Domingo, 24 de octubre de 2010 | Hoy
CORRIENTES. VISITA A LOS ESTEROS DEL IBERá
En el norte de Corrientes, casi un millón y medio de hectáreas forma el gigantesco humedal de los Esteros del Iberá: es el territorio de la vida, el hábitat de decenas de especies de aves, mamíferos y reptiles que lo convierten en auténtico santuario de la fauna litoraleña. Crónica de una inmersión, a pie, en lancha y a caballo, por la naturaleza correntina.
Por Graciela Cutuli
Un mundo de agua, tierra e islas de vegetación flotante. Un mundo donde conviven, en armónico equilibrio, yacarés, ciervos de los pantanos, lobitos de río, boas curiyús, chajás, cardenales, pirañas, carpinchos. Un mundo donde la naturaleza es reina y los hombres son sus súbditos. Así son los Esteros del Iberá, esa palabra que en la descriptiva lengua guaraní significa “aguas que brillan”. Así las vimos, siempre brillantes, de día o de noche, durante los días privilegiados del comienzo de la primavera.
Nuestro destino es Colonia Pellegrini, el pueblo de 650 habitantes a orillas de la laguna Iberá, donde se concentran los servicios turísticos para conocer los Esteros. A unos 120 kilómetros de Mercedes y 200 de Posadas, las dos ciudades de referencia para el viajero que llega desde Buenos Aires, Colonia Pellegrini surgió del loteo de una antigua estancia y hoy está formada por un puñado de manzanas donde se levantan casas de adobe a orillas de las calles de tierra. Cualquier gringo se ve a la legua, y los hay cada tanto porque Iberá es un destino muy buscado por los extranjeros en busca de avistaje de aves y safaris fotográficos. Regi, la propietaria del Iberá Lodge, un complejo sobre la orilla de la laguna, es suiza y lo confirma: más de la mitad de sus pasajeros son extranjeros que llegan sobre todo de Europa, en busca de conocer uno de los últimos rincones casi vírgenes del planeta.
AGUA DULCE Los Esteros del Iberá fueron declarados Reserva Natural Provincial en 1983; este estatuto y la presencia de guardaparques lograron frenar la depredación de especies en peligro de extinción y restablecer el equilibrio de un ecosistema tan rico como delicado. Con tanta agua alrededor, naturalmente la mejor manera de internarse en los Esteros es en lancha, con la guía de un lugareño bien conocedor: así salimos una mañana del muelle de Irupé acompañados por Marcos, el guía del lodge, a recorrer la laguna Iberá. Aunque cueste creerle a la vista, lo que nos rodea son “embalsados”, esas grandes islas de vegetación flotante que se van desplazando con el movimiento del agua y son tan sólidas que a veces alcanzan más de 1,20 metro de espesor. Con el motor apagado, la embarcación se deja llevar hacia la orilla de los embalsados, donde los yacarés aguardan inmóviles con sus vidriosos ojos entrecerrados, siempre al acecho de una presa oportuna. En cuanto acostumbramos los ojos, los descubrimos por todas partes. Sin inmutarse, acá y allá andan manadas de carpinchos, siempre gregarios, comiendo prolijamente la vegetación de los embalsados y echándose barro encima para protegerse del frío. En el lomo de algunos descansa, tranquilo, algún picabuey, ese pajarito que aprovecha al mamífero para trasladarse, y que a su vez le quita parásitos: un típico fenómeno de “comensalismo” entre dos especies que se ayudan mutuamente.
Cuenta Marcos que quien tiene los carpinchos de chiquitos puede incluso domesticarlos, y no cuesta creerle cuando, además, se los oye prácticamente ladrar al paso de los visitantes... Porque el espectáculo natural de los Esteros no es sólo visual: además de los bellos paisajes de agua, con unos atardeceres rojizos que se convierten en noches infinitamente estrelladas, la vida de la laguna se traduce en muchísimos sonidos curiosos, desde el sordo bramido del yacaré hasta el canto de decenas de pájaros y el acostumbrado aviso de los teros ante el menor movimiento inesperado. Con el motor apagado y en medio del agua, de día o en las excursiones nocturnas, la naturaleza suena maravillosamente bien, mostrando la armonía perfecta de todos sus instrumentos.
