Domingo, 13 de septiembre de 2009 | Hoy
CHILE > ATACAMA
El desierto más árido del mundo está en el norte de Chile. Pero su aridez significa la belleza de una naturaleza imponente, donde parecen darse cita todos los extremos. Bienvenidos a Atacama.
Por Graciela Cutuli
Atacama suena seco, tajante. Y desconocido. Tal vez los nombres no sean, entonces, tan arbitrarios como permite imaginar un recorrido al azar de los mapas. Porque bien le suena esta sucesión de vocales iguales al desierto más árido del mundo, esa franja de tierra que está entre dos ríos, el Copiapó y el Loa, y entre la cordillera de los Andes y el Pacífico, como un recordatorio de que hay lugares de la Tierra donde aún la naturaleza manda. Con todos sus extremos, Atacama es una región deslumbrante, hermana de desiertos como el del Kalahari o el outback australiano, dueña de fronteras que sólo pueden ver las aves. A la altura de los hombres, hay que rendirse a los límites que imponen la lejanía, la altura, la soledad.
EL LUGAR ETERNO No es casualidad que en esta región del mundo sea la cuna del desierto. Explica la ciencia que la conjunción de los vientos, los anticiclones del Pacífico, la corriente fría de Humboldt, la contención monumental de la cordillera y la altura del altiplano se conjugan en esta parte del norte chileno para formar estas tierras extremadamente áridas, de una amplitud térmica brutal y paisajes excepcionales, testigos de períodos de 300 años sin lluvia alguna. Son medidas que exceden las escalas de la vida humana y estos excesos de la naturaleza son los que dan la bienvenida al viajero que llega en busca de descubrir estas misteriosas tierras de Atacama.
La sequedad casi total y el viento, que puede alcanzar decenas de kilómetros por hora sin obstáculos que frenen su carrera, son los primeros que se hacen sentir. Y junto con ellos el frío, de hasta 25 grados bajo cero; y el sol, que sube la temperatura al mediodía hasta los 30 a la sombra. No extraña entonces el viejo apodo, el “despoblado” de Atacama, como se lo conocía en la época colonial. Ni extraña que esta geografía haya deslumbrado durante el Rally Dakar, acostumbrado sin embargo a extremos, aventuras y tierras inhóspitas.
PAISAJES DE OTRO MUNDO Mucho antes de que los telescopios espaciales permitieran echar una mirada a las superficies de otros mundos, el Valle de Marte del desierto atacameño ya había sido bautizado. Bastaba con los ojos de la imaginación para darles nombre a estas sucesiones rocosas que otros, más ominosamente, llaman también el Valle de la Muerte. Del rojo al ocre, pasando por el blanco, están todos los matices que el suelo árido puede crear, destacados contra un cielo azul profundo. Este valle montañoso y arenoso a la vez, situado en la cordillera de la Sal, está cerca de San Pedro de Atacama, el principal punto de partida de las excursiones por el desierto. Hacia el oeste del pueblo, también en la cordillera de la Sal se abre el Valle de la Luna, que forma parte de la Reserva Nacional Los Flamencos.
La piedra, la arena y la sal petrificada dibujan relieves que recuerdan los cráteres lunares, evocando las formas caprichosas de un mundo desconocido o historias bíblicas dignas del mito: aquí no parecería tan extraño darse vuelta y encontrarse con la mujer de Lot convertida en estatua dentro de las curiosas cavernas de sal cercanas al volcán Licancabur, que forma frontera entre Chile y Bolivia. Al pie del volcán, la espectacular Laguna Verde deslumbra por la intensidad de su color y su colonia de flamencos, abriendo una inesperada ventana de vida en medio del desierto.
AGUA EN LAS ENTRAÑAS DE LA TIERRA La soledad y el silencio de Atacama no deben hacer olvidar que, a pesar de la superficie aparentemente inmóvil, en este mundo de piedra subyace una actividad intensa. Partiendo muy temprano por la mañana –aquí todo es tan inmenso e inaccesible que no existen las distancias cortas– se llega a lo alto de un campo geotérmico situado en la cordillera de los Andes: y de pronto, en la superficie de la tierra se abren los géiseres más altos del mundo, como bocas que intentaran respirar a más de 4000 metros, donde el oxígeno escasea y el cielo parece un techo transparente al alcance de la mano. Son los géiseres del Tatio, cuyos cráteres a altas temperaturas generan las fumarolas, visibles a la distancia como difusas siluetas fantasmales. Así afloran a la superficie los ríos subterráneos de agua caliente del volcán Tatio, volcados en la forma de vapor y barro ardiente, como si Hades hubiera vuelto a la Tierra en busca de Perséfone y lo acompañaran en su viaje los aires del infierno.
Al regresar de los géiseres, la naturaleza se muestra en un costado más plácido. Las vicuñas pastan a lo lejos, ágiles y temerosas, y pronto aparecen en el corazón de una quebrada brusca las termas de Puritama, invitando a tomar un baño de aguas calientes sumergido en el corazón del desierto. El lugar es de rara belleza: un sitio donde cambiarse y algunas pasarelas de madera, rodeadas de vegetación, conducen hasta una pileta natural de ocho metros de diámetro, donde las aguas brotan a 30 y forman un oasis tan reparador como exquisito. Las termas están ahora bajo la administración del Hotel Explora, un establecimiento ecológico y de lujo situado sobre una propiedad de 18 hectáreas cerca de San Pedro de Atacama.
SAN PEDRO DE ATACAMA A la ida y a la vuelta, temprano por la mañana o cuando ya atardece, San Pedro de Atacama es más que un simple punto de partida o de llegada en las exploraciones del desierto, la cordillera y los salares. El pueblito, un oasis en el altiplano, rodeado de las altas cumbres de los Andes, tiene unos 5000 habitantes y casi otros tantos visitantes a lo largo de todo el año, llegados de todas partes del mundo para sentir la experiencia de una vida conectada con las fuerzas más esenciales de la naturaleza. Su presencia provoca un contraste curioso entre las familias que se dedican a la agricultura tradicional y la profusión de restaurantes, agencias de viajes y locutorios que vienen de la mano del turismo: pero la fusión está bien lograda y el cosmopolitismo atacameño es tan particular como atractivo.
Además, San Pedro de Atacama es un centro arqueológico clave para descifrar la historia de los pueblos que se establecieron en el extremo norte de Chile hace miles de años, desafiando las inclemencias de la Puna y convirtiéndola en el centro de la “cultura San Pedro”. A ellos se les deben las primeras terrazas de cultivo en los cerros, el desarrollo de una agricultura a base de maíz, quinoa, calabaza, papas, tunas y porotos, el comienzo de la ganadería y la explotación de carne y lana de llama y alpacas. Poco a poco, también desarrollaron formas de arte y artesanía en cerámica, tejidos, tallados en madera y en metales como el cobre y el bronce.
El paseo por el pueblo tiene varios lugares imperdibles: la iglesia local, con su muro de adobe y sus puertas con arcos, data del siglo XVIII y es una auténtica postal del altiplano. La construcción más antigua, sin embargo, es la “casa incaica”, con techo de troncos, ramas y paja: y son muchas las casas nuevas que conservan la tradición del adobe, lo mismo que los hoteles deseosos de integrar su silueta al paisaje y fundirse en sus colores. Para conocer algo más de la historia de este oasis de Atacama, hay que abrir las puertas del Museo Arqueológico Padre Le Paige, fundado por un misionero jesuita belga que se aficionó a la arqueología andina y reunió los numerosos elementos indígenas que hoy se exponen en sus salas. Es otra forma de desandar el camino al pasado, de internarse en sus secretos y de recorrer los senderos que permiten interpretar los paisajes, la gente y el mundo mismo del desierto encerrado entre el mar y la cordillera.
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