Dom 25.01.2009
turismo

LA RIOJA > EN LA SIERRA DE QUINTEROS

La morada del cóndor

Los llanos riojanos esconden uno de los mejores sitios del país para avistar cóndores. Un paraíso de clima agradable, perfumado por exquisitas plantas aromáticas, con cactus en flor y nogales centenarios. Una tierra que fue habitada por diaguitas y transitada por viejos caudillos. Pero sobre todo un lugar para el mágico encuentro cara a cara con el cóndor. Crónica de una cabalgata para admirar su perfecto vuelo en las alturas.

› Por Guido Piotrkowski

“Cuando era niño me quedaba pegado mirando los cóndores. Llegué hasta arriba buscando a las cabras, que suelen irse hacia allí donde tienen los arbustos y las plantas aromáticas. Ahí están en su salsa.” La voz baja, pausada y de marcado acento riojano de José de la Vega relata cómo fue que este hombre nacido y criado en los llanos riojanos “descubrió” la Quebrada de los Cóndores, un sitio en las sierras de Quinteros, declarado reserva natural.

Mientras almorzamos un típico plato llamado kipe, por cierto muy sabroso, de origen árabe y muy común por estas tierras, José, o simplemente “Joyo”, como lo conocen por estos pagos, se apasiona con la historia del lugar, que en definitiva es su propia historia. La Posta de los Cóndores es la casa de sus familiares desde tiempos remotos. Con modesto orgullo, Joyo dice: “Acá se afincaron mis tatarabuelos, Benigno y Catalina de la Vega. Todo tiene una historia, esa vieja radio, los muebles, todo. Y se dice que en esa misma habitación donde ustedes duermen, ha dormido el Chacho, que andaba controlando el ganado y cortaba camino por sobre la sierra”.

Las confortables habitaciones con muros de piedra de la posta fueron construidas originalmente por los primitivos habitantes del lugar, los Olongastas. La familia De la Vega se ocupó de preservarlas, y así quienes visitan este recóndito rincón riojano pueden disfrutar de las frescas noches serranas durmiendo en cuartos centenarios.

“Los llanos de La Rioja siempre los relacionaron con la seca, el desierto y la emergencia hídrica. Pero la mayoría de la gente no sabe que existen estos lugares, que son un paraíso. Llegar acá a la posta es una aventura porque estamos en el corazón de la sierra. Y como si esto fuera poco, estás en un santuario natural, acá sos realmente el protagonista, no lo mirás de afuera. Mientras estás ahí arriba es muy difícil que te encuentres con más gente, es todo tuyo. Y cada vez cuesta más encontrar lugares así, tan vírgenes”, dice Joyo con acertada pasión.

LARGO CAMINO A LA QUEBRADA El motivo principal de la visita a este perfumado sitio repleto de plantas aromáticas como la jarilla y el poleo, con acacias, quebrachos colorados y nogales de hasta doscientos años, es encontrarse cara a cara con el cóndor, amo y señor de las alturas, inspirador de leyendas milenarias y víctima de sacrificios rituales por parte de los pueblos originarios de América del Sur, quienes creían que bebiendo de su sangre heredarían su energía y su poder. Joyo cuenta cómo fue que a lo largo del tiempo los cóndores sufrieron por la ignorancia y el desinterés del ser humano: “Antes la gente miraba al cóndor como un depredador, decían que les mataba el ganado y los cazaban incentivados por el gobierno. En esa época, a fines de los sesenta, se pagaba por sus patas. Todavía hay gente que cree que es dañino, pero ahora, de todas maneras, hay otra visión”. Sus enormes dimensiones la convierten en el ave más grande que vuela por los cielos del planeta: puede llegar a medir más de tres metros desde un ala a la otra y aproximadamente un metro y medio de largo de la cabeza a la cola. Los machos llegan a pesar hasta quince kilos y las hembras unos once.

Jorge es el guía encargado de conducirnos hacia la morada de los cóndores. Este hombre de pocas palabras es uno de los aproximadamente doscientos cincuenta habitantes que viven en las inmediaciones de la sierra de Quinteros. Ellos mismos son los encargados de proteger la fauna del lugar de los cazadores al acecho.

