Dom 20.06.2010
turismo

ITALIA. LA TRASTIENDA DEL LIDO

Venecia para estrellas

En el norte de Italia, en la Venecia de los canales y las islas, existe un banco de arena diminuto llamado Lido, que es sede del célebre Festival de Cine y merece un Premio Revelación. Crónica de una acertada visita, por error, a la isla del anti-encanto, con vida propia aun fuera de temporada.

› Por Ana Valentina Benjamin

Hay muchas formas de llegar a un sitio: por recomendación, por intriga, por accesibilidad... ¡o por error! Entrar a una casa por la puerta trasera puede descubrirnos secretos que ningún turista encontrará planeando su ruta en guías o en la red. Llegar al impactante escenario veneciano desde su trastienda empuja a una crónica personal errada sobre una isla equívocamente famosa.

La viajera que presta su testimonio llegaba en furgoneta desde el norte de España y deseaba estacionar lo más cerca posible de Venecia. En tierra firme, pregunta por un camping al vendedor de pasajes del vaporetto Marco Polo. Debido a algún defecto de su imperfecto italiano, el amable veneciano entiende otra cosa y le sugiere el Lido. En la cubierta del vaporetto, que traslada con igual confort personas y vehículos, se respira el aire marino musicalizado con el quejido hambriento de las gaviotas. En media hora concluye el viaje. Hemos llegado al Lido, resta buscar el camping sugerido y por la mañana enfilar hacia la isla de la Plaza de San Marcos, a sólo 10 minutos.

BUSCANDO CAMPING El Lido parece, por sus dimensiones, un error geográfico: 12 kilómetros de largo y cuatro de ancho. Sin embargo, tiene su mérito técnico: según expertos, la famosa Venecia no seguiría a flote sin el Lido, que actúa como barrera natural de las inclemencias del tiempo, tanto las mareas y vientos usuales como las añadidas por el cambio climático. Aunque puede recorrerse a pie, existe en esta islilla la circulación vehicular: coches, autobuses y simpáticas bicicletas colectivas decoran sin bullicio el exiguo tránsito. Su avenida principal es todo lo ancha que permite la flaca anatomía de la isla, pero arbolada y atractiva. Hay callecitas prolijamente trazadas repletas de tiendas que tientan con su pastelería casera y su trato cordial. Hay una compacta variedad de atracciones... pero el camping no aparece.

La viajera ha preguntado mil veces y ha recibido como respuesta miradas confundidas. Mucho itañol, algo de misterio irresoluto y una tardía indicación la llevan al mar. Frente a las aguas del Adriático, a pocos metros de lujosas mansiones y como otro absurdo error del paisaje, aparece El Pecador, un boliche callejero montado en medio de la vereda. Giovanni, su dueño, explota en carcajadas: “¡¿Camping aquí?!”. Es italiano pero de padres españoles y advierte el despiste. “¿¡Pero tú sabes dónde estás, guapa!? ¡Estás en el Lido, el campamento más barato se llama Excelsior Hotel!”. La viajera desespera pero pronto los deliciosos sandwiches y tragos del local amortiguan la desazón y fomentan la solidaridad. Giovanni y la viajera evalúan alternativas de emergencia para su hospedaje.

En vaporetto rumbo a Venecia, la ciudad de todos los encantos, desde el mítico Lido.

LUJO Y BOHEMIA A ver. En el Lido hay un casino, mucha playa y dos hoteles de lujo. También está el Palacio de Congresos, donde anualmente se realiza el Festival de Cine de Venecia. Descartado: sólo aloja nominados. El Grand Hotel des Bains es conocido porque en 1911 el escritor alemán Thomas Mann se inspiró allí para su novela Muerte en Venecia. La película franco-italiana homónima, de Luchino Visconti, fue rodada en 1971 también en el hotel, bajo el seudónimo de “Hotel Bader”. Interesante el currículum, pero descartado como alternativa de alojamiento: las sábanas de hilo de seda no admiten bolsas de dormir. El Excelsior Resort es la segunda opción, aunque primera para las estrellas. Esto es lo que le da peculiar fama al Lido; no tiene la belleza de la colindante Venecia pero hospeda bellezas de distinto calibre: por su fisonomía o por su talento. En el Excelsior las habitaciones cuestan un promedio de 800 euros la noche. Giovanni pronto apunta que los periodistas que realizan la cobertura del evento suelen alojarse en albergues respetables como el Hotel Panorama, ubicado frente a la estación fluvial, con preciosas vistas a la laguna Véneta. Descartado: no admiten mascotas; la viajera viaja acompañada de su fiel gata Gurrumina.

Se evalúa la playa. Tienta el clima cálido del veranito europeo y la historia misma de su costa: en las puertas del siglo XX, el Lido comenzaba a instalarse como destino turístico habitual de artistas, inmortales escritores y mortales de alto perfil. Las playas tenían cuidados de corte exclusivo, “pero ahora no son tan magníficas y la mayoría está cercada a partir de las 19”, actualiza Giovanni. Descartado: a pesar de que tienen destiladas instalaciones sanitarias, carpas impecables y guardianes de costa con corazón solidario para el pernocte ocasional, no conviene; siempre habrá algún carabiniero dispuesto a hacer cumplir la ley más allá de la solidaridad con el honrado extranjero.

Encrucijada. Quizá la solución a la falta de sitio para dormir sea no dormir: realizar “turismo intenso”, recorriendo la miniisla hasta que las fuerzas expiren. La lista es escueta pero digna: el Palacio de Congresos, aunque sea para espiar el portón estelar; el Templo Votivo, ubicado en la Gran Viale Santa Maria Elisabetta: los hotelitos (al menos sus rimbombantes fachadas, si no hay dinero para pernoctar dentro); el Casino, para los amantes del turismo lúdico. Y lo imperdible: el recorrido costero tracción a sangre, en bici o a pie. Quienes llegan al Lido por error comparten la misma impresión: el intrínseco asunto de ser anfitrión de semejante Festival insinúa a priori pomposidad; sin embargo tiene un aire infalible de anti-glamour. Ningún italiano de pura cepa o residente que se ufane de conocer Italia recomendaría visitar el Lido per se, pero la viajera afirma lo contrario: a veces la trastienda es tan atractiva como su escenario. Quizás este aire bohemio que pareciera resistirse al estrellato fue el que respiró Giovanni antes de abrir su boliche.

Una tarde otoñal en la costanera del Lido, donde brilla un romanticismo crepuscular.

ANECDOTARIO El tour intenso se goza, pero hay que descansar y “estacionar la furgoneta al lado del Pecador, que no cobra la estadía y cuenta buenas historias, es la mejor opción”, concluye Giovanni cuando se entera de que la viajera es periodista. Asegura que sobre el tablón reciclado que hace de bar han apoyado el codo incontables figuras del espectáculo. Entonces, mientras el Lido duerme, las impertinentes anécdotas fluyen.

En la edición 1999 de la Mostra, el evento más mediático había sido la première –que resultara póstuma– del film de Stanley Kubrick Eyes Wide Shut. La presentación había atraído a miles de fanáticos por la presencia de la pareja que formaban en aquel momento Nicole Kidman y Tom Cruise. El film inauguró el ciclo el jueves 2 de septiembre de 1999, pero la blonda Nicole estaba en la isla desde el lunes 30 de agosto. Algún pasquín amarillito publicó unas líneas sobre una supuesta precoz infidelidad la noche anterior al aterrizaje de su marido, “¡pero había estado probando mis bocadillos!”, remata Giovanni. “Qué pena que los paparazzi no vinieron a preguntarme; hubiese desenredado el equívoco con mi testimonio.” Su tono insinúa que poco le importa que le crean; después de todo, sus ganancias provienen de las primicias del estómago y no de la prensa del corazón. Sin embargo, algunas fotos que a fuerza de insistencia finalmente muestra dan cuenta de que no miente. Animado por la fe off the record de la periodista viajera, la gata Gurrumina y una pareja de mochileros holandeses que acaba de llegar (también por error), Giovanni salta a la Edición 2003: el plato fuerte de esa Mostra había sido la película de los hermanos Coen Crueldad intolerable, cuyos protagonistas, George Clooney y Catherine Zeta-Jones, estaban allí de cuerpo presente. Jura el cantinero a sus comensales haber tenido una trasnochada plática con Clooney, quien alentado por las cañas del local confesó algunos detalles de primer plano de su compañera de rodaje “que conviene no publicar porque desmitifican eso de que las estrellas irradian aromas de jazmín”, ruega. Promete que comentará los pormenores con cada uno que llegue y nombre a la viajera, y ríe y ya amanece.

En el Lido, el boliche El Pecador es fuente de anécdotas y consejos para recorrer la isla.

El contraste es fuerte: el desfile glamoroso de la Mostra con lo que muestran la clandestinidad de la noche y el pecador. Hay muchas razones para visitar el Lido. Su vínculo con el mundo del séptimo arte, sus pomposos edificios, su cercanía a Venecia o la existencia de un absurdo puestito que lo cuenta todo. Cualquiera sea la razón, abierta está para el trotamundos que desee probar un atípico cóctel de farándula, pecados ajenos y propios bienvenidos erroresz

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