Domingo, 22 de marzo de 2009 | Hoy
CHUBUT > AVENTURA EN LA CORDILLERA
El sudoeste de Chubut alberga uno de los confines más agrestes y menos explorados de la cordillera. De Alto Río Senguer a los lagos Fontana y La Plata, crónica de una travesía ideal para descubrir lugares donde la naturaleza reina con todo su esplendor.
Por Mariana Lafont
En este rincón de la provincia de Chubut se encuentran dos grandes lagos, Fontana y La Plata, unidos por un pequeño río, el Unión. Nuestra meta: dar la vuelta, caminando, al lago La Plata. El punto de encuentro fue Alto Río Senguer, en la estepa patagónica. Sin auto propio no fue sencillo llegar ya que no hay servicios de bus todos los días (y cuando hay es necesario hacer trasbordo). Con nuestro guía, Pablo, viajamos de Esquel a “La Laurita” (una estación de servicio abandonada a 40 km de Senguer) donde luego nos recogieron. El micro siguió hacia Comodoro Rivadavia y nos dejó en medio de la nada bajo un infinito manto de estrellas. El sonido del motor se hizo cada vez más lejano hasta que un profundo silencio se adueñó de una noche patagónica sin viento.
Al día siguiente compramos víveres y recorrimos el pueblo y el río Senguer. Este río (que nace en el lago Fontana y desemboca en el Colhué Huapi) corre cerca del casco urbano. No es muy profundo pero su caudal aumenta con los deshielos. El pueblo está en la margen norte y su nombre deriva de una voz tehuelche que significa “paso del río” aunque a principios del siglo XX se lo conocía como Paso Schultz. La primera Comisión de Fomento se creó en abril de 1943 por iniciativa de un pionero aviador, Casimiro Slapeliz.
A pesar de tener 2000 habitantes, tres hoteles-restaurantes (única opción para comer algo afuera) y más de 50 comercios (aunque cueste encontrarlos) se ve poco movimiento en la calle. El ripio amarillento contrasta con el cielo azul y con los verdes e innumerables álamos plantados. El clima es seco y cuando se levanta viento una gran nube de polvo se apodera del pueblo. Los veranos son ardientes y los inviernos crudos aunque desde la llegada del gas natural (hace poco más de dos años) son más llevaderos. Tanto la avenida como la plaza principal se llaman San Martín y esta última es llamativa porque tiene tantos álamos, uno al lado del otro, que semeja una verde fortificación. A pocos metros se levanta un gran monumento con dos caballos y un indígena. Son Gato y Mancha que en 1925 realizaron una de las mayores hazañas equinas del mundo: recorrieron 21.500 km uniendo Buenos Aires y Nueva York en 3 años, 4 meses y 6 días. El jinete fue Aimé Tschiffeli, un suizo que quería demostrar la fortaleza de la raza criolla. Luego de la proeza los equinos vivieron mucho más y hoy pueden verse embalsamados en el Museo de Luján.
EL GRAN DIA El grupo era pequeño: dos hombres y cuatro mujeres. Mientras ordenábamos las provisiones, Pablo buscaba quién nos acercara al lago (a casi 100 km), algo complicado ya que no hay remises ni transportes que lleven a los turistas hasta allí. La única opción es pagar a un poblador para que haga el trayecto. De casualidad, me topé con Andrea, un colega italiano que había conseguido cómo ir hasta el lago donde pasaría unos días en Bahía Arenal (una idílica hostería quemada hace unos años), quien accedió a que fuéramos con él.
Dejamos Senguer, atravesamos la estepa dorada de coirones y comenzamos a ganar altura llegando a ver algunos manchones de nieve. Luego aparecieron, una a una, las primeras lengas y enseguida llegamos a un punto panorámico. Allí se veían claramente el sistema lacustre de origen glaciario, un azulado cordón montañoso y los cerros Dedo, Cóndor y Catedral. Parecía increíble que, en pocos días, estaríamos caminando por semejante inmensidad.
