Domingo, 13 de septiembre de 2009 | Hoy
CORDOBA > EN EL VALLE DE PUNILLA
San Marcos Sierras es uno de los primeros reductos hippies del país, un lugar bello y silencioso que aún conserva la mística de aquellos días. Surcado por los ríos Quilpo y San Marcos, este bonito rincón escondido en las cerros cordobeses es ideal para una escapada en primavera... y en cualquier época del año.
Por Guido Piotrkowski
San Marcos Sierras es, sin dudas, un pueblo encantador. Enclavado en las Sierras Chicas de Córdoba y custodiado desde lo alto por el Cerro de la Cruz y el Cerro Alfa, gira en torno de una típica plaza central –con la infaltable iglesia y la feria artesanal–, rodeada de barcitos y restaurantes. Sus dos ríos principales, el San Marcos y el Quilpo, son parte del atractivo entorno natural de este pueblo perdido en las sierras del Valle de Punilla.
San Marcos es uno de los tantos sitios “alternativos” que eligieron aquellos habitantes de las ciudades hastiados de la vida urbana. Aquí, los nuevos pobladores conviven en armonía junto a los descendientes de los antiguos pobladores –los comechingones– y los hippies de antaño que le dieron el aura que caracteriza a este lugar donde la vida transcurre lentamente y sin aparentes preocupaciones mundanas. Terapias alternativas, masajes, venta de miel, aceite de oliva y productos orgánicos son algunas de las delicias naturales que se pueden conseguir andando por sus callejuelas de tierra y vegetación tupida.
DESCANSO EN EL RIO Al pueblo se lo puede dividir en dos: a un lado y otro del río San Marcos, cuyas márgenes están unidas por un vado y un simple y pintoresco puente. Para llegar hasta el diquecito, que es donde el río se pone más lindo, hay que andar un kilómetro por una pasarela de concreto que corre paralela a los canales construidos por los comechingones, hoy en día mejorados por los pobladores actuales. El suave murmullo del agua que corre rauda por estas acequias milenarias es el único sonido que quiebra el armonioso silencio reinante.
A lo largo del camino se pueden ver algunos morteros aborígenes, y hacia el final de la pasarela, cruzando el diquecito, hay una pequeña hoyita para zambullirse luego de la caminata, si es que el clima lo permite.
Una vez frescos y descansados, una buena opción es continuar por la quebrada río arriba hasta llegar a las deliciosas fuentes de aguas termales conocidas como Agua Mineral Chica (tres kilómetros) y Agua Mineral Grande (seis kilómetros).
Para llegar al Quilpo, el bello río del que todos hablan por aquí, hay que alejarse unos cuatro kilómetros del pueblo. Vale la pena acercarse hasta este paraje en estado salvaje, ya sea para pasar el día como para acampar en alguno de los balnearios a disfrutar de las noches estrelladas. El lugar cuenta con instalaciones sanitarias básicas, algunas parrillas y una despensa donde comprar algo de comida y bebidas. Y, si el calorcito acompaña, hay una serie de hoyas lo suficientemente profundas como para arrojarse de cabeza al agua y, sencillamente, hacer la plancha.
PAZ Y AMOR Algunas callecitas de San Marcos tienen ese no sé qué. Son estrechos senderos de túneles naturales formados por la espesa vegetación, dignos de cuentos de hadas. Para encontrar el Museo Hippie, el más singular atractivo de este paraje, es necesario andar un rato por estas entrañables callecitas siguiendo las indicaciones de un sinfín de carteles en madera.
Daniel “Peluca” Domínguez llegó a San Marcos en los ’70 junto a sus antiguos compañeros de ruta y transformaron al pueblo en una de las primeras comunidades hippies del país –la otra sería la de El Bolsón–. Peluca es el creador del Museo Hippie, una especie de lienzo de la cultura que en los ’60 sacudió al mundo de su modorra. Diariamente recibe a sus visitantes a las puertas del lugar, donde relata con asombrosa velocidad y sin pestañear la historia ilustrada del hippismo desde los tiempos de la antigua Grecia. En las paredes del pequeño espacio cuelgan objetos de culto como la tapa de un simple nunca editado de los Beatles, (cómo llegó a sus manos es un misterio que se reserva), una guitarra que perteneció a Tanguito y “de casualidad” cayó en su poder, y un Marta Minujín “auténtico”. En el fondo del terreno, Peluca planea construir un gran símbolo de la paz con las miles de botellas de vidrio que ha ido apilando. Y todo visitante que llega al Museo es invitado a escribir un mensaje para la posteridad en alguna de las botellas que formarán el gran vidrio de la paz para las futuras generaciones.
