Domingo, 31 de mayo de 2009 | Hoy
PORTUGAL > EN EL PUEBLO DE SINTRA
Por Julián Varsavsky
A 25 kilómetros de Lisboa, casi sobre los acantilados que caen al Atlántico, se encuentra el pueblo de Sintra, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco para preservar el suntuoso conjunto de palacios y lujosas residencias de verano que se construyeron en tiempos de la corona portuguesa.
Desde que el rey Alfonso I expulsó a los moros en 1147, este lugar fue durante más de 600 años el elegido por la realeza y la aristocracia lusitanas para pasar los veranos junto al mar hasta que en 1908 el rey y sus herederos fueron asesinados y la monarquía desapareció. Entre las angostas y sinuosas callecitas de Sintra se levantan quintas rodeadas de vegetación, palacios y señoriales residencias construidas en la segunda mitad del siglo XIX, conformando un complejo arquitectónico deslumbrante. Entre esas construcciones sobresale en la punta de un peñón el Palacio da Pena, que combina no del todo armoniosamente los estilos neogótico, mudéjar, neorrenacentista e incluso ciertos toques del estilo manuelino originario de la Extremadura española. Y además, al pie de la montaña se diseñó un refinado parque inglés de 200 hectáreas con árboles exóticos, puentes, banquitos, pérgolas, fuentes y estatuas.
EL PALACIO DE FERDINAND II En 1836, el príncipe católico de origen alemán Ferdinand II de Saxe Coburgo-Gotha estuvo de vacaciones en Sintra con su esposa Maria II. Enamorado del lugar, hizo construir el Palacio da Pena, no desde cero sino sobre lo que había quedado en pie de un monasterio devastado por el terremoto que destruyó Lisboa en 1755 y por un rayo que arruinó su torre principal.
Las murallas almenadas, el puente levadizo y la estructura fortificada en lo alto de una colina no fueron más que un capricho estético, ya que la llegada de la pólvora le quitó todo sentido bélico a los castillos medievales, varios siglos antes de la construcción del Palacio.
La devoción por las antiguas civilizaciones y la superposición de estilos no se refleja solamente en los exteriores del palacio sino también en el interior. Allí uno se topa con columnas rematadas con toques egipcios, frases coránicas escritas en las paredes con los finos trazos del Islam, un magnífico retablo renacentista con alabastro y mármol negro del siglo XVI, una majestuosa sala árabe con arquería andaluza, vitrales germánicos con simbología masónica, y cantidad de detalles de estilo oriental que parecen la escenografía de una ópera de Verdi.
En las diferentes salas y cuartos reales hay cuadros de ninfas y faunos en románticas escenas de amor, camas con dosel de madera y bronce, todo tipo de mobiliario Imperio, lámparas de mezquita, porcelana francesa, cristales de Bohemia, alfombras turcas, adornos art nouveau, candelabros de plata, mesitas chinas con incrustaciones de madreperla, un piano de madera de jacarandá y esculturas de bronce. Un interior a todo lujo, sobrecargado de objetos suntuosos.
Un motivo decorativo que se repite en varios sectores del palacio son las rosas con cruces en los pétalos que identificaban a Ferdinand II con la Hermandad de la Rosa-Cruz del siglo XVII, de la que el príncipe fue maestre. Se considera que los rosacruces son herederos de la orden medieval de Los Templarios.
Romanticismo y naturaleza Como toda arquitectura, la del Palacio da Pena tiene una relación directa con el pensamiento de su época. Su diseño se basa en los gustos estéticos del hombre del romanticismo, que fue contemporáneo de la Revolución Industrial y asistió a la gradual declinación de la vida rural y la superpoblación de las grandes ciudades con su consiguiente deterioro ambiental. Por eso el aristócrata “romántico” escapaba de la asfixiante vida urbana y buscaba refugiarse en la armonía de la naturaleza. El romanticismo fue también una reacción contra el racionalismo de la Ilustración.
En el caso de Portugal, Sintra fue el lugar donde era posible concretar el sueño romántico de la vida color de rosa, que atrajo no sólo a la realeza sino también a aristócratas de todo tipo, incluso ingleses, en busca de buena vida. Y el Palacio da Pena fue el máximo exponente, una especie de palacio de hadas donde se pretendía –según la estética del romanticismo–, alcanzar el punto más elevado del arte. Una concepción que en Sintra dio como resultado una superposición de diferentes estilos de distintas épocas y de diversas culturas.
EL CASTILLO DE LOS MOROS La primera civilización de la que se tiene información en la zona es la celta, que habría levantado en el año 308 a.C. un templo dedicado a la luna (“cynthia” significaba “luna”). Luego, en el siglo VIII, llegó el imperio moro que renombró al lugar como As-Shántara.
Sobre el macizo rocoso de una sierra de Sintra se levantan los restos del Castillo de los Moros, de cara al océano. Y a diferencia del Palacio da Pena, que parece un castillo pero nunca ofició como tal, el de los Moros cumplió con su destino guerrero y fue muy disputado por cristianos, moros y noruegos. Se cree que ya en la época visigoda existía una fortaleza en lo alto de esa sierra. Pero los primeros documentos se remontan a comienzos del siglo XI, en el período musulmán. Poco después, en 1093, Alfonso VI rey de León se lo arrebató por un tiempo a los moros, quienes lo reconquistaron rápidamente. En 1109 el príncipe Sigurd de Noruega le saqueó el castillo a los musulmanes y se retiró. Y en 1147, después de la conquista de Lisboa por Alfonso Henríquez, el castillo fue entregado sin resistencia a los cristianos. A medida que la reconquista católica fue avanzando hacia el sur, el castillo perdió todo valor estratégico y fue quedando en el olvido, al cuidado de una veintena de soldados. Y cuando se reorganizó el reino, el abandono fue total y a tal punto que hacia el 1400 fue ocupado por un grupo de judíos que vivían segregados de la sociedad. Varios siglos de olvido y el terremoto de 1755 significaron casi la demolición del Castillo de los Moros, hasta que en el siglo XIX Fernando II lo restauró con el aspecto que mantiene hasta hoy.
EL PALACIO NACIONAL El tercero de los edificios emblemáticos de Sintra es el Palacio Nacional –también conocido como Palacio da Vila– cuya construcción se inició en el siglo XV como residencia real. En el palacio se realizaban grandes fiestas –la portuguesa era una de las cortes más suntuosas de Europa– y representaciones teatrales. Aquí también se revela la estética arquitectónica del romanticismo de la época, en la que se combinan rasgos góticos, renacentistas, mudéjares y manuelinos. Con el paso del tiempo, las sucesivas reformas le fueron dando un cierto aire de complejo islámico, con algo de fortaleza almenada.
Al palacio se accede por una arcada gótica, subiendo por una escalera de piedra en caracol que desemboca en un laberinto de corredores, galerías y patios internos con exótica decoración. Los motivos árabes son los principales, aunque mezclados con un marcado medievalismo. La Sala de los árabes, por ejemplo, data del siglo XV. Sus paredes están revestidas con azulejos moriscos y tiene una fuente circular de mármol blanco con una estatua de origen hindú.
Desde la Edad Media hasta finales del siglo XVI, Sintra fue una de las sedes principales de la corte portuguesa y el palacio real estuvo profundamente asociado al devenir de la villa e incluso de Portugal, ya que allí se tomaron algunas decisiones históricas como la conquista de Ceuta en 1415. Y fue en sus salones donde la corte se enteró de que Vasco da Gama había llegado a la India y de que Pedro Alvarez Cabral había descubierto una tierra tropical a la que llamaron Brasil.
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