Dom 29.08.2010
turismo

AUSTRIA. INNSBRUCK, LA CAPITAL DEL TIROL

Puente sobre el Inn

Tres idiomas, dos países, una capital: el Tirol, una región alpina donde se habla alemán, italiano y ladino, está repartido entre Austria e Italia y reivindica una fuerte identidad propia con epicentro en la encantadora ciudad de Innsbruck. Un paseo que recorre sus principales atractivos, del Tejado Dorado a la Hofkirche.

› Por Graciela Cutuli

Casas de fachadas coloridas, iglesias de cúpula bulbosa, un arco de montañas que pone el escenario natural. En los Alpes austríacos, Innsbruck es una pequeña joya de antiquísimo origen romano, donde la historia y la arquitectura se dan la mano y proponen una recorrida romántica. Aunque como toda Europa recibió, sobre todo en los últimos años, migraciones muy diversas, no puede dejar de impresionar a primera vista el fuerte carácter local que Innsbruck parece preservar sin esfuerzo: tal vez porque no es raro cruzarse con caballeros vestidos a la usanza tirolesa, que hacen pensar un poco en los niños del coro Von Trapp; porque las construcciones están muy apegadas al estilo tradicional que prosperó bajo el reinado de los Habsburgo; y porque la lengua, un dialecto bávaro con fuerte influencia del alemán estándar, mantiene una pronunciación dura de la “k” que la distingue del alemán escuchado en otras regiones de Austria.

EL TEJADO DORADO En un primer vistazo se corre el riesgo de que tanto cuidado haga de Innsbruck, en la apariencia, una suerte de lindo decorado sin nada detrás. El mejor antídoto es tratar de dedicarle algo de tiempo, prestar atención a los detalles y recorrer los lugares que forman parte no sólo de la grande sino también de la “pequeña historia” de esta ciudad junto al río Inn.

Antes de empezar el recorrido, conviene tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, Innsbruck no es una ciudad pequeña –tiene casi 150 mil habitantes–, de modo que conviene elegir un lugar céntrico para alojarse si la intención es recorrer a pie el centro histórico. La segunda es la época del año elegida para la visita: famosa por los deportes de invierno, Innsbruck tiene un clima más frío que el resto de la región. En invierno, las temperaturas descienden muy por debajo de cero, e incluso en verano las noches son bien frescas. Para el viajero poco acostumbrado, el frío tirolés puede ser un problema cuando no se viaja con la intención de disfrutar de la nieve; sin embargo, todo el encanto de esta temporada se manifiesta a pleno en el período navideño, cuando las iluminaciones y los villancicos le ponen un toque mágico al crepúsculo temprano del centro de Europa.

El icono de Innsbruck es el famosísimo Tejado Dorado, un balcón techado perteneciente al edificio que fue la residencia real de los Habsburgo en el barrio gótico de la ciudad. Construido expresamente para la boda del emperador Maximiliano con Blanca Sforza, hija de la poderosa familia de Milán, está cubierto por más de 2600 tejas de cobre doradas con 12 kilos de oro; lo suficiente para formar una aureola espectacular durante el casamiento de la regia pareja, allá por 1494. Pese al lujo de la ocasión, no era el primer matrimonio para ninguno de los dos: Maximiliano era viudo de María de Borgoña, y Blanca había sido casada con su primo Filiberto de Saboya cuando tenía apenas dos años de edad. Cosas de la realeza de aquellos tiempos de familias poderosas y alianzas políticas tempranas.

A ambos lados del tejado se puede ver un fresco de Maximiliano y sus esposas; este tipo de decoración en la fachada es típica también de muchos pueblos en el sur de Alemania. Entretanto, en el interior del edificio se encuentra el Museo Tejado Dorado, con objetos que recuerdan la vida y obra de Maximiliano, uno de los grandes forjadores de la cara actual de Innsbruck. Quienes ingresen al museo pueden además acceder a la loggia cubierta por el Tejado, para observar desde allí –al estilo imperial– la vista del centro histórico.

LA HOFKIRCHE El Tejado Dorado está muy cerca del Goldener Adler, un hotel donde vale la pena alojarse, ya que no cuesta más que otros de características parecidas y les gana en historia y ubicación: construido en 1390, fue lugar de paso de huéspedes ilustres (convenientemente citados en una placa de mármol en el frente): entre ellos Mozart, el propio emperador Maximiliano, Goethe y Andreas Hofer, un posadero venerado como padre del patriotismo tirolés, el primero en incitar a los montañeses de la región a rebelarse contra el bonapartismo.

A fuerza de coraje y carisma, Hofer se ganó un espacio en la espléndida Hofkirche, la Iglesia Imperial, donde están representados los antepasados del emperador Maximiliano. El lugar es uno de los ineludibles de Innsbruck: se lo conoce también como la “capilla de los hombres negros”, porque allí se yerguen las figuras de bronce de 24 miembros de la dinastía imperial que parecen custodiar, en su metálico silencio, el cenotafio de Maximiliano. Más allá del órgano renacentista que está considerado entre los cinco más famosos del mundo, y de las obras de arte de Durero y Peter Vischer, la iglesia impacta por las enigmáticas figuras de los Habsburgo, de mayor tamaño que el natural, que rodean con sus labrados trajes de bronce la tumba vacía de su ilustre descendiente.

A tanta historia, naturalmente, no le podía faltar su palacio. Innsbruck tiene el suyo, levantado en estilo gótico tardío en torno de 1460 y luego reconstruido en estilo barroco, con detalles rococó, en la segunda mitad del siglo XVIII: así lo quiso la poderosa María Teresa de Austria, conocida por su largo reinado, y también por María Antonieta, la más tristemente célebre de sus 16 hijos. En el palacio se visitan los apartamentos imperiales, los que ocupó la propia emperatriz durante una de sus visitas a Innsbruck, para el casamiento de su hijo Leopoldo con la infanta española María Ludovica. Al final de la calle María Teresa, un Arco del Triunfo recuerda también aquel acontecimiento.

Sobre la misma calle se toma un autobús para ir hasta las afueras de la ciudad y conocer el castillo Ambras, un majestuoso pero sobrio edificio blanco que se ve desde el centro de Innsbruck. Aquí perdura sobre todo el recuerdo del archiduque Ferdinando II, un amante del arte, la cultura y la ciencia renacentista. Así convirtió las salas del castillo en una suerte de museo bastante semejante a nuestra concepción moderna, donde hoy se pueden ver colecciones de armas, armaduras, retratos de la familia imperial y obras de arte.

INNSBRUCK OLIMPICA Además de su elegante pasado y su presente lleno de color local, Innsbruck es importante para los deportes de invierno. El símbolo, en este caso, también es extremadamente visible: se trata del nuevo trampolín del Bergisel, que vigila la ciudad desde las alturas, situado en el sitio donde se levantó un primer trampolín construido en 1925. Innsbruck fue dos veces sede de los Juegos Olímpicos de Invierno, en 1964 y 1976, y es aquí donde estaba la llama olímpica durante ese período.

Modernísimo, el trampolín es en realidad un complejo de infraestructuras surgidas del tablero del arquitecto iraquí Zaha Hadid y puede albergar hasta 28 mil espectadores, para gozar de una vista espléndida sobre los alrededores... y disfrutar de la buena mesa en el interior, a 67 metros de altura, con una plataforma panorámica de 360 grados. Un lugar para visitar (incluido además en los pases turísticos de Innsbruck), aunque jamás se haya puesto un pie sobre los esquíes, ya que forma parte de la vida cotidiana actual de la ciudadz

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