URUGUAY ENTRE EL RíO DE LA PLATA Y EL ATLáNTICO
Playas de punta
En una temporada atípica, la costa uruguaya seduce este verano con precios interesantes, excelentes servicios, menos concentración humana y muchos eventos que se prolongarán durante las próximas semanas. Cruzando el río, una opción para disfrutar el fin del verano.
Por Graciela Cutuli
Este año el panorama se dio vuelta. Las playas de la costa uruguaya, que en la última década habían sido literalmente invadidas por los veraneantes argentinos, se pusieron más difíciles. Pero las autoridades del país vecino, decididas a no perder a su público más fiel, hicieron todos los esfuerzos y promociones posibles para atraer a los argentinos. Ahora que empieza el fin de la temporada (y que por fin el dólar se empeña en bajar), la posibilidad de cruzarse a Uruguay para disfrutar de un “fin de verano” en algunas de las playas más lindas de Sudamérica vuelve a ponerse al alcance: hechas las cuentas, sólo queda sacar los mapas y elegir el destino, entre las costas del Río de la Playa y las costas oceánicas más agrestes del Uruguay.
RIO DORADO Entre los departamentos de Canelones y Maldonado se extiende una larga serie de balnearios, sobre el Río de la Plata, que los uruguayos llaman la “Costa de Oro”. Es sabido que “en la otra orilla” el río tiene un encanto que nos está vedado de este lado, y no es difícil comprobarlo a lo largo de estos 70 kilómetros de playas de arena y agua dulce. Aquí las opciones son para todos los gustos, desde aquellos que prefieren una localidad tranquila y apartada –en algunos lugares es posible sentirse bien lejos del mundanal ruido– hasta quienes buscan un poco más de movimiento, diversión... y hasta un casino. Los promotores turísticos suelen dividir la Costa de Oro en varios sectores: el primero, hasta el balneario El Pinar, es el más poblado, sobre todo por la gente de Montevideo que tiene aquí casas de fin de semana. Luego, los balnearios Pinamar, Marindia, Atlántida, Las Toscas y otros, hasta Costa Azul, ofrecen un panorama más tranquilo, donde sin embargo florecen los campings y otros servicios turísticos. El último tramo –el de Belo Horizonte, La Tuna, Santa Lucía del Este, Balneario Solís– es el más boscoso y agreste, el preferido por quienes buscan no alejarse demasiado de Montevideo, pero a la vez quieren una opción de perfil muy bajo para terminar su verano. Quienes estén en la zona pueden visitar, además de las playas, el Fortín Santa Rosa –una casona de los años ‘20 transformada en restaurante y café, donde se puede comer al aire libre– y la Iglesia de la Atlántida, una curiosa construcción del ingeniero Eladio Dieste, autor de interesantes edificios en Brasil y otros puntos de Uruguay.
DEL PLATA AL ATLANTICO A fines del siglo XIX y principios del XX, el empresario Francisco Piria inició una importante serie de inversiones inmobiliarias en los alrededores de Montevideo: se nombre perdura en el balneario de Piriápolis, a 100 kilómetros de la capital, precursor del desarrollo de un importante sector de la costa uruguaya cuando Punta del Este –a escasos 30 kilómetros– no era aún ni un proyecto. Sin duda la ubicación de Piriápolis, sobre una bahía rodeada de cerros boscosos, es privilegiada. En la ciudad misma se destacan el Argentino Hotel, que tiene un centro termal precursor del “turismo salud” en el Río de la Plata, y la Rambla de los Argentinos. En los alrededores, en cambio, es posible subir en aerosilla al Cerro del Inglés (hay una confitería en la cima) o a pie al Cerro Pan de Azúcar, coronado por una cruz. También se puede visitar el cercano Cerro del Toro –siempre dentro de esta zona boscosa de reserva natural protegida–, así llamado por la escultura de un toro, traída de Francia, que arroja agua mineral. Para practicar deportes náuticos, en cambio, conviene dirigirse tierra adentro hacia la Laguna del Sauce, que muchos eligen a la hora del windsurf.
