Domingo, 18 de julio de 2010 | Hoy
PASEOS EN COLóN
En el sur de Entre Ríos, la cálida tierra que abrazan las aguas del río Uruguay, Colón ofrece exploraciones en 4x4 hacia curiosas canteras y una navegación por las islas frente a Paysandú. Una propuesta para entibiar el invierno con el sol y las termas entrerrianas.
Por Graciela Cutuli
En lo mejor del invierno, el cielo azul y despejado de Colón invita a explorar una región conocida por su vida tranquila pero dueña también de paisajes donde florece la aventura. Fundada a mediados del siglo XIX por colonos suizos, franceses y piamonteses que buscaban un lugar donde afincarse en Sudamérica, la pequeña colonia agrícola –que tuvo núcleo en San José, a un puñado de kilómetros– creció hasta convertirse en uno de los puertos más importantes de la región. Es sabido que aquí se creó el primer registro civil del país: corría el mes de abril de 1873, diez años después del día en que uno de los lugartenientes de Justo José de Urquiza le dijera a su jefe, al poner la piedra fundamental de la futura ciudad: “Temeraria empresa ésta, mi general, es como descubrir tierras por Colón”. Y así quedó el nombre, original entre los muchos “santos” que pueblan la zona, a la usanza española.
Aunque los primeros tiempos fueron durísimos, los colonos finalmente prosperaron y sus descendientes hoy siguen poniéndoles un toque gringo a las orillas del río Uruguay. Hoy Colón, que desde hace muchos años es conocido como centro termal, es el punto de partida para toda una serie de “safaris” terrestres y acuáticos que llevan al corazón de una región sin hitos turísticos deslumbrantes, pero capaz de conquistar a los visitantes con el ritmo tranquilo de sus días y el paso sereno de las aguas del río.
A NAVEGAR SE HA DICHO Hay varias opciones para navegar sobre el río y, entre las más tradicionales, se encuentran los catamaranes, que realizan paseos de entre una hora y media y dos horas. Pero en esta época, cuando todo está tranquilo, lo ideal es animarse un poco más y tomar el safari acuático que explora las aguas del Uruguay, se detiene en las islas y recorre incluso alguna porción de selvas vírgenes que se forman en las islas sin ser perturbadas por la acción humana.
En verano estas islas se convierten en lo que Charlie Adamson, el creador de los safaris de Itá i corá Aventura, define risueñamente como “el Caribe entrerriano”. Y no anda muy lejos, entre arenas blancas y palmeras que se recortan contra un cielo azul: pero el verano y el calor también ponen mucha gente, una gente que en invierno no está y permite disfrutar del paisaje casi como si fuera para uno solo. Así se hace presente la ilusión de la isla desierta, como en Náufrago y Lost, comentan algunos pasajeros de vena cinematográfica a medida que el gomón se abre paso salpicando un poco de agua por el brazo principal del río –el que forma límite entre la Argentina y Uruguay– y se acerca a las islas uruguayas de San Francisco y Queguay Grande. A pesar de su anchura, aquí el río Uruguay es bajo y sólo permite el paso de embarcaciones de bajo calado: claro que, cuando crece, inunda las islas y también obliga a la fauna del lugar a salir a nado hasta las orillas reparadoras.
Durante la navegación hay tiempo para bajar en los bancos de arena, donde la naturaleza ejerce su acción lentamente y empieza a formar una nueva isla selvática con la llegada de semillas arrastradas por el agua desde el norte, el sur de Brasil y la Mesopotamia. Luego se desciende en la isla San Francisco para internarse en grupo por un senderito oscurecido por las lianas, el paisaje ideal para los juegos de los chicos y la curiosidad botánica de los más grandes, que los guías responden con precisión y entusiasmo.
AGUAS CALIENTES Después del paseo y la caminata, son mayoría los que eligen relajarse en las termas. Colón tiene un complejo propio, uno de los más tradicionales de la zona, que según cuenta la gente del vecino complejo de cabañas Rincón del Río está a punto de comenzar un amplio proceso de renovación de sus piletas e instalaciones. A cinco kilómetros, las termas de San José son muy nuevas y se convirtieron en poco tiempo en un centro de reunión familiar: los chicos, incluso en las tardes de invierno si hay sol y no hace demasiado frío, se concentran en los toboganes acuáticos, mientras los más grandes prefieren el calor del agua termal en las piletas cubiertas y descubiertas que completan las instalaciones. Dicen que los masajes de Marta con ágatas pulidas, aquí en el spa de San José, son insuperables y atraen a los aficionados al relax y el bienestar más sofisticado. Otra opción son las termas de Villa Elisa, que están a 33 kilómetros de Colón y también se encuentran cerca del Parque Nacional El Palmar, uno de los paseos imperdibles para quien pasa unos días en el sur de Entre Ríos. Muy cerca, la Aurora del Palmar es una reserva que ofrece distintas actividades para todas las edades: cabalgatas entre las palmeras, paseos en canoa por el arroyo El Palmar, salidas en bicicleta y caminatas. Basta con llamar previamente para verificar los horarios y asegurarse un lugar, ya que los cupos disponibles se terminan rápidamente durante las vacaciones de invierno, una de las épocas con mayor afluencia.
A CAZAR PIEDRAS Quien realice el trayecto entre Colón y San José no dejará de notar el cartel que, al borde de la ruta, invita a visitar el museo dedicado a las piedras semipreciosas de la artesana Selva Gayol. Es un clásico de la región, pero vale la pena conocerlo en un contexto más amplio: la visita que organiza Itá i corá bajo la forma de una auténtica “cacería de piedras”. Con Charlie nuevamente a la cabeza, o mejor dicho al volante de un trepidante 4x4, el safari sale de Colón y enfila por caminos secundarios bamboleándose con entusiasmo y un ruido que le ponen cuerpo a la aventura. “La arena de esta zona es muy rica en silicio, que funciona como agente petrificador. Si entierran en esta arena una madera o una fruta no se descomponen: se mineralizan. Antiguamente, los chacareros de esta zona enterraban sus mejores naranjas en la arena y así tenían todo el año limones y frutas en perfecto estado”, explica Charlie.
En su gran mayoría, las piedras que hay en Colón son ágatas de origen volcánico, que cuentan en su haber con unos 240 millones de años. Las que atesora Selva en el museo son magníficas: las hay que revelan en su recóndita estructura mineral paisajes sorprendentes, como dibujados por un pincel maestro; hay también frutos petrificados que hacen sonar el carozo de piedra desprendido en el interior, y curiosos “hidrolitos”, ágatas que revelan al oído y al trasluz la presencia de agua. Charlie las muestra una a una, con pasión y ciencia, enseñando como si fuera un juego a diferenciar el ágata del jaspe, el cristal de cuarzo, las maderas y frutas petrificadas. Pero lo más fascinante es que estas piedras no se encuentran sólo en un museo: también están a flor de tierra, a orillas del río, y cada uno puede descubrirlas con suficiente tiempo, ganas y ojo atento. Por eso la segunda parte del safari se interna en la zona de descarte de un lavadero de piedra, que elige su materia prima para la fabricación del hormigón armado y deja al aire libre el resto, ese tesoro insospechado nacido de los volcanes y el tiempo.
Al regresar, no hay quien no pese bastante más gracias a las piedras acumuladas en los bolsillos. No cuesta nada enamorarse de un canto rodado de matices coloridos, de brillos opacados por la erosión del agua, de casi transparente corazón de cristal: a cada uno le tocará descubrir sus propiedades, acariciar su superficie tersa o transformarlo en el talismán y recuerdo de este reino de las aguas del sur de Entre Ríosz
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