya que la zona es una gran proveedora de pescados y mariscos, y la mayor productora de ostras del país. Por sus calles abundan las casas con aparejos necesarios para entrar al mar, y las redes, cañas y carnadas están a la orden del día en cada playa. Muchos locales creen que nada de esto hubiese sido posible si la tradición pesquera no hubiera encontrado, además de condiciones marítimas destacadas, una forma simple de acceso: “Gracias a la plasticidad y fácil moldeado del garapuvú, en pocos días se contaba con una embarcación”, completa Cabezas Jaramillo. Por eso los habitantes que llevan a cuestas los relatos de sus generaciones pasadas hablan del valor del garapuvú. Originario de las selvas brasileñas, su planta es un símbolo de la ciudad de Florianópolis. Caracterizada por impermeabilidad, liviandad y facilidad para el tallado (además de un rápido crecimiento que alcanza en pocos años unos 40 metros de altura), embellece con largas hojas parecidas a las del helecho a la famosa mata atlántica, un cordón de vegetación que viste morros y campos por doquier.

TIERRA DE SUPERSTICIONES Ya sin el estigma de ser peregrino en tierras ajenas, el pueblo azoriano comenzó a cimentar un estilo de vida pacífico y muy devoto.

Esa fe, expresan, los ha ayudado a superar los malos tiempos que han seguido a las muchas catástrofes naturales, como la de los últimos meses en Florianópolis, donde las tormentas que desmoronaron morros y carreteras causaron más de un centenar de muertos.

Asimismo, su educación y respeto por los visitantes los ha convertido en excelentes anfitriones, a sabiendas de lo que el turismo representa para la región. Caminar las calles de Floripa implica encontrarse con ellos y sumergirse en algunas de sus supersticiones. Entre las leyendas que envuelven a la isla y su porción continental (que en total suma cerca de 700.000 habitantes), se encuentra la de la enorme higuera de la plaza 15 de Noviembre. Cuenta la historia que la planta sobrevivió de un brote luego de ser trasplantada, y ahora quien llega a la isla por primera vez debe dar tres vueltas completas bajo su copa. Si esto se cumple, el hechizo le dará salud, dinero y un pronto regreso a la tierra de los pescadores.

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La ancha copa del benéfico Garapuvú. Sus hojas son parecidas a las del helecho.

Los descendientes de azorianos continúan la tradición pesquera en el sur brasileño.
Imagen: Pablo Donadio
 
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