Dom 12.09.2010
turismo

BRASIL. EN EL ESTADO DE MINAS GERAIS

Por la ruta del oro

Crónica de un viaje al pasado colonial brasileño. Un itinerario por la historia, el arte y las magníficas iglesias barrocas del estado de Minas Gerais. De Ouro Preto a Tiradentes, el recorrido por las ciudades de la región, en cuyas montañas brillaron las vetas del oro, revelan otra faceta de Brasil.

› Por Guido Piotrkowski

La hora mágica del atardecer impregna la antigua ciudadela de Ouro Preto de un dorado que invita a inmortalizar el momento y a caminar mansamente por sus laderas de adoquines centenarios, mientras el sol se esconde tras la iglesia del Alto das Merces, una de las trece de estilo barroco que adornan esta ciudad que en el pasado fue capital del estado de Minas Gerais, ubicado en el sudeste del interior de Brasil.

Desde Belo Horizonte, actual capital de Minas Gerais, hasta las pequeñas ciudades que visitamos en el itinerario por este estado, ninguna huele a todo, como en Bahía. No tienen el bullicio ni la musicalidad de Río, ni el tránsito de Sao Paulo. No se siente el calor que reina en casi todo el territorio brasileño. Pero en el estado de Minas se come como los dioses, se bebe la mejor cachaça, se encuentran las piedras más preciosas, se siente algo de frío y se ven iglesias bellísimas por todas partes.

Bienvenidos al otro Brasil, en un viaje a través de la Ruta del Oro, condimentado con los mejores aderezos de la comida brasileña y relatos que fusionan arte, historia y religión.

En la estación de Sao Joao do Rei, Edna ofrece sus dulces antes de la partida del tren.

FIEBRE DE ORO

Primero fue Vila Rica do Pilar, luego Vila Rica do Albuquerque, y así unos cuantos más hasta llegar al nombre actual de Ouro Preto, denominación que tiene su origen en una leyenda de raíces históricas. Porque Ouro Preto, que significa “oro negro”, no se refiere al petróleo. En principio, porque aquí nunca hubo oro del negro, sino del dorado, y en grandes cantidades.

La leyenda cuenta que había por estos lares una montaña que brillaba con la luz del sol. Los portugueses, recelosos de los españoles que ya habían encontrado el oro en Potosí, Bolivia, y en Taxco, México, se adentraron en territorio virgen brasileño en busca del metal precioso. Uno de los pioneros fue Fernao Dias Pais, un bandeirante –exploradores que se agrupaban utilizando banderas– de aquellos que se aventuraron en la conquista del Brasil profundo. En su periplo, el hombre juntaba esmeraldas y las echaba en una bolsa. Al regresar a San Pablo se las enseñó al gobernador, quien mordió una de las piedras y la quebró. Dentro había una pepita de oro recubierta de óxido de hierro, que es negro. Y así surgió el nombre de Ouro Preto.

Hoy en día, esta ciudad universitaria y turística, donde la historia tiene mucho peso, es una obra de arte en sí misma que hace gala del conjunto arquitectónico y artístico más importante del período barroco brasileño, llevado a su máxima expresión en las geniales obras del pintor Manuel da Costa Athayde o Mestre Athyaide, y el escultor Antonio Francisco Lisboa, conocido como el Aleijadinho, un diminutivo de tinte cariñoso para nombrar a personas discapacitadas como Lisboa, quien padeció una enfermedad degenerativa en manos y pies partir de los 50 años y esculpía magistralmente con el cincel atado a sus muñecas.

Para conocer y disfrutar de esta villa declarada Patrimonio Cultural de Humanidad en 1980, hay que caminarla, trajinando las laderas a paso lento entre sus antiquísimos caserones e iglesias. Visitamos la Iglesia Matriz Nossa Señora do Pilar, una de las dos que tiene curiosamente esta ciudad. Así lo explica nuestro guía, José Natividade, un simpático panameño radicado en estas tierras hace más de treinta años: “Aquí se fundaron dos pueblos, y cada uno hizo su iglesia matriz. Cuando se juntaron quedaron las dos, algo que no existe en otros lugares, pero se alternan como tales un año cada una”.

El punto neurálgico de Ouro Preto es la plaza Tiradentes, uno de los mártires de la revuelta por la independencia de la corona portuguesa, conocida como la Inconfidencia, movimiento que fracasó y terminó con sus líderes expulsados a Africa, y con Tiradentes ahorcado en Río de Janeiro, para ser luego descuartizado y su cuerpo paseado por varias ciudades de la región como ejemplo de castigo y advertencia.

En la plaza se encuentra el bellísimo edificio del Ayuntamiento y a su lado el Palacio Imperial y la Iglesia do Carmo, ambos abiertos al público. Ladera abajo, frente a la iglesia de San Francisco, hay una feria artesanal donde predominan platos en cerámica y pequeñas esculturas con motivos religiosos y folklóricos. Se puede ver a los artesanos cincelando con infinita paciencia, inspirados seguramente en el espíritu del Aleijadinho.

En Congonhas, el Santuario Bom Jesús de Matozinhos, Patrimonio Cultural de la Humanidad.

EN TREN A MARIANA

Dieciocho kilómetros separan Ouro Preto de la pequeña ciudad con nombre de mujer, Mariana, primera villa y capital de Minas Gerais. Para llegar hasta este encantador rincón colonial, que le rinde homenaje en su nombre a la reina María Ana de Austria, esposa de Juan V, rey de Portugal entre 1706 y 1750, abordamos el Trem da Vale en la estación de Ouro Preto.

El simpático convoy, con su locomotora a vapor y vagones de madera, es un emprendimiento turístico que en 2006 reflotó este viejo tramo. Mientras corta boletos, el guarda imparte unas instrucciones básicas de seguridad, y relata que fue Don Pedro II, emperador de Brasil, quien trajo el ferrocarril desde Río de Janeiro hasta aquí en 1883, aunque este trecho se inauguró en 1914. El hecho coincide con la decadencia del ciclo del oro, y la idea era aprovechar este nuevo medio para contribuir con la industrialización y transportar riquezas minerales. “Venía desde el nordeste hasta Río de Janeiro, y con la privatización de la red en 1996 quedó desactivado”, señala el guarda y se despide con un “bom passeio para todos”. Durante el recorrido de una hora por las vías zigzagueantes del camino serrano, se atraviesan varios túneles y se pueden apreciar vigorosas cascadas semiocultas entre la maleza.

Mariana es Patrimonio Histórico Nacional y las autoridades están preparándola para solicitar su candidatura a la Unesco y elevarla a Patrimonio Mundial. Esta ciudad con aires pueblerinos está dividida en dos partes: la antigua y la moderna. “Fue la primera ciudad de Brasil que tuvo una urbanización planificada. Fíjense, que a diferencia de Ouro Preto, las calles aquí son rectas”, marca Natividade con su particular acento, mientras circulamos por los viejos adoquines del casco histórico, entre coloridas casas del siglo XVII que aún conservan sus balcones de madera.

Subimos una cuesta rumbo a la Iglesia de Sao Francisco de Assis, que se encuentra en la misma plaza que la Iglesia do Carmo, frente al ayuntamiento. “Es muy raro que haya dos iglesias en el mismo lugar; sólo en Cuzco se da también. Son lugares muy especiales”, aclara Natividade. El santuario de la orden franciscana de Mariana es uno de los exponentes del “barroco minero”, donde la iglesia no intervino en el trabajo del artista y se caracteriza por tener mucho espacio libre. Bajo el piso de madera de este santuario descansan los restos de Mestre Ataide, quien también contribuyó con sus pinturas a decorar este santuario. Es que en aquellos tiempos solían sepultar a la gente debajo del piso de las iglesias, una práctica que fue prohibida en 1840. Con el paso del tiempo, algunas cambiaron sus pisos, mientras otras lo mantienen como testimonio.

En el camino de vuelta a Ouro Preto, nos detenemos en la Mina da Passagem, un emprendimiento que funcionó desde fines del sigo XVIII hasta 1985, cuando sus dueños se dieron cuenta de que el turismo les traería, a esa altura, más beneficios que la minería. En ese lapso se extrajeron unas 35 toneladas de oro.

Un carrito minero nos conduce por una vía unos 120 metros bajo tierra hasta el nivel 4 de los 9 que existen aquí. Circulamos por las galerías en penumbras hasta toparnos con un increíble lago natural, donde un grupo practica buceo subterráneo. “El agua posee mucho arsénico y no hay seres vivos, lo único que se encontró alguna vez fue un camarón ciego”, recuerda el guía.

El Trem da Vale avanza hacia la ciudad de Mariana por el zigzagueante trayecto serrano.

CONGONHAS-SAO JOAO DO REI

El itinerario histórico-artístico-religioso nos lleva ahora a Congonhas, ubicada a 85 kilómetros de Belo Horizonte. Aquí se destaca el Santuario Bom Jesús de Matozinhos, reconocido por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1985. El magnífico conjunto está formado por una basílica custodiada por las estatuas de los doce profetas esculpidas en piedra jabón por Aleijadinho, y la Capilla de los Pasos, en realidad, seis capillas con escenas de la Pasión de Cristo talladas en madera por Aleijadinho y pintadas por Mestre Athayde. Atrás de la basílica, hay una capilla donde los peregrinos acuden en agradecimiento. Dejan su retratos y testimonios de todo tipo, algunos realmente estremecedores, que empapelan íntegramente la pared del santuario.

Unos cien kilómetros separan Congonhas de Sao Joao do Rei, la más grande de todas las ciudades históricas, con 90 mil habitantes. Aquí, las iglesias hacen honor al tamaño de la ciudad: son altas y monumentales. Caminamos por un apacible boulevard que tiene construcciones del siglo XVIII a un lado y del XX al otro, y que desemboca en la iglesia de Sao Francisco, cuyo proyecto pertenece al Aleijadinho, y que fue construida por Francisco de Lima Cerqueira, el mismo que erigió el santuario de Congonhas. Es casi mediodía, hay sol pero está fresco. Continuamos rumbo al pintoresco y colorido centro histórico, donde se encuentra el museo de Tancredo Neves (ex presidente de Brasil, oriundo de esta ciudad), junto a locales que se especializan en la venta de objetos de estaño, restaurantes, iglesias y la Catedral de Nossa Senhora do Pilar. Y desde allí nos dirigimos a la pintoresca estación de tren donde parte el convoy hasta Tiradentes, última parada en este itinerario.

CONVOY A TIRADENTES

Los vagones están repletos, es el cumpleaños de un tal Felisberto, un señor que al parecer cumple muchos, que nació en Salvador y estudió en Minas, que vive en Brasilia pero tiene su corazón en Sao Joao. Al menos es lo que dice una bandera colgada en un vagón de este tren que sólo funciona los fines de semana.

La estación, de 1881, tiene un museo ferroviario para amenizar la espera, y un vagón donde se puede uno vestir a la antigua y llevarse una instantánea que bien podría pasar por la foto de un bisabuelo. Por allí anda Edna, la reina de los dulces mineros, ofreciendo con una enorme sonrisa sus golosinas a los pasajeros poco antes de la partida.

El recorrido no es largo, son 12 kilómetros hasta Tiradentes. Según Natividade, el tren hace una especie de rodeo aparentemente innecesario, ya que los ingleses, cuando trazaron el trayecto de las vías, lo hicieron más largo con el fin de que fuera más costoso. Los rieles siguen el cauce del Rio das Mortes, mientras el paisaje rural y el traqueteo contribuyen a la somnolencia. Cabe destacar que esta “maria fumaça” –como llaman a las locomotoras de vapor– es la única que nunca dejó de funcionar.

La llegada a Tiradentes es a pura fanfarria, bombos y platillos. Pero no es para nosotros, sino para el cumpleañero. En la estación, aguardan la llegada del convoy varios carruajes que ofrecen paseos guiados por la ciudad. Llama la atención su peculiar decoración: los caballos tienen riendas rosas, y los carruajes están decorados con calcos de personajes infantiles como Hello Kity o el Hombre Araña, que nada tienen que ver con la histórica y pintoresca Tiradentes.

Bellísima, esta ciudad tiene un aire que evoca las renombradas villas del litoral carioca Paraty o Buzios, con sus angostas callecitas adoquinadas, caserones color pastel de paredes de adobe y techos de tejas, locales y restaurantes de primera calidad, agradables posadas y por supuesto hermosas y barrocas iglesias, que hacen de este sitio un lugar ideal para refugiarse por un tiempo. Además, cuenta con un calendario cultural muy interesante: es sede de un festival de cine, la Mostra de Cine de Tiradentes y un festival gastronómico, el Festival Cultura e Gastronomía Tiradentes, algo que no podía faltar en la tierra de la mejor comida brasileña.

Cae la tarde y el frío se impone sobre las sierras. Los tonos pastel de las casitas brillan con el último rayo del sol y enseguida comienzan a opacarse. Nos relajamos con una caipirinha en alguno de los tantos barcitos de la plaza central de Tiradentes. Es el fin de un ajetreado y fantástico viaje al pasado, que nos dejó en Minas Gerais, un legado hermoso para que disfrutemos en tiempo presentez

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