SANTA CRUZ EXCURSIONES POR LA ESTEPA
Una excursión en 4x4 por históricas estancias patagónicas que pasa por el Balcón de El Calafate, en lo alto de una escarpada meseta desde la cual se ven la inmensidad del lago Argentino y las cumbres nevadas de los Andes, hasta un extraño “laberinto de piedras” en medio de la estepa.
› Por Julian Varsavsky
Por lo general el brillo de los glaciares en El Calafate opaca el interesante paisaje que tienen alrededor. Y es lógico que así sea, pero una buena recomendación para los viajeros es combinar la visita a los maravillosos glaciares con excursiones por la zona para descubrir, en la extraña belleza de la aridez esteparia, rarezas geológicas que no encontrará en ningún otro lugar del país.
Por eso vale la pena dedicarse unas tres horas a recorrer estos paisajes que rodean a la ciudad de El Calafate en una excursión nada extenuante que se hace en vehículo 4x4 hasta un lugar llamado el Balcón de El Calafate. En el primer tramo, se atraviesan las tierras de la estancia Williche que bordean otra estancia llamada Anita, tristemente célebre por ser el epicentro de los fusilamientos de la Patagonia Rebelde. Al pasar por allí, uno toma conciencia de lo que significan estos campos en el universo patagónico. Una inmensidad vacía que, en el caso de Anita, alcanza las 70.000 hectáreas y encierra a 25.000 ovejas cuidadas apenas por quince personas. Con este simple dato resulta evidente que en Santa Cruz hay muchas más ovejas que habitantes: dos millones de ovinos contra unas 200 mil personas. Y según cuenta el guía de la excursión, la razón de que la Patagonia sea ideal para la cría de ovejas es que este animal necesita enormes extensiones de tierra para poder vivir, ya que arrancan los pastos de raíz dejando los campos inutilizados por el resto del año. Es por eso que hay que cambiarlas de sector todo el tiempo y los terrenos deben ser tan vastos.
SOBRE LA MESETA Al avanzar con el vehículo por la ladera de la montaña, se ven las aguas pristinas y celestes del lago Argentino rodeado de montañas. En el centro del lago flota con fulgor de diamante un témpano solitario a la deriva, que parece un galeón abandonado a punto de encallar. Y tras la ventanilla se observan los pastos ralos del coirón y arbustos achaparrados como el calafate, que los aborígenes utilizaban de protección contra los vientos fríos. Los grandes cañadones se suceden uno tras otro y cada tanto aparecen rocas solitarias que no pertenecen a este lugar sino que fueron transportadas desde muy lejos por el hielo de los glaciares en la última glaciación, hace 20.000 años. Fue así que al retirarse los hielos dejaron esas rocas solitarias fuera de toda lógica aparente.
La primera parada es en el Balcón de El Calafate, en el borde de una escarpada meseta desde la cual se ve parte de la inmensidad del lago Argentino y las cumbres nevadas de la cordillera de los Andes.
Por momentos la camioneta baja con una inclinación de 30 grados. Y el punto culminante del paseo llega en el Laberinto de Piedra, donde extrañas formaciones de arenisca cinceladas por la lluvia y el viento le otorgan al paisaje un inconfundible aspecto lunar. Pero no es la luna sino el período cretácico de hace 85 millones de años lo que está en exhibición, que había sido tapado por sucesivas capas de sedimento a lo largo del tiempo. Hasta que la elevación de la cordillera dejó en exposición aquella remota superficie. En el Laberinto de Piedra el vehículo se detiene para que los pasajeros recorran ese extraño lugar de piedras gigantes y luego se sienten a descansar un rato en una gran tienda de campaña al abrigo de los fuertes vientos para tomar unos mates y comer unos bizcochuelos.
EXTRAÑAS ESFERAS Casi sobre el final de la excursión, se hace una nueva parada para observar uno de los fenómenos geológicos más curiosos de toda la Patagonia. Se trata de unas rocas casi esféricas llamadas concreciones que surgieron del fondo del mar. Estas geoformas existen en muy pocos lugares del mundo y su origen es tan lejano que se remonta al tiempo inconcebible en que la cordillera de los Andes –que todavía no se había elevado– era el fondo del mar. En esas profundidades subacuáticas se generaban campos magnéticos que atraían partículas de óxido de hierro. Esas partículas se agrupaban formando esferas moldeadas por las corrientes de agua. A su vez, las esferas eran tapadas por sucesivas capas de sedimento y, si nada inesperado hubiese ocurrido allí, hubieran permanecido aprisionadas dentro de otra roca hasta la eternidad. Pero cuando la placa de Nazca se acercó en cámara lenta por debajo del Pacífico y chocó con el continente americano, el fondo del mar se levantó y la cordillera surgió de las aguas. Entonces los sedimentos submarinos pasaron a ser las rocosas laderas de las montañas que, a lo largo de millones de años, fueron erosionadas por la lluvia y el viento. Así comenzaron a quedar al descubierto las extrañas rocas ferrosas y circulares, que al ser de metal no sufrieron la erosión. Y ahora se las ve a simple vista, con media esfera saliendo de una roca más grande, rodeadas por un círculo que les da una forma de sombrero mexicano. Cuando la erosión termine su paciente trabajo, llegará el día único y acaso prefijado en que la esfera por fin se desprenderá para caer con un golpe seco en la superficie de la tierra (hay varias que ya han caído y parecen grandes balas de cañón antiguo). Queda para los arcanos de la imaginación pensar qué lejano destino le depara el tiempo infinito a esta roca recién parida y largada a rodarz
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