Domingo, 22 de marzo de 2009 | Hoy
LA PAMPA > VISITA A LA COLONIA MENONITA
Cerca de Guatraché, en el este de la provincia de La Pampa, se estableció hace más de 20 años una colonia menonita. Abiertos a las visitas, pero aferrados a sus tradiciones, los menonitas permiten asomarse a un mundo de otros tiempos.
Por Graciela Cutuli
Para llegar a Guatraché hay que viajar, y bastante. Casi 700 kilómetros separan la ciudad de Buenos Aires, atravesando de punta a punta el territorio bonaerense. Sin embargo, no alcanza para llegar hasta la colonia menonita: aún faltan 40 kilómetros, por rutas provinciales no asfaltadas, desde Guatraché. Un tramo que kilómetro a kilómetro no sólo aleja en el espacio sino también en el tiempo: la visita a la colonia menonita permite asomarse, como quien mira a través de una ventana abierta en los siglos del calendario, a un retazo de vida en otros tiempos. Y sin embargo, también hay algunas señales de modernidad, tímidas, todavía poco visibles. Hay que saber verlas, como hay que saber tratar a estos pobladores extremadamente reservados y desconfiados, establecidos desde 1986 en unas 10.000 hectáreas de campo que compraron a la ex Estancia Remecó. Los primeros en llegar fueron los hombres y las maquinarias, para realizar el loteo interno de la tierra. Poco después fueron llegando sus familias. Sus expectativas están claras en el nombre de la colonia, bautizada Nueva Esperanza.
NUEVO MUNDO, VIEJO MUNDO Claudia Eberle es guía y está autorizada para ingresar en la colonia con turistas. Hacerlo de otro modo, sin excursión ni guía, no es tan fácil: primero, porque puede ir contra los deseos de los propios habitantes, que se encargarán de hacer saber a los visitantes si no son bienvenidos. Segundo, porque no es tan sencillo orientarse en este mundo de granjas bastante uniformes y alejadas entre sí, donde todas las construcciones se parecen y todos se mueven sólo en buggy o a caballo. Tercero, porque la compañía de Claudia le pone simpatía y vivacidad a este mundo pero también enseña a mirarlo con respeto: “La incomodidad la producimos nosotros, cuando se los ve o trata como si fueran extraterrestres. Correrlos con una cámara fotográfica, sacar la foto a la persona que pasa en su buggy o dentro de un almacén cuando realiza su compra diaria y no se ha pedido ningún tipo de permiso... ¿acaso a nosotros nos gustaría?”, pregunta, y no hace falta esperar respuesta. Oriunda de Guatraché y ataviada en este verano caluroso con una libertad que no conocen las jóvenes menonitas, Claudia cuenta que comenzó su investigación sobre la colonia en 1995, luego de adquirir un permiso, para empezar a llevar turistas-excursionistas un año después. Hasta entonces, mientras armaba diferentes circuitos en la localidad, “sabía que había un grupo religioso desde hacía tiempo, y además a sólo siete kilómetros de una de las estancias que trabaja en turismo rural, era imposible descartarlo. Más aún cuando se los ve caminando por las calles de Guatraché, lo primero que nos preguntamos es quiénes son, dónde viven, qué hacen”.
Lo mismo que se preguntaban los habitantes es lo que se preguntan los turistas que llegan hasta esta localidad pampeana conocida por su laguna de aguas altamente mineralizadas y sus estancias: es que los menonitas también pueden verse fuera de la colonia, en la ciudad, tal vez comiendo en algún restaurante o realizando alguna compra que los lleva fuera de los límites de Nueva Esperanza. Pero tanto adentro como afuera, las reglas son las mismas: las mujeres llevan las cabezas cubiertas con sombreros idénticos (además de un pañuelo blanco si están solteras o negros si están casadas), las vestimentas son recatadas y a la antigua, con el inexorable mameluco que unifica a todos los hombres de la colonia. Hay cambios sin embargo: las mujeres ya no caminan detrás de los hombres; y muchas atienden sus propios negocios o viajan solas a Guatraché. Pero sin televisión, teléfono ni Internet, los menonitas parecen vivir en una suerte de mundo paralelo, rodeados de un paisaje solitario donde imperan la llanura, las vacas, algo de monte pampeano y en tiempos de sequía un polvo que removieron este último verano los veloces autos del rally Dakar.
“COMO DE OTRO MUNDO” “Ante sus ojos me parecía que yo venía de otro mundo.” Lo dice Ginette, una turista francesa que recorrió buena parte de la Patagonia este verano, junto con Hélène, una compatriota a cargo del volante durante miles de kilómetros, y Mabel, el “pie local” del grupo de viajeras que recorrieron la colonia en compañía de Claudia. Sin embargo, no les resultó difícil entablar algo de contacto, conseguir permiso para tomar fotos de los hombres y de los chicos y conocer algo de su vida diaria y su trabajo. Aunque María, una de las mujeres, antes de despedirse pide ver las fotos en el visor de la cámara: tal vez para asegurarse de que se respetó su deseo de no ser retratada, tal vez por simple curiosidad hacia el raro aparato.
La vida menonita, qué duda cabe, es bastante dura, sobre todo para quien viene de ese “otro mundo” con las comodidades modernas: “Llevan una vida religiosa y culturalmente conservadora”, resume Claudia Eberle, que también viene de una familia tradicional alemana, y por eso dice no haberse sorprendido tanto en sus primeros contactos con la colonia. Se trabaja de lunes a sábados y el domingo es el día de reposo religioso y unión familiar. Sus únicos feriados son los religiosos: Reyes, Semana Santa, Pentecostés, Navidad, días en que se comportan igual que cualquier domingo, con feriado laboral, visita a la iglesia y luego reuniones familiares y de amigos. “Todo dentro de la colonia –precisa la guía–, todavía las fiestas y celebraciones son muy íntimas, quedan dentro de su sociedad y entorno. Además, los cultos se realizan en alemán puro.” Es que el alemán es el idioma de la comunidad y esta barrera idiomática funciona también como protección ante ese mundo moderno que inevitablemente hace alguna mella en su vida diaria. Por algo el castellano avanza: ya no lo hablan sólo los hombres, sino cada vez más mujeres y niños.
TIEMPOS DE HOY Los menonitas, explica Claudia, mientras Mabel, Hélène y Ginette coinciden con ella, van cambiando. “Y desde el año 2003-2004 lo hicieron muy rápidamente. Hay familias que van aceptando introducir modernidad, que poseen grupos electrógenos. Ello llevó no sólo a la modernización del hombre en sus talleres, sino que lo hicieron también las mujeres con el mismo derecho y rapidez. Hay grupos grandes y modernos de soldadura, aparejos, lavarropas, freezer. Y también las carpinterías y queserías, que cuentan con todos los controles y permisos del Senasa; trabajan allí técnicos en alimentos de nuestra sociedad. Pero más allá de eso tienen mezcla del pasado y el presente; se nota en la forma de trabajar, de construir sus casas, su vestimenta, de autoabastecerse con sus huertas.” Los menonitas son esencialmente agricultores que trabajan la tierra para ganarse el pan, como indica el mandato bíblico, además de encargarse de las pasturas para sus vacas lecheras: el tambo es otro de los trabajos tradicionales, bien arraigado en la tradición holandesa que está en la base de su religión. Pero también hay metalúrgicas, carpinterías, talleres, almacenes y queserías: durante una visita, que según el tamaño del grupo dura entre cuatro y cinco horas, se va parando en los diferentes lugares de producción, en la iglesia y en una casa de familia.
Según el último censo, de 2001, la colonia tiene 1278 habitantes, repartidos sobre 10.000 hectáreas divididas en lo que ellos llaman “campo”. Estos campos están numerados del 1 al 9, y a su vez cada uno está dividido en parcelas desiguales, en función del dinero que puso cada familia cuando se compraron los terrenos de la estancia. Gran parte de la vida de una persona, desde su nacimiento –tradicionalmente a cargo de la comadrona local, aunque cada vez más asisten al hospital de Guatraché y se hacen todos los controles médicos habituales– hasta su muerte, transcurre en ese cuadrado. Aunque no se puede entrar en la iglesia, Claudia puede indicar a través de una ventana los lugares por donde hombres y mujeres deben entrar, sentarse y sobre todo no mezclarse en el interior.
En 1985, en cada campo vivían alrededor de veinte familias; hoy después del censo se calcula que hay entre 25 y 32 en cada uno. “Son todos muy parecidos, todos con los ojos azules, tal vez la única diferencia en tanta uniformidad es el tono del azul”, apunta Ginette en un cuaderno de viajes que la acompañará de regreso a su país, al que se lleva también un par de cuadernos con dibujos sencillos, con el que los chicos menonitas aprenden a escribir en la escuela. Y no puede evitar la comparación con sus propios nietos: “Aquí nada de Dragon Ball”... lo que es tan cotidiano en las grandes ciudades, en Nueva Esperanza es digno de otro planeta. Sin embargo el contacto con los turistas es bien directo: y no sólo los viajeros son curiosos; también los menonitas hacen preguntas y se interesan por sus visitantes. Los hombres sobre todo, ya que las mujeres se muestran más reservadas y más reacias a mostrarse o conversar. En la quesería, se asombran con Hélène, que no soltó el volante durante varios días, y no dudan en charlar con Mabel y con Ginette, mostrándoles con soltura y orgullo sus producciones, desde los muebles –en particular las sillas– hasta los quesos, por cierto tentadores, que elaboran siguiendo técnicas artesanales. “Se producen charlas y una linda interrelación. Los que se han abierto tienen una gran concientización turística, aunque otros, por ser muy conservadores, no lo aprueban”, apunta Claudia. Lo cierto es que a los visitantes les llama la atención la austeridad de las familias y las casas: “Un menonita –explica Claudia– sólo debe consumir lo que necesita y sólo debe producir en función de sus necesidades”. Por eso aquí no hay nada superfluo: lo que hay debe ser útil y debe durar durante generaciones. Como si nada estuviera destinado a cambiar, en este paisaje casi inmóvil que parece salido de un cuadro de otro tiempo.
Los menonitas son anabaptistas, una variante surgida después de la reforma luterana y basada en los principios difundidos por el holandés Menno Simons. Los seguidores de estas creencias proclaman la obediencia a Cristo, la vida austera, la honradez y el valor del trabajo. Su dialecto es una mezcla de holandés y alemán, transmitido de generación en generación. En las casas, los padres enseñan el castellano a sus hijos, mientras en la escuela –a la que se asiste hasta los 12 años– se aprende el alemán antiguo puro.
Visitas guiadas: Claudia Bibiana Eberle, tel. (02923) 15-691239. E-mail: [email protected]
El clima de la zona es continental moderado, con gran amplitud térmica. El verano y el invierno son muy acentuados (6 grados bajo cero, cuando se producen las cadenas de heladas, y 36-40 en pleno verano): por eso el mejor momento para conocer Guatraché y la colonia es en otoño y primavera (aunque el otoño es mejor porque los días son más parejos y uniformes). En verano se puede disfrutar de la laguna con agua altamente mineralizada.
Más datos en www.guatrache.gov.ar. Tel. (02924) 492-791.
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