Los lagos están a 800 msnm, en un estrecho valle transversal que se interna profundamente en la cordillera de los Andes. Sus aguas, frías y profundas, están rodeadas por montañas bajas en el este pero elevadas en el oeste (superando los 2000 msnm). El serpenteante río Unión tiene 1 km de largo y sólo se puede cruzar por la pasarela peatonal en el complejo de cabañas Pueblo Brondo (primer emprendimiento en la zona con más de treinta años). Los amantes de la pesca encuentran, tanto en el río como en los lagos, incontables Fontinalis y Arcoiris saltando al atardecer.
Luego de bordear un Fontana planchado, pasamos por el camping municipal y a medida que nos acercamos a Pueblo Brondo el camino se angostó y el ripio se hizo más desparejo. Llegamos a la margen norte del lago La Plata y nos despedimos de Andrea y su guía Carlos. Acomodamos todo en un galpón de lanchas e hicimos una caminata leve hacia la cascada de la Virgen. Después de cenar, decidimos dar sólo media vuelta al lago (50 km) ya que éramos pocos para cargar tanto peso. El plan sería quedarnos dos noches, consumir parte de los víveres y recorrer sin mochila los atractivos cercanos. De ese modo veríamos lo mismo, más cómodos y sin tanto desgaste físico. Al día siguiente visitamos la paradisíaca bahía Falsa Zataraí, un sector protegido que parece una piscina, con una estupenda playa de arena blanca y el cerro Dedo al fondo.
EN EL FONDO DEL LAGO Desayunamos, dividimos la carga y nos alistamos. Cerca del mediodía apareció la lancha con el amigo italiano y su guía. En media hora divisamos bahía Arenal y en media más llegamos al fondo del lago donde hay una pequeña isla. Al tocar la costa encontramos un bonito refugio de madera cuyo dueño suele prestarla a quien la necesite. Esa tarde fuimos al lago La Plata Chico, prácticamente pegado a Chile. Vadeamos el río que corre detrás de la cabaña y nos internamos en el denso bosque de lenga. Si bien eran sólo 2 km en línea recta tardamos dos horas y media ya que no había senda y navegamos con GPS. Fue una excelente oportunidad para acostumbrarnos a marchar sin sendero, entre renovales que dificultan el paso y abriendo camino con el machete. En el trayecto atravesamos mallines (“zonas de tierras bajas inundables” en idioma mapuche) que parecían esponjas gigantes donde se hundían los pies. El lago está a 1000 msnm, tiene 2 km de largo por 1 de ancho y una larga costa de piedras pequeñas. El agua estaba tibia y el fondo era de arena fina. Saber que estábamos solos, en tan recóndito lugar, nos provocó una linda y extraña sensación. Años atrás Gendarmería hacía rondas en la zona y las sendas estaban bien marcadas pero los sucesivos traslados terminaron sacando a todos los gendarmes del lago y el tiempo borró la huella. Hoy el único rastro es de vacas y arrieros chilenos que cruzan la montaña en busca de buenas pasturas.
El gran día había llegado y comenzaba la caminata. Amaneció calmo y despejado. Los rayos del sol atravesaban las lengas y las barbas de viejo pendían como hilos dorados. La bruma se estaba yendo y algunas nubes aisladas reposaban en el lago planchado. Mientras desayunábamos, las golondrinas subían y bajaban velozmente, rozando apenas la superficie del agua. Como caminaríamos entre 6 y 8 horas por día, con gran peso en la espalda, dedicamos un buen rato a armar bien las mochilas y estar cómodos durante la travesía.
Al principio costó acostumbrarse a moverse entre renovales, levantar las piernas, mantener el equilibrio y, como si fuera poco, pasar troncos que parecían grandes obstáculos. Poco a poco el cuerpo se fue habituando y los movimientos se fueron acomodando. A las dos horas llegamos a la laguna Esmeralda, mitad del recorrido de ese día. El clima estaba húmedo y frío pero con un fogón, mate y almuerzo recobramos fuerzas aunque después costó arrancar nuevamente. Lo bueno era pensar que faltaba menos y que al final del día siempre había una recompensa y esa noche fue una deliciosa fondue de chocolate de postre.
