Domingo, 22 de agosto de 2010 | Hoy
ESPAÑA. LA CIUDAD DE CáDIZ
Famosa por sus carnavales, majestuosa por sus costas, antigua por su historia y ensamblada con España en su confín sur, Cádiz es geográficamente un tómbolo, lengua arenosa que une una isla con tierra firme o dos islas entre sí. A 9870 kilómetros de la Argentina, parece sin embargo una ciudad vecina, arrimada por locuacidad y música.
Por Ana Valentina Benjamin
Como si en lugar de turistas fuésemos huérfanos buscando el rostro que se parezca a nuestro padre, casi siempre encontramos en los viajes rincones similares a nuestra patria cuna o ciudad de residencia. Persistentemente habrá algo que nos devuelva al sitio de partida: cierto sabor degustado, una avenida, esa plaza, aquel conjunto de montañas, el aroma de una tarde... la música.
Por lo pronto Cádiz, histriónica ciudad andaluza ubicada en el extremo sur de Europa, también es conocida como la “tacita de plata”. Popularmente se la llama así por la forma y luminosidad de sus costas, rodeadas por el Atlántico y el Mediterráneo. Semejante abrazo de mares y el sol, que nunca se toma vacaciones, estampan hasta en el aire un brillo plateado de espectáculo.
La provincia de Cádiz se encuentra a 14 kilómetros del continente africano. Desde las cercanas ciudades españolas de Tarifa y Algeciras se pueden ver las costas de Tánger y Ceuta, e incluso tocarlas, si se viaja 35 minutos en alguno de los barcos que cruzan el estrecho de Gibraltar cada día. Y cada momento, hasta el forastero que llega solo seducido por la bulla de los carnavales pronto descubre que en Cádiz vive otra riqueza más silenciosa: es la ciudad más antigua de Occidente y se nota. Fenicios, griegos, romanos, visigodos, árabes han dejado restos arqueológicos de más de tres mil años.
Aunque al inicio del paseo la costanera hechiza por su belleza autóctona (o por efecto de algún déjà vu), la donosura urbana pronto deshace el embrujo: el barrio de la Viña, el barrio del Pópulo, la plaza de San Francisco, la de San Antonio, la de San Juan de Dios, el Teatro Romano, la Catedral de Santa Cruz de Cádiz, el Castillo San Sebastián, museos e iglesias que exponen obras de El Greco, Murillo, Zurbarán, Goya; la Puerta de Tierra, los cautivantes jardines de la Alameda Apodaca... todo está allí para testimoniar un pasado de estética impoluta, como recién ocurrido.
DE HISTORIA Y PLAYAS Unos añitos más acá en el tiempo, la “tacita de plata” protagonizó importantes sucesos políticos, como la instauración del régimen liberal en España con su primera Constitución democrática en 1812. Su historia y su gloria, la espectacularidad visual, el ánimo multicolor que se respira abren todo tipo de apetitos, incluso el usual: para éste, la cocina gaditana es, como su misma ubicación geográfica, extrema. Basada en la enorme variedad de fauna marina que existe en la zona, domina los opuestos: el frito y el crudo. Un auténtico gaditano echará a rodar en su boca un erizo de mar recién capturado, no sin antes ofrecer el desesperado equinodermo al visitante, con esa gentileza andaluza que siempre (menos en este caso) es tan difícil sortear. Si no se es un amante del molusco en vivo y en directo, lo mejor es caminar.
A lo largo de 300 mil metros de costa, hay playas vírgenes donde nada se ha gestado, pequeñas calas, dadivosos arenales o balnearios con duchas y “chiringuitos”, puestos de comida ciento por ciento casera, es decir, noventa por ciento marina. La playa de La Caleta, la más pequeña y popular, está situada en el centro histórico. Quizá sea su ubicación –escoltada por castillos y universidades– la razón de su peculiar espíritu familiar, vivaz... y timorato: para disfrutar del sol gaditano sin pasar a un incómodo primer plano se aconseja no hacer topless en esta orilla. Simplemente, no se acostumbra.
