Dom 08.11.2009
turismo

FRANCIA > MONET EN NORMANDíA

Desde el jardín

El jardín de Claude Monet en Giverny, al norte de París, se mantiene exactamente como lo retrató el pintor impresionista a fines del siglo XIX. Una sinfonía de flores y colores, como un cuadro en vivo, conserva vivo el espíritu de la primera generación que privilegió, sobre el academicismo, el arte al aire libre y el eco de naturaleza en los espíritus.

› Por Graciela Cutuli

Una embarcación en el agua, la silueta difusa de algunos barcos bajo un cielo aún a medio despertar, y un sol subiendo en el horizonte que se refleja en pinceladas de un anaranjado emotivo. Claude Monet lo llamó Impresión, sol naciente: era un paisaje de la ciudad portuaria de Le Havre, en el norte de Francia, que causó poco entusiasmo en la primera exposición impresionista de 1874. Sin embargo, Monet y su obra estaban destinados a cambiar definitivamente la historia del arte, junto con toda una generación de artistas que se volvieron en contra el academicismo imperante y volcaron en la tela todos los colores de la naturaleza filtrada por el propio sentimiento. En 1890, después de superar sus años más difíciles, Monet compró una casa que desde 1883 alquilaba en Giverny, justo en el límite entre Ile de France y Normandía, a unos 80 kilómetros de París: allí, su espléndido jardín se convirtió en perdurable fuente de inspiración y en el motivo de algunos de sus cuadros más célebres. Casi un siglo después de su muerte, las pinturas parecen cobrar realidad en un paisaje intacto, donde para los estanques, los nenúfares y los puentes se diría que no existe el paso del tiempo. Es la magia del jardín, no tan secreto, de Monet en Giverny.

ITINERARIOS IMPRESIONISTAS En todo el norte de Francia varios itinerarios permiten descubrir las huellas y los temas de la pintura impresionista, exactamente en los sitios que inspiraron algunos célebres cuadros: en Fécamp y Etretat, el tema es el mar; en Le Havre y Honfleur, es la luz; en Rouen el instante, y en Giverny los jardines. Normandía, sobre todo en las costas y el valle del Sena, fue un lugar ideal de búsqueda y experimentación pictórica, que contribuyó enormemente a las investigaciones de una nueva generación de artistas. Si Monet, Manet, Renoir y muchos otros pudieron alejarse de París fue en parte gracias a la extensión de las líneas ferroviarias partiendo de la capital y siguiendo el trazado del Sena; además la creciente moda de los baños de mar atraía a una aristocracia que era tanto mecenas como tema de estudio para los pintores impresionistas. Tampoco fue menor la invención de los tubos de estaño como contenedores del óleo: estos nuevos recipientes, inventados en torno a 1840, fueron esenciales para conservar más tiempo los colores con sus propiedades intactas, y ayudaron a los artistas a salir del atelier para pintar sus paisajes y motivos al aire libre, inspirándose directamente en las sensaciones transmitidas por la naturaleza.

ES LA HISTORIA DE UN AMOR Monet había descubierto Giverny de casualidad, en 1883, al ver el pueblo desde una ventanilla del tren. Entusiasmado, buscó una casa para alquilar y encontró una antigua granja que se conocía como la “maison du Pressoir”. Por entonces, Giverny no tenía más de 300 habitantes, casi todos agricultores, y un puñado de familias burguesas. Más de un siglo después, es un pequeño pueblo turístico donde sólo queda una granja en actividad.

Los jardines de Monet están divididos en dos partes: por un lado un jardín de flores frente a la casa, conocida como el “Clos Normand”, y del otro lado del camino un segundo jardín de inspiración japonesa. Cuando el pintor se instaló con su familia en la casa, en el terreno que bajaba desde su nueva residencia hasta la ruta había una huerta rodeada de muros de piedra y atravesada por un camino central bordeado de pinos. Bajo la inspiración de Monet, se transformó para siempre en un jardín rico en perspectivas, colores y simetrías: sus diferentes macizos de flores forman los volúmenes de cada sector, entre árboles frutales, rosales trepadores y plantas que todo el año florecen en los más diversos colores. En el camino central, desaparecen los pinos y aparecen arcos cubiertos de rosales, mezclándose libremente con muchas otras flores según el capricho de una naturaleza que en este jardín es la reina: lejos del clásico jardín francés, cuidadosamente podado y diseñado, aquí hay un aire de salvaje pero romántica libertad.

Con los años, Monet se convirtió en un apasionado de la botánica. Cultivaba en su jardín desde flores exóticas hasta humildes amapolas, intercambiando plantas con sus amigos y siempre en busca de variedades raras. “Todo el dinero se va en mi jardín”, admitía, pero al mismo tiempo confesaba su fascinación por el resultado. Diez años después de su llegada a Giverny, en 1893, Monet compró el terreno vecino al suyo (aunque del otro lado de la vía del ferrocarril). Atravesado por el Ru, un pequeño curso de agua, emprende la tarea de seguir plantando toda clase de árboles y flores. Con desconfianza, los campesinos normandos temían que envenenara el agua con sus experimentos, pero la voluntad del artista logró imponerse. Así surgió el primer estanque: “Es sólo para el placer de la vista, y también un motivo para pintar: no cultivo aquí más que plantas como nenúfares, cañas e iris de diferentes variedades, que suelen crecer espontáneamente a orillas de nuestro río. No hay envenenamiento posible”, aseguraba. El tiempo probó que tenía razón, pero mucho antes Monet siguió agrandando el estanque, formando un fantástico jardín acuático inspirado en las estampas japonesas que fascinaron a toda la generación impresionista. Aquí se levanta el pequeño puente enteramente cubierto de glicinas que cada primavera despierta una admiración infinita por la profusión de perfumes y colores; un poco más allá hay sauces llorones, puentecitos más pequeños, bosques de bambú y los famosos nenúfares –las “ninfeas” de sus cuadros– que florecen durante todo el verano. Durante años, esta fiesta de plantas y tonalidades infinitas le sirvió de inspiración, siempre en una búsqueda incansable de las brumas y las transparencias de la atmósfera, de los efímeros reflejos en el agua, del paisaje filtrado por la calidez de la mirada del artista.

Nada menos que 45 veces pintó su famoso puente japonés. Para construirlo había llamado a un artesano local, pero cuando la propiedad fue recuperada y convertida en museo el puente original estaba demasiado dañado. Y aunque tuvo que ser reconstruido, las glicinas que hoy lo cubren son las mismas que, con mano amorosa, plantó en su tiempo el propio Monet.

TIEMPOS DE RESTAURACION Después de la Segunda Guerra Mundial, la propiedad de Giverny cayó en el descuido, hasta que en 1966 Michel Monet –hijo del pintor– legó la casa a la Academia de Bellas Artes. Pocos años después comenzó la reconstitución del jardín tal como era en tiempos de su creador, con ayuda de numerosos testimonios de quienes lo habían conocido. Fue un trabajo minucioso, porque los vidrios de la casa habían estallado durante los bombardeos, la boisserie se había arruinado, la escalera estaba derrumbada y el jardín había sido invadido por numerosas plantas extrañas. Finalmente, en 1980 el Clos Normand y los jardines volvieron a abrir sus puertas al público. Giverny recuperó entonces su importancia como lugar evocativo de los tiempos impresionistas, y hoy invita a visitar no sólo el jardín y la casa de Monet, sino también el casco histórico, formado por dos callecitas junto a un conjunto de colinas, con casas bajas y techo de pizarras, donde florecen las glicinas y prosperan las vides silvestres. Un paraje encantador, casi a las puertas de París, donde aún perdura la Francia rural y se diría que los cuadros se hacen realidad.

DATOS UTILES

Los jardines de Giverny abren todos los días, del 1 de abril al 1 de noviembre, de 9.30 a 18 (última admisión 17.30). Ingreso: 6 euros.

El jardín de Monet recibe alrededor de medio millón de visitantes cada año. Para lograr la conservación del jardín, varios de sus caminos interiores están cerrados al público, aunque se puede recorrer todo el perímetro para admirar sus perspectivas.

Todos los días salen desde París excursiones a Giverny en ómnibus (a partir de 70 euros, y a partir de 145 euros si se combina Giverny con Versailles en una visita de día completo).

Los jardines son magníficos durante todo el período de apertura, de abril a octubre, cuando se puede asistir a una permanente explosión de colores. Sin embargo, la máxima cantidad de visitas es en mayo y junio. En el verano boreal, más tranquilo, florecen los célebres nenúfares.

Se accede al jardín acuático a través de un pasadizo subterráneo que pasa bajo la ruta, a diferencia del cruce de las vías necesario en tiempos de Monet.

A 15 kilómetros de Giverny, un tren turístico lleva lentamente a través del paisaje del Valle del Eure, visitando los paisajes que inspiraron a los artistas del siglo XIX (7 euros por persona). Los alrededores también se pueden recorrer de manera original en un Citroën Traction, con chofer y durante una hora (19 euros por persona).

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