Domingo, 10 de enero de 2010 | Hoy
VERANO EN SANTA CATARINA
Camboriú es uno de los balnearios más populares del sur brasileño. Desbordante de edificios, comercios, hoteles, restaurantes e inagotables programas de entretenimiento, combina la playa tropical con los atractivos de una gran ciudad, al estilo marplatense.
Por Texto y fotos de Pablo Donadio
Desde las alturas del morro mayor, inundado por la verde mata atlántica, la ciudad surge como una herradura natural que coquetea con la costa, desordenada, hermosa. Allí abajo, la alegría no es sólo brasileña: miles de miles de turistas propios, de gran parte del continente y de Europa llegan cada año al cúmulo de torres, restaurantes y calles donde todo es radiante, atrayente, veloz. Y es que Camboriú, toda una Mar del Plata brasileña, atesora una mística (¡y qué corredor atlántico!) que sólo puede percibirse estando allí. Ritmo, no estrés, que le dicen.
BUEN CLIMA En Camboriú siempre hay buen clima, incluso cuando llueve. “La ciudad lo tiene todo, pero más que nada gente muito bonita”, asegura Celia Cabezas Jaramillo, guía turística local, una chilena enamorada de Brasil que sucumbió ante las costas y decidió quedarse allí para siempre. No es para menos: de aguas cristalinas y verdes peñascos, con deportes que explotan las aguas y una red hotelera extendida en más de cien hoteles y posadas, este destino reúne alternativas tan distintas como interesantes. Y si bien es cierto que muchos residentes huyen despavoridos durante enero y febrero, cuando el oleaje humano es más intenso que el atlántico, Camboriú ciudad sabe guardar escenarios donde la naturaleza no se altera. Principal destino turístico de Santa Catarina y con una población estable menor a 100 mil habitantes, el balneario se transforma en pocos días en una metrópoli cosmopolita que cobija y divierte a más de 800 mil almas. Entre ellos –más allá de que el cambio de moneda no es tan conveniente como el año anterior– estarán muchos argentinos, imantados por la eterna seducción de Brasil.
La mayor parte de la ciudad está edificada sobre una franja semicircular que recorre la línea de costa. Allí se llega por la BR-101 (la carretera Panamericana) desde Florianópolis, capital del estado; luego se sigue hacia el norte hasta el soberbio puerto de Itajaí. Fundada en la década del ‘60 tras el programa de gobierno que lanzó urbanísticamente otros grandes destinos como Belo Horizonte y Goiania, las zonas de mayor glamour y grandes marcas predominan en el centro y los sectores costeros, mientras una serie de barrios humildes se extienden hacia los suburbios.
De esencia azoriana fusionada con orígenes nativos, la influencia de aquellas islas cercanas a Portugal cuyos habitantes colonizaron todo el litoral catarinense sigue presente. Las redes y canoas coloridas de aquellos viejos pescadores todavía son palpables en algunos balnearios alejados. Asimismo algunas comidas, los rostros y sobre todo los acentos remiten a aquellos inmigrantes que vinieron buscando aceite de ballena y terminaron fundando ciudades, para hacer de estas costas su hogar.
PLAYA Y PASEOS Antes de la playa, centro de las expectativas, vale la pena llegar hasta uno de los bordes de la urbe, donde se divisa la confluencia del río Camboriú: allí el río corre caudaloso a un lado del muelle, mientras al otro lado las olas del océano ya golpean las tablas, hasta que unos metros más adelante se unen y el inmenso mar devora el agua dulce. Esa escena puede verse desde un lugar privilegiado recorriendo el cablecarril del teleférico, que va desde la punta del morro mayor hasta la costa. Además de ser una de las principales atracciones céntricas, también es un mirador para elegir a qué playa ir primero.
Estrellas de la ciudad, con aguas limpias y transparentes, los balnearios de Camboriú tienen unos siete kilómetros paralelos a su renovada Avenida Atlántica, donde la arena agrupa a la muchedumbre mientras las veredas en blanco y negro –como el ajedrez– aportan bulevares, bancos y árboles para el relax de cara al mar. Praia Central es la protagonista, con multitudes y aguas agitadas que acarician la tentadora Ilha das Cabras. Hasta allí se puede llegar en transportes náuticos, al igual que al Morro das Pedras Brancas y al Morro da Cruz, espectaculares miradores que brotan del agua y ofrecen las mejores vistas de la ciudad. A pocos kilómetros para ambos lados, puede disfrutarse de la tranquilidad de algunas villas de pescadores poco conocidas. Cercadas entre el verde y el mar, unas siete playas agrestes –Laranjeiras, Taquaras, Taquarinhas, Estaleiro, Estaleirinho, Mato de Camboriú y Praia do Pino– son la combinación perfecta entre la naturaleza y los servicios, además de convocar a los expertos en surf y windsurf. Escondidas en los recovecos de algunos golfos y ensenadas, son el paraíso de los enamorados y de quienes buscan descanso. Se las menciona como parte de la Costa Brava, pues ofrecen mucha vegetación, arenas gruesas y aguas potentes, armando un escenario de vida semisalvaje a pasos de la ciudad. La más visitada y rumbeada hacia lo turístico es Laranjeiras, de 750 metros de extensión, con buena infraestructura de bares y restaurantes. Hasta allí se llega mediante el acceso de la vía Interpraias, o por el mismo teleférico. Una curiosidad de este balneario son los restos fósiles de animales marinos encontrados en sus orillas hace un tiempo y de gran valor científico.