Partimos cuesta arriba acompañados del “Cosaco”, un caniche salvaje que conoce el camino de memoria. Un fuerte aroma a poleo lo invade todo por momentos, y la jarilla aporta lo suyo también. Cada tanto debemos cruzar de un lado al otro del arroyo, sortear grandes piedras y esquivar ramas que lastiman. Durante el verano las lluvias bendicen estas tierras relativamente secas, e inundan la sierra de cactus en flor. Amarillos, naranjas y rojos furiosos, cuasi fosforescentes, decoran e insuflan de vida a los secos cactáceos.

Al llegar a una vega (un humedal), divisamos los primeros cóndores. Al principio los confundimos con el jote, su primo menor, mucho más chico en tamaño, de vuelo menos vistoso y sin el collar en el cuello que caracteriza al cóndor. Jorge nos marca la diferencia al tiempo que notamos en la cumbre de un morro lindero las cuevas donde habitan, fácilmente reconocibles por la cantidad de manchas blancas de excremento en los alrededores del nido.

Las hembras ponen un único huevo y durante 55 días se turnan con el macho para incubarlo. A los dos años el pichón ya come por sus propios medios, y vuela en busca de la carroña que deberá disputar con otros de su especie. Su plumaje pasa del marrón juvenil al gris de mediana edad para finalmente convertirse a los seis años en un adulto en blanco y negro.

El último tramo de la subida lo hacemos a pie y dejamos los caballos descansando muy cerca de un magnífico molle, el custodio de la imaginaria puerta de entrada al reinado del cóndor. La expectativa por llegar hace que la caminata parezca un tanto más extensa de lo que realmente es. Poco después, un abrupto precipicio aparece de frente: estamos en el Mirador de los Cóndores, un enorme peñasco que sobresale del acantilado a unos 1800 metros sobre el nivel del mar. El sol nos regala unos instantes de luz mágica y nos sentamos mate de por medio a esperar que hagan su majestuosa aparición. Pero se hacen rogar. Más de una hora aguardamos para divisar alguno, y poco antes de vernos obligados a emprender la retirada por peligro de tormenta inminente y oscuridad repentina, un cóndor juvenil se muestra frente a nuestras narices, pasando a un metro de distancia del mirador. Enseguida, comienzan a aparecer algunos más, pero ninguno tan cerca como aquél. El frente de tormenta amenaza y resolvemos regresar, con la promesa de volver temprano al día siguiente, si el tiempo ayuda.

REGRESO TORMENTOSO Emprendemos la retirada rápidamente, perseguidos por unos negros y espesos nubarrones. El crepúsculo se acerca y el cielo tormentoso promete un atardecer furioso. Jorge va adelante apurando el paso, no sólo por la inminente tormenta, sino porque conoce el lugar ideal para apreciar la caída del sol, y quiere llegar a tiempo antes de que caiga la noche. Algunos truenos estallan en la quebrada, mientras el guía señala el lugar por donde el sol está a punto de desaparecer. Como en un sueño, pero calculado con la precisión de un reloj suizo, la inmensa bola de fuego se esconde en el horizonte riojano y la quebrada se tiñe de ocre.

Cabalgamos por el suelo pedregoso bajo las primeras y gruesas gotas cuando aún falta más de la mitad del camino por desandar. A la vera de un arroyito, decenas de pequeños cactus en flor buscan la cercanía con el agua, tiñendo con sus colores las verdes pasturas de la pequeña pampita que atravesamos. El descenso es más rápido pero más temerario por momentos, las gotas son cada vez más gruesas y la vuelta se torna más pesada y cansadora aún. Finalmente, la tormenta se desvía y completamos el descenso con mayor tranquilidad, llegando minutos antes de la oscuridad total y la tormenta eléctrica, que descarga tremendos rayos en el horizonte.