CADIZ CARNAVALESCA Lo que sí se acostumbra, usa y abusa son los carnavales. Ese sí es el ámbito para despojarse de prendas, las tejidas y las sentidas; una especie de júbilo controlado se apodera de la gente, bien porque los gaditanos llevan la alegría en la sangre y pueden por ello administrarla sin que se vierta lastimeramente, o bien porque en esta zona de España, de naturaleza devota, subyace una idea de equilibrio: según el historiador Caro Baroja, en el origen del carnaval hay una “autorización para la satisfacción de las apetencias que la moral cristiana refrena; pero al dejarlas expansionarse un poco, reconoce también los derechos de la carnalidad. El carnaval encuentra así, además de su significación social y psicológica, una función equilibradora”. La carnalidad autorizada se desarrolla durante diez días en las puertas de cada año, pero los preparativos (pre-carnavales) comienzan en septiembre y se dejan espiar si el forastero lo pide rimando.
Las agrupaciones carnavalescas son básicamente cuatro: coros, comparsas, chirigotas y cuartetos. Cada una se distingue por los instrumentos utilizados, cantidad de miembros, vestuario, calidad de las voces y contenido de sus prosas. Unas ironizan sobre hechos de la actualidad, otras destilan mordacidad y algunas, como las comparsas, se ocupan de cuestiones más poéticas.
Ahora, a decir verdad, se desarrollan dos carnavales: uno, formado por grupos oficiales que compiten en el escenario del Gran Teatro Falla y conforme van siendo eliminados continúan sus exitosos fracasos en las calles, que aplaude más que las plateas. El otro lo encarnan los llamados “ilegales”, integrado por quienes han renunciado a participar del certamen oficial y festejan en el organizado caos callejero: sin ningún empleado teatral que les dicte mutis por el foro, murgas, charangas e incontables chirigotas recorren la ciudad y “son los que dan mayor colorido, personalidad y atractivo a los carnavales”, dicen de los ilegales ¡los mismos funcionarios municipales! No es para menos: sus coplas tienen un avispado contenido crítico; a tal punto, que su lenguaje a veces procaz no impide ser para el visitante un compendio divertido e inteligente del panorama político nacional. Un periódico en verso.
Todo es poderosamente andaluz, nada tiene rasgos del sur del Mercosur. Más aún: lo curioso en Cádiz es que el rincón de cuna, el saborcito local, lo traen los mismos gaditanos. No va el argentino a buscar el gesto plateado en este edén andaluz, sino que es el propio gaditano quien lo trae de un tirón: cuando escucha la procedencia, no oculta una espontánea emoción.
“¿Qué es lo que provoca mi pasaporte? ¿Qué tiene mi país que al asombro aporte?”, improvisa el neófito visitante, como si de comparsa se tratase. Pero el mérito no es territorial sino del talento de cinco ciudadanos: Les Luthiers. Probablemente por la propia tradición de los coros y las chirigotas, el gaditano medio siente una admiración inenarrable por el grupo y sus presentaciones teatrales son esperadas con entusiasmo de carnaval, que es mucho decir.
“Cádiz me encanta, recuerdo especialmente los paseos por el mar. Es un lujo estar en esos sitios”, comenta para TurismoI12 Marcos Mundstock, voz, puño y letra del fantástico quinteto. Recuerda especialmente “el ojo mágico”, “la cancha de Cádiz” (el estadio Ramón de Carranza) y su escenario habitual, “por supuesto, el Gran Teatro Falla, con su bella fachada de ladrillos rojos”. Lo que nuestro distinguido viajero nombra como ojo mágico se encuentra en la Torre Tavira, el punto más alto del casco viejo, y se trata de un sistema óptico que refleja en una pantalla lo que sucede en el exterior en tiempo real. Y sin lentes de por medio también se tiene una postal perfecta de Cádiz hasta el último horizonte peninsularz
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