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Domingo, 20 de septiembre de 2009

ASIA > PALACIOS REALES DE ORIENTE

Sueños de esplendor oriental

Un recorrido por los palacios reales más fabulosos del Lejano Oriente: la Ciudad Prohibida de Pekín, el Palacio del Potala en el Tíbet, las ruinas de Angkor en la selva de Camboya y los palacios reales de Laos y Bangkok.

 Por Julián Varsavsky

Los fastuosos palacios reales de las monarquías de Lejano Oriente dieron origen a lo largo de los siglos a la idea del “lujo asiático”. Son edificios soñados por megalómanos que podían hacer realidad todos sus sueños, salvo el de la inmortalidad, aunque muchos buscaron el elixir de la vida eterna y algunos incluso se creyeron inmortales. El resultado fue una arquitectura sobrecargada de barroquismos y simbología cosmogónica, que perdura hasta hoy en palacios sin monarcas. Otros albergaron hasta hace pocas décadas “dioses vivientes”, como el Potala del Tíbet. La ciudad real de Angkor, por su parte, se conservó casi intacta en la selva camboyana durante diez siglos. Pero el más deslumbrante es la Ciudad Prohibida de Pekín, considerada “palacio de palacios”, un complejo arquitectónico levantado por dinastías chinas que se sintieron en la cima de la historia y quisieron dejar testimonio de su grandeza construyendo la ciudadela más lujosa de la Tierra.

LA CIUDAD PROHIBIDA Según el arquetipo moralista de Confucio, el equilibrio social reposaba en el respeto riguroso a la ley divina del emperador. El orden cósmico dependía de un ceremonial escrupuloso dominado por simetrías estéticas, determinantes de cada acción en la vida cotidiana del emperador y también de la arquitectura de sus palacios. La Ciudad Prohibida de Pekín es la realización simbólica de esa concepción, en la forma de un conjunto laberíntico donde todo, en apariencia, tiene una estricta razón de ser.

Como Hijo del Cielo, el emperador debía vivir en el centro del universo. Así Yung-Le, de la dinastía Ming, ordenó en 1406 levantar “el palacio más maravilloso que hubiera existido y que existiría jamás sobre la Tierra”. Quinientos años más tarde la Ciudad Prohibida, desde cuyo trono se decidía el destino de 800 millones de súbditos que tenían prohibido pisarla, no ha encontrado rivales en magnitud y destreza arquitectónica.

La Ciudad Prohibida se extiende sobre 720.000 metros cuadrados, casi el doble que el Vaticano, aislada por un grueso muro rojo de once metros de altura y rodeada por un foso de seis metros de profundidad. Adentro, el emperador vivía rodeado de una trama shakesperiana de intrigas y lujuria. Afuera se extendía el ancho mundo a gobernar: casi sin verlo, manejaron el imperio catorce emperadores de la dinastía Ming y diez de la dinastía Qing hasta 1924.

El nivel de aislamiento con que fue concebida la Ciudad Prohibida crea hoy las condiciones para el viaje perfecto a través del tiempo. Se ingresa por la grandiosa Puerta de la Suprema Armonía, donde nace una calzada de mármol que conduce de manera triunfal al palacio principal, elevado sobre una gran terraza. Unos pocos pasos sobre el adoquinado instalan de lleno en el corazón de un imperio milenario, mientras ante los ojos incrédulos del viajero comienzan a aparecer los pabellones inmensos con techos chinos, quemadores de incienso con forma de tortuga y cabeza de dragón, Budas de piedra, laberínticos jardines, clepsidras, enormes gongs y campanas, radiantes joyas colmadas de piedras preciosas y puentes de mármol. Desde el dorado trono de sándalo, el emperador enviaba sus generales a la guerra, presidía matrimonios imperiales y emitía órdenes que salían en manos de sus mensajeros rumbo a los confines de la Gran Muralla.

LAS RUINAS DE ANGKOR WAT En lo profundo de la selva camboyana estuvieron perdidos durante cinco siglos los restos de la ciudad real de Angkor, formada por miles de templos y residencias de varias dinastías khmer. Al llegar allí antes del alba, se divisa una lejanía erizada de pirámides y torres cónicas sobresaliendo entre la densidad de selva. El suave resplandor de la noche se acalla, se ve al día entrar en la oscuridad y al sol irrumpir con violencia entre los templos desdibujados por la niebla. El primer destello se refleja en el agua del foso protector y se eleva para dar de lleno en el gran templo de Angkor Wat. Los murmullos de la selva se encienden a la vez que se erige ante el visitante un reino entero tragado por la jungla: y en el centro, la gran mole de piedra gris pródiga en simetrías.

La antigua capital de la civilización khmer fue vista por un occidental por primera vez en 1860, después de varios siglos oculta por la selva. Perfectamente conservada, Angkor no es sólo el templo sino toda una antigua capital imperial, con un millar de templos budistas e hinduistas que datan en promedio del año 1000 de nuestra era.

A medida que se ingresa en las ruinas, aparecen grupos de monitos que miran con curiosidad a los extraños. Pero no son los únicos: sobre la copa de los árboles surgen centenares de enigmáticos rostros tallados en piedra, que miran fijo desde todos los rincones con una sonrisa inmóvil. Son las pétreas cabezas de Buda que coronan las 54 torres del Templo Bayón, cada una con cuatro colosales caras que miran hacia los distintos puntos cardinales y crean la inquietante sensación de estar siendo cuidadosamente observado. El viajero se va de Angkor con sentimientos encontrados y tal vez con cierto desconcierto por el panorama de una ciudad desolada pero aún en pie, como si los dioses que parecen haberla construido acabaran de retirarse hacia los confines de la selva.

PALACIOS DE BANGKOK La Ciudad Prohibida de Pekín tiene digna compañía en el Gran Palacio de Bangkok, que combina el esplendor real con la fe budista. También aquí las murallas rodean un ambiente que parece salido de los mitos, insuperable en su variopinto colorido. El conjunto de palacios y templos es el summum de la arquitectura político-religiosa de Tailandia, sobrecargada de piecitas multicolores de porcelana que cubren cada centímetro de las paredes exteriores. Al ingresar en este microcosmos sagrado encandila tanto oro expuesto a sol, cuyos destellos se reflejan en la superficie dorada de las stupas, los distintivos monumentos cónicos que se elevan hacia el cielo rematados en punta de aguja.

El Gran Palacio y el Templo del Buda Esmeralda –los edificios principales de este complejo– fueron construidos alrededor de 1782 por orden del rey Rama I. A un lado se levanta el Wat Pho, el templo más antiguo y grandioso de los 400 que hay en Bangkok, famoso por su Buda reclinado, que representa al Iluminado en el momento previo a la muerte. Lo singular de esta estatua acostada es que mide 46 metros de largo por 15 de alto, está cubierta con láminas de oro y ocupa casi todo el espacio del templo, de forma tal que ningún mortal puede verlo completo de una sola mirada.

EL REINO DE LOS MIL ELEFANTES Alrededor del año 1000, los gongs de los monasterios budistas de Luang Prabang –en la actual República Democrática Popular de Laos– retumbaban cada amanecer para recordar a los fieles que debían llevar ofrendas de comida a los ascetas que bajaban en procesión desde la montaña. Diez siglos después, el mismo ritual se repite con rigor milenario cuando al clarear el día una serie de monjes aparecen en fila, totalmente rapados, vistiendo túnicas color azafrán que los remontan al tiempo del Buda. Las mujeres se arrodillan a su paso para ofrecerles arroz con verduras y pollo en cuencos de madera. Esta escena cargada de misticismo se repite día a día en el pueblo de 15.000 habitantes, donde 500 son monjes budistas que viven en un ambiente sereno y sagrado.

Para los expertos, Luang Prabang es el pueblo antiguo mejor conservado del sudeste asiático, con una arquitectura budista que se remonta al siglo XVI combinada con el estilo colonial francés de los años ‘50 del siglo XX. Su antiguo esplendor se debe a que en 1353 el rey Fa Ngum fundó allí el reino de Lan Xang (“del millón de elefantes”), riquísimo por su ubicación estratégica en un cruce de la Ruta de la Seda.

A principios del siglo XIX, Laos estaba bajo control del reino de Siam, la actual Tailandia, que luego cedió el territorio a los franceses. Dueños de los hilos del poder económico y político, los nuevos ocupantes dejaron al rey de Laos un papel simbólico que compensaron con la construcción de un ostentoso palacio, en estilo tradicional, ideal para sus funciones decorativas.

La revolución socialista –hermanada con la de Vietnam– abolió la monarquía y deportó a la familia real a un campo de reeducación del que nunca regresó. El palacio, en cambio, fue convertido en museo nacional y exhibe viejos tesoros reales. Entre ellos, la representación de Buda más sagrada para los laosianos, una estatua de 83 centímetros de alto forjada en oro hace unos dos mil años en Sri Lanka. Se llama Prabang –de allí la denominación del pueblo– y llegó a Laos en 1349 como regalo del emperador khmer de Camboya al rey Fa Ngum. Para la mayoría de los laosianos, esta estatua es la principal fuente de protección espiritual del país.

Entre los tesoros del Palacio Real hay, además, muchos otros objetos tan variados como disímiles en sus tiempos: dragones tallados en marfil, Budas de piedra de todos los tamaños, una piedra lunar obsequiada por Richard Nixon y un rifle con incrustaciones de madreperla reglado por Leonid Brezhnev.

EL POTALA EN EL TIBET En la meseta tibetana –rodeada por China, Mongolia, Nepal, Turkestán y Afganistán– se levanta la ciudad más aislada y remota del mundo. Lhasa es el centro de una cultura muy particular, desarrollada durante siglos prácticamente fuera del mundo, protegida por esa muralla natural de miles de metros que es la cadena del Himalaya.

El Potala es un palacio real y centro religioso que se ve desde casi toda la ciudad. Tiene aspecto de monasterio y de hecho lo era, porque el poder político y clerical en el Tíbet estuvo en manos de una misma persona desde el año 631: el Dalai Lama. El palacio se extiende desde el pie de la colina de Hongshan a lo largo de trece pisos que alcanzan 117 metros de altura. Los techos son de cobre, pintado con oro, y las paredes de piedra tienen un grosor de tres metros. El interior está dividido en unas mil habitaciones vacías, algunas de las cuales se pueden visitar.

El Potala tiene tres partes. Por un lado se levanta el Palacio Blanco, que era el lugar de estudio y dormitorio del Lama. Lo sigue el Palacio Rojo central, destinado a la lectura de los sutras. Y por último está la sala de las stupas, donde descansan los restos de los lamas anteriores. La más famosa de estas stupas es la del Dalai Lama V, de quince metros de altura y recubierta con 3724 kilos de pan de oro y 15.000 diamantes, rubíes, esmeraldas y ágatas. Un lujo que resalta ante el vacío de los salones, donde la soledad revela que el paso de las generaciones hizo mella, finalmente, en la eternidad de los linajes orientales.

DATOS UTILES

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La Ciudad Prohibida de Pekín. El complejo arquitectónico es considerado un “palacio de palacios”.

La ciudad real de Angkor. Templos y residencias de varias dinastías khmer en la selva camboyana.

En el Gran Palacio de Bangkok se combina el esplendor real con la fe budista.
 
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