turismo

Domingo, 6 de diciembre de 2009

PATAGONIA > DE NEUQUéN A TIERRA DEL FUEGO EN óMNIBUS

El largo viaje

Un itinerario a bordo de un autobús por los extraordinarios paisajes de la Patagonia argentina. San Martín de los Andes, Bariloche, Esquel, El Chaltén, El Calafate y un cruce en ferry por el Estrecho de Magallanes para desembarcar en Tierra del Fuego. En el largo trayecto, parques nacionales, cerros, lagos y la impactante Cueva de las Manos.

 Por Julián Varsavsky

Si se desea recorrer la Patagonia, lo más rápido es llegar en avión a alguno de los destinos clásicos –como Bariloche, El Calafate o Ushuaia– para después continuar el itinerario por las principales ciudades de la región en otros vuelos. Otra posibilidad es viajar en auto propio, lo cual tiene la ventaja de poder parar donde se quiera, ya sea para descansar o para conocer cada rincón del vasto territorio austral. Pero existe una tercera alternativa para quienes no tienen auto: viajar en ómnibus. Además de ser más económica que el avión, la travesía por las rutas permite compenetrarse mejor con el paisaje y la cultura patagónica, y también ir descubriendo los sutiles cambios de la geografía, que pasa de los densos bosques andino-patagónicos a la más reseca estepa.

Queda por supuesto la opción de alquilar un auto, que salvo que sea entre cuatro personas es bastante más cara que los micros.

A continuación proponemos un viaje en ómnibus por la Patagonia, un periplo abarcativo del cual el lector podrá elegir un fragmento, y quizá regresar en avión una vez alcanzado el punto más lejano. Y para los que estén dispuestos a salir a la aventura, quizá lo más atractivo sea llevarse una carpa para ir armando el viaje día a día, sin un calendario preestablecido.

PRIMERA PARADA Partiendo en ómnibus desde Buenos Aires, un buen punto de llegada directo y con servicio coche-cama es la ciudad neuquina de San Martín de los Andes.

Desde San Martin de los Andes el paso obligado es Bariloche, donde vale la pena quedarse varios días para visitar la isla Victoria, los diferentes sectores del Parque Nacional Lanín y el bosque de Arrayanes.

Frente a la bahía de Ushuaia, el bucólico paisaje del fin del mundo.

Antes de seguir viaje desde Bariloche hay que evaluar una decisión. Se puede tomar un micro cualquiera a Esquel para recorrer unos días el Parque Nacional Los Alerces y viajar en el tren histórico La Trochita, o tomar el ómnibus de la empresa Chaltén Travel que desde Bariloche va por la Ruta 40 rumbo a la localidad de Perito Moreno, pasando de largo Esquel. Quienes opten por ir también a Esquel, pueden de todas formas tomar ese micro en esa localidad y a partir de allí hacer el interesante itinerario de esa línea que une Bariloche con El Calafate con paradas intermedias, viajando siempre de día para poder ver el paisaje.

La primera parada del micro que va por la Ruta 40 desde Bariloche es en la localidad de Perito Moreno en Santa Cruz, base para visitar la Cueva de las Manos. El trayecto Bariloche-Perito Moreno tarda unas 12 horas a través de la más pura estepa patagónica, con sus planicies infinitas a los cuatro costados. A Perito Moreno se llega por la noche y a la mañana siguiente se hace la excursión a la Cueva de las Manos.

MANOS PREHISTORICAS De los diferentes segmentos del viaje patagónico propuestos en esta nota, el más importante es el de la Cueva de las Manos, que está en un lugar bastante apartado de todo, a donde no se llega en avión. El trayecto desde El Calafate –el aeropuerto más cercano– es largo e implica dormir en la zona de las Cuevas –en la localidad de Perito Moreno–, y por otra parte alquilar un auto no resulta nada económico. Por eso es tan práctico en este caso el servicio de micros que une Bariloche con El Calafate por la Ruta 40, ya que pasa por Perito Moreno –con un precio muy lógico– y permite quedarse tres noches para recorrer la zona y luego seguir viaje hacia El Chaltén.

La Cueva de las Manos, el atractivo principal del viaje en bus de Bariloche a El Chaltén.

Al observar los dibujos de la Cueva de las Manos la pintura parece fresca, como de ayer. Pero las manos más antiguas fueron pintadas hace unos 9350 años, casi al aire libre en unos aleros rocosos y adentro de una cueva que les brinda algo de protección. Lo primero que llama la atención en el lugar es la inmensidad del Valle del Río Pinturas, un gran cañadón rocoso que se pierde en la distancia caracoleando con los meandros del río. A cada lado se levanta un altísimo acantilado donde están los aleros y la famosa cueva, en un lugar bastante inaccesible por lo escarpado de las paredes.

