turismo

Domingo, 5 de abril de 2009

MINIVACACIONES > SIERRAS BONAERENSES

Otoño en Tandil

En los días de otoño, las ondulaciones de Tandil invitan al descanso, la buena mesa y las actividades al aire libre. Paseos, excursiones y aventuras en el cerro Centinela. Y como todos los años, la ciudad conmemora la Semana Santa con procesión de antorchas y el tradicional Via Crucis.

 Por Graciela Cutuli

Si por un rato se cierran los ojos, allí junto a la réplica de la que fue la piedra movediza, el aroma de hierbas que viene de las sierras y el silbar de la brisa entre los árboles permiten remontarse al pasado más remoto de Tandil, cuando la ciudad que hoy se extiende al pie de la roca no existía, y estos relieves bonaerenses eran el dominio sin obstáculo de los puelches y los yaguaretés. No hace tanto: hace menos de doscientos años. Pero hace cien que todo cambió para siempre, cuando llegó el ferrocarril y se construyeron los primeros edificios públicos de una Argentina que por entonces celebraba el Centenario. Fue así que Tandil siguió un camino de crecimiento y dejó de ser pueblo para ser ciudad, hecha y derecha. Pero la belleza de su entorno, de estas pampas onduladas que aquí se deciden definitivamente a ser sierras, también selló su destino como ciudad turística: en las tardes de verano, cuando el sol quema, Tandil promete la frescura sin fin de sus atardeceres. Y en otoño, cuando el verde se transforma en dorado, la calidez de sus posadas y la sabrosa tentación de sus productos artesanales invitan a buscar refugio en torno de unas mesas que son la definición de la abundancia.

SANTO TANDIL Abril, sin embargo, no necesita más excusas que la más tradicional celebración de Tandil: la Semana Santa. En estos cuatro días, la ciudad tiene ocupación a pleno, y sobre todo los visitantes que durante el verano están dispersos en las cabañas de las sierras parecen concentrarse en torno del Monte Calvario y su Via Crucis. Más allá de las motivaciones religiosas, el espectáculo de la procesión de antorchas durante el Martes Santo es conmovedor, y las distintas estaciones del Via Crucis, que fueron inauguradas en 1943 gracias a las donaciones de numerosos habitantes, encierran un valor artístico propio. Los olivos que bordean la avenida de acceso ya ponen clima a los grupos escultóricos de piedra, a los que se suman con cierto eclecticismo la Gruta de Lourdes y la capilla de Santa Gemma. Sobre el conjunto domina la imponente cruz de mármol francés con el Cristo clavado, réplica fiel de una cruz que se encuentra en la región francesa de Bretaña. Rodeados del perfume de los pinos y eucaliptos que brotan sobre este Calvario autóctono, se puede acceder directamente al Cristo a través de una escalinata de piedra, o bien realizar el recorrido tradicional por las estaciones del Via Crucis.

ROCAS BIEN ANTIGUAS Nada menos que 2200 millones de años es la antigüedad de las rocas sobre las que se pisa al caminar por Tandil: este sistema de serranías bajas, que en otros lugares toman formas más chatas, como de mesa, sin duda tuvo tiempo de sobra para gastarse. Es uno de los sistemas más antiguos del mundo, formado no sólo por las sierras que rodean Tandil sino por otras un poco más lejanas, que van desde las Sierras Bayas hasta las Sierras de Balcarce o las Lomas de Azul. La naturaleza colmó de regalos a esta geografía, entre rocas curiosas, arroyos y bosques que hoy conforman lo principal de su atractivo turístico, junto a esa tranquilidad provincial que busca todo aquel que viene dejando atrás las prisas de la gran ciudad. Un clima agradable a lo largo de todo el año –hasta aquí se hace sentir la influencia moderadora del mar– también ayuda a las escapadas en cualquier estación.

Y además, el cordón serrano de Tandil tiene “escala humana”. Aquí no hacen falta grandes equipamientos, ni hay alturas extremas, sino cerros que parecen haber sido trazados por una invisible mano gigante para iniciarse en las primeras actividades de aventura o simplemente disfrutar la frescura de una caminata a la sombra de la vegetación.

En el borde mismo de Tandil, a pasos del centro, el complejo más tradicional es el del cerro El Centinela, que culmina a 295 metros de altura. El Centinela es la gigantesca roca que, curiosamente erguida sobre una pequeña base, domina el hueco de una antigua cantera a pocos pasos de la entrada del complejo. Pero el nombre encierra un oculto romanticismo: es que, según la leyenda, la piedra fue alguna vez el indio Yanquetruz, enamorado de la joven Amaike, a quien nunca volverá a ver, aunque convertido en mineral espíe para siempre su paso entre los pinares de las sierras. Con un poco más de realismo, los geólogos explican que este menhir de siete metros de altura y 72 toneladas de peso, digno de los mejores sueños de Obélix, es una suerte de “gota” que quedó cuando, hace cientos de millones de años, el basamento cristalino de Tandilia fue pasando del estado líquido a sólido. Otra “gota” fue la que hizo de Tandil durante años una curiosidad mundial: la famosa Piedra Movediza.

AVENTURAS EN EL CENTINELA Al pie del cerro, una aerosilla de 48 asientos dobles permite recorrer un trayecto de 630 metros en unos nueve minutos, y divisar una vista excepcional: sin obstáculos, la mirada se extiende sobre el valle de Tandil, el Monte Calvario y el Parque Independencia.

Mientras tanto, se alejan bajo los pies las cavas del Centinela, es decir los huecos que quedaron tras la extracción de piedras en el lugar, pacientemente realizada por los picapedreros italianos y montenegrinos. En otros lugares del país también quedó testimonio de su trabajo esforzado y prácticamente perfecto, del que salieron tantos cargamentos de adoquines para tapizar las calles de Buenos Aires. En alguna de estas cavas, con un poco de suerte y paciencia, tal vez se pueda divisar un ancestral habitante de este ecosistema: el lagarto overo, que existe aquí desde mucho antes que el hombre, pero actualmente está en peligro de extinción. Al llegar a la cima, se puede hacer un alto en el Salón de la Cumbre para contemplar los pinares y sembrados de los alrededores (además de tomar un café o comer, generalmente platos que incorporan los productos regionales y orgánicos producidos dentro mismo del complejo). Nuevamente repuestos, se emprende la marcha a través de una antigua cantera de adoquines hacia un manantial, que años atrás era la única fuente de aprovisionamiento de agua en el lugar.

Al descender, la base del cerro también tienta con un parador donde probar repostería casera, asados y tablas de fiambres y quesos, sin duda la gran especialidad de Tandil. Pero como no todo es gastronomía y buena mesa, hay que aprovechar la oportunidad que el Centinela da a grandes y chicos de realizar todo tipo de actividades: cabalgatas guiadas para visitar plantaciones de frutas y aromáticas; el Camino del Aventurero para aprender a orientarse con brújulas sorteando puentes y troncos; una partida de paintball para jugar a la estrategia de la guerra; en temporada los toboganes de agua; los paseos en bicicleta todo terreno; las caminatas nocturnas para mirar las estrellas desde el corazón del pinar. Y para los más valientes, una experiencia de tirolesa sobre un barranco cortado a fuerza de mano y martillo por los picapedreros, o un descenso en rappel, con todos los equipos necesarios, para sentir el vértigo de bajar por las paredes de roca con ayuda de cuerdas, arneses y “ochos”.

TIGRES Y SIERRAS Aunque Tandil es una ciudad no precisamente pequeña, da la posibilidad de encontrarse en medio de la naturaleza sin alejarse demasiado del centro. Un primer asomo está en el Parque Independencia y el Lago del Fuerte: allí, durante todo el año se ven kayakistas que practican sobre la tranquila superficie del agua, cuya calma apenas se ve interrumpida por las olas que provoca el chorro central del lago. Pocos kilómetros separan el Parque de la Sierra del Tigre, una reserva natural donde se cuenta que había antiguamente abundancia de yaguaretés. Corridos por el hombre y los cambios urbanos, los yaguaretés se fueron, pero a la sierra le quedó el nombre tal vez algo ambicioso de los “tigres”. Si hay tiempo, esta recorrida por el cerro Venado –que se puede hacer en automóvil o a por algunos senderos a pie– bien puede desplegarse a lo largo de todo un día. Poco a poco, un camino de curvas va ascendiendo hasta los 389 metros, altura más que suficiente para divisar con claridad el valle donde se encuentra enclavada Tandil: un par de miradores permiten bajarse y adentrarse en los senderos, ya a cierta altura. El recorrido a pie se extiende a lo largo de unos 3000 metros, de mediana dificultad. Pero desde el auto mismo se ven los animales que viven aquí en libertad y sin predadores: hay ciervitos, ñandúes, zorrinos, perdices, y por supuesto los infaltables burros que intentan por todos los medios descubrir, metiendo la cabeza por la ventanilla de los autos, si los visitantes no les tienen guardada alguna zanahoria de regalo.

MOVEDIZA ILUSION Finalmente, quedó para lo último en esta visita la famosa “Movediza”. Ya la estuvimos espiando desde el mirador del castillo morisco del Parque Independencia, donde unos catalejos de gran alcance casi permiten creer que la piedra volvió milagrosamente a su lugar: pero no se trata de milagros, claro, sino de una iniciativa concreta después de décadas para restablecer en el lugar una réplica de esta curiosa roca. La original yace partida, varios metros más abajo: no se sabe muy bien cómo ni por qué, un día de febrero de 1912 se terminó su perpetuo balanceo y la “Movediza” se desbarrancó para siempre. La réplica es mucho más liviana y no corre el riesgo de seguir el mismo camino: es cierto que el atractivo no es igual, pero recrea perfectamente la ilusión de aquella roca que hizo famosa a la ciudad cuando Tandil no era más que un pueblo nacido en torno de un fuerte de avanzada en territorio indígena. Con esta postal guardada en la memoria, emprendemos el regreso, despidiéndonos de los ondulantes caminos de las sierras que se confunden poco a poco cuando baja la dorada luz del sol otoñal.

DATOS UTILES

Cómo llegar: Desde Buenos Aires, por ruta, hay tres posibilidades:

Cañuelas a San Miguel del Monte por RN 3 hasta Las Flores. Luego Rauch y Tandil por RP 30.

Por Autovía 2 hasta Las Armas. Por RP 74 a Ayacucho y Tandil, con el último tramo en la RN 226.

Cnel. Brandsen a Gral. Belgrano y Ayacucho por RP 29 y luego a Tandil por RP 74, nuevamente para el último tramo por la RN 226.

Actividades en el cerro El Centinela: Escalada en roca y rappel ($ 15, dos bajadas) y tirolesa ($ 15, tres tiradas). Cabalgatas, paintball ($ 25) y el “Camino del aventurero” ($ 25 por persona). 

Dónde comer: Tandil es famoso por la elaboración de quesos y embutidos artesanales. Se puede comprar para llevar o bien degustar en los restaurantes, casas de té y picadas que se encuentran en el centro y en las sierras. Algunos lugares: Brisas Serranas (restaurante y regionales), Corazón de la Sierra (picadas y casa de té), El Paraíso de la Sierra (restaurante y regionales), La Pulpería (picadas y asador criollo). Es un clásico Epoca de Quesos, un almacén “como los de antes” construido sobre una antiquísima esquina de Tandil. Se encuentran quesos y fiambres para llevar o para degustar en el patio de picadas.

Sierra del Tigre: Se puede recorrer a pie o en auto. Entrada: $ 3 por vehículo.

Oficina de Turismo: Av. Cte. Espora 1120, tel.: 432225 / 448698.

Internet: www.turismo.tandil.gov.ar

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Para valientes, cruce en tirolesa sobre un barranco cortado a mano y martillo por los picapedreros.

En la excursión por el cerro Venado es posible ver y sorprender a un ciervito.

El clásico Epoca de Quesos, un almacén “como los de antes” en una antiquísima esquina.
 
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