EN LOS ALREDEDORES No sólo de San Marcos viven las sierras. A su alrededor, la naturaleza hizo lo suyo también. El camino de tierra que conduce a Charbonier es el más corto indicado para salir a la Ruta Nacional 38 y recorrer algunos de los bellos parajes que rodean al lugar.
En la Quebrada de la Luna se encuentra el parque Los Terrones, un lugar de extrañas formaciones rocosas con cuevas y cascadas. Las piedras de arenisca revelan formas de tortugas, camellos y otras que los pobladores bautizaron como “El Monje”, “La ciudad perdida”, “El Dedo de Dios”, “El Honguito”, “El sillón”, o “La Garganta del Diablo”. Desde lo alto de este lugar, situado a espaldas del célebre Uritorco, se puede apreciar el Cerro Pajarillo –el segundo más alto del valle–, el río Pinto, el dique Cruz del Eje, el embalse Los Alazanes y gran parte del Valle de Punilla.
Hay dos circuitos para realizar: uno es muy corto y se puede hacer por cuenta propia, mientras que el otro dura unas dos horas y se recorre exclusivamente con los guías locales. Dentro de este laberinto de quebradas y cañadas de tiempos prehistóricos reina un microclima subtropical, cuelgan los helechos y las barbas del diablo, crecen numerosas plantas de aloe vera y hasta se puede llegar a ver alguna lechuza curiosa o una liebre pasajera. Un detalle a tener en cuenta: hay que tener calzado adecuado para andar por las piedras.
Diecisiete kilómetros hacia dentro de la Quebrada de la Luna aparece el bellísimo Valle de Ongamira, sitio que fue habitado por los comechingones que más resistieron el avance español. Cuenta la leyenda que los últimos rebeldes aborígenes de la zona, liderados por el cacique Onga, se arrojaron desde el cerro Colchiqui, el más alto de la región, antes de ser vencidos y ultimados por los colonizadores.
Las grutas y el Parque Natural Ongamira son los atractivos de este paraje de escasos 60 habitantes y ocasionales visitantes. Dentro del Parque Natural, emplazado en una ubicación privilegiada, se pueden realizar cabalgatas y trekking, y subiendo al terrón o cerro principal se obtiene la más hermosa vista 360 grados de este valle de rocas moldeadas mágicamente por capricho del viento y la lluvia.
Los Mogotes es otro de los sitios para visitar diseminados a lo largo de la Ruta 38. Este es un lugar realmente agradable, bañado por un pequeño arroyo donde se puede acampar y hacer un buen asado. El trekking para ver la Cara del Indio, tallada naturalmente en la piedra, es la excusa para llegar hasta este rincón serrano. La escalada no presenta grandes dificultades, y el toque de aventura está en sortear una angostísima hendija entre dos paredones rocosos antes de poder ver la cara al indio.
De vuelta en San Marcos, nada mejor que las alturas para contemplar un atardecer. En sólo 20 minutos de una simple caminata se llega a la cima del Cerro La Cruz, el sitio elegido y recomendado por los amantes de crepúsculos serranos. Si no hay luna, es recomendable llevar una linterna para el descenso, que termina a metros de la plaza, justito para sentarse a saborear un buen plato de comida y ver la vida pasar por este pueblo encantador.
Desde Buenos Aires, por Ruta 9, pasando por Pilar y Autopista Córdoba.
Desde Córdoba, tomar por la Ruta Nacional 38 hasta el km. 112, allí hay que doblar a la izquierda y tomar el camino de acceso pavimentado de 12 kilómetros hasta la entrada del pueblo.
En San Marcos no hay estaciones de servicio. Las más cercanas se encuentran en Cruz del Eje y Capilla del Monte.
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