Domingo, 23 de mayo de 2010 | Hoy
JAPON. TEMPLOS BUDISTAS DE KIOTO
Dos templos budistas de Kioto, parte de los monumentos históricos de la antigua capital japonesa, atesoran una singular belleza arquitectónica, basada en la organización de sus elementos constructivos para “optimizar el flujo energético y espiritual del entorno”. A su alrededor, la belleza de los jardines invita también a la meditación zen.
Por Pablo Donadio
Como toda arquitectura antigua, llevan la impronta solemne del paso del tiempo y conforman algunas de las más imágenes más bellas e imperdibles de Japón: son los antiguos e inconfundibles templos budistas de Kioto, la vieja capital nipona, dueña de un inestimable patrimonio arquitectónico.
Situado al noroeste de Kioto, el Kinkaku-ji o Templo Dorado es una verdadera reliquia de la cultura local. Su simpleza de formas, unida a la extravagancia de algunos materiales, conjuga un diseño sorprendente en el apacible Jardín de los Ciervos, donde fue levantado en 1397 sobre antiguos arrozales. El lugar supo ser la villa de descanso y casa de té del shogun (un rango militar concedido directamente por el emperador) Ashikaga Yoshimitsu, entregado tiempo después a la orden budista zen, que construyó un conjunto de templos a su alrededor. Hoy, la réplica del original –destruido y quemado varias veces– forma parte de los Monumentos Históricos de la Antigua Kioto, cuyos límites originales albergaban también las pequeñas ciudades de Uji y Otsu.
A algo más de una hora y media de allí, en la misma ciudad milenaria, se emplaza otro de los maravillosos santuarios japoneses del período Muromachi (1336-1573), considerado la época gloriosa de la cultura zen: el Ginkaku-ji o Templo Plateado. Aunque no posee un solo gramo de plata, el palacio levantado en 1482 también es parte de ese conjunto de monumentos históricos, y sus jardines son un espectáculo del diseño. Allí los monjes zen japoneses, herederos de tradiciones culturales hindúes y chinas, pasaron sus días de contemplación y meditación, dejando en el aire su sabiduría y una forma especial de ver la vida, expresada en la geomancia.
CIUDAD TEMPLARIA Famosa por ser el lugar de redacción del tratado de 1997 sobre el cambio climático, la ciudad parece resistir el avance demoledor de la modernidad, que supone la desaparición progresiva de la Kioto tradicional. Este territorio que supo ser la capital de Japón durante más de diez siglos, hasta que el poder se trasladó a Tokio en 1600, posee aún numerosos santuarios, castillos y palacios que hablan de su historia, cada uno con historias y bellezas particulares. En especial los jardines zen de los templos budistas, construidos cuidadosamente con senderos de piedra molida, poca vegetación y rocas colocadas con ingenio, formando puentes y estanques que invitan a la reflexión y la calma. Trece de ellos fueron distinguidos por la Unesco en 1994, entre otras edificaciones y fortalezas no menos fenomenales de la ciudad conocida como “La puerta de la armonía”. Además del Kinkaku-ji y el Ginkaku-ji, otros espacios sagrados como el Kiyomizu-dera visten esa vieja capital imperial que supo albergar los sueños de grandeza nipones. El Kiyomizu-dera es particularmente llamativo porque denomina a toda una serie de templos budistas, en especial el Otowasan Kiyomizudera, edificado en el año 768 y remodelado hasta 1633. Otro de los destacados es el Fushimi Inari Taisha, santuario sintoísta que rinde honores al espíritu de Inari, protector de las cosechas. Situado en Fushimi-ku, es famoso por los miles de columnas rojas que señalan el camino de la colina. Entretanto, el Ryoan-ji o Templo del Dragón Pacífico fue creado por la escuela Myoshinji de los Rinzai, pertenecientes a la religión budista zen, y atesora su cultura. Finalmente, el Castillo Nijo es otro baluarte local, concluido en 1626 como residencia de los shogunes de Tokugawa.
IMAGEN DORADA Pero si hay un palacio que llama la atención, ese es el Kinkaku-ji. A primera vista no es su construcción de diseño clásico lo sorprendente, sino el recubrimiento en dos de sus tres plantas con planchas de oro macizo. El primer piso es una gran habitación rodeada por una baranda, una suerte de casa noble de estilo imperial llamada Cámara de las Aguas. En la segunda planta se ubica la Torre de las Ondas de Viento, que sería como la casa de un samurai casi del mismo tamaño que la inferior. La tercera y última es ya un pequeño recinto budista zen, llamado Kukkyoo-choo, con ventanas y un fénix chino de oro puro que sobresale en el techo. Si bien para enchapar un adorno en oro se suele utilizar electromagnetismo, en este caso el proceso se dio con gruesas láminas de oro puro, adaptadas a las formas del edificio mediante un trabajo artesanal con martillos de madera y tacos. Sin embargo, desde su edificación, el Kinkaku-ji sufrió múltiples deterioros, muchos correspondientes al paso de los años, y algunos más que curiosos: se cuenta que una de las destrucciones más importantes sucedió hacia 1950, cuando un novicio del monasterio, enamorado de su imagen y celoso de que otros la observaran, prendió fuego al salón. Rodeado por varios islotes adornados con todo tipo de flores y esculturas, la más impactante imagen puede observarse al atardecer: allí el reflejo dorado se duplica en las aguas, y crea una postal de la cultura japonesa que ha recorrido el mundo. Si bien no se puede entrar en la sala principal, afirman que en su interior hay una “reliquia de Buda”, que podría ser un hueso, y tesoros de incalculable valor de la orden, como las 25 figuras Bodhisattvas, pertenecientes a personajes espiritualmente cercanos a Buda. El diseño del pabellón es un interesante ejemplo de geomancia, que consiste en organizar los elementos construidos a fin de optimizar el flujo energético y espiritual del entorno. En los alrededores los jardines unen otro conjunto de templos y residencias, conocidos en su totalidad como Rokuon-ji, en honor al nombre póstumo de Yoshimitsu. Muy cerca, los visitantes pueden sumar atractivos y conocer el manantial Gankasui, un árbol que se estima con más de 300 años, la Torre de la Campana de la Era Saionji, las Cascadas del Dragón y la Fuente de la Tranquilidad. Al final del recorrido del Kinkaku-ji se suele tomar el té en un pequeño salón de estilo tradicional, mediante una ceremonia que manifiesta el mensaje de vivir el momento, “el aquí y ahora”, bajo los cuatro pilares de su cultura: el Wa (armonía), Key (respeto), Sei (pureza) y Djaku (calma y tranquilidad).
ILUSION PLATEADA Si bien era relativamente normal encontrar en el antiguo Oriente templos laminados con oro, plata y gemas, la violenta historia por el poder en Japón provocó la desaparición de la gran mayoría de estos espacios. Nada glamoroso ocurre en cambio en el Ginkaku-ji, y pese a aquella primera impresión de semejanza hay que aclarar que no se trata de una mera copia del Kinkaku-ji. La austeridad de los materiales que revisten sus paredes y el entorno más salvaje y modesto separan a quienes a primera vista y por historia parecen dos gemelos. Apenas se entra el Ginkaku-ji exhibe su jardín seco, sin vegetación y con mucha arena, cemento rastrillado y piedras a modo de islas. En el arte de la jardinería japonesa suele haber tres estilos principales, el tsukiyama (más paisajístico), el chaniwa (jardines rodeando casas de té) y el kare-sansui, desarrollado en el período Muromachi, representante de elementos como el mar, las islas, las olas, las montañas o las sombras. Son jardines pensados para ser contemplados a la luz de la luna, captando lo esencial de la naturaleza y su armonía interior. Con detalles como el cono de arena dura que representa al Monte Fuji, creado para realzar la proyección de la luz lunar allí donde los monjes zen japoneses contemplaban y meditaban.
El templo Ginkaku-ji está compuesto por dos pisos y un tejado en forma de pagoda, y el acceso se da a través de un pasillo con paredes de piedra y bambú. El salón kannon, la principal estructura del templo, posee el legendario espacio plateado, que se comunica a través de una vereda sembrada de cerezos con el nanzenji, que no es otra cosa que un templo zen clásico. Si bien su nombre formal es Higashiyama Jishoji, el Ginkaku-ji se sigue conociendo como Templo de Plata, y su leyenda cuenta que Ashikaga Yoshimasa, nieto de Yoshimitsu (creador del Templo de Oro del Kinkaku-ji), quiso honrar a su abuelo con una copia similar de aquella obra, pero en este caso por medio de paneles de plata. Aunque no lo consiguió, sobre todo por motivos económicos, y el Pabellón de Plata no tiene más brillo plateado que el de su nombre, sigue siendo uno de los templos más visitados en Kioto, donde aún es posible captar su visible armoníaz
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