JUJUY. UN VIAJE A TILCARA
A los pies del Pucará, Tilcara es el pueblo más visitado de la Quebrada de Humahuaca. Originales caravanas con llamas, una cabalgata a las Yungas y una agitada vida nocturna en las peñas folklóricas, en el corazón de una región de alma indígena aún custodiada por las antiguas y solitarias fortalezas de piedra.
› Por Julián Varsavsky
Al internarse por primera vez en la Quebrada de Humahuaca por la Ruta 9 se siente el peso de una belleza extraña que baja de las montañas y el de una cultura viva cuyos vestigios ancestrales se ven en lo alto de los cerros, donde se levantan esas fortalezas indias llamadas “pucará”. La ruta recorre la Quebrada por su parte más baja entre dos cadenas de montañas, siguiendo la línea de 22 pucarás que hacia el año 1000 se levantaban a cada lado, defendiendo la única y casi infranqueable vía de acceso para los invasores de otras culturas. Algunos de los pucarás erigidos junto a la ruta se ven a simple vista y otros necesitan ser señalados por un guía. Pero el que sobresale con suma imponencia es el Pucará de Tilcara, que marca la entrada al pueblo, al borde de un precipicio.
Sin embargo, antes de llegar a Tilcara aparece a la derecha de la ruta el pueblito de Maimará, con su cementerio muy expuesto en lo alto de un cerrito con sus cruces llenas de flores y erizado de cardones con brazos de candelabro. Justo detrás se despliega la ancha serranía de la Paleta del Pintor, con sus inexplicables vetas de colores entrecruzadas. Allí los viajeros detienen el vehículo automáticamente junto a la ruta, pasmados ante una de las visiones de belleza más lacerantes e intensas que pueda haber en toda la vasta Argentina.
SECRETOS DEL PUCARA Una vez instalados en Tilcara, la mayoría de los recién llegados cede al influjo del Pucará y antes que nada se van caminando por la ladera de un cerro en busca de las ruinas. Este asentamiento fortificado que llegó a albergar unos dos mil habitantes tiene una antigüedad casi milenaria y fue edificado por los omaguacas. Lo descubrió en 1908 Juan Ambrosetti y en 1948 fue restaurado parcialmente, con un criterio muy discutido por los arqueólogos de hoy.
Los recintos cuadrangulares de este laberinto de muros y casas de piedra inspiran un silencio reverencial. Algunas casas fueron reconstruidas con techo y todo, y se ingresa en ellas por unas entradas muy bajas. En el interior hay esculturas actuales de los indígenas en tamaño natural inmersos en los quehaceres domésticos. Pero más interesante aún es la zona circundante al sector restaurado, donde es posible pasar horas caminando entre los cardones con el pasto hasta las rodillas, entre grandes piedras milenarias que alguna vez sostuvieron los muros de la fortaleza.
Las técnicas de construcción de los pucarás eran muy simples: se colocaba piedra sobre piedra sin ningún pegamento. Tomando como eje una calle central, había decenas de cuadrículas que eran la base de las casas: esto es lo único que se mantiene en pie en otras fortalezas no restauradas que se pueden visitar, como el Pucará de Juella.
A lo largo de toda la Quebrada había distintos subgrupos de la cultura omaguaca, entre ellos los tilcara, los ocloya, los purmamarca y los uquía. Por lo general, los veintidós pucarás de la quebrada pertenecían a cada uno de los distintos grupos. La geografía quebradeña era de una utilidad defensiva fundamental, ya que desde los pucarás se divisaba al invasor a la distancia y cuando el enemigo se acercaba todo el mundo subía a los cerros para emboscarlo en la noche.
