Domingo, 13 de diciembre de 2009 | Hoy
SANTA CRUZ > GLACIAR PERITO MORENO
El Big Ice es un trekking por los infinitos e invisibles caminos del glaciar Perito Moreno, a través de cuevas, sumideros de agua, arroyos y lagunas congeladas. Una aventura imperdible en los confines de la Patagonia.
Por Guido Piotrkowski
“No tengan miedo de pisar, el hielo es firme, no se van a hundir”, alienta uno de los tantos guías que comandan el Big Ice, un trekking de seis horas por el universo blanco del glaciar Perito Moreno.
Ochenta kilómetros separan El Calafate, pequeño pueblo patagónico en constante crecimiento, del gigante de hielo, una maravilla que la naturaleza puso en territorio argentino y a la que llegan cada año miles de turistas de todo el mundo.
Para realizar esta singular caminata, además de estar en buen estado físico, hay que arrancar al amanecer, un hermoso espectáculo por estas latitudes. A lo largo del viaje hasta el glaciar se pueden disfrutar los cambios en las tonalidades que se suceden en el cielo, desde el anaranjado del alba hasta el celeste puro y limpio de una mañana soleada.
Poco después del primer vistazo panorámico desde la ruta, al poner los pies en la tierra, la inmensidad del Perito Moreno deja a cualquiera boquiabierto. No importa la cantidad de veces que lo hayamos visto en fotografías o en televisión, hay que conocerlo en vivo y en directo para comprender su propia magia.
Una gran pasarela desciende en medio del bosque hasta llegar frente a la mole de hielo, un paredón gigante que se yergue sobre el Canal de los Témpanos. El estruendo que provoca la ruptura y el desprendimiento de los bloques, producido por el avance constante del glaciar, quiebra de tanto en tanto los sonidos del silencio reinante. Los pedazos de hielo parecen caer en cámara lenta. Todo el mundo quiere llevarse una instantánea del momento cumbre.
CON LOS PIES SOBRE EL HIELO Para acceder hasta el glaciar hay que tomar una embarcación en el puerto Bajo de las Sombras. Navegamos a través del brazo Rico del Lago Argentino. El viento, helado, no permite desplazarse mucho en la cubierta del barco ni tomar fotografías cómodamente. En breves diez minutos nos encontramos a los pies del gigante. Somos seres minúsculos en este universo de hielo.
Al descender, los guías se encargan de probar los grampones y colocar los arneses de seguridad a cada uno de los expedicionarios. La caminata previa, aproximadamente una hora en la que se atraviesa un bosque de lengas y ñires con pájaros carpinteros que asoman sus cabecitas curiosos ante los visitantes, es amena y sirve de precalentamiento para lo que vendrá.
Poco después nos adentramos en la morena, el tramo previo al glaciar, donde la tierra y el hielo se fusionan. Los tres guías se reparten a lo largo de la fila: uno marca el paso, otro se desplaza hacia adelante y atrás constantemente y el último cierra la hilera. Todo bajo control.
Estamos a un paso, pero todavía no podemos pisar el hielo propiamente dicho: antes hay que sacar los grampones guardados en la mochila y ponérselos para encarar el tramo más excitante de la aventura. Una vez calzados debidamente como para desandar los caminos del Perito Moreno, emprendemos el trekking glaciar adentro. Los guías explican las precauciones a tomar: no separarse del grupo, dar pasos cortos en las subidas, nunca pisar de costado, siempre hacerlo de frente y sobre sus huellas.
Al comenzar la caminata, los sedimentos de tierra firme se mezclan con el hielo y tiñen la superficie de un color grisáceo. Pero a medida que uno se adentra en los caminos invisibles del Perito Moreno, el blanco se va adueñando del paisaje, hasta tomarlo todo.
Como el glaciar está en constante movimiento, la senda que sólo los expertos ven puede modificarse diariamente: por lo tanto, uno de los guías camina siempre un paso adelante verificando el terreno. Si bien el hielo es firme, hay que andar con mucho cuidado: a cada paso, enormes grietas se abren a lo largo del sendero imaginario. Para comprobar la profundidad, alguien arroja al hoyo azul profundo un bloque de hielo que demora más de lo imaginado en llegar al fondo. Nadie se atreve a adivinar la profundidad.
La caminata sigue su curso entre lagunas congeladas, arroyos y vertientes de aguas cristalinas y puras donde se puede saciar la sed y cargar la cantimplora para el resto del camino. A lo largo y ancho del paisaje se yerguen los seracs, curiosas puntas de hielo que esculpió la naturaleza, guardianas silenciosas de este singular y extremo paisaje, tan bello como hostil.
Luego de andar por más de tres horas, se impone una parada para el almuerzo –cada uno debe llevar su vianda– a la vera de una de las tantas lagunas congeladas, un sitio que resultaría ideal para la práctica de patinaje o hockey sobre hielo.
Una vez repuestas las energías, la travesía continúa hasta llegar a los sitios más hermosos del paisaje glaciar. El último tramo sorprende con mágicas cuevas azul intenso que abren sus bocas peligrosas e impenetrables. Sólo podemos acercarnos hasta la entrada, de a uno y con cuidado, al igual que cuando aparecen los sumideros de agua: los corredores son estrechos y el laberinto blanco exige respeto.
El Big Ice, un viaje al planeta de hielo, es una experiencia de otra galaxia, que podemos disfrutar con los pies sobre la tierra.
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