También sobre la mata, ese amplio manto verde que cubre morros y espacios deshabitados, reemplazando lo que en suelos llanos sería “campo”, se explotan cada vez más las alternativas del ecoturismo. Valorada y protegida como pocas cosas por los catarinenses, sus bosques son el escenario de variadas caminatas, cabalgatas y en ocasiones, el parapente.
Finalmente, como no podría ser de otra manera, hay algunas playas en particular que los pescadores no deben dejar de visitar: Taquara y Estaleiro suelen reunir la mayoría de los adeptos, aunque algunos aseguran que las playas centrales son también propicias para la actividad.
MANJARES Y DIVERSION Como en toda la región, la cocina de Camboriú se destaca por sus platos de especies marinas recogidas muy cerca y consumidas bien frescas. Con valores más que razonables, es posible almorzar y cenar en hoteles, restaurantes o simples paradores los mejores frutos de mar. La zona es, sobre todo gracias a la vecina Floripa, la mayor exportadora de ostras y mariscos del Brasil: mejillones, langostinos, camarones y ostras gratinadas en su concha hacen perder la cabeza a los amantes de estas especialidades. Buenos vinos, cerveza y sobre todo la tradicional caipirinha (también en su versión caipiroska, con vodka reemplazando la cachaza) completan las exigencias de una buena comida. Para más tarde, cuando la música va ganando los espacios, suelen aparecer bandejas repletas de colores ardientes, donde las sandías, melones, ananás y la sabrosa fruta del maracuyá –de reconocida influencia afrodisíaca– son arrasadas en instantes. Muchos hospedajes se encuentran sobre las orillas del mar, por eso está establecida informalmente una especie de mezcla entre los sabores de los mariscos y las noches de bossa y salsa, shows que son todo un programa en sí mismo. Otra alternativa es partir hacia el centro para la “marcha da orla do praia”, cuando gran parte de los prestadores que se ubican en los márgenes de las playas abren sus puertas traseras y transforman sus locales en una fiesta al aire libre.
La otra propuesta es ir camino sur hasta Itapema, balneario “escape” de los residentes de Camboriú: allí las noches también nacen con exquisitos platos gourmet a bases de mariscos y salmones, con la alternativa de pizzerías y algunos chiringuitos playeros, y siguen con las famosas “fiestas jóvenes”, donde la arena es la pista de una virtual disco hasta el amanecer.
HACIA FLORIPA Para concluir una visita inolvidable, hay que llegar a Florianópolis, previo paso por la bellísima Bombinhas, capital del buceo sureño de Brasil. A 84 kilómetros de Camboriú, la capital del estado exhibe a todas luces una gran diversidad cultural, étnica y geográfica. Nutrida de nativos, portugueses, azorianos húngaros, alemanes, italianos, holandeses y polacos, a cada paso la península que cautiva a los visitantes del mundo entero se muestra como una pintura de variadas tonalidades. Por diminuta que parezca en el mayúsculo escenario nacional, posee un interesantísimo recorrido histórico-arquitectónico, encantos naturales y una hospitalidad para imitar, quizá una de las razones de su crecimiento (para la estadística, un 340 por ciento en las tres últimas décadas). Rodeada de 42 playas, una más linda que la otra, Floripa es considerada por la mayoría de los brasileños como la capital con mejor calidad de vida del país. Algunas playas ubicadas entre la isla y el continente, como Tapera do Sul o Cacupé, muestran un mar que golpea con suavidad y convierte la zona en un paraíso de caracoles y descansos; en otras, como Joaquina o Do Santtinho, las olas vírgenes del Atlántico son el mejor desafío para los amantes de las tablas y las velas.
En la recorrida capitalina, es imposible no observar el moderno y cuádruple puente Pedro Ivo Campos, que conecta la península con su lado continental. Su construcción es sencillamente alucinante, y los carriles que cruzan las bahías sur y norte suben y bajan en sentido contrario a las manos del tránsito, como inmensas víboras de cemento. Mientras se lo transita, se ven las riendas del colgante Hercílio Luz, el viejo puente convertido hoy en paseo artesanal, donde pueden adquirirse por unos pocos reales bahianos y otras prendas para quedar más que bien en el regreso a casa z
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