DE LA QUEBRADA A LAS YUNGAS Desde Tilcara se hace una espectacular cabalgata que va desde la Quebrada de Humahuaca hasta la selva de las Yungas, pasando por ambientes de pre-puna en una excursión de tres días. El primer tramo desde Tilcara se hace en vehículo hasta el pie de la quebrada de Alfarcito. Allí se acaba el camino y comienza la cabalgata para subir en un día hasta los 4100 metros del Abra de Campo Laguna. Al principio predominan los cardones y por doquier se ven terrazas de cultivo abandonadas de unos cinco siglos de antigüedad. Pero al ir subiendo desaparecen los cardones y la vegetación se reduce al pasto puna y la tola. Algún cóndor se distingue como un puntito negro en el cielo y por las montañas corretean libremente las vicuñas y los guanacos. A lo largo de la travesía se sube y se baja siguiendo los caprichos del terreno. Y en el momento más inesperado puede ocurrir el espectáculo increíble de cabalgar sobre el filo de la montaña mientras abajo un colchón de nubes cubre un valle completo. La senda es de origen precolombino y la usaron las etnias locales para transportar mercancías en caravanas de llamas.
Al final de la primera jornada –luego de siete horas de cabalgata y a 2300 metros de altura– se llega hasta un idílico puesto de campo llamado Huaira Huasi, emplazado sobre una meseta con una vista espectacular a un gran valle. Ni aquí ni en ningún otro lugar de la travesía hay duchas ni se duerme en camas, aunque sí hay colchones para dormir bajo techo en una casa de adobe con piso de cemento.
A la mañana siguiente el grupo parte temprano rumbo al puesto llamado Sepultura, junto con la decena de burros cargueros que llevan las carpas, las bolsas con alimentos y todo lo necesario para la travesía. Al mediodía se ingresa en una zona de transición donde aparecen los primeros montes de alisos, mientras la vegetación se hace cada vez más frondosa al descender. La segunda noche se duerme en el puesto de la señora Carmen Poclavas, en Molulo.
El tercer día de viaje es una jornada de siete horas hasta el poblado de San Lucas, donde un centenar de habitantes viven en casas de adobe y chapa en un valle encajonado, justo encima de las Yungas en todo su esplendor. Se duerme en el rancho de doña Ramona y queda medio día libre para pasear por el pueblo y conocer su pequeña capilla. Al cuarto día –la jornada final– se cabalga unas cuatro horas hasta la localidad de Peña Alta entre senderos selváticos. Cada tanto se cruzan pavas de monte, loros y con suerte algún tucán. Y si hace calor, todos se dan un baño refrescante en el río Valle Grande para terminar con un gran asado en el pueblo de San Francisco.
CARAVANA CON LLAMAS Una de las excursiones más originales que se realizan desde Tilcara es una caravana con llamas que llevan los bultos para recorrer a pie diversos circuitos por la montaña, de uno a cinco días, entre milenarios caminos que omaguacas e incas atravesaban de la misma forma cargados con mercaderías. Hoy la experiencia se revive respetando las técnicas e implementos de carga originales.
Además de disfrutar del paisaje jujeño, el objetivo de una caravana con llamas es revivir la experiencia caravanera que, a lo largo de cinco mil años, fue uno de los ejes en común de las diversas culturas aborígenes que se desarrollaron en toda la Cordillera de los Andes. Solamente en la zona de influencia de los omaguacas, colonizados por los incas poco antes de la llegada de los españoles, los arqueólogos calculan que llegaron a utilizarse alrededor de un millón de llamas en los recorridos por los vastos caminos del Tawantinsuyo.
Desde Tilcara hay varias alternativas de caravanas, según la cantidad de días. Una de ellas es ir en vehículo con las llamas hasta las Salinas Grandes y hacer un paseo por allí. Pero una opción más completa es internarse al menos dos días en los valles montañosos de la zona de Alfarcito, justo detrás de Tilcara. Santos, el guía, se ocupa de los preparativos para la partida: sobre todo, acomodar las alforjas de arpillera llamadas “costales” –que se cierran cosiéndolas con un punzón, como hacían los aborígenes– donde van las carpas, mesas y sillas.
