Domingo, 13 de junio de 2010 | Hoy
ARTE Y MíSTICA EN LA ISLA DE BALI
Crónica de una visita a Ubud, el corazón cultural de Bali, una encantadora villa cuyo abanico de artes incluye danza, escultura, pintura, orfebrería y un particular estilo musical, el gamelán. Aproximación a una mística que cree en la reencarnación, la complementariedad del bien y el mal y la fuerza interior del arte.
Por Mariana Lafont
Los arrozales, las ofrendas de cada día, la música en el aire, el musgo sobre las figuras de piedra, los niños vestidos para las ceremonias, los guekos (lagartijas que a la noche hacen un simpático ruidito que suena a “guekooo”), los monos recién nacidos del Monkey Forest, las motos capaces de llevar a una familia entera en equilibrio, los barriletes, los templos en cada esquina. Estos son algunos de mis recuerdos preferidos de Ubud, delicada y espiritual comunidad que nos recibió con una agradable fragancia a flores e inciensos.
En Bali la vida fluye al compás de la religión, y Ubud –al norte de Denpasar, la capital– es uno de los mejores sitios para sumergirse en este fascinante micromundo. Muy expresiva, la cultura balinesa está basada en tres pilares: religión, solidaridad y amor por lo estético. Cada día hay una ceremonia, ya que para los balineses el hombre debe mantener el equilibrio entre el ser humano, los dioses y la naturaleza. Tres elementos se utilizan para las plegarias: bunga (flor), dupa (incienso) y tirtha (agua sagrada). La flor, fresca y natural, simboliza respeto al Todopoderoso, en tanto el incienso representa a Agni, el dios del fuego. Por su parte, el agua sagrada se derrama antes de la ceremonia para limpiar el alma, y luego de ella como signo de la bendición divina sobre los hombres.
Todos estos rituales son parte de una rutina diaria que, afortunadamente, no se altera por la presencia de extranjeros. Si bien el turismo ha explotado hace unos años, Ubud logró conservar su espíritu único y peculiar. Es decir que lo que uno ve en las calles o en las ceremonias no son representaciones hechas para los extranjeros, sino la vida misma. Y así cada mañana –ya sea en un hotel de lujo o en una casa de huéspedes– se siente aroma a sahumerios y se ve a una mujer que va habitación por habitación dejando delicadas ofrendas hechas con sus propias manos. Las ofrendas, muy bonitas, suelen ser pequeñas canastas confeccionadas con hoja de plátano donde se ponen pétalos o flores, arroz y un incienso.
ENTRE MONOS Y ARROZALES La pequeña Ubud parece brotar entre arrozales y quebradas. Su nombre deriva del balinés “ubad” (medicina), ya que originalmente fue una importante fuente de plantas y hierbas medicinales. A fines del siglo XIX, Ubud se convirtió en el estado más poderoso del sur de Bali, sede de señores feudales: para entonces ya eran importantes varias ramas del arte que todavía se desarrollan hoy.
La concurrida avenida Jalan Raya Ubud atraviesa el centro, pasa por el mercado de artesanías y siempre tiene mucho tráfico. Al ojo occidental al principio todo le parece un caos; sin embargo todo está en equilibrio y cada vehículo tiene su lugar. Además los conductores son increíblemente pacientes en los congestionamientos y sumamente hábiles para circular en calles angostísimas. Abundan las bocinas, no por nervios sino para avisar de las maniobras a otros conductores: tal vez por eso, aunque pueden ser molestas, uno se acostumbra rápidamente. Mientras tanto, en las calles aledañas las gallinas deambulan buscando comida alrededor de los niños que juegan descalzos o remontan barriletes. Y que, cuando uno pasa cerca, saludan con un simpático y agudo “helloooo”.
Una visita obligada, ideal a la mañana o al atardecer para evitar el calor, es ir a un arrozal. Lo mejor es que sólo hay que caminar diez cuadras desde Jalan Raya Ubud para llegar a las terrazas. Esta genial obra de ingeniería aplicada a la agricultura da tres cosechas al año, además de silencio y paz. Aquí el tiempo parece detenido y, como en épocas lejanas, la siembra, la cosecha y la trilla aún se hacen a mano. Las angostas sendas con cocoteros corren paralelas a los canales de riego, donde siempre hay alguien bañándose luego de una jornada calurosa. La paleta de colores va desde el verde intenso de los jóvenes arrozales al beige dorado de aquellos a punto de ser cosechados. Y, por las noches, las luciérnagas se adueñan del paisaje.
Otro paseo imperdible es el Monkey Forest, reserva natural y templo sagrado donde viven unos 340 macacos de cola larga. Ya en la entrada se ven los primeros y confianzudos primates dando la bienvenida a los recién llegados y colgándose de algún bolso o vestido en busca de comida. A cada paso se ven más y más, en medio de un bosque con 115 variedades de árboles. Para el hinduismo balinés los monos encarnan tanto fuerzas positivas como negativas, y por eso pueden ser amados u odiados. En el Monkey Forest son venerados, porque se cree que pueden cuidar los templos de los malos espíritus. Pero también son rechazados cuando invaden los campos de arroz, arruinando cosechas o robando recuerdos de alguna tienda.
En plena Jalan Raya Ubud se encuentra el gran Palacio Real de Ubud, antiguo hogar del último rey, Tjokorda Gede Agung Sukawati. Allí viven hoy sus descendientes y todas las noches hay shows de danza tradicional balinesa en el patio, entre dioses de piedra, palmeras y orquídeas. Aunque son representaciones para turistas, resultan útiles cuando no se tiene la posibilidad de ver las danzas genuinas en cumpleaños, bodas y ceremonias. Existen varios tipos de danzas, y en todo Ubud hay espectáculos cada día: como el que vimos en el palacio una noche de luna, que hacía brillar el instrumental tradicional llamado “gamelán”, formado por xilófonos, tambores y gongs. Cuando los músicos arremetieron, una explosión de notas se apoderó del ambiente y dio inicio a la danza “legong”. Enseguida aparecieron tres sensuales y pequeñas bailarinas con brillantes trajes típicos, hábiles en este tipo de danza donde las piernas permanecen casi estáticas, mientras el torso se mueve veloz y entrecortadamente. Sin embargo, lo más llamativo fue el movimiento preciso y frenético de ojos y dedos.
BALANCE O CAOS Mientras Indonesia es predominantemente musulmana, Bali es “hinduista balinesa”, religión que se diferencia mucho de la de la India. Se trata de la fe en dioses y doctrinas hindúes combinada con creencias animistas y el culto a santos budistas. Tanto los ancestros como las fuerzas de la naturaleza son divinizados. Otro pilar básico es el principio complementario del bien y del mal: la lucha entre ambos es infinita y no es deseable acabar con el mal, pues su presencia es necesaria para que exista el bien. En el día a día, si alguien tiene mala suerte es sometido a ceremonias de purificación, pero al mismo tiempo, quien tenga mucha buena suerte deberá practicar ritos que invoquen el retorno de las fuerzas de la oscuridad. Sin balance gana el caos.
Los “pura” son espacios a cielo abierto rodeados de muros, templos sin techo que permiten un mejor contacto con la naturaleza y los dioses. En el interior hay santuarios, jardines y coloridas sombrillas ceremoniales, mientras en la entrada se levantan portales triangulares y al fondo están los “merus” (pagodas de madera con hasta doce techitos superpuestos donde moran las divinidades). A las estatuas se las viste con un bonito pareo llamado sarong, el mismo que usan hombres y mujeres en su vida cotidiana. En fechas especiales hay ceremonias a las que acuden los dioses que bajan de las montañas para recibir ofrendas. A través de los rituales los balineses buscan mantener la armonía entre los tres niveles del universo hindú: los dioses en las cimas de las montañas, los demonios en la tierra y el mar y el hombre en el medio. Dentro del recinto sagrado, hombres y mujeres lucen orgullosos su atuendo tradicional, obligatorio para locales y turistas que deseen ir a un templo. Las balinesas, con su porte elegante, parecen desfilar ataviadas en sus sarongs y es asombroso ver cómo, ya sea a pie o sentadas de costado en una moto, llevan cestos de bambú colmados de ofrendas florales en perfecto equilibrio sobre sus cabezas.
ARTE Y ESTETICA En Ubud todo tiene un toque artístico. Cada calle, tienda, casa y cada metro de jardín están meticulosamente realizados y adornados con flores, esculturas y murales. El arte se respira en cada recoveco... y sin embargo la palabra “arte” no existe en el idioma balinés. Esto se debe a que todos los nativos llevan un artista dentro y cada disciplina se practica como un don natural para agasajar a los dioses. Y, al igual que cualquier otro objeto, se considera que las piezas artísticas son poseedoras de un espíritu. Tanto en Ubud como en los alrededores cada villa se destaca en alguna especialidad: no es casual, entonces, que Bali sea un paraíso de la artesanía.
En el caso de la pintura, si bien hay un estilo tradicional de Bali con detalladas representaciones de divinidades y de la frondosa vegetación, también hubo interesantes mixturas con artistas occidentales que hicieron de la isla su hogar. Tal es el caso del ya fallecido y extravagante Antonio Blanco (conocido como el “Dalí de Bali”), que llegó en los años ‘50 y cuya suntuosa casa-museo está rodeada de jardines con aves exóticas. La entrada es un pórtico gigante que reproduce la firma de este español cuyas pinturas, muchas de ellas eróticas, retratan principalmente la belleza de las mujeres balinesas. No es casual que el propio Blanco se casara con una famosa bailarina profesional, musa de varias de sus obras. En su honor, en el techo del museo se encuentran varias estatuas doradas de danzarines balineses. Su taller permanece tal como lo dejó al morir, y ahora está en manos de su hijo Mario, el único varón y también pintor, que lleva en el rostro la mezcla de culturas heredada de sus padres.
Para apreciar el arte balinés tradicional vale la pena visitar el Puri Lukisan, o Palacio de la Pintura, el primer museo privado de arte local. Fundado en 1954, su colección de 150 obras resume el desarrollo del arte en la espiritual isla indonesia. Además de los principales atractivos turísticos, Ubud es un lugar que seduce e invita a quedarse más de lo planeado, tal vez haciendo algún curso de yoga, pintura, cocina o cultura balinesa. Quizá sus bosques, ríos y temperatura, más agradable que en la costa, sean una buena excusa. Pero lo cierto es que quien se deja llevar por el ritmo del pueblo ve pasar los días sintiéndose cada vez más a gusto, hasta simplemente no tener siquiera ganas de irse...
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