Domingo, 15 de febrero de 2009 | Hoy
MAR DEL PLATA > COMER EN EL PUERTO
Emplazado en un predio cercano a la boca por la que entran y salen cientos de barcos pesqueros cada día, el complejo gastronómico del puerto de Mar del Plata es una invitación al placer culinario. Los mejores frutos del Atlántico, del océano al plato, en un instante.
Por Pablo Donadio
Cazuela de mariscos, camarones al ajillo, salmón grillado, langostinos al natural, paella a la española, mejillones cocidos en su cáscara, calamares en escabeche, rabas, cornalitos, calamaretis... El Centro Comercial Puerto, casi un centro de fascinación gastronómica para quien gusta de los frutos del Atlántico, lo tiene todo. Por eso, no es fácil responder rápidamente cuando el mozo pregunta ¿Qué se va a servir? Es que si de placeres se trata, llegar a Mar del Plata es también hacer honor a eso que muchos entienden por disfrutar de una buena comida. Visitado por miles de turistas nacionales y extranjeros que llegan a la gran ciudad balnearia, su puerto brilla como en pocas ciudades del mundo.
Camino al puerto Pese a los rumores de que este año la costa nacional recibiría menos visitas que el año pasado, Mar del Plata ha tenido un enero muy movido. Al llegar allí, hay una invitación que se torna ineludible, mucho más si el gusto por los pescados y mariscos está en el menú personal. Al emprender ese camino al puerto, la imagen de su bellísima costanera cabalga por playas y acantilados, arenales y peñascos, bordeados de veredas con un pequeño muro que parece no tener fin. En esa suerte de mirador existente de punta a punta de la ciudad, suelen encontrarse los románticos para las últimas palabras de conquista, con el sonido y la imagen del mar como gran aliado.
Si el hospedaje está hacia el lado de los balnearios de Santa Clara del Mar y Mar Chiquita, la recorrida invita a conocer previamente la peatonal San Martín, donde el mucherío de gente se agrupa para conseguir regalos y caracoles extraños. De pasada, la rambla, la plaza Colón y el casino, son un buen lugar para una foto-postal, sin olvidar la base naval, donde inmensos buques que saben de historias y aventuras descansan ahora del alta mar. Si en cambio, se arriba desde la ruta que conduce a Miramar y Necochea, el paso por las amplias playas de Punta Mogotes y el mítico Faro, dan cuenta de una ciudad que alberga tantos atractivos como visitantes veraniegos. La señal de llegada en ambos casos la establece Juan B. Justo, la tradicional avenida donde se consiguen los sweaters escote en “V” de bremer, tejidos de punto, camperas y reconocidas prendas de cuero, apenas a unos trescientos metros del complejo de comidas. Por las noches, cuando más público elige la visita portuaria, el escenario se enciende maravillosamente con las luces de la ciudad, que desde muchos de sus ángulos permite ver su fascinante corredor marítimo y las zigzagueantes costas sobre el océano Atlántico.
Industrial y gastronomico La mayoría de las firmas llevan más de 50 años en el puerto. Si bien algunas han cambiado de nombre y propietarios, todas son parte del traslado que implicó una mudanza iniciada en 1983 desde la banquina a un nuevo polo gastronómico: el Centro Comercial Puerto. Eso mismo intenta hacerse hoy en la ciudad con los boliches de la avenida Além, cuyo destino próximo será la escollera Sur. Desde entonces los restaurantes están abiertos todo el año, aunque el verano es el momento más esperado y “cuando se factura el 70 por ciento de la ganancia anual”, según cuenta uno de los prestadores. Allí, además de los restaurantes, un local ofrece conservas y recuerdos regionales que abundan también a unas cuadras, en la dársena a la que llegan los famosos barquitos amarillos, cuya actividad comienza de madrugada, cuando se alejan unas 15 millas para recolectar la pesca del día. En el escalafón siguiente se encuentran los barcos de media altura de colores rojizos y amarillentos, que navegan unas 90 horas, alejándose hasta 100 millas de la costa. Por último, y sin llegar a ser buques factoría dedicados a una embarcada de más de un mes, los barcos de casco rojo permanecen de una a dos semanas y vuelven con especies más importantes para la oferta inmediata. Con este férreo trabajo diario, el puerto asegura la entrada de pescados y mariscos frescos. La fuerza industrial de la pesca ha hecho así de Mar del Plata, también un polo de establecimientos altamente tecnificados, que compiten en cantidad y calidad con los mayores productores del mundo. Inaugurado en 1923 por Pedro Luro como puerto artificial y provincial, se encuentra encerrado por las imponentes escolleras Norte y Sur, y conformado por diversas entradas (dársenas) y espigones de aguas tranquilas. Si bien está admitido como puerto petrolero, cerealero y de explotación turística, la actividad pesquera es claramente la preponderante.
Accesible y riquisimo “Si bien nos especializamos en sushi, muchos clientes vienen en busca de nuestras parrilladas de mariscos, abundantes en salmón rosado, lenguado y langostinos, en compañía de hortalizas y panaché de verduras”, dice Martín Magdaleno, encargado del restaurante Minipez. Con un cubierto promedio de $35 por persona, la firma de origen japonés ha sabido instalarse como “el” lugar para saborear las mejores variedades del sushi, y en su picada de ocho platos no faltan rabas, cornalitos, camarones y bastones de calamar. A menos de 20 metros, el faro de Mediterráneo indica que se ha llegado a buen puerto: “Somos los más nuevos. Antes había un supermercado de conservas, que en 2001 decidió vender y surgió la idea de poner un lugar de comidas típicas”, cuenta Salvador Mele, uno de los propietarios del local que lleva apenas seis años en el complejo. Como su nombre lo sugiere, su cocina es especialista en la paella, cazuela con calamares y arroz con mariscos. Su abundante picada para tres/cuatro personas, lleva bases de suflé, frituras mixtas y empanaditas de pescado. Con un precio por cubierto de $40 promedio, el lugar tiene capacidad para 250 personas y accesos y comodidades para gente con capacidades diferentes. Cerquita, El Centellón y Santa Rita aportan los manjares de la pesca del día también con precios razonables. Mientras, La Caracola sabe de paellas y copas frías (una genial con camarones, palmitos, apio y salsa golf). Al igual que Puerto de Palos, de estilo criollo y coherente con su oferta extra de pastas y asado, el precio promedio ronda los $50 por persona. Ya sobre uno de los extremos, aparece Puerto Gallego, cuyo estilo moderno (con Dj y un chef que flamea bocaditos de pescado en la puerta) y los platos típicos, es otra buena opción. Si el bolsillo no es problema, Piedra Buena, un poco más arriba en precios y glamour, agrega a su carta un interior remodelado con catalejos y pisos de madera, para disfrutar la comida como en un auténtico barco. Allí los pescados salen bien acompañados por irresistibles cremas y salsas. Finalmente, estacionamiento de por medio hace su presentación un grande con nombre propio: Chichilo. El famoso restaurante se destaca por su blancura y autoservicio en dos sucursales. Basta llegar a la entrada, agarrar bandeja, plato y cubiertos, y comenzar un desfile único por mesadas frías y calientes, donde el salmón blanco con salsa de limón y verduras es una de las mejores cosas que pueden pasarle al ser humano en su vida terrena. Acompañado de ensalada, puré o papas fritas, el plato que cuesta $35 permite comer holgadamente a dos personas, y disfrutar la degustación frente a las pinturas que visten su interior. Otras delicias a buen precio, que combinan mariscos, cazuelas y pescados, invitan sencillamente a volver, volver y siempre volver.
Compañeros de los pesqueros que salen cada día en busca de su carga, los lobos marinos de un solo pelo son otra de las atracciones del puerto de Mar del Plata. Su colonia continental se ha convertido en una reserva con más de 800 machos, y puede observarse durante todo el año a metros de los curiosos visitantes.
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