Los días siguientes marchamos en dirección sudoeste siempre entre bosques de lenga. La tercera etapa fue la más exigente, puro ascenso. A medida que subíamos y el lago quedaba atrás la vista era cada vez más impresionante y el bosque parecía un colchón verde y gigante. De pronto surgió un imponente cerro Catedral con algunos manchones de nieve y lenga achaparrada. Frente a él estaba el cerro Cóndor, cuya cumbre era nuestra meta esa tarde. Almorzamos a más de 1400 metros de altura e hicimos un montículo con las mochilas y las tapamos con un colorido cubretecho para poder verlas al bajar.
Tomamos lo básico y empezamos a subir en zig zag. Una liebre solitaria miraba de reojo mientras los cóndores sobrevolaban el área curioseando a los forasteros. Luego de tres horas de continuo ascenso tocamos la cumbre a 1958 msnm. La panorámica era emocionante, de un lado estaba el lago La Plata con sus costas recortadas, islas y penínsulas y, más al fondo, el Fontana. Al otro lado un impresionante y nevado cordón contrastaba con el azul del agua. Luego de muchas fotos y con un fuerte viento empezamos a bajar por un pedrero de rocas sueltas. Se notaba el cansancio y descendimos en silencio hasta que apareció un manchón blanco y en minutos se desató una guerra de nieve y risas. Encontramos las mochilas y seguimos caminando hasta otro valle. Comenzaba a oscurecer y el guía iba reconociendo los lugares por los había pasado el año anterior pero estaba sorprendido de la forma en que la naturaleza había cambiado todo. Estábamos agotados pero hicimos un último esfuerzo hasta encontrar el mejor sitio para pasar la noche.
CASI EN LA META Seis horas de marcha nos separaban de bahía Arenal y debíamos encontrar una antigua senda casi imperceptible. Pablo se guiaba con instinto baqueano y con la ayuda del GPS. Paso a paso fue abriendo camino con el machete y vimos huellas de animales que, según nos dijeron, eran de huemules. Finalmente dimos con el sendero y a partir de entonces fue como entrar a “una autopista” (comparada con los “no caminos” por los que habíamos andado). Al llegar tiramos la mochila y anunciamos nuestra presencia. Hebe y Damián, encargados del lugar en ese momento, estaban ansiosos por escuchar nuestras aventuras. Lo mejor fue enterarnos de que no sólo tendríamos un colchón y ducha caliente (ampliamente valorados a esa altura del viaje) sino que Hebe estaba preparando unos exquisitos ñoquis caseros.
A la mañana siguiente desayunamos, descansamos casi todo el día y las mujeres tomamos sol en la playa mientras las truchas saltaban. El almuerzo fue otro sabroso platillo de Hebe que hizo difícil la idea de partir nuevamente. Finalmente juntamos coraje, tomamos las mochilas y echamos a andar. Los últimos dos días fueron nublados. El lago pasó de azul profundo a gris perlado y adquirió un aire particular y misterioso. Con alegría y nostalgia la travesía llegaba a su fin. Estábamos contentos de haber cumplido nuestro objetivo pero a la vez nadie quería abandonar este virgen recodo donde no existen relojes y no se sabe qué día es.
Cómo llegar: Alto Río Senguer está a 370 km de Comodoro Rivadavia. El lago Fontana está a 57 km y el La Plata a 96. Por tierra: Lo ideal es ir en vehículo propio. Por la RN 3 hasta Comodoro Rivadavia y de allí por la RP 20 hasta Senguer. Bus: ETAP Esquel: (02945) 45-4756 y Comodoro Rivadavia: (0297) 44-74841. En avión: Aerolíneas Argentinas, Lan Chile y Lade.
Dónde dormir: Hotel Bety Jay, San Martín S/N, al lado del Banco Nación. Tel.: (02945) 15-687121, (02945) 15-690000. Hotel Collin – hue: San Martín S/N, a metros de la YPF. (02945) 49-7128
Lagos: Camping Municipal Lago Fontana, margen norte.
Cabañas Pueblo Brondo: (0297) 44-80420 [email protected] www.pueblobrondo.com.ar.
Trekking: Dura 12 días, grupo mínimo: 6. Grupo Fugate: (011) 15 5020 0204 [email protected], www.grupofugate.com
Más información: www.riosenguer.gov.ar (02945) 49-7143.
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