CENTRO DE INTERPRETACION También navegando llegamos, después de cruzar bajo un puente que divide en dos la laguna Iberá, al centro de interpretación de la Reserva. El breve trayecto depara uno de los mejores momentos del día: como si ver yacarés y carpinchos por doquier ya fuera cosa de todos los días, ahora lo que nos llama la atención es la presencia constante de cormoranes, gallitos de agua, chajás y, sobre todo, un par de ciervos de los pantanos que no se toman siquiera la molestia de ocultarse entre le vegetación. Así es que nos miramos con curiosidad mutua, y casi no nos sorprendería ver al ciervo sacar su cámara para fotografiar a los extraños intrusos.
Después de unos minutos, desembarcamos en el Centro de Interpretación. A pesar de que el espectáculo está afuera, vale la pena dedicarle media hora a la proyección de un video que explica algunos fenómenos propios de la región y las adaptaciones de los animales para sobrevivir en este ecosistema. Como los ciervos de los pantanos, cuyas pezuñas se abren y les permiten mayor superficie de apoyo sobre la superficie del embalsado; o la ceremonia de los chajás para intercambiar posiciones durante la incubación de sus huevos, con el fin de que nunca queden solos a merced de los predadores. También la vulnerabilidad de los yacarés a pesar de su ferocidad aparente: hasta el 80 por ciento de las crías mueren en las primeras semanas de vida; o las nidificaciones grupales de las garzas, que aumentan su éxito reproductivo. Lo cierto es que, cualquiera sea la especie animal o vegetal de que se trate, en los Esteros el agua es el elemento primordial, y tanto su exceso como su escasez resultan peligrosos para el equilibrio natural.
Desde el Centro de Interpretación parten dos senderos para recorrer a pie entre el monte. Se ingresa por un prado tapizado de verbenas, para ir internándose en un camino sombreado por altas palmeras pindó, cuyo fruto es buen alimento para los monos y las aves. Plantas epífitas y estranguladoras, como el gomero y el higuerón, se ven junto al caraguatá y las bromelias: es un universo verde lleno de vida, que florece en primavera. Un poco más tarde, ya en verano, florecen las plantas acuáticas de la laguna: hay camalotes por doquier, pero también juncos, totoras, lentejas, repollitos y acordeoncitos de agua.
PASEO EN EL PUEBLO Colonia Pellegrini es uno de los lugares más tranquilos del mundo. Por aquí casi no andan autos; sólo pasa de vez en cuando el colectivo medio desvencijado que recorre en varias horas la ruta de 120 kilómetros de tierra que va hasta Mercedes. La ruta a Posadas no está mejor, así que estas dificultades de acceso en parte son las que protegen el aislamiento del lugar... pero también aíslan a sus pobladores. Chicos y grandes andan entonces a caballo, y alimentan esa cultura rural que es tan fuerte en Corrientes (vale la pena visitar Mercedes en ocasión de su gran fiesta anual, la Rural local, que es la segunda más grande del país después de la que se realiza en Buenos Aires). Desde el pueblo mismo se pueden hacer varias cabalgatas hasta un palmar cercano, una buena ocasión para seguir avistando aves y, si ya cae la tarde, también las vizcacheras, cuyos habitantes tienen hábitos nocturnos.
Lo que queda como recuerdo no es sólo la naturaleza en esplendor: es también la gentileza de la gente del lugar y su rica cultura, impregnada de la tradición guaraní y la presencia del agua. Una de las formas más interesantes de comprobarlo es a través de la gastronomía, donde se dan cita todos los productos del litoral: la mandioca, que se come frita como las papas; los exquisitos chipás; los cítricos en muchas más variedades de las que conocemos en Buenos Aires; el corderito y el quibebe, a base de calabaza. Claro que aprovisionarse en estos lugares es todo un desafío, por eso también bien vale incluir en la visita alguno de los almacenes o pulperías de campo que ofrecen, como antaño, todo lo necesario para la vida diaria del hombre de campo. A sólo 800 kilómetros de Buenos Aires, este rincón correntino a orillas del “agua brillante” implica así también un viaje por las costumbres del más recóndito interior argentino
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