Joyo nos espera con un tiernísimo chivito al asador mientras la tormenta y el ruido de lluvia le dan un marco especial al final de la agitada jornada. Comemos hasta chuparnos los dedos. El cansancio no tarda en llegar y la sobremesa se hace corta: hay que madrugar para regresar al reino del cóndor.

EL VUELO MAJESTUOSO Nos levantamos al alba y partimos enseguida después del desayuno. Cosaco nos acompaña una vez más. Esta vez, el ascenso lo realizamos más rápido, en unas dos horas, y antes del mediodía estamos nuevamente en los dominios del cóndor. El amanecer y las primeras horas del día son las ideales para su majestuoso vuelo, ya que el cóndor aprovecha las corrientes térmicas de aire caliente para volar bien alto (alcanzan los 7000 metros aproximadamente) y por mucho tiempo, incluso llegando a planear por horas.

Jorge lleva algo de carne como cebo para intentar atraerlos hacia nosotros, y apenas llegamos la deja sobre una de las enormes rocas al borde del precipicio. Pero pasan casi dos horas y nada. Ya estamos impacientes, y hasta el guía parece molesto y decepcionado con las aves que no se muestran, incluso llega a disculparse por el hecho de que no aparezcan.

Cuando decidimos movernos hacia otro punto, divisamos dos ejemplares. El cóndor suele volar en pareja y es monógamo: elige a su compañero/a de por vida. Incluso cuando uno muere, el otro se suicida tirándose en picada. En cuestión de instantes ambos están sobrevolando raudamente nuestras cabezas. Poco después, como el día anterior, comienzan a llegar algunos más, pasando bien cerca del peñasco en el que estamos. Nos movemos por nuevas huellas hacia otras salientes para obtener panorámicas diferentes. El cielo del valle se puebla de cóndores. Vemos cómo algunos planean desde arriba y a lo lejos, perdidos en la inmensidad del desfiladero, y muchos otros se muestran cara a cara. Sus patas de garra meten miedo y la cresta del macho impone respeto. Nos observan como nosotros a ellos, y se acercan con velocidad y cautela. Su vuelo es veloz y armónico, y sus alas de plumas extendidas son hermosas. Visto así, se entiende por qué infunden tanta admiración como miedo y respeto: son realmente impresionantes.

Pinturas rupestres y pesca de truchas

En los alrededores de la Quebrada de los Cóndores, se pueden ver las marcas que los pobladores originarios dejaron grabadas en las piedras. La mayoría de las pinturas rupestres representan a los animales que habitaban y aún hoy habitan el lugar. La excursión hasta allí dura unas seis horas, e incluye una caminata bordeando el lecho del río Santa Cruz hasta un bosque de molles, donde se hace una parada para almorzar y luego continuar hasta los petroglifos.

La pesca de truchas con devolución, facilitada por aguas transparentes, es otro de los atractivos del lugar. Esta excursión se combina con una cabalgata hasta el Parque de Piedra: un curioso laberinto de pasadizos y senderos de rocas dispersas de extrañas formas. La ruta continúa hasta un pequeño río, lugar indicado para pescar hasta la caída del sol.

Datos útiles

Cómo llegar: Desde la ciudad de La Rioja se debe tomar la Ruta 38 hasta Punta de los Llanos, y doblar hacia el sur en la ruta provincial 29 hasta la localidad de Tama. Desde Tama nace un camino de tierra (transitable por autos comunes) hasta Paca Tala (20 kilómetros), y luego hay que seguir 20 kilómetros más ascendiendo el cerro hasta Santa Cruz de la Sierra.

Dónde alojarse: La Posta Quebrada de los Cóndores tiene 5 cuartos con capacidad para albergar unas 20 personas. La estadía incluye el desayuno, almuerzo y cena con comidas típicas. Agencia Quebrada del Condor, www.postaloscondores.com.ar, E mail: [email protected]. Tel: 03826-15676064.

Más información: Casa de La Rioja en Buenos Aires: Callao 745, Tel: 4815-1929. Secretaria de Turismo de La Rioja: Calle Pelagio Luna 345, La Rioja, Tel: 03822-426345.

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