SEMANA SANTA COSTA ATLáNTICA
En el Partido de la Costa, Semana Santa regala todavía días al borde de la playa y un panorama tranquilo para disfrutar de los bosques, los paseos y los atardeceres del comienzo del otoño. De San Clemente a Costa Esmeralda, de las termas a los médanos y los laberintos, las opciones de los balnearios del Atlántico.
› Por Graciela Cutuli
En las playas de la Costa Atlántica, una Semana Santa temprana es la mejor oportunidad para aprovechar las últimas tardes cálidas a orillas del mar. Orillas tranquilas y poco transitadas, frente a ese océano inmenso que invita a perder la mirada en la línea de un horizonte sin fin. Uno tras otro, los balnearios se suceden a lo largo de los 96 kilómetros que van del clásico San Clemente al nuevo Costa Esmeralda y, a pesar de su cercanía, consiguen identidades propias a fuerza de historias y propuestas diferentes. Varios de ellos, es sabido, tienen nombre y apellido: “del Tuyú”, por la denominación que dieron a la región los indios guaraníes evangelizados que llegaron hasta aquí con una expedición de Hernandarias. Corrían entonces los últimos años del siglo XVI: hoy aquellas costas desiertas se multiplicaron en San Clemente, Mar de Ajó, San Bernardo, Santa Teresita, Mar del Tuyú, Las Toninas, Costa Chica, La Lucila del Mar, Costa Azul, Costa del Este, Aguas Verdes, Nueva Atlantis, Pinar del Sol y Costa Esmeralda.
ACUARIO Y TERMAS San Clemente, el balneario más próximo a Buenos Aires (apenas 320 kilómetros separan la capital del tranquilo pueblo marítimo), es un imán para las familias no sólo por sus playas, sino también por el tradicional parque temático de Mundo Marino. Durante todo el año, los espectáculos con orcas, delfines y lobos marinos son la vidriera más visible de un gigantesco oceanario que con los años fue consolidando su propuesta conservacionista y trabaja en la recuperación de pingüinos empetrolados y otras especies en peligro. Además de los shows, lo más interesante es la observación panorámica de delfines a través del inmenso ventanal de una piscina; el safari terrestre y la visita “detrás de la escena”, para conocer los secretos del entrenamiento de los animales y la vida en el oceanario. El complemento ideal son las Termas Marinas, para darse un baño cálido en las aguas termales que brotan al pie del Faro San Antonio. Para un rato activo, hay que pensar en la pesca en el muelle de Tapera de López, un poco de remo o paseos en canoas a orillas del Arroyo San Clemente. Y en el atardecer, Punta Rasa: este “aeropuerto internacional de las aves migratorias”, como se da a conocer, es la punta última de la Bahía de Samborombón, el lugar preciso donde se unen las aguas del Río de la Plata y el Océano Atlántico. Aquí, entre playas, dunas costeras y marismas, reinan las cortaderas y se refugian pequeños animales acostumbrados al viento y los cambios de mareas.
Paso a paso, la costa se extiende hacia Las Toninas y Costa Chica. Son lugares de calma chicha, pueblitos chicos de pura playa y poca gente. Además del rito tempranero de ver la salida del sol, que sólo cumplen los madrugadores, se visita el monumento a los habitantes del Partido de la Costa que cayeron en Malvinas y el Laberinto Las Toninas, con un cementerio de caracoles y un mangrullo para dejar que la vista se pierda, una vez más, bien lejos en el mar. En Semana Santa, se organiza aquí un Via Crucis viviente. Y si hay marea baja, también es posible que asomen en el horizonte las cuadernas de Her Royal Highness, un buque que encalló en estas aguas allá por 1883.
DICEN QUE SANTA TERESA... Si en Las Toninas hay un barco hundido, en Santa Teresita hay otro bien erguido y a la vista, sobre la Avenida Costanera. Es la réplica exacta de la Santa María, una de las tres naves de Cristóbal Colón, que se impone con sus 23 metros de largo y siete de altura. Imposible no pensar que es mejor visitarla allí, bien amarrada, que presa de los vientos en alta mar. El balneario también tiene un muelle de 200 metros de largo, donde los chicos hacen sus primeras prácticas con el mediomundo; un Museo del Automóvil y un centro bien concurrido a partir del atardecer, para salir a pasear, comprar alfajores artesanales y probar frutos de mar. Santa Teresita, además, es conocida por quienes gustan de las alturas: es que aquí se organizan, desde el Aeródromo, vuelos de bautismo que permiten ver el mar como un manto infinito coronado de pequeñas crestas espumosas.
Mar del Tuyú, la localidad siguiente, es la cabecera del partido, y en las tardes lluviosas invita a conocer el Museo Polifacético (o de Numismática) René Mermier, con varios miles de piezas –la Biblia junto al calefón– reunidas por su fundador durante sus años de viajes y residencia en el tranquilo balneario. Los buenos caminadores pueden llegar a pie por la playa hasta Costa del Este, a sólo tres kilómetros: este pueblito discreto y verde, donde no cuesta creer que se reúnen “un millón de pinos”, es uno de los más lindos de la costa. Sin estridencias, exactamente a 333 kilómetros de Buenos Aires, Costa del Este nació medio siglo atrás, cuando un par de emprendedores se decidieron a fijar los médanos movedizos con una vegetación abundante, que hoy distingue el paisaje junto al mar. A la sombra de los pinos, los eucaliptos y los tamariscos, sus callecitas de arena parecen el lugar ideal para una caminata tranquila, un paseo en bicicleta o una cabalgata –diurna o nocturna– para compartir con los pájaros los sonidos del bosque. Cerca del acceso al balneario hay también una granja educativa, donde se puede pescar.
SAN BERNARDO Y MAR DE AJO Antes de llegar a San Bernardo, meca juvenil del verano, Aguas Verdes, La Lucila del Mar y Costa Azul ofrecen tres altos de tranquilidad incomparable. Son pueblitos chicos, bien residenciales, que en general trasladan el esparcimiento hacia sus vecinas más importantes y por eso son muy elegidos por familias o solitarios amantes de las playas.
A un paso, San Bernardo es una ciudad hecha y derecha. En aras del progreso redujo esas playas inmensas pobladas de almejas y rodeadas de médanos vírgenes que fueron el distintivo de sus orígenes, y ganó ser la elegida de los adolescentes en busca de movimiento. En Semana Santa es más tranquila que en pleno verano, cuando se multiplican en la playa los torneos de beach-voley, los paseos en jet-ski y las primeras experiencias de windsurf, pero siempre es buen momento para asomarse al cielo desde el Observatorio de la Costa, y dar un paseo por la peatonal Chiozza. Y, una vez más, los aficionados a la pesca tienen aquí un buen muelle, aunque también se puede elegir una salida embarcada para probar suerte un poco más allá de la línea de costa.
San Bernardo está prácticamente unida con Mar de Ajó, la antigua “playa La Margarita”, como se la conoció por el nombre de un barco alemán que naufragó junto a sus costas en 1880. Es una de las ciudades principales del Partido de la Costa, un importante centro de servicios y también la sede del muelle de pesca más largo de la región: 270 metros que se adentran en el mar, con una altura de entre cuatro y seis metros. Hacia el fin del balneario, Punta Médanos es el lugar elegido para pasear a caballo o en cuatriciclo entre las dunas arenosas. Pero la ciudad también es conocida por los aficionados al automovilismo, porque regularmente se corren competencias de distintas categorías en el autódromo local. Esta Semana Santa será el turno de la segunda fecha del campeonato Copa del Este, los días 3 y 4 de abril. Además, una granja educativa que funciona en las afueras recuerda que todos estos balnearios nacieron sumergidos en plena pampa, y el turismo rural también es una opción creciente a orillas del mar. “Lo de María Lucrecia” permite visitar una huerta orgánica, practicar pesca en las dos lagunas y entrar en contacto con animales de granja: chivos, vacas, lechones, gallinas, conejos, entre muchas otras especies que andan por el lugar. Según la temporada, hay pruebas de destreza criolla y se pueden hacer cabalgatas y paseos en sulky, una experiencia que sigue atrayendo a los chicos de ciudad.
Finalmente, el Partido de la Costa termina en Costa Esmeralda, un nuevo barrio en el límite justo con Pinamar, que rompe la tradición de balnearios abiertos porque nació como un conjunto cerrado, aún en desarrollo, entre médanos y bosques de pinos. Todavía agreste, al borde de grandes extensiones arenosas que algunos eligen para andar en cuatriciclo y a caballo, sus playas extensas y despobladas están todavía entre las más tranquilas de la región, a un paso de la efervescencia que ofrecen sus principales vecinas: Pinamar, Valeria del Mar y Carilóz
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