Domingo, 11 de enero de 2009 | Hoy
ESPAÑA > EN ANDALUCíA
Con tres mil horas de sol al año y sus casi doscientos kilómetros de costas sobre el Mediterráneo, la provincia de Almería es uno de los destinos inolvidables de la eterna región de Andalucía. Desde los pueblos blancos de Adra hasta la Sierra de Dador y el Cabo de Gata, el paisaje se enciende bajo la luminosidad de su límpido cielo.
Por Felisa Pinto
Decía el folleto: “Si miramos el mapa de España veremos que Almería está situada en el extremo SE de la Península, y sus casi doscientos kilómetros de costa bañan el Mediterráneo, gozando de tres mil horas de sol al año, máximo garantizado en todo el país. Separan a Almería del resto del territorio un tren que nace o muere, según se mire, en la capital y tres carreteras de buen firme pero con muchas curvas, sea hacia Murcia, Granada o Málaga. Y también existe un aeropuerto abierto en 1968, que desde entonces bate todos sus records de vuelos cada diciembre, cuando los europeos del norte desembarcan ávidos de sol y aire seco y puro, sin asomos industriales, ya que la provincia no tiene industrias contaminantes. Algunos viajeros nostalgiosos buscan, también, vestigios del cine de westerns, que desde los años ‘70 dejaron su huella en el paisaje árido, convertido en un set natural de filmación ideal, entre las sierras peladas, luz limpia y asegurada, más ventajas financieras bien calculadas, por los entonces productores de Hollywood”.
Ante semejantes estímulos decidí emprender viaje, en pleno invierno porteño, buscando la urgencia de sol que ofrecía Almería, un lugar que hace algunas décadas casi nadie conocía como destino rutilante. Y al que volví tres veces más en diferentes épocas y años, con la misma pasión y entusiasmo.
Volé Ezeiza-Barajas, y allí mismo transbordé al aeropuerto de Almería, donde es aconsejable elegir un automóvil para poder gozar con el paisaje y buscar o detenerse en los recovecos de los casi 200 kilómetros de costa, de cara al Mediterráneo y que se extiende parte hacia el mediodía, descubriendo un amplio golfo desde el límite con Granada y parte hacia el Levante, hasta el límite con Murcia, siendo este ángulo, la punta del Cabo de Gata, que es en realidad la esquina sudeste de España.
A partir de allí el paisaje árido descubre la irrupción de los pueblos blancos famosos de Adra y que aún conservan la huella fenicia de Abdera. Desde aquí, la costa corre llana y baja hasta Roquetas del Mar, pequeño puerto pesquero que precede a fragosos acantilados donde la sierra de Gador toca el mar. En Roquetas se suele hacer la pausa del almuerzo con sardinas recién pescadas, con ajo y asadas en el lugar, rociadas con sangría o limonada andaluza, la mejor del país. La modorra se soluciona, siesta mediante, a la sombra de una roca, en esas mínimas entradas del mar, solitarias, sin quioscos ni reposeras y sin testigos turistas.
CIELO Y CLIMA Quizá lo que más sorprende a quien llega por primera vez a Almería es su luz, abundante y poderosa. No es sólo la transparencia del aire no contaminado por humos o gases sino por lo que dicen los almerienses sería su razón: la aridez del suelo unido a la proximidad del mar crean condiciones extrañas que logran una limpidez sorprendente en las lejanías.
Uno de los admiradores más fervientes de esta provincia y su luz fue Aldous Huxley, quien escribió Soneto a Almería en 1934, y que años después se vendería impreso en las tiendas de souvenirs de la región. Dos estrofas dicen: “La luz es tu amante. Tierra afortunada!, /concibe el fruto de su divino deseo./ Pero no es sino polvo reseco/ lo que la tierra engendra,/ polvo, hijo de arcilla, fecundado por el fuego de los cielos,/ entonces venid, oh blanca lluvia y tiernas nubes/ abatid este amor fulgurante que tiene la fuerza del odio”. El paisaje luminoso del que habla Huxley y todos los viajeros es el que se registra sobre el fondo oscuro que encuadran el golfo, calizas dolomíticas de Sierra de Dador, pizarras metamórficas de Sierra Alhamilla y el Cabo de Gata, donde la atmósfera se vuelve opalescente de granos de sal y de fina arena que se torna azulada, con lo que el fondo se oscurece aún más.
Es la Almería que en diciembre y enero, cuando el anticiclón extiende su capa protectora de altas presiones, produce días de altas y benignas temperaturas, con noches claras y frías que permiten contar las estrellas en un cielo de un negro absoluto.
Las temperaturas medias de 16 grados en invierno empujan a los viajeros nórdicos a quedarse gozando del sol benéfico y a veces hasta meterse en el mar, ya que las aguas en invierno son todavía más cálidas que el aire. En verano hasta es posible nadar de noche y tomar baños “de luna” sobre la arena.
LA NOCHE DE LOS SIGLOS En cuanto a su historia, el pasado de Almería se hunde en la noche de los siglos. Cabeza de playa de todas las culturas mediterráneas, las huellas de su paso se remontan más allá de los diez mil años. Hay restos de industrias paleolíticas en Vélez Blanco, Antas y Cuevas. La cultura del bronce tiene su mejor estación en Los Millares, la primera aparición del vaso campaniforme de la cultura de Almería, que se localiza en Algar. Fenicios, cartagineses y griegos explotaron minas y trajeron el comercio y la navegación. Los árabes fundaron en el siglo X la actual capital y le dieron su nombre.
Hoy se pueden visitar las cuevas de Almanzora, adonde hay viviendas cavadas en la roca que recuerdan la prehistoria. Mientras en el opuesto paisaje, no lejos de allí, se puede bailar hasta el amanecer en los bares de Mojácar, otro pueblo blanco plagado de bares y restaurantes y tiendas sofisticadas. Lugar que pusieron de moda los hippies y post-hippies de los ‘60 y los ‘70. Especialmente las suecas rubias que se casaron con andaluces morenos plenos de vida y gracia. En Almería ya hay hoteles de charme, desde entonces fundados por ellos, y también un Parador Nacional, sobre la costa, muy recomendable y de precios razonables, que satisface las aspiraciones del viajero exigente.
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