La caminata (una caravana de llamas en el fondo es una caminata) comienza en las calles de Tilcara. Uno de los momentos cumbre es el de la merienda o el almuerzo en algún punto panorámico. Unos mates con yerba y hojas de coca permiten luego retomar el camino por los terrenos de Alfarcito, donde a lo lejos se ven los cuadrantes de los andenes de cultivo precolombinos que los omaguacas construían con piedra para proteger las plantaciones. Al atardecer ya es hora de armar las carpas y se elige un corral de piedra para tener un buen reparo contra el viento.
MUSICOS DE TILCARA En la Quebrada de Humahuaca, cerca del 85 por ciento de los habitantes son músicos. Solamente para la procesión de la Virgen de Punta Corral, que sube a la montaña cada Semana Santa en Tilcara, participan hasta ochenta bandas de sikuris sumando unos 1300 músicos que tocan al unísono a lo largo de tres días. Y a diario la música en vivo brota de los barcitos del pueblo. Uno de ellos es el cafecito de Tukuta Gordillo, un compositor local con varias décadas de trayectoria que incluyen giras con Jaime Torres y Ariel Ramírez, con quienes recorrió el mundo durante catorce años. Su café queda en una esquina frente a la plaza de Tilcara y funciona con entrada libre. Allí se presenta casi todas las noches a partir de las ocho el trío de Tukuta Gordillo con los hermanos Tolaba, que tienen 15 y 16 años.
Tukuta Gordillo es compositor, cantante y multiinstrumentista, nacido en el vecino poblado de Maimará. Por lo general es la voz cantante del trío y se acompaña con la guitarra, mientras los hermanos Tolaba están a cargo de la percusión con redoblantes –que suplen a la huancara, un tamborcillo local– y los vientos con las quenas, varios tipos de sikus y el llamativo erke, una caña de varios metros de largo y una abertura grande al final, que se extiende sobre las mesas. La percusión se completa con el bombo y el cajón peruano.
El ambiente del bar de Tukuta es intimista, sin escenario, con los músicos sentados en cualquiera de las sillas. Por lo general se dialoga con los músicos y entre canción y canción Tukuta comenta algunos aspectos de la música local y su relación con la idiosincrasia quebradeña. Cuenta, por ejemplo, que los dos jóvenes y tímidos integrantes de su banda –con quienes toca desde hace cinco años– “viven acá a la vuelta y son parte de una familia de músicos, los Tolaba”, que tienen una tradición artística de varias generaciones. “Esta no es una peña sino una muestra de la música indígena de la región”, explica Tukuta, musicalizador de la película de Miguel Pereyra El Destino. “Un antro de músicos”, dice un cartel en la entrada a este bar, donde a veces se suman al espectáculo, de manera espontánea, instrumentistas de jazz de visita en la Quebrada, cantores de coplas, algún guitarrista folklórico e incluso de rock.
Entre las peñas de Tilcara sobresale Altitud (sobre la calle Belgrano, a metros de la terminal) que pertenece a Miguel Llave, un reconocido músico de la quebrada que en 1985 se fue de gira con el grupo Tiempo y decidió radicarse en París, donde se quedó veinte años. Allí grabó discos con músicos iraníes, vietnamitas, marroquíes y franceses con los que incursionó en “fusiones étnicas”. Su especialidad es el sikus, aunque en Europa estudió saxo y en su show tilcareño en la centenaria casona de sus abuelos mezcla –sin desentonar– sayas bolivianas, carnavalitos, zambas, chacareras, taquiraris y hasta algún tema de jazz. Generalmente algunos músicos o integrantes del público lo acompañan con el bombo y la guitarra, y además canta e incursiona en clásicos del jazz con su reluciente saxo. Y sale bien parado de su atrevimiento. Como en toda peña el público baila y la noche suele terminar a puro salsa, mambo y morenadas bolivianas con sus correspondientes tambores, que laten en ese país desde los tiempos de los esclavos negrosz
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux