GRECIA. LOS MONASTERIOS DE METEORA
Desde el siglo XV, los monasterios de Meteora custodian las cimas de las extrañas formaciones rocosas de la llanura de Tesalia. Monjes de vida austera, totalmente aislados del mundanal ruido, viven al ritmo de otros tiempos y resguardan las reliquias del cristianismo ortodoxo y los iconos bizantinos.
› Por Julián Varsavsky
El mundo tiene pocos lugares rodeados de un ambiente religioso tan perfecto como el de Meteora, donde un puñado de monasterios trepados a la cima de las montañas del norte de Grecia no parecen un reino de este mundo, sino la manifestación terrestre de un utópico paraíso monacal que en los días de niebla parece levitar sobre las nubes.
En griego, Meteora significa “suspendido en el aire”: una descripción literal de la impresión que causan estos gigantes grises al emerger de la llanura de Tesalia cerca del pueblo de Kalambaka, a 320 kilómetros de Atenas. Lisos y perpendiculares, algunos perfiles de estos sólidos pilares de piedra parecen restos de una pared construida por el hombre, bosques de estalagmitas gigantes que buscan el cielo.
Coronando estos formidables pináculos, al borde de abismos vertiginosos, los monasterios de Meteora son el hogar de los eremitas cristianos ortodoxos que eligieron entregarse aquí al rezo y el estudio de los ancestrales textos griegos, como si vivieran en la Edad Media, produciendo su propio vino y fabricando sus propios muebles.
REFUGIO DE ASCETAS En el valle de Meteora se siente el perfume de las flores silvestres, se escucha el eco de las campanas y se puede admirar el vuelo rasante de las águilas. Allí, hace ya más de mil años, los primeros eremitas –harapientos y entregados al ascetismo– se establecieron en un paraje desolado entre el cielo y la tierra. En un principio escalaban los hondos precipicios y se instalaban en cuevas y fisuras que daban al vacío, en la más absoluta soledad. Algunos de los precarios oratorios que perduran todavía son inalcanzables, salvo para expertos escaladores, aún asombrados por la capacidad de los antiguos anacoretas para escalar las escarpadas rocas sin los medios técnicos de la actualidad. Aquellos místicos habían encontrado el lugar ideal para que nadie los estorbara, totalmente ajenos al reino de este mundo, pero había también otra razón para buscar refugio en esta suerte de fortalezas naturales, y esa razón fue la seguridad, ya que en tiempos del Imperio Otomano los cristianos eran perseguidos por los turcos y los albaneses.
El esplendor de Meteora se vivió en los siglos XIV y XV, cuando se fundaron 24 monasterios en distintas montañas. De ellos sólo seis siguen funcionando; el resto está en ruinas y no hay forma de acceso posible. Por otra parte, muchos de ellos fueron seriamente dañados durante la Segunda Guerra Mundial, porque la resistencia griega a los nazis se refugió en estas paredes inexpugnables, convertidas en escenario de combates.
Hasta 1923 la única forma de ascender a los monasterios era gracias a unas peligrosas escaleras plegables. Quienes no confiaban en sus propias fuerzas preferían delegar la tarea en terceros, acurrucándose dentro de una cesta envuelta en redes que se hacía subir con un sistema de sogas y poleas desde la cima. Según testimonios de la época, la ascensión duraba media hora de angustia y terror. Un sudor gélido empapaba al visitante cuando la cesta se elevaba del suelo y giraba circularmente en el vacío –mientras la cuerda chirriaba amenazante, cuando no se cortaba– hasta que finalmente se la “pescaba” con una pértiga provista de un garfio y se colocaba al monje en tierra firme. Actualmente el visitante sube con seguridad, aunque no sin esfuerzo, ya que hace 85 años se tallaron escalones en la roca. El sistema de poleas, por su parte, quedó sólo para cargar provisiones.