La pregunta lógica que se hace todo el mundo es ¿qué significado tenían aquellas repetitivas manos? Y la verdad es que a ciencia cierta no se sabe, y difícilmente alguna vez se vaya a saber. La hipótesis central es que el sitio habría sido un centro ceremonial ligado a un ritual de curación. Pero lo más impresionante de la Cueva de las Manos es su aislamiento, la virginidad de un paisaje que parece detenido en la prehistoria, donde no hace falta abstraerse demasiado para ver a los auténticos autores de aquellas pinturas corriendo sobre la meseta del otro lado del cañadón para encerrar un guanaco y darle muerte. Porque a juzgar por lo que se ve a simple vista, estas manos fueron pintadas ayer.

CERROS Y GLACIARES Después de pasar tres noches en Perito Moreno para poder hacer una excursión a la localidad de Los Antiguos y conocer el inmenso Lago Buenos Aires así como alguna de sus fincas de producción de cereza, le esperan al viajero unas 12 horas de viaje por la Ruta 40 para llegar hasta las montañas cordilleranas de El Chaltén, con sus tupidos bosques andino-patagónicos.

El micro se puede dejar en El Chaltén o también seguir directamente hasta El Calafate. Una vez en El Chaltén lo recomendable es quedarse un mínimo de cuatro días, que pueden ser varios más si uno es un fanático caminador de la montaña. Entre las caminatas más espectaculares están el sendero a la Laguna de los Tres y la que llega a la base del Cerro Torre y permite caminar sobre un glaciar. También hay dos espectaculares navegaciones, una por el Lago del Desierto y otra por el Lago Viedma, que tiene como opcional una caminata sobre el glaciar del mismo nombre.

El periplo patagónico por la 40 tiene como siguiente destino El Calafate, para recorrer el famoso glaciar Perito Moreno, navegar entre los témpanos del glaciar Upsala, hacer una caminata sobre el hielo, y quizá también una salida en 4x4 por las montañas que rodean la ciudad o visitar alguna estancia para saborear un corderito patagónico al asador y conocer los secretos de la esquila de las ovejas.

FINAL EN EL ULTIMO CONFIN Muchos viajeros terminan la gira patagónica en micro justamente en El Calafate, y desde allí toman un avión de regreso a Buenos Aires. Pero la gira puede continuar rumbo a Tierra del Fuego en un viaje muy interesante, que incluye un cruce en ferry por el Estrecho de Magallanes. Desde El Calafate hay que tomar primero un micro a Río Gallegos (cuatro horas) y desde allí parte otro a Ushuaia en un viaje de cerca de 12 horas por la más ascética nada patagónica. Una nada que es relativa, por supuesto, ya que se trata de una dimensión distinta –la esteparia– con paisajes de 360 grados de espacios vacíos donde la tierra plana se encuentra con el mar y una nutrida fauna costera como lobos marinos y toda clase de aves.

El bosque andino patagónico de los alrededores de San Martín de los Andes.

El micro atraviesa la frontera a Chile desde Río Gallegos y en la localidad de Punta Delgada se toma el ferry que cruza a la isla de Tierra del Fuego por el estrecho de Magallanes en 20 minutos. Después se desembarca en la Bahía Azul –Tierra del Fuego chilena– y luego de 30 km de pavimento comienza el ripio hasta regresar al territorio argentino en el Paso Fronterizo San Sebastián.

Lo interesante de este último segmento del viaje es que se recorren los sectores más inhóspitos de la ya de por si inhóspita Tierra del Fuego, por lugares a donde generalmente no llegan los turistas. Se pasa por la capital fueguina –Río Grande– y el pueblito pesquero de Tolhuin para finalmente desembocar en el bucólico paisaje de la Bahía de Ushuaia. Allí, por alguna oculta razón, uno tiene la sensación de estar en el arquetipo de los puertos del mundo; o en el último puerto antes del “fin”, donde conviven lujosos cruceros, fantasmales barcos carcomidos por el óxido y barquitos pesqueros que, al lado de algún trasatlántico, parecen un cascarón de nuez. Es la culminación de un largo viaje por tierra –en un puerto donde otros culminan un largo viaje por agua–, en medio de un paisaje melancólico y frío, con algo en el ambiente subrayando que hemos llegado a la Patagonia más austral, solitaria y remota, después de la cual ya no hay nada más, salvo el viento, el frío y la soledad de la Antártida. Es la quintaesencia de la Patagonia, aquella donde sin la necesidad de desplegar un mapa, uno tiene la sensación física de estar observando el paisaje del fin del mundo en su máxima expresión.

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En el límite entre la estepa y la montaña, el ómnibus avanza por una recta de asfalto.
 
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