Domingo, 22 de agosto de 2010 | Hoy
TAILANDIA. BUDISMO Y COCINA EN CHIANG MAI
La antigua capital del reino de Lanna es una delicada ciudad entre montañas colmada de templos budistas. Además de recorrerla, Chiang Mai ofrece salidas de trekking, paseos en elefante, masajes relajantes y cursos de cocina tai para experimentar un delicioso equilibrio de paisajes y sabores.
Por Mariana Lafont
Chiang Mai, la ciudad más grande del norte de Tailandia, situada 700 kilómetros al norte de Bangkok, se asienta entre verdes montañas sobre la ribera del río Ping. Sin el ritmo frenético de la capital tailandesa, es un placer perderse por las calles de esta urbe amurallada que desde hace varios años se ha ido modernizando y sumando variadas atracciones. Históricamente, Chiang Mai fue un gran centro de producción de artesanías (paraguas, joyería de plata y tallados en madera) y un enclave estratégico sobre una antigua ruta comercial. Una de sus grandes ventajas es que es fácil de conocer, con distancias cortas pero lo suficientemente grande como para ofrecer muchas actividades. Por eso uno siempre se queda más de lo planeado y muchos extranjeros la han elegido como lugar de residencia, dándole un aire cosmopolita pero relajado a la vez.
VIEJA HISTORIA Lanna fue un reino del norte de Tailandia fundado en 1259 por el rey Mengrai, con capital en Chiang Rai. Pero en 1296 se fundó Chiang Mai (que en tailandés significa ciudad nueva) como nueva capital, y Mengrai mandó hacer un foso y un muro alrededor de la ciudad para protegerla de las invasiones de la vecina Birmania. Hoy poco queda de la muralla, reconstruida en algunas partes: adentro, además del casco histórico, hay bares, hoteles y restaurantes. Allí viven unas 150 mil personas, aunque en los vecinos distritos la población llega al millón.
Con el declive de Lanna, la ciudad perdió importancia y fue ocupada varias veces por birmanos y thais del reino de Ayutthaya. Finalmente, en 1767 Ayutthaya cayó y Chiang Mai pasó a formar parte de Siam, reino que ocupaba Tailandia, Camboya y Laos, y que en 1932 cambió su nombre por el de Tailandia. Pero la gente había abandonado la ciudad, que quedó vacía hasta 1791, cuando volvió a levantarse como centro productivo, comercial y cultural.
UNA CUADRA, UN TEMPLO Visitar Chiang Mai es ir a ver templos budistas. Si bien el budismo es una religión abierta a todos hay que respetar ciertos códigos, como evitar shorts y musculosas y descalzarse antes de entrar a un templo. La lista es larga, ya que la ciudad tiene más de 300 wats (“templos” en tailandés) y sólo dentro de la muralla hay más de treinta que datan de la época de la fundación. Su arquitectura combina estilos birmanos, cingaleses y tailandeses, con intrincados tallados en madera, guardianes leoninos y escaleras con serpientes de piedra.
El templo más venerado y emblemático es Wat Phrathat Doi Suthep (o simplemente Doi Suthep, que significa Monte Suthep), 13 kilómetros al noroeste de la ciudad. Tan importante es que los locales siempre dicen: “Si no fue a Doi Suthep, no estuvo en Chiang Mai”. Este templo de 1383 se levanta en una colina a mil metros de altura, y su estupa dorada se ve desde la ciudad. El origen de su ubicación es legendario: se dice que un devoto obtuvo una reliquia de Buda en la India y de regreso en su tierra quiso construirle un templo, pero como no sabía dónde hacerlo puso la reliquia sobre un elefante, que vagó por la selva hasta que se detuvo en la ladera de esta colina.
Desde la ciudad se puede ir en tuk tuk (moto taxis con un carrito atrás) o en songthaews (taxis compartidos de color rojo); en ambos casos siempre hay que negociar el precio antes de subir. Si no, se puede alquilar una moto e ir por cuenta propia. Después de pasar el zoológico, el zigzagueante camino sube y sube y en un día despejado se tiene una gran vista de la ciudad. Luego de sortear todos los puestos de comidas y souvenirs aparece una imponente escalinata de 306 escalones protegida por nagas –serpientes de piedra–, que es la vía de entrada al recinto. Una vez adentro, es fascinante observar a los fieles y los monjes ataviados con sus túnicas naranjas, mientras se escuchan sonar las campanas. Siempre con un incienso, una vela y una flor de loto entre las manos, algunos rezan girando alrededor de la estupa mientras otros reciben la bendición y el agua sagrada de un monje.
Dentro de la muralla hay varios templos dignos de ver. El más antiguo es Wat Chiang Man, que fue la residencia del rey Mengrai mientras se construía la ciudad. Este templo contiene dos veneradas imágenes de Buda y detrás del recinto principal hay una hermosa estupa sostenida por elefantes. Otro infaltable es Wat Chedi Luang, fundado en 1401 y dominado por un gran chedi que fue dañado por un terremoto en 1545. Lo mejor de este templo es que a la tarde hay “charlas con monjes”, una gran oportunidad de mutuo intercambio. Simplemente uno se sienta en el patio y varios monjes jóvenes se acercan a practicar inglés. Uno les pregunta cómo es su vida y ellos quieren saber de dónde venimos y cómo es ese lugar. Según cuentan, a las seis y media de la mañana van al mercado con sus cuencos a recibir comida de la gente (costumbre conocida como “almas matinales”), y si uno madruga verá puntos naranjas por toda la ciudad cumpliendo este ritual.
Los monjes en Tailandia, así como en Laos y Camboya, reciben ayuda de la comunidad a través de donaciones: dinero, comida o artículos básicos como jabón, papel higiénico, dentífrico. En los mercados se venden baldes con esos elementos, para dejarlos en el templo. Pero además de los templos conocidos, una buena idea es perderse un poco y entrar a otros que están fuera del circuito turístico: seguramente se sorprenderá viendo la rutina monacal, los cantos y las plegarias, o quizá termine sentándose a meditar unos momentos con algún monje. Todo es posible.
EN LAS CALLES DE CHIANG MAI Además de caminar todo el día (a pesar del agobiante calor interrumpido por algún fuerte chaparrón), Chiang Mai ofrece actividades para los que quieran quedarse unos días más. Algunos toman clases de tailandés, yoga o meditación, otros hacen un curso de cocina tai y otros disfrutan de un buen (y enérgico) masaje tailandés o, mejor aún, hacen un curso de una semana para aprender la técnica.
De noche la ciudad parece más activa todavía, ya que la temperatura baja y todo el mundo está en la calle. La cita obligada es en alguno de los bazares para seguir aprendiendo el arte del regateo, fundamental en Tailandia y gran parte de Asia. Hay dos mercados: el turístico, que está todas las noches, donde se venden artesanías y se puede cenar en el patio de comidas; o el local, donde no hay tantos turistas sino sobre todo lugareños comprando ropa o, principalmente, comiendo (para los tailandeses todo momento es bueno para comer algo). Y lo bueno viene el fin de semana. Los sábados hay un mercado callejero en la Avenida Wualai, pero el mejor es el del domingo (Sunday Walking Street) en la Avenida Ratchadamneon, a partir de la puerta de Thapae. Allí puesteros, artesanos, artistas, bandas musicales, turistas y locales se adueñan de la calle principal y las aledañas desde las cinco de la tarde hasta las once de la noche. Además, en algunos templos los jardines se transforman en excelentes patios de comida local y mientras unos rezan otros comen, todo al mismo tiempo. Después de tanto caminar lo ideal es darse un buen masaje de pies (aunque también puede ser en la espalda o de cuerpo entero) en plena calle, mientras el resto de la gente sigue caminando.
TOURS Y PASEOS EN ELEFANTE Desde Chiang Mai se pueden hacer muchos paseos. Los amantes de las dos ruedas estarán a gusto alquilando una bicicleta y yendo por su cuenta, o haciendo un tour por los campos circundantes. Pero la excursión clásica son los trekkings de uno a cuatro días por las montañas y cascadas de la zona. No sólo se camina, sino que también hay rafting en balsa de bambú, paseo en elefante y visita a tribus de montaña como los akha, hmong, karen y lisu. Si se tiene poco tiempo, estos tours son una buena opción, pero quienes tienen más días y desean algo diferente pueden visitar el Parque Natural del Elefante, 60 kilómetros al norte de la ciudad. Este parque alberga unos 30 elefantes rescatados, y si bien no se los puede montar, se convive con ellos durante un día o más. Se les da de comer, se los baña y se va descubriendo este fascinante animal emblemático de Tailandia.
Otra alternativa es ir a la pequeña villa de Pai, a 127 kilómetros por un ondulante camino de montaña, para disfrutar del aire puro y la tranquilidad del lugar. Allí hay paseos en elefante desde una hora –más que suficiente si se va sin montura– y se puede ir a la jungla o al río. Si hay ganas de un chapuzón y de reírse un buen rato, la segunda opción es sin dudas la mejor. Luego de caminar unos minutos, acostumbrándose a estar montando semejante animal, el guía se mete en el río y le ordena al elefante que se mueva y se bañe. El detalle es que mientras el animal hace todo eso uno está arriba tratando de no caerse, lo cual es imposible... La primera caída impresiona, pero el guía anima a subir de nuevo (que no es fácil) y así vuela el tiempo entre risas y miradas de locales admirando a estos raros turistas.
EDEN GOURMET Para los amantes de la buena cocina, los platos ricos, variados y aromáticos, Tailandia es un paraíso. No sólo son creativos sino que, ya sea en un restaurante de lujo o en un puesto callejero, los platos son delicadamente presentados y decorados con vegetales esculpidos con diseños florales. Pero además de saborear la comida tai hay cursos para aprender a prepararla uno mismo y cada vez son más los occidentales que transforman sus vacaciones en una aventura culinaria.
La gastronomía tailandesa siempre sorprende. Si bien los platos tienen una apariencia normal, al probarlos se descubre un gusto difícil de describir. Entre los ingredientes más utilizados se destacan el ajo, los chiles, el jengibre, el lemon grass, la leche de coco, los curries y las infaltables salsas de pescado y ostras. También se usan frutos secos y cítricos como la citronela o la lima kaffir. Pero el secreto está en el equilibrio y la armonía de aromas, colores y texturas. Esta cocina mezcla los cinco sabores fundamentales: dulce, picante, agrio, amargo y salado, y la costumbre de equilibrarlos viene de la influencia de la cocina china.
En Chiang Mai hay unas veinte escuelas de cocina, y la primera abrió hace más de veinte años. La modalidad de los cursos (de uno, dos o cinco días) es similar. Las clases empiezan a las nueve de la mañana y terminan a las tres de la tarde. Conviene no desayunar ya que todo lo que se cocina, ¡se come! Y lo ideal es ir en grupos de diez personas como máximo para tener un aprendizaje más personalizado. La primera actividad es ir al mercado, donde el profesor muestra los ingredientes infaltables en la cocina tai. Otro de los secretos es que los platos no llevan mucha cocción, porque así los ingredientes tienen mejor color y conservan intactas sus propiedades. Esta cocina tiene un bajo nivel de colesterol y grasas, es ligera y tiene propiedades medicinales gracias al uso de hierbas y especias. Además se usa Nam pla (salsa de pescado), que le da un gusto único, reemplaza a la sal y es más sana. Y en vez de pan o papas, los platos suelen tener arroz. Una buena comida tai es impensable sin este noble cereal, que se come en sopas, frito o simplemente cocido blanco y glutinosoz
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