SAN NICOLAS ANAPUSA Cuando se ingresa al valle de Meteora, a la izquierda del camino se encuentra el monasterio de San Nicolás Anapusa, apoyado en lo alto de una roca colosal de cumbre muy angosta. La construcción parece un bloque de piedra del mismo color de la montaña, como si estuviese tallada directamente en la roca. La pequeña nave de la iglesia se ve iluminada con unos somnolientos candiles que parpadean bajo el soplo de la brisa, mientras el aroma de un sahumerio impregna el ambiente de un halo trascendental. Los rezos de los monjes en voz alta reverberan bajo la cúpula, sin que la presencia de turistas parezca inmutar a los barbados hombres de negro, como colocados en una dimensión ajena a la humana.
La vida monacal es muy estricta en Meteora, lo que suele excluir contactos entre los viajeros y los religiosos, inmensos en sus oraciones durante gran parte del día. Igualmente, la visita es toda una experiencia. En este monasterio se encuentran los frescos e iconos del famoso artista Teofanis (1500-1559), uno de los grandes exponentes de la escuela cretense de pintura bizantina. Al alzar la vista hacia la cúpula se ve la serena figura de Cristo rodeado de ángeles que sostienen el cáliz y el candelabro de tres brazos.
Tras recorrer el convento de Rousanou, donde vive un grupo de monjas, y el monasterio de Varlaam, fundado en el siglo XIV por un eremita que vivió solo aquí hasta el día de su muerte, se arriba al Monasterio Gran Meteora, construido a 413 metros de altura. Se accede a través de un pequeño túnel tallado en la roca, con 146 escalones que facilitan el ascenso hacia la cumbre: allí sobresale la cúpula de 24 metros de la Iglesia de la Transfiguración, rodeada por otros edificios religiosos. En el interior de la iglesia, colmada de reliquias, un trono episcopal tallado en madera y decorado con teselas de nácar exhibe un epígrafe griego de 1616 que reza: “Jesucristo Vence”. Los domingos es mejor acercarse a la hora de la misa, cuando los monjes entonan cantos gregorianos y rezan en la sillería, mientras los incensarios colgantes despiden humo y penetrantes aromas. Todo transcurre en una enigmática penumbra, frente a la luz tenue de los candiles que hacen brillar las aureolas doradas de los santos en los iconostasios.
Las sacristías y bibliotecas de los monasterios resguardan la herencia histórica y espiritual de la rama ortodoxa del cristianismo, que se escindió del clero romano en 1054, con el llamado Cisma de Oriente y Occidente. Allí se conservan pergaminos con el Evangelio escrito en letras floridas, cálices y cruces de oro y plata con lujosos estuches de madera, y coloridas vestiduras litúrgicas bordadas con hilo de oro. Además se conservan miles de códices bizantinos, algunos del siglo X, incluyendo el manuscrito griego más antiguo que se conoce, que se remonta al año 861.
SANTISIMA TRINIDAD Las mejores panorámicas de Meteora son las que depara el Monasterio de la Santísima Trinidad. Una mirada hacia el horizonte abarca toda la llanura de Tesalia y la cuenca del río Piniós, protegida por las altas cumbres nevadas de la cadena del Pindo. Cuatrocientos metros más abajo, casi al pie de la gran roca, están las casas del pueblo de Kalambaka. La cima de esta montaña es el lugar ideal para permanecer largas horas sentado sobre una roca, observando cómo los juegos de luces del cielo van coloreando el paisaje. En las mañanas soleadas, las tejas rojas de los monasterios resplandecen, en agudo contraste con el gris de las rocas. Por la tarde, el sol enciende el verdor de la frondosa vegetación que circunda la zona. Y por la noche, iluminados con poderosos reflectores, los monasterios de las montañas vecinas parecen flotar en el cielo, mientras un misterioso anillo de bruma rodea las rocas. Sólo desde la cima de estas montañas sagradas se puede llegar a comprender a aquellos ascetas que hace mil años eligieron un lugar tan inaccesible para transcurrir el resto de sus días, en constante súplica a las fuerzas divinas para ser merecedores de una paz espiritual absoluta, tan calma como la muerte mismaz
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux