Domingo, 23 de mayo de 2010 | Hoy
LA RIOJA. LA CUESTA DE MIRANDA
Crónica de un paseo desde La Rioja capital hasta Villa Unión, pasando por los gigantescos paredones rojos de Los Colorados, la ciudad de Chilecito y la antigua estación abandonada del cable carril minero La Mejicana. Un recorrido en el que sobresale la espectacular Cuesta de Miranda, flanqueada por profundos valles y desfiladeros.
Por Julián Varsavsky
Partimos desde la ciudad de La Rioja y, al costado de la RN 38, un altar con decenas de estandartes rojos en honor al Gauchito Gil –ese Robin Hood correntino decapitado en el siglo XIX– queda atrás como presagiando el color que más tarde se impondrá por unanimidad en el paisaje. Avanzamos hacia el sur, en paralelo a la Precordillera de los Andes, por la RN 38 hasta Patquía, donde tomamos la RN 74 con rumbo noroeste. Ahora la gran cadena de montañas se nos aparece de frente y parece atraer al vehículo con un fuerte magnetismo. Enseguida se perfila la formación Los Colorados, con sus montañas de un intenso rojo cercano al carmesí. El contraste del rojo con el verde de otras montañas y el celeste de un cielo límpido son un buen resumen del casi siempre árido pero muy colorido paisaje riojano.
“Si te sorprende este paisaje, imaginate lo que es esto en invierno después de una nevada, cuando se suma el color blanco de la nieve acumulándose sobre los cardones como un gorrito”, comenta el guía, que a pesar de los años que lleva haciendo este trayecto asegura disfrutarlo como la primera vez. Mientras tanto, de a poco nos acercamos a Los Colorados, que de lejos se asemejan a las murallas de una ciudad medieval. Y el agua de las recientes lluvias acentúa el color intenso de la arcilla, encendida como fuego rojo con los rayos solares del mediodía.
Al dejar atrás Los Colorados se levanta de repente la inmensidad del cerro Famatina y sus nieves eternas, que producen una explosión blanquecina en las cumbres nevadas. La paleta del invisible pintor de los paisajes riojanos colorea ahora el terreno con un suave color rosa junto a la ruta, donde crecen el retamo, la jarilla, el chañar y el algarrobo. Por la ventanilla van desfilando antiguas estaciones abandonadas del Ferrocarril General Belgrano, hombres a caballo, casas con horno de barro y los pueblos de Vichigasta y Nonogasta. Allí la RN 74 se termina en el cruce con la RN 40, donde se puede doblar a la izquierda para recorrer la Cuesta de Miranda, o seguir de largo por la misma 40 hacia el norte rumbo a Chilecito. Lo recomendable es tomar esta segunda opción y dejar la Cuesta de Miranda para después. En Chilecito se puede almorzar, y luego visitar los restos de un antiguo cable carril.
UNA MINA DE ORO A principios del siglo XX se vivió en Chilecito una “fiebre del oro” cuyo testimonio emblemático es un cable carril abandonado con nueve estaciones, la primera de ellas en las afueras de la ciudad. El costoso sistema fue construido en 1905 por una compañía inglesa y representó una obra de ingeniería muy avanzada para la época, que trasladaba el oro y la plata en bruto extraídos en lo alto del Cordón del Famatina. Por entonces recorría 35 kilómetros, en los que ascendía 3510 metros, y tenía 262 torres.
Hoy en día, en la Estación Número 1 se pueden ver las sofisticadas y ya obsoletas estructuras de hierro con los mecanismos y motores oxidados que ponían en funcionamiento el cable carril para subir y bajar las 650 vagonetas, que transportaban 250 kilos de mineral cada una. El cable carril funcionó hasta 1920, cuando se cerró la mina. En la antigua estación se visita también el Museo de la Minería, un edificio con líneas coloniales que alberga libros, documentos iconográficos, planos, herramientas, vestimenta, antiquísimos aparatos telefónicos, cuadernos y un centenar de fotografías que atestiguan la vida de los obreros que trabajaron en el lugar, algunos de los cuales dejaron su vida en las profundidades de la montaña.
SUBIENDO LA CUESTA A media tarde se puede abandonar Chilecito para desandar una parte del camino ya recorrido por la RN 40 hasta Nonogasta, doblando por esa misma ruta hacia el oeste rumbo a la Cuesta de Miranda, que comienza a 11 kilómetros del cruce. Si bien no está asfaltada, se encuentra en muy buen estado y se puede transitar con auto común (son apenas 10 kilómetros). Una vez adentrados en la cuesta comenzamos a subir bordeando el río Miranda, a medida que aparecen los primeros cardones con brazos de candelabro. El paisaje recupera su verdor gracias al río, y en ciertos lugares crecen altos álamos, sauces y nogales.
En varios puntos de la Cuesta de Miranda detenemos el auto para tomar unas fotos, envueltos en el aroma de la jarilla. Al frente se despliega un gran valle de sólo dos colores: el verde y el rojo, que reaparecen con su máxima intensidad. A esta altura, los cactus ya forman multitud y parecen un ejército bajando del cerro en caótica formación. Y al fondo de una profunda quebrada, el río se pierde caracoleando en la lejanía.
El paseo sube y baja según los caprichos del relieve, y cada tanto aparecen algunos terrones derrumbados sobre la ruta, mientras el camino se funde en el rojo arcilloso de la montaña. Junto a la ruta aparece, sobre un pequeño cerro colorado, otro altar pagano, esta vez dedicado a la Difunta Correa. Un detalle que agrega misterio al desolado paraje, a la vez que un cartel advierte: “Si no creés, no subás”.
Los precipicios ya superan los 200 metros de altura y el paisaje enrojece al máximo. Finalmente arribamos a un mirador llamado “Bordo atravesado”, a 2020 metros sobre el nivel del mar, el punto más alto de la cuesta y donde se acaba el asfalto por un trecho de 10 kilómetros. Aquí surgen dos alternativas para seguir viaje. Una es continuar por la RN 40 un total de 57 kilómetros hasta Villa Unión, para usar esa ciudad como base para visitar destinos como el Parque Nacional Talampaya, el Parque Provincial Ischigualasto en San Juan, el Parque Provincial El Chiflón y la Reserva Natural Laguna Brava. La otra alternativa es ir a dormir a Chilecito y valerse de esta ciudad como base para hacer excursiones en 4x4 a las minas de metales preciosos abandonadas en la zona, llamadas El Oro y la Mejicana.
En nuestro caso, dimos la vuelta en U en el punto más alto de la cuesta para regresar a La Rioja capital. Y a la hora de viaje, el conductor nos lanzó una pregunta sin darnos tiempo a arriesgar la respuesta: “¿Vieron qué silenciosamente se desliza el auto? Ya casi hemos desandado la cuesta completa a una velocidad de 80 km/h, y todavía no he encendido el motor”z
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