Bastará seguir unos 30 kilómetros más adelante para llegar a la perla de la costa uruguaya, Punta del Este. Poco antes se encuentra Punta Ballena, el extremo de la Sierra Ballena que se asoma al río, a esta altura ya casi océano: en un paisaje idílico, único en esta zona, se levanta la famosa Casapueblo, la blanca casa escultura de aires mediterráneos de Carlos Páez Vilaró. Lo más interesantes es la visita al taller del escultor yarquitecto que le puso para siempre su sello a este rincón de la costa: allí, desde el mirador, a lo lejos se divisa ya la silueta jalonada de edificios de Punta del Este, el balneario con más pretensiones de esta parte de Sudamérica. Tal vez su doble condición de lugar de moda, pero a la vez capaz de ofrecer mágicos momentos solitarios, se traduce en la duplicidad de sus playas: la Brava y la Mansa, una de cara al Atlántico, la otra de cara a las últimas aguas del río tranquilo. Entre una y otra, unos 500 metros de tierra firme ponen la necesaria distancia. En Punta del Este se puede elegir hacer una vida sólo natural de playa y campo –y en los últimos años las chacras marítimas de la zona confirmaron esta tendencia– o bien dejarse llevar a la noche por el desenfreno de la moda y las buscadas “vidrieras” que ofrece bajo la forma de discotecas, casinos, cines y restaurantes. Desde el puerto de yates es posible tomar una embarcación para conocer la pequeña isla Gorriti, donde quedan los restos de un antiguo fuerte, y tomar algo en alguno de los paradores. Poco más allá se divisan el faro y las colonias de lobos marinos de la Isla de los Lobos, que no se puede visitar.
Dejando atrás Punta del Este, en los últimos años crecieron como polos turísticos la Barra de Maldonado –antigua aldea de pescadores hoy devenida sitio de moda–, San Carlos y José Ignacio, una playa alejada donde los rumores de la vida social esteña todavía no hacen demasiada mella. Aunque muy atrás han quedado los tiempos en que estas costas sólo eran visitadas por aventureros y corsarios...
DE CARA AL OCEANO La costa uruguaya, sin embargo, está lejos de terminarse en Punta del Este. Un paisaje agreste donde se combinan las tierras de explotación ganadera, extensos palmares y playas casi vírgenes se revela a lo largo del departamento de Rocha. Aquí hay que decir adiós a la mansedumbre de las aguas: el océano sólo se aquieta después de chocar una y otra vez contra las rocas, hasta descansar en pequeñas bahías. Sobre estas costas se levanta La Paloma, un puerto pesquero y balneario que ofrece camping, bungalows y hoteles, además de la clásica postal con el faro al fondo. Más allá, La Pedrera abre sus playas a ambos lados de un acantilado, y Punta del Diablo se instala como punta de venta de artesanías, mini centro turístico y pueblo pesquero, donde se procesa artesanalmente el tiburón.
En las cercanías, la Fortaleza y Parque Nacional Santa Teresa merece ser visitado, gracias a sus bosques de palmeras, eucaliptus y pinos, la fortaleza (que recuerda a la ciudadela de Montevideo) y los adecuados servicios turísticos. El lugar más conocido de esta porción de costa, sin embargo, es famoso por su rusticidad y encanto: Cabo Polonio, donde el paisaje parece olvidado por Dios y por los hombres. Hasta aquí sólo llega en vehículos 4x4 o en carros tirados por caballos, que llevan hasta este sitio inédito donde las playas están auténticamente desiertas y nadie se preocupa por mirar al que tiene al lado. Entre pequeñas cabañas de verano, alguna posada dispersa y el faro, lo más destacado además de la paz del ambiente es la colonia de lobos marinos que se